La imaginación al cerebro (2a parte)
La marcha contra la Guerra de Vietnam, la Primavera de Praga, el Mayo del 68, el Cordobazo. Y algo en común: la imaginación al poder. Pero… ¿de dónde sale esa imaginación que supimos conseguir (y perder cada vez)? Una de las grandes preguntas es si la imaginación moderna es previa o posterior a la adquisición del lenguaje. Es claro que si yo les digo "taza" o "perro", algo parecido a una taza y un a perro se forma en sus mentes. Es más, las partes motoras del cerebro "agarran una taza". Y antes de poder nombrarlo, ¿qué? ¿Grok? ¿Tatá? Hay quienes opinan que la imaginación es muy previa a las palabras –aunque es claro que el lenguaje la cambió para siempre–. Imaginemos un plato de frutas. Fácil, ¿verdad? Pero si esas frutas ahora hablan tenemos que juntar distintos pedacitos de percepción: bananas, manzanas y… palabras, y activarlos simultáneamente. Es algo muy complicado que el cerebro hace y nos parece de lo más simple.
Lo que es seguro es que la imaginación requiere que se active una amplia red neuronal: para poder armar imágenes creativas se encienden numerosas áreas, tanto en la corteza como en zonas profundas del cerebro. Esto requiere una coordinación muy precisa dentro de la cabeza para armar minotauros o unicornios azules, o ver la forma de las nubes y las constelaciones, casi como fabricar un collage a partir de fotografías. Es como una receta de cocina: una pizca de esto, otro poco de aquello, condimentamos con eso otro, y todas las señales deben llegar a destino más o menos al mismo tiempo para generar una imaginación. En este caso, el destino es la parte visual del cerebro, pero lo mismo podría decirse de imaginar algo auditivo, o gustos u olores.
Y si estamos bien activos, seremos mejores imaginadores. Albert Einstein decía que se le había ocurrido la teoría de la relatividad mientras andaba en bicicleta. Claro, le pasa a todo el mundo, salís a andar en bici y se te ocurre cómo la materia se transforma en energía, una pavada. Pero algo de eso hay: a veces se nos ocurren ideas maravillosas cuando estamos caminando o nadando… o esas cosas que hace la gente y yo no termino de entender. Los momentos eureka ocurren cuando menos los esperamos: cuando estamos pensando en otra cosa o, mejor, en nada en absoluto. Y el ejercicio sin duda ayuda a esta falta de pensamiento. Es como si la transpiración fuera el aceite de la creatividad.
Algunos escritores se lo tomaron particularmente en serio. Se decía de Henry Thoreau que la extensión de su caminata diaria determinaba la extensión de su escritura. O Louisa May Alcott (¿se acuerdan de sus mujercitas y hombrecitos?), pionera del running en el siglo XIX. Henry Miller planeaba sus escándalos literarios mientras andaba en bicicleta, y solía decir que "la mayor parte de la escritura ocurre lejos de la máquina de escribir; sucede en los momentos silenciosos en que estás caminando, afeitándote, jugando… Estás trabajando, tu mente está trabajando en algún problema en el fondo de la cabeza; así, cuando volvés a la escritura es simplemente un asunto de transferencia". Lo mismo vale para Murakami, que compara la escritura de una novela con el entrenamiento de supervivencia, y sigue una rutina que vuelve esta metáfora bastante literal: 5-6 horas de escritura de madrugada, correr 10 km o nadar 1500 metros por la tarde, acostarse a las 9, y volver a empezar.
Más aún: la imaginación puede afectar nuestro metabolismo y nuestro peso. Hagamos una prueba: imaginen el olor de pan recién horneado, o una tira de asado que se va cocinando, o una salsa de tomates a punto para los fideos. Aquellos a los que les haya resultado más fácil imaginar estos aromas tienen más probabilidad de tener sobrepeso u obesidad. Imaginar parece aumentar el deseo… hasta hacerlo irresistible. Es interesante que esto es claro para pensar olores y no necesariamente imágenes de las comidas.
Volvamos a las consignas del 68, tanto para la ciencia como para la vida. No queda más que decir que… olvídense de todo lo que han aprendido. Comiencen a soñar. n