Se llamaban Orestes, Rañeta, el Tísico, Trasdelrío, José el Comido y Tomás el de Coruña, y eran un grupo de jóvenes que en 1853 decidieron dejar Galicia en busca de un futuro mejor en Cuba
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Podría haber sido una más de las miles de historias que marcaron a esa comunidad de España, que entre mediados del siglo XIX y mediados del XX, vio a generaciones enteras emprender rumbo a América, huyendo de la pobreza, el hambre o la guerra. Sin embargo, Orestes, Rañeta, el Tísico, Trasdelrío, el Comido y Tomás el de Coruña protagonizan una historia de la emigración que no se ha contado, o al menos no se ha contado tanto.
Y son los protagonistas de “Azucre”, la primera novela de la autora gallega Bibiana Candia, una ficción basada en una historia tan real como horrible: la de 1.700 gallegos que emigraron a Cuba en esos años y fueron esclavizados por Urbano Feijóo de Sotomayor, otro gallego afincado en la isla caribeña. El libro empieza con una dedicatoria que es toda una declaración de intenciones: “A los emigrantes que no pudieron contar su historia y a los que se quedaron que nunca recibieron una carta”.
—Como gallega y hablando con una autora gallega, la primera pregunta es casi obligatoria, dado lo poco que se conoce popularmente esta historia: ¿cómo llega a ti?
—Yo tampoco había oído hablar nunca de ella. Simplemente, una amiga un día me preguntó si conocía la historia de los gallegos que se llevaron a trabajar el azúcar en el siglo XIX y fueron esclavizados. Yo era muy escéptica al principio, pensaba que no era verdad.
Luego pensé que se trataba de una anécdota de unas pocas personas que mandaron y tuvieron mala suerte y que esa anécdota se engordó mucho a través del tiempo. Pero ella me envió un mail con un par de links, entre ellos un documental de Radio Televisión Española. Es decir, esto no estaba oculto en ningún sitio. Yo creo que me lo mandó con la idea de que escribiera un artículo.
—Pero tirando del hilo, la cosa fue mucho más que un artículo… ¿por qué una novela de ficción?
—Cuando vi lo que me envió dije: “pero esto es mucha gente, fue una empresa; no es una anécdota, es una cosa mucho más seria”. Me pongo a buscar información y encuentro artículos académicos, actas de cortes y un montón de documentación. Empiezo a preguntar a mi alrededor y nadie tenía idea. A nadie le sonaba de nada, salvo gente muy metida en el tema histórico, especialistas en el siglo XIX, o personas en un nicho muy específico.
En ese momento, me surge como un enigma narrativo: si los gallegos tenemos esta tradición de literatura oral, y esta tradición de inmigración, cómo puede ser que esta historia no nos ha llegado por memoria popular. Hay algo aquí que no funciona. Entonces llegué a la conclusión, después de darle muchas vueltas, de que efectivamente no nos había llegado porque en realidad sus protagonistas no nos la habían contado.
Los informes que tenemos valen para la parte oficial de la vida, pero lo que es el legado humano que trae una historia a la memoria popular es la voz en primera persona. Así que no tenía sentido escribir un artículo, porque eso no iba a llegar a donde yo quería: ¿qué hay que hacer para que esta historia se conozca?
Lo que hay que hacer es recrear esas voces, recrear el relato popular, la memoria colectiva. Y para eso es necesaria una novela, una ficción y que la ficción, en cierto modo, enmiende la realidad.
—Y el producto es “Azucre”, que es una novela histórica, técnicamente, pero no tan histórica desde el punto de vista formal, ya que los datos históricos están ausentes, y la voz recae totalmente en los protagonistas.
—La prioridad era ver la situación desde los ojos de ellos. Claro que la novela tiene una documentación formal muy seria. Aunque en el texto los datos no están, me tuve que estudiar todo lo que pasó para poder construir el mundo que les rodea y colocarlos a ellos en las situaciones adecuadas.
La clave era entender cómo se habían visto personas que salen de su aldea, que no conocían nada, y de repente los meten en un barco, los llevan al otro lado del mundo sin tener ni idea.
Muchos de ellos no habían visto el mar en su vida, no sabían leer, no sabían escribir, y aparecen en Cuba, que era como otro planeta, y están completamente indefensos ante lo que les va a suceder. Esa era la historia potente realmente. Lo importante, lo crucial, lo fundamental eran las voces de ellos.
—“Azucre” es casi una historia de horror y, sin embargo, te quedas pegado a la entrañabilidad e inocencia de sus personajes...
—A mí lo que más me preocupaba cuando la escribí era que, del mismo modo que para mí ellos eran gente muy real, yo quería que los lectores se encariñaran con ellos. Porque al ver la novela desde la contratapa tú ya tienes el spoiler entero, ya sabes que van a ir de esclavos. Cuando rompes esa tensión de la narración desde el inicio, tiene que haber un aliciente para continuar leyendo.
Entonces mi única baza era justamente conseguir que se encariñaran y que quisieran ver qué les va a pasar. Me dijeron en una presentación que “Azucre” era una obra sobre la pérdida de la inocencia. Y me pareció que estaba muy acertado
Normalmente, cuando una persona se hace adulta de repente, suele ser siempre por un trauma, o bien por una muerte, por una pérdida, por un ataque, por una guerra… Y eso es lo que les pasa a ellos, que dentro de su pobreza y de sus condiciones de vida eran gente inocente, niños inocentes, que de pronto lo único que tienen por delante es la supervivencia.
Y sí quería que dentro del horror hubiese trazos de luz, porque si no sería insoportable de leer. Y parte de eso era que fuesen simpáticos, tiernos, que fuesen capaces de hacernos reír a pesar de todo lo que les estaba pasando. Que también es parte de la realidad de las historias, incluso en los momentos más terribles.
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