La importancia de la deriva en la ciudad moderna
–¡Por favor! ¿Podrías ayudarme?
El miércoles a última hora de la tarde, una mujer me llamó desde la puerta de su casa de avenida San Martín. Yo estaba corriendo alrededor de la Agronomía; había pasado el viaducto Cerati, la florería de Marcelo y el local de mosaicos. La señora usaba una varilla de metal a modo de bastón. Tenía unos 90 años, acento gallego, el pelo llamativamente largo para su edad y el ojo izquierdo casi en blanco, decolorado como los del abad ciego de El nombre de la rosa. Le hice un gesto de que estaba corriendo, pero ella insistió:
–Por favor, te veo así andando y me da confianza. ¡Se me inundó el patio!
Me mostró una sopapa sin palo, con una especie de mango.
–No tengo idea de plomería –le dije mientras trotaba en el lugar.
–¡No hay que saber nada! Es muy fácil. Es que yo ya estoy muy vieja.
Me hizo acordar un poco a mí tía abuela polaca y otro poco a una mujer tenebrosa que en los 80 llamaba a los niños desde la puerta de su casa de la calle Camargo. Pero ya no soy un chico y era una anciana en problemas: no me podía negar. La seguí mientras ella subía a duras penas los escalones. Era un típico PH porteño de mediados del siglo pasado, dominaba el caos y en las paredes había retratos enmarcados de Cristo y Juan Pablo II. Detrás de la cocina estaba el patio, que contrastaba con el resto de la propiedad: amplio, lleno de luz y con plantas saludables. En uno de los lados se habían estancado unos diez centímetros de agua.
–Antes lo hacía yo solita, pero ya no me puedo agachar.
Levanté la rejilla, metí la mano en el desagüe y saqué un fajo de hojas marrones. Mientras intentaba destapar la canaleta me contó que era de La Coruña y que había llegado a Buenos Aires hace 54 años. Deletreó un par de veces el número, para representar la inmensidad del tiempo. Buenos Aires entonces era el paraíso, dijo, pero ahora... "Ahora es cualquier cosa".
Parecía obsesionada con los nuevos locatarios de la cuadra.
–Estos de la concesionaria son unos maleducados –repetía–. Verás el lío que tienen detrás, toda basura acumulada. Delante todo muy limpito pero atrás… ¡Y el ruido que hacen!
Yo seguía bombeando mientras ella me daba indicaciones.
–No tienes que retirarla. Sube y baja sin levantar la ventosa. Yo lo hacía así y salía de lo más fácil.
Se me estaban mojando las zapatillas y la punta de una suculenta me aguijoneaba el brazo, pero después de algunos intentos se formó un pequeño remolino en la superficie y el agua gris comenzó a bajar.
–Sí, ¡qué bien! –celebró–. No sabes cuánto te lo agradezco. Hoy en día no se puede confiar en nadie. Tú no me conocías y me ayudaste. Mira, la próxima vez te voy a regalar algo de España que tengo por ahí, ya verás.
Conocer gente es fácil. Lo dijo Radiohead desde el título de un documental sobre la fama. El asunto es estar dispuesto. En las ciudades modernas es cada vez más infrecuente entrar en contacto con desconocidos, o incluso exponerse a escenas inesperadas. Una década antes de que esta señora embarcara a América, Guy Debord planteaba en París el concepto situacionista de la dérive: caminar sin rumbo por la ciudad "en busca de signos de atracción y repulsión". La deriva era una acción orientada a la novedad permanente, a recorrer las calles "no como prisioneros de salarios y precios, sino como viajeros en un laberinto revelado por el deseo de encontrarlo", resume Greil Marcus en su clásico Rastros de carmín.
Por extraño que parezca, una versión actual de la deriva la proveen las aplicaciones de navegación. Hace una semana, para ahorrarme cinco minutos de congestión en el Camino de Cintura, Waze me llevó a dar una vuelta larguísima e intrincada por Lomas de Zamora. Era una zona que no conocía, dejé de ubicarme y en un momento me resultó imposible recuperar el control. En esos casos uno suspende la sinapsis neuronal que rige el sentido de orientación y delega el rumbo en el robot. Como un situacionista del futuro, el usuario conduce sin saber cuál será su próxima acción o qué le deparará la ciudad doblando la esquina. De algún modo, la deriva se materializa.
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