La increíble historia del soldado que se ocultó en la selva 27 años sin saber que la guerra había terminado
Para Shoichi Yokoi, la Segunda Guerra Mundial terminó en 1972. En 1941 juró lealtad al ejército imperial japonés y no estaba dispuesto a romper su promesa. Cuando los estadounidenses desembarcaron en Guam, el soldado decidió internarse en la selva, donde viviría casi 30 años escondido.
Logró sobrevivir cavando un refugio subterráneo, tejiendo ropa con fibras de cáscara de coco y fabricando trampas para camarones con juncos.
En su tierra natal fue reconocido como un héroe por no haberse rendido nunca ante tropas enemigas, pero su supervivencia en la jungla había sido solitaria y ardua.
La guerra y la vida en la selva
Yokoi fue criado en una aldea agrícola cerca de la ciudad de Nagoya en el centro de Japón, y antes de ingresar al antiguo ejército imperial, se había dedicado a la sastrería. Tenía 26 años cuando fue reclutado por el emperador Hirohito y en 1941 fue enviado a China a pelear. Como lema, a todos los soldados se les había enseñado que la rendición era el peor destino posible. Ser capturado era considerado deshonroso y la única opción era ganar o morir.
Durante el conflicto, Japón invadió Guam, que era territorio estadounidense, y en febrero de 1943 Yokoi fue enviado a la isla. Pero en 1944, los estadounidenses regresaron a Guam para recuperarla y ese mismo año la guerra terminó, cuando las fuerzas japonesas se rindieron ante las estadounidenses. La mayor parte de los 22.000 soldados nipones de Guam fallecieron en la toma de la isla por las tropas aliadas. Pero el destino de Yokoi sería diferente.
Cuando las tropas estadounidenses tomaron Guam, Yokoi estaba decidido a honrar el código de honor del emperador Hirohito de no rendirse nunca. En cuanto la línea de mando japonesa se interrumpió, Yokoi y otros soldados más de su pelotón, quedaron “a la deriva”. Entonces, decidió huir a la selva, junto a dos compañeros para evitar ser capturados.
Se estima que alrededor de 1000 soldados japoneses tomaron esta decisión de no deshonrar a su patria y no caer prisioneros.
Las medidas que tomaron fueron extremas. No querían ser detectados y a medida que avanzaban en la maleza, iban borrando sus huellas.
Una vez en la jungla, decidieron cavar y armarse una cueva donde esconderse, de acuerdo a lo publicado por The New York Times.
El refugio subterráneo estaba sostenido por cañas de bambú y juncos, y tenía un túnel bajo la tierra que llevaba hacia una recámara.
Pero después de unos meses, el grupo se quedó sin alimento.
Luego de un tiempo, los compañeros de Yokoi decidieron buscar otro refugio y durante casi 20 años los tres se mantuvieron en contacto en el interior de la selva.
Hasta que un día de 1964 Yokoi fue a visitarlos y los encontró muertos. “Creo que murieron de hambre”, contó el hombre años más tarde.
Durante su estadía en la jungla, Yokoi sobrevivió a base de una dieta de nueces, fruta del pan, mangos, papaya, camarones, caracoles, ratas y ranas. Además, había fabricado una trampa con juncos para cazar anguilas y camarones.
En su guarida guardaba desde ropa y herramientas hasta armas y municiones. Estar equipado como militar le trajo sus ventajas y gracias a sus tijeras del ejército, lograba cortarse el cabello.
Algunos de los artículos eran hechos a mano y hasta logró confeccionar unos pantalones y una campera, tejiendo fibra de corteza y de coco en un telar casero que había fabricado.
También hizo sandalias, implementos de costura y botones, incluidos artículos de los más simples para el uso diario, como utensilios y cantimploras.
Pero a pesar de sus habilidades para sobrevivir, Yokoi se sentía desesperado y estaba empeñado en no perder la esperanza, según contó en sus memorias.
Uno de los momentos más oscuros fue estando enfermo. “¡No! ¡No puedo morir aquí! No puedo dejarle mi cadáver al enemigo. Debo morir en el agujero que me he cavado. Hasta ahora he logrado sobrevivir, pero todo se vuelve nada ahora”, pensaba Yokoi solo en la jungla.
En otras oportunidades, se decía a sí mismo que “no tenía sentido” causarse tanto dolor pensando en su anciana madre, que vivía en Japón.
El descubrimiento
El 24 de enero de 1972 al anochecer, Yokoi se dirigía al río Talofofo, cerca de Agana, a pescar. Pero fue sorprendido por dos cazadores en el momento justo en el que el “soldado rezagado” se disponía a chequear sus trampas para camarones.
Tenía 57 años y estaba convencido de que su vida corría peligro. Incluso, según informa BBC, trató de quitarle a uno de los hombres su rifle, pero tras un cuarto de siglo de mala alimentación, Yokoi se encontraba bastante débil.
Los cazadores lo llevaron a punta de pistola hasta una comisaría cercana, para que relatara su historia.
A medida que los tres avanzaban a través de la vegetación, Yokoi pedía que lo mataran ahí mismo, porque temía que lo hicieran prisionero.
Según narró en ese momento, a los 10 años de vivir solo en la jungla, se había enterado de que la guerra había terminado, por folletos que había encontrado entre la maleza, pero su decisión continuaba firme y no estaba dispuesto a rendirse jamás.
“Seguí viviendo por el bien del emperador y creyendo en el emperador y en el espíritu japonés”, recitó como lema años más tarde, cuando explicaba dónde encontraba fuerzas para continuar luchando. Yokoi también pidió conocer al monarca, aunque este nunca lo recibió. “Fue mi fe en él lo que me impidió rendirme y humillarme como prisionero de guerra”, confesó al ser rescatado.
Tras su hallazgo, funcionarios del gobierno japonés volaron a la isla para ayudar a repatriar al soldado rezagado y un mes después fue llevado a Japón. Inmediatamente, Yokoi fue recibido como un héroe por su gesta.
En el viaje aéreo, Yokoi rompió en llanto en cuanto vio el monte Fuji, emblema de su tierra natal.
Cuando arribó a Tokio, en febrero de 1972, casi 5000 personas lo recibieron y lo aplaudieron, por no haberse rendido nunca, según detalla Business Insider. Incluso, la ceremonia fue televisada para todo el país. Cuando Yokoi fue llevado a su pueblo natal miles de japoneses se alinearon en la ruta para ondear banderas japonesas.
Cuando arribó a su aldea, el exsoldado se detuvo en el cementerio y lloró ante la tumba familiar que tenía incluido su nombre. Estaba registrado que él había muerto en Guam en 1944.
Sin embargo, su regreso, luego de 31 años de haber abandonado su tierra para pelear en la guerra, fue complejo. Yokoi se sintió “extraño” en el Japón moderno y manifestó sus remordimientos por no haber podido servir al emperador Hirohito de una mejor manera. “El mundo ciertamente ha cambiado, pero mi determinación de servirte nunca cambiará”, sostuvo en una ocasión al referirse al emperador y la emperatriz.
De acuerdo a un obituario de Yokoi, cuando regresó, mostró cuánto le continuaba afectando su espíritu guerrero: “Me avergüenza haber regresado con vida”.
Al poco tiempo, Yokoi logró adaptarse, y a los pocos meses de regresar, en noviembre de 1972 se casó y se instaló en la provincia de Alchi. Allí trabajó como comentarista de televisión y tuvo una incursión en política, cuando se presentó como candidato a senador en 1974, pero no logró la banca. Además, brindó conferencias sobre cómo vivir de forma más ahorrativa y enseñó sus habilidades de supervivencia.
Durante su vida, se dedicó a la cerámica y al cultivo orgánico de verduras y en varias ocasiones volvió a Guam, el lugar que supo ser su hogar durante más de un cuarto de siglo.
Los últimos dos años de su vida sufrió Parkinson y llegó a estar hospitalizado por una depresión. Falleció en 1997, a los 82 años, luego de sufrir un ataque cardíaco en un hospital de Nagoya. De acuerdo al sobrino de Yokoi, su tío había entrado en un progreso de nostalgia a medida que envejecía.
Según informó el diario El País, tras su muerte, una multitud de familiares y amigos se reunieron en el hogar de Yokoi para rendir el último homenaje al “soldado japonés que nunca se rindió” y que no manchó el honor del ejército imperial pese a estar vivo.
Su hallazgo fomentó la búsqueda de otros soldados japoneses en los territorios que el ejército nipón había ocupado durante la guerra, y gracias a la iniciativa, en 1974 encontraron en la selva filipina al teniente Hiroo Onoda.
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