La increíble fiesta surrealista de los Rothschild que desató un sinfín de teorías
Ocurrió en diciembre de 1972 en París; los invitados lucieron diseños surrealistas, muchos de ellos diseñados por Salvador Dalí
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El 12 de diciembre de 1972, el matrimonio conformado por la baronesa Marie-Helene de Rothschild y el barón Guy de Rothschild decidió realizar una fiesta en el castillo de Ferrières, en las afueras de París. Fue una celebración tan legendaria como misteriosa, con invitados chic y de alta alcurnia que llegaron al lugar con ropa de gala y portando ornamentos surrealistas sobre sus cabezas, muchos de ellos diseñados por el mismísimo Salvador Dalí.
Los Rothschild formaban parte de una dinastía de banqueros y financistas vitales para la historia económica de Europa de los últimos tres siglos. Su fiesta, a la altura de su abolengo, fue un derroche de sofisticación que no se había visto nunca antes, en un ambiente onírico, donde confluían, en salones apenas iluminados, personas con jaulas de pájaros doradas sobre sus cabezas, o empleados de servicio disfrazados de gatos que fingían dormir o ronronear por los rincones.
El carácter inusual del encuentro, donde además era posible toparse, sobre las mesas del convite, con muñecos de bebés rotos o maniquíes de mujeres desnudas, despertó también un sinfín de teorías conspiranoicas. Mucho más, teniendo en cuenta que la familia Rotshchild fue por siglos el centro de otras conjeturas francamente delirantes que los vinculaban a supuestas sociedades secretas interesadas en dominar al mundo.
Lo cierto es que, ya sea por las fantasías que despertó su existencia o por el apellido de sus anfitriones, la fiesta en el castillo de Guy y Marie-Hélène de Rothschild, bautizada como Diner de Têtes Surrealiste (Cena de cabezas surrealistas) quedaría para siempre en la historia de la aristocracia francesa.
Una invitación para ver en un espejo
Solo la crème de la crème de la sociedad parisina de entonces recibió la invitación para la fiesta de los Rotshchild de aquel diciembre de 1972. La tarjeta de acceso a la cena tenía un fondo de cielo celeste con algunas nubes, al estilo de una pintura de René Magritte.
Para leer las instrucciones de asistencia había que ver la tarjeta reflejada en un espejo. “Corbata negra, vestidos largos y cabezas surrealistas”, decían unas prolijas letras manuscritas en negro. El texto también precisaba el lugar y el día de la celebración: un martes -los millonarios no necesitan esperar al fin de semana- y conminaba a los receptores de la tarjeta a responder a la invitación con la distinguida sigla que se extendió de Francia al mundo: R.S.V.P. (répondez s’il vous plaît - responda, por favor).
Esta fue quizás la más deslumbrante, pero las reuniones que organizaba el matrimonio -especialmente ella- siempre habían sido un punto de encuentro para la alta sociedad francesa. A punto tal que, según contó el propio Salvador Dalí, hubo alguna figura rimbombante del jet set parisino que amenazó con suicidarse si no recibía una invitación.
El castillo de Ferrières, ubicado a 26 kilómetros al este de París, era sin dudas el lugar indicado para un ágape de este tipo. Construido en la década de 1850 por el barón James de Rothschild, bisabuelo de Guy y fundador de la rama francesa de la banca Rothschild, el château había sido el más grande y lujoso de Francia en el siglo XIX.
Un lugar ideal para el encuentro
La construcción, realizada a imagen y semejanza de las torres de Mantmore de Inglaterra, contaba con 30 kilómetros cuadrados de bosques, 80 habitaciones para invitados, alojamiento para 100 trabajadores y una sala principal sostenida por columnas de atlas y cariátides esculpidas por Charles Cordier. Como detalle de su sofisticación, la cocina estaba separada del edificio principal, y para que la comida llegara caliente al comedor, había un tren subterráneo que la transportaba hasta el château.
El palacete fue tomado por los nazis durante la ocupación de Francia en la Segunda Guerra Mundial, y luego permaneció vacío hasta que, en 1959, el flamante matrimonio de Marie-Hélène y Guy -se habían casado en 1957- lo recuperó. Ella fue la encargada de renovarlo y convertirlo en un lugar de encuentro para la aristocracia local y para sus amigos artistas como Grace Kelly, Ives Saint Laurent, Salvador Dalí, Brigitte Bardot o Audrey Hepburn.
Y la noche de la cena surrealista, Ferrières fue protagonista principal. Iluminado de tonos naranjas y rojos, la fachada neorrenacentista del edificio parecía estar envuelta en llamas. De acuerdo con la descripción del evento que realizó el diario francés Le Figaro, en la escalera principal, que estaba escasamente iluminada, los empleados se encontraban tirados con máscaras de gato, acariciándose o simulando dormir.
Antes de llegar al salón principal, los visitantes del evento debían atravesar habitaciones a oscuras, dispuestas como laberintos, surcadas por cintas negras que actuaban como telarañas. Si alguien se perdía en el camino al banquete principal, podía pedir auxilio a alguno de los “sirvientes” felinos, que reconducirían con gusto al extraviado a su destino.
Cabezas surrealistas
Guy de Rothschild, con una imitación de naturaleza muerta aplastada sobre cabeza y su mujer, Marie-Hélène, eran, como corresponde, quienes recibían a los participantes de la fiesta una vez que habían superado todos los obstáculos. La anfitriona llevaba en su rostro una máscara de reno de cuyos ojos salían lágrimas hechas con diamantes. La figura del animal que cubría la cara de la baronesa se completaba con unos cuernos dorados que parecían salir de su cabeza y se elevaban unos 40 centímetros.
Parte importante de la gracia de este encuentro de “cabezas surrealistas” se relacionaba con los ornamentos que debían llevar sobre sus hombros los huéspedes de esa noche. En este sentido, la actriz Audrey Hepburn ingresó al lugar con una jaula de pájaros dorada en la cabeza, con la pequeña puerta abierta para que pudiera verse completa su cara.
Otra mujer más allá llevaba una vincha con hojas de la que colgaba una manzana verde que le cubría parte del rostro, tal como la imagen del cuadro “El hijo del hombre”, del mencionado Magritte. Entre las fotos que sobrevivieron a esa noche también es posible observar al propio Salvador Dalí, el curador de la fiesta, elegante, pero sin nada en la cabeza, acompañado de una mujer con una corona de flores entrelazadas en su cabellera blonda. Detrás de ellos se ve una gigantografía de la pintura del artista, cuyo extenso nombre es Retrato de Mae West que puede utilizarse como apartamento surrealista.
Una joven con un gramófono a modo de sombrero, hombres con las caras pintadas a rayas blancas y negras, una máscara con la figura fragmentada de la Mona Lisa, o una muchacha con una muñeca de melena rubia sobre su propia cabeza, fueron otras de las postales rescatadas de la surreal cita nocturna.
Como no podía ser de otra manera, entre la centena de invitados a la cena, había una argentina: la pintora Leonor Fini, que con su obra, surrealista y despojada de prejuicios, se había ganado un lugar en el mundo del arte parisino.
Las mesas y el menú
Las mesas que aguardaban a los comensales estaban en sintonía con el resto del ambiente. Entre el arte y la locura. Los platos se encontraban recubiertos de piel negra que parecía de algún animal. Había tortugas disecadas como centros de mesa y, en otros casos, muñecos de niños con brazos o piernas arrancados. Además, parte de la comida se servía sobre el maniquí de una mujer desnuda recostada en una tabla sobre un lecho de rosas.
El menú del agasajo cuadraba también con el estilo del evento. Los nombres de los platos sugerían que podía tratarse de cualquier cosa. “Sopa extra lúcida”, “Embrollo de cadáver exquisito”, “Lady y Sir-Lomo” o “Tubérculos en locura”, entre otras cosas, era lo que se ofrecía para la cena, de acuerdo con la carta rescatada para la posteridad por algún comensal.
Tres años después de realizada la fiesta, el matrimonio Rothschild donó el castillo a la Universidad de París y se fue a vivir a una casona que había construido en el bosque circundante. Pero los ecos de la celebración se prolongaron por muchos años más y también las conjeturas sobre lo que pudo haber pasado allí.
Otras fiestas similares hechas tiempo después en Nueva York, bautizadas como “Illuminati Ball”, e incluso la película de Stanley Kubrick del año 1999, Ojos bien cerrados, que reproducía parcialmente el clima de la Cena de las cabezas surreales -pero con una marcada inclinación hacia el erotismo- incentivaron todavía más las leyendas sobre aquella noche del château Ferrières.
En 2016, la periodista Sarah Jacob estuvo presente en una de las fiestas inspiradas en la gala parisina y se dedicó al estudio del tema. En un artículo publicado en la revista Business Insider, donde narró su experiencia, ella comentó los símbolos que había en Ferrières y la interpretación que hicieron de ellos de “los teóricos de las conspiraciones”, que conectaron a los Rothschild con los Illuminati.
“Se colocaron muñecos desmembrados en las mesas, supuestamente para representar sacrificios humanos, y el exterior del castillo se iluminó con un rojo brillante, lo que simbolizaba los rituales satánicos que debían realizarse en el interior”, señaló la periodista, sobre las disparatadas versiones que circularon a través de los años.
La dinastía Rothschild, que comenzó con su actividad financiera allá por el año 1760 en la ciudad alemana de Fráncfort y a través del patriarca del futuro imperio bancario, Meyer Amschel Rotschild, ha sido durante siglos acusada de querer apoderarse del mundo a través de su pertenencia a órdenes secretas como la de los Illuminati, desarticulada hace más de 200 años pero aún vigente por medio de teorías conspiranoicas ampliamente desacreditadas.
Conjeturas descabelladas
Al ser los Rothschild una familia judía, el antisemitismo jugó un papel importante en la elaboración de estas conjeturas descabelladas. Existen caricaturas francesas del siglo XIX que representan a uno de los miembros de este clan como un demonio que atenaza al mundo con sus garras. En el mismo sentido, como representación de una tendencia antijudía, pueden encontrarse ilustraciones en diversos períodos y momentos de Europa de los últimos siglos. En el propio archivo de la familia Rothschild hay una exhibición de varios de estos afiches, donde se representa a los banqueros como seres monstruosos y ávidos de ganancias.
Si se vuelve al mito de los Illuminati, la verdad histórica señala que la orden fue disuelta en Alemania en 1785. Todo lo que se dice que vino después -la orden secreta como “autora”, entre otras cosas, de la Revolución Francesa, la Revolución Bolchevique o la Primera Guerra Mundial- carece de cualquier tipo de evidencia.
“Es una locura que hoy en día haya gente que crea en la existencia de los Illuminati”, aseguró el prestigioso escritor e historiador estadounidense Mitch Horowitz en un artículo de la BBC.
Ni Guy, fallecido en 2007, ni Maríe-Hélène, muerta en 1996, se interesaron nunca estas teorías. Lo cierto es que, más allá de todas las referencias oscuras, el encuentro pasó a la historia hoy como uno de los más alucinantes eventos que congregaron a la alta sociedad del siglo XX.
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