
La ilusión pop
Son casi adolescentes, hacen pop para jóvenes y venden millones de discos. Christina Aguilera y Britney Spears son las reinas de un fenómeno que se multiplica y que ha tenido en Bandana su expresión nacional. Pero muchos se preguntan si el llamado teen pop es arte o un producto de marketing
La rubia menea, menea. Un compilado de curvas, las más duras, las mejores. El ombligo engarzado en un piercing: un objeto que corona el centro mismísimo de ese montón de carne prieta, móvil, dorada.
–No soy una nena, tampoco una mujer. Todo lo que necesito es tiempo.
Vaticina su boca entreabierta y cremosa.
–No hay necesidad de protegerme. Es tiempo de que aprenda a enfrentarlo por mí misma. He visto muchas más cosas de las que puedas imaginarte.
Dice Britney Spears, de 20 años, en la canción I’m not a girl, not yet a woman, incluida en su último disco, Britney. La letra, claro, no la escribió ella, pero ella la canta y eso hace toda la diferencia. Si no fuera así, Pepsi no le hubiera pagado millones de dólares por poner el cuerpito en un comercial de gaseosa, ni hubiera vendido 11 millones de discos en todo el mundo con su primera placa (120.000 en la Argentina), o 17 millones con su segundo (120.000 en la Argentina).
–Si quieres estar conmigo, haré realidad todos tus deseos.
Promete, ahora, otra rubia, menos voluptuosa, lacia de peluquería.
–Soy la genio atrapada en una botella, me he pasado mil años esperando que alguien me libere.
Grita Christina Aguilera, de 21 años, en la canción que le dio fama y sus primeros millones: Genie in a bottle.
Britney y Christina son las reinas. Dos rubias espumosas en la cúspide de la burbuja rosa del pop para adolescentes hecho por adolescentes: ese paraíso que promete dinero y fama, y un universo fanático, joven y fiel comprando discos y devorando el merchandising asociado.
Las que vienen detrás no llegan a los talones de ese éxito: ni Mandy Moore, ni la noruega Lene Marlin, ni el estallido de los grupos Popstars en el mundo, ni Jessica Simpson, una texana nacida en 1980 cuyo hobbie es ir de compras y cenar a la luz de las velas, y que grabó su primer single a los 17, se comparan. Pero si Britney y Christina son reinas, hay que decir que el fenómeno de la música diseñada para menores nació varón.
El antecedente fueron los New Kids On The Block, una agrupación de chicos nacida en Massachusetts a mediados de los años 80, la primera banda exitosa formada por y para adolescentes. A mediados de los 90, las discográficas empezaron a desarrollar sistemáticamente estos grupos (llamados boys bands), cuyos ingredientes fueron siempre los mismos: cinco chicos jóvenes y musculosos, elegidos mediante un casting, expertos bailarines, buenos cantantes, sentados en el extremo más alto de la más monstruosa de las publicidades. El resultado prometía ser delicioso: ventas millonarias. Rellenaron estas filas bandas como los Take That, Back Street Boys, N’sync, Westlife o Five, aunque fueron los Backstreet Boys y N’sync los que provocaron gran revuelo: los cuatro discos de los Backstreet vendieron 65 millones de copias en el mundo (400.000 en la Argentina) y solamente en Estados unidos, los dos primeros discos de N’sync vendieron 22 millones de álbumes.
Después vinieron los grupos de mujeres, con idénticas aspiraciones de fama rápida y dinero a chorros, al menos por parte de las discográficas. Las británicas Spice Girls (¿se acuerdan?), cinco nacidas entre 1974 y 1976, respondieron a un anuncio de la revista The Stage donde se buscaban chicas de entre 18 y 23 años que supieran cantar y bailar para formar un grupo de mujeres. Geri, Mel B, Mel C, Victoria y Emma arrasaron con su primer disco, Spice (1996). Su segundo álbum, Spice world, vino acompañado por la película del mismo nombre, y fue otro éxito de ventas, pero entonces una de ellas, Geri, decidió partir para emprender una carrera solista y el primer single del grupo sin ella, Viva Forever, fue un fracaso.
Y aun después de los grupos de chicas llegaron ellas.
Las reinas rococó rosadas.
Las lolitas solistas.
Britney v. Christina
Britney es la encarnación del sueño joven, marca tú puedes hacerlo modelo siglo XXI. Nacida Britney Jean Spears el 2 de diciembre de 1981 en un pueblo de Louisiana, Estados Unidos, estudió canto y danza en Nueva York desde los 8 años. A los 11 consiguió trabajo en el Mickey Mouse Club del Disney Channel, un programa de la televisión americana de niños con talento de canto y baile, que en los últimos años funcionó como semillero de clones pop: también trabajaron ahí Christina Aguilera y Justin Timberlake, de N’sync. En 1998, cuando Britney tenía 17, la escuchó el productor Eric Foster White –también productor de Boyzone, Backstreet Boys y Whitney Houston– y le ofreció grabar su primer disco: Baby one more time vio la luz en 1999 y fue un éxito instantáneo. Número uno en más de veinte países, hizo que el mundo se desayunara con la existencia de la nena de pelo empalagoso y boca rosa rosa. Su segundo álbum, Oops! I did it again, salió en 2000 y volvió a ponerla en el primer lugar: vendió, sólo en Estados Unidos y durante su primera semana, 1.300.000 discos. A los 19, la chica Britney había cosechado 14 discos de oro A fines de 2001 sacó su tercer trabajo, Britney. Lleva vendidos 37 millones de discos con sus dos primeros álbumes y cosecha miles de fans que quieren ser como esa chica sureña que adora el helado, colecciona velas y gusta de Brad Pitt, aunque está convenientemente de novia con Justin Timberlake, integrante de la banda adolescente y multivendedora N’sync. Los más malos de todos aseguran que Britney es un fenómeno de ventas gracias a que su imagen, sus temas, sus declaraciones, son el fruto de una estrategia diseñada por productores que saben del tema. Ella se limita a decir: “Hay nueve millones de cantantes fantásticos en el mundo, pero éste era el plan que tenía Dios para mí”.
Como toda princesa debe tener su archienemiga, Christina Aguilera, de 21 años, criada en un pueblo de Pensilvania, de padre ecuatoriano y ancestros irlandeses por parte de madre, vino como anillo al dedo. Christina es más flaca y, al decir de todos, más antipática que Britney, pero con mejor voz. Ella, ya lo saben, también fue estrella Disney en The Mickey Mouse Club. Tenía 17 cuando la multinacional RCA la contrató y la hizo cantar Reflections en la película animada Mulan. Después, a caballo de una sola canción, Genie in a bottle, llegó al primer lugar del ranking en Estados Unidos. La RCA gastó un millón de dólares en publicidad y logró que su álbum debut tuviera vendidas dos millones de copias por encargo una semana antes de salir a la venta. “Esta es una carrera muy loca –dijo ella después, con un año de perspectiva–. Crecés muy rápido. Tenía 17 cuando empecé a grabar el disco. Pero no es que el año último se me ocurrió ¡Oh!, me gustaría cantar. Es algo por lo que realmente trabajé.” El trabajo dio sus frutos. En 2000, el disco llevaba vendidas más de diez millones de copias en el mundo y le había valido el Premio Grammy como revelación del año. Fue tapa de Rolling Stone, grabó una canción para la película Moulin Rouge y hacia fines de 2000 sacó un álbum en español, Mi reflejo, que desplazó de la lista de éxitos latinos de la revista norteamericana Billboard a la colombiana Shakira, otra estrella pop ya crecida que grabó su primer disco a los 13 años. En la Argentina, según BMG, Mi reflejo vendió 114.000 copias. Christina sostiene que lo grabó en español porque ama el idioma y la hace sentirse en contacto con sus raíces, y no porque ambicione conquistar el mercado latino. Claro que los malos de siempre dicen que tuvo que aprender las canciones por fonética, porque no entiende una palabra de español.
Este triunfo a quemarropa tiene su lado oscuro: la crítica suele no respetar a estos best sellers musicales: pocos se detienen a hablar de sus capacidades o incapacidades vocales o compositivas para aterrizar directamente en el desprecio que les produce el fenómeno.
Aunque hay quienes dicen que es probable que suceda con estas chicas lo que con Madonna o Michael Jackson –dos actuales reyes del pop que en su momento recibieron críticas escandalosamente malas y hoy son dos figuras de culto–, ellas navegan aguas movidas entre la admiración incondicional de los fans y la mirada torcida de críticos y colegas. El mundo musical arremetió también contra las estrellitas pop. El rapero Eminem dijo que “las bandas de chicos y chicas son artificiales. Las fabrica un productor, no tienen ningún talento. Backstreet Boys, Britney Spears, Christina Aguilera: son todos una basura. Estoy harto de esos grupos que sólo saben rimar fuego con deseo”. Damon Albarn, del grupo Blur, inventó junto al dibujante Jamie Hewlett (conocido por el cómic Tank Girl) la primera banda virtual del planeta: Gorillaz. El proyecto, que aseguran empezó como un divertimento entre un disco y otro de Blur, se fue tanto de cauce que Gorillaz lleva vendidos cinco millones de discos, y hay quienes sostienen que el invento dista de ser inocente. En una entrevista publicada por el Suplemento Si de Clarín en noviembre de 2001, Albarn decía: “Si un chico de 12 años va a la disquería, se encuentra con la disyuntiva de comprar nuestro disco o el de Westlife y nos elige, me hace pensar que el mundo no es una causa perdida”.
Claro que hay quienes sostienen que la única diferencia que existe entre Spears y Gorillaz, entre los Backstreet Boys y Emimen, no es el talento, sino, simplemente, una estrategia de marketing distinta.
Nacen estrellas por TV
Al fenómeno del pop adolescente vino a sumarse otro: el paso a paso de la construcción –televisada– de una joven estrella del pop. Programas como Making the band y Popstars hicieron visible lo que hasta ahora permanecía innominado: los megacastings de los que salen las bandas. Making the band es un producto para el que se aunaron el productor ejecutivo Lou Pearlman (el hombre que estuvo en la producción de N’sync y Backstreet Boys, y que debió afrontar juicios de ambos en su contra por problemas financieros), la cadena ABC y MTV Productions para formar un grupo de cinco varones jóvenes llamado O- Town. El programa comenzó a emitirse por ABC en marzo de 2000 y a propósito del mismo, el crítico musical norteamericano Fred Kovey, de PopMatters, escribía: “Es precisamente porque Making the band es tan divertido que es fácil olvidar cuánto acerca de la cultura de las boys bands nos cuenta el programa. En un episodio de Making the band, los muchachos llegan tarde a una práctica de canto porque la noche anterior se han quedado despiertos hasta tarde. En un momento de enojo, su entrenador vocal le dice una cruel verdad: que todos ellos son reemplazables, que si no van a ponerse las pilas para hacer el trabajo habrá otros que quieran hacerlo, y que el producto final no será peor por eso. Es la realidad alrededor de la que giran las boys bands. Los chicos son talentosos, pero no es su show; son actores, no directores, y siempre habrá un suplente. Claro que hoy en día, las estrellas del pop significan tanto para las chicas como los Beatles o los Stones significaban para sus fans 35 años atrás. Al mismo tiempo, estoy de acuerdo con la idea de que la gran música no debería ser prefabricada. El elemento místico se pierde. ¿No debería haber más sustancia, más lucha, más tiempo gastado tocando en garajes? Por otra parte, estos chicos ya están haciendo su propia mitología. Para ellos y para sus futuros fans, ese horrible shopping de Orlando es The Cavern Club. Yo nunca diría que O-town es el equivalente artístico de ninguno de los grandes del rock and roll, ni siquiera de Billy Joel. Pero si te estás preguntando acerca de la boys band manía, si no la podés entender mirá Making the band. Mirá el trabajo que hay que hacer para crear un fenómeno pop, y quizás entiendas lo que los chicos más jóvenes ya entendieron.
Popstars, el formato que la productora Pearsons lanzó en Australia y se expandió como fuego por más de veinte países, llegó a la Argentina de la mano de RGB, la empresa de Gustavo Yankelevich. El 26 de noviembre último Azul Televisión ponía al aire el primer programa de Popstars (Disney Channel, claro, ofrecía más Popstars todos los días, a las 20, mientras su aliada Radio Disney esparcía las voces de las chicas con mucha generosidad), una selección más o menos natural de 5 mujeres sobre 2500 que habían respondido a la convocatoria en el estadio de Ferro. Un jurado formado por Afo Verde –director artístico de la discográfica BMG Argentina–, Fernando López Rossi, Magalí Bachor y Pablo Ramírez eligió al grupo definitivo formado por Valeria, Lissa, Lourdes, la colombiana Ivonne y Virginia. El programa se llevó los laureles de la crítica especializada (que alabó su transparencia y perfecta sencillez), el fanatismo del público y las coronas del rating: el miércoles 7 de noviembre midió 18.5, ganándole a El sodero de mi vida, de Canal 13, que midió 15.4, y a Poné a Francella, de Telefé, que hizo 14.5. La banda formada, Bandana, arrasó: las entradas para presenciar el debut del grupo en el teatro Gran Rex se vendían a todo galope aun cuando el programa no había revelado quiénes eran las integrantes. Agotaron cinco funciones entre el 30 de noviembre y el 2 de diciembre, y agregaron dos más, el 5 y 6 de enero. La canción Maldita noche era un hit antes de estar registrada en CD, y el disco que grabaron fue oro en dos días y platino en una semana. Afo Verde dice que no comparte la idea de fórmula prefabricada.
–¿Qué cosa del mundo no es así? No hay diferencias entre poner un afiche ofreciendo una oportunidad masiva y el pibe que pone un aviso en un pasquín diciendo Busco baterista. Me suena irrespetuoso pensar en una cosa prefabricada. Estoy feliz de lo que están viviendo estas cinco tipas, por eso nos enojaba cuando hablaban de Popstars como de un reality show, porque acá no hace falta solamente estar vivo para participar. Acá tenés que tener talento. En la convocatoria la edad era clave. Este país da pocas oportunidades y es probable que chicas con talento increíble prefieran seguir estudiando algo seguro. Entonces decidimos convocar desde los 16.
Claro que el programa que jugaba al más extremo de los exhibicionismos (mostrarle al público cómo se construye una banda de la que se espera éxito instantáneo) no lo mostró todo lo que debía.
Las chicas que quedaron eliminadas en la penúltima prueba recibieron una breve explicación por parte del jurado, que había advertido que en las últimas instancias no iba a dar motivos específicos acerca de por qué ellas no: les dijeron, simplemente, que eran talentosas, pero no coincidían con lo que estaban buscando.
Lo que no contó el programa, lo que nunca dirán, fue, precisamente, qué estaban buscando.
–¿Tuvieron en cuenta poner una rubia, una morocha, una colombiana, para entrar en el mercado latino?
–No, para nada –desmiente Afo Verde–. Lo que nos convenía, demagógicamente, era que Daniela, por ejemplo, la chica de la iguana, quedara. Pero cuando hicimos la prueba en el escenario fue claro que no era, y en cambio Valeria que no iba a estar terminó estando, porque cuando le tocó cantar se le rompió el micrófono y ella puso las manos ahuecadas sobre la boca para cantar y ni tuvimos que hablarlo. No nos convenía que quedara Ivonne, nos convenía que quedara una argentina. Pero ella nos partió la cabeza. Lourdes nos terminó de convencer por el esfuerzo que puso para aprender a bailar. Yo no estaba convencido de las dotes vocales de Virginia, y un día en el almuerzo se puso a cantar y dije: A la pucha. Lissa ya nos mataba y nos terminó de matar cuando se puso a hablar. Me encantó eso del jurado. Dejarnos llevar, no elegir con una estrategia, que nadie dijera: ¡Huy!, Lissa se come las eses. Me encantó plantear la sospecha acerca de Valeria, la hija de Gastaldi, el marido de Marcela Tinayre, que decían que estaba acomodada. Nos convenía que no quedara Valeria, que quedara Daniela. Era facilísimo ser demagógico.
Delfina Oliver es cantante de jazz, trabajó en muchas comedias musicales, enseña canto y tiene, por cierto, una visión poco inocente del asunto.
–Yo creo que hay un tema fuerte con la imagen. Con cinco chicas tenés que identificar a la mayor cantidad de población. Virgina y Valeria son finas, le dan un touch. La colombiana es muy colombiana, y las otras dos son rollinga. Daniela, la de la iguana, me parece que no quedó por el look, pero yo no hubiera dudado en ponerla a ella o a Solange, o a Belén Scalella. Virginia y Valeria me parecen buenas, pero estándar. Bueno, yo no soy productora de discos. Los productores saben cuánto necesitan de talento y cuánto pueden arreglar en un estudio.
Adriana Cabrera, directora de la revista Nueva Pop, dice: –Las chicas se sienten identificadas porque no hay un enfrentamiento de ella es una diosa y yo no. Piensan: “Ella es una estrella pop y si yo hiciera un esfuerzo, podría serlo también. Si Britney nació en un pueblito de mil doscientas personas, por qué yo que nací en Venado Tuerto no puedo ser famosa”. No hay rivalidad. No son diosas que nos vinieron a sacar los novios. Estos grupos tratan de gustarle a una amplia gama de chicas, entonces te ponen a la buenita, la zafada, la rebelde, y vos por alguna entrás. Aunque si pensás en el rock, Limp Bizkit, Limpin Park, son lo mismo y están dirigidos al mismo mercado, al público que compra: los adolescentes. Cuando terminan el secundario y tienen que trabajar ya no compran tantos discos. Yo tengo más de 30 y pasé de Los Parchís a los Bee Gees. En el medio no había nada. Ahora hay una gama de productos para adolescentes que antes no había.
Diseñados para vender: ¿cuál es el problema?
Alejandro Varela, director de marketing de EMI, la compañía en la que graban Britney, Backstreet y N’sync, dice que en el primer disco es probable que el marketing lo sea todo, pero que nada se sostiene sin talento.
–No sostenés un producto bien marketineado si no hay talento. La negación del talento de estas figuras pasa por un prejuicio por el estilo musical. Si hacés pop, el crítico no se detiene en el talento. Lo descarta desde el vamos y hace una lectura de fenómeno marketinero. Es un negocio de alto riesgo, el marketing para estos productos es muy caro, y por eso nosotros nunca hemos desarrollado una banda nacional de este tipo. Las chicas de Bandana cantan bárbaro y es innegable que están buscando la imagen, pero como la busca el cantante de Aerosmith, o como la actitud de Daft Punk de no sacarse fotos, o la de los Redondos de no hacer notas. Eso es marketing también. Los Rolling Stones también son puro entretenimiento. Artistas puros hay cinco: Bob Dylan, Gieco, y pará de contar. A mí me preocupa que se considere a la banda teen un género menor, cuando requiere de talento, laburo y profesionalismo. Los que hablan de marketing quieren dejar entrever que se engaña a la gente y eso no es así. Pretenden que la industria discográfica tiene el poder, y la industria no tiene poder de nada. Sos un intermediario entre un hecho artístico y la gente. Pero no podemos inducir a que lo compren. Mi mensaje sería: que no subestimen a la gente.
Daniel Amiano, crítico musical de La Nacion, cree que el pop es una inversión millonaria (millonaria publicidad, millonarios videos) por la que las discográficas esperan resultados concretos: por lo general, dinero.
–Todo está diseñado para vender, pero ninguna discográfica va a reconocer eso –explica–. Estas bandas están dirigidas a un mercado, que es el que más discos compra: los adolescentes. Es un producto de entretenimiento que toma estatura artística porque la gente cree que consumir música es cultura, y los pibes creen que el éxito es esa cosa histérica e instantánea, pero eso es lo peor, convencerlos de que el artista es eso y el artista no es eso. Pero, bueno, Spinetta siempre vendió pocos discos. El programa Popstars es terrible. Se le muestra a la gente cómo se fabrica una estrella, y la gente lo mira y lo sigue comprando como si fuera maravilloso. Esto es pura producción. El manager les dice bueno, ahora tienen que decir que tienen novio, ahora no, ahora hagan esto, lo otro. Y si te gusta cantar, es el sueño del pibe. Las compañías se están aprovechando de la vocación y les hacen cantar cualquier cosa. Nadie le dice a la gente esto es un entretenimiento.
El filósofo y escritor Alejandro Rozitchner sostiene que los prejuicios contra este tipo de música, este tipo de banda y este tipo de edad, son, simplemente, prejuicios.
–Me parece absurda la distinción entre arte y divertimento. El arte circula como mercancía y eso no disminuye su calidad, si es que la tiene. No es relevante la forma en que un grupo se forma, sino la calidad. Un grupo no es peor por el hecho de que alguien convoque a los músicos como a trabajadores de la música. En las orquestas más prestigiosas del mundo ocurre así y nadie las cuestiona por eso. El puritanismo crítico que señala esto como una impureza desprecia, en la volteada, a millones de fans que encuentran en estos artistas una experiencia estética que los gratifica y, probablemente, les enseña muchas cosas. El arte no se piensa, se siente, y a cada uno su tipo de arte. Dejemos que la gente guste de lo que quiera gustar en paz. Por otra parte, la humanidad gusta de sorprenderse de que los chicos muy chicos puedan hacer cosas notables. Hay seguramente chicos prodigios en el campo de la música clásica o el rock. También hay que pensar que dado que estas chicas basan parte de su arte en una exhibición de sensualidad, la comunidad encuentra una manera de hacer visible y aceptable la sexualidad de las edades tempranas, que es un fenómeno no del todo aceptado, pero muy potente. Desde ese punto de vista me parece sumamente saludable que existan estrellas sexy de poca edad. Y si estos chicos son el modelo de millones de adolescentes, eso nos dice mucho de esos fanáticos adolescentes: de su ambición, sus ganas de vivir, de triunfar, de ser sensuales y atrevidos.
Lo que nadie cuestiona de estos productos discográfico-televisivos es que el premio es loable: trabajo. El ladrillo fundacional de una posible carrera, aun para las que no quedaron seleccionadas. Solange Pratt, por ejemplo, una pelirroja que no quedó en el grupo, acaba de sacar un disco en forma independiente: Shake.
–Es probable que los productores tomen ventaja de la situación –dice Delfina Oliver–, pero para las chicas me parece brutal. Antes, la ambición de todas era ser modelo. Esto, en vez de no comer, las va a impulsar a cantar. Por lo menos, la fama las chicas de Bandana la logran con talento. No echadas como un lobo marino en Gran Hermano.
Una variante al modelo
Daniela Herrero sólo comparte con las estrellas pops la edad temprana: 16 años. Prefiere el rock y el blues, y en su cuarto tiene un póster de Javier Calamaro y una foto suya custodiada por dos de Joni Mitchel.
–Es como que me protege.
Hija de una familia de músicos, debutó en 1999 en Oliverio. Su primer disco lo grabó gracias a que papá recorrió discográficas con un demo hasta que en Sony se interesaron. El disco, que tiene dos temas propios, recibió buenas críticas, salió hace cinco meses y tuvo ventas más que decentes: ya es casi Disco de Oro.
–El problema –dice Daniela– es ir al colegio y trabajar. Además, estoy rodeada siempre de gente más grande. Por ahora la discográfica no me impone ninguna imagen. Cuando una es joven la relacionan con una chica pop teenager, pero la compañía no me ve así. Me ve como algo creíble, de verdad. Eso es un privilegio. Yo siempre me cuestiono qué pasa si un día me preguntan si quiero hacer un grupo tipo Spice Girl. Jamás lo haría, la limousine no me interesa. Lo que busco es que mi música perdure en el tiempo. Pero ahora me parece que tenés más oportunidades si empezás más chica que si empezás a los 20. A mí las chicas de Bandana me parecen bárbaras, aunque no es mi estilo. Los grupos sacados de casting... no sé, me suena un poco a invento, pero la verdad es que los respeto. Y está bárbaro, porque las chicas están supercontentas.
Su manager es Adrián Canedo, manager también de Los Caballeros de la Quema, además de representante en lo comercial de Fito Páez, Alejandro Lerner, Divididos y Diego Torres.
–Escuché la canción de ella, Solo tus canciones, y salí corriendo a entrevistarme con el padre porque dije: Acá hay una artista. Es la primera vez que trabajo con una adolescente. Sabía que iba a ser complicado, pero me parecía un desafío formar una relación desde cero, desde el primer ladrillito. El aspecto más complicado es... que va a la escuela. Combinar su agenda profesional con la escolar. Es raro trabajar con un adolescente, más que nada porque le pueden dar fiaca ciertas actividades promocionales, o ciertos viajes, o aprender inglés que es muy necesario, o arreglarse para aparecer en la tele.
–¿Si hubieras escuchado la canción de Daniela hace seis años, le hubieras propuesto ser su manager de todos modos?
–Si Daniela hubiera tenido 15 años seis años atrás, cuando todavía no estaba este boom de las teens, hubiera ido atrás de esa artista sin fijarme en la edad. El artista es más que eso y, además, en la cancha se ven los pingos. Es cierto que hay un fenómeno de productos jóvenes y las discográficas buscan artista de menos de 20, pero también es cierto que la canción de Moulin Rouge de Christina Aguilera es un temazo.
Fanáticos, pero no zonzos
Un breve recorrido por la opinión de los fanáticos de grupos y solistas no ofrece un panorama de gente inocente dispuesta a ser engañada. Daniela Aloma tiene 19 años y es coordinadora del Westlife Fan Club Argentina, un grupo de irlandeses de entre 21 y 23 años que surgió en 1999.
–Por qué denigrarlos si hay un montón de gente a la que le gustan. Dicen que están manejados por los managers, pero todas las bandas tienen mucha publicidad. Claro que todas las boys band son prefabricadas. A Westlife les sacaron dos integrantes, y les pusieron dos nuevos que cantan y bailan bien, pero que también son rubios, relindos, y eso fue obviamente para que atraigan la mejor cantidad de público, pero yo no me siento manipulada.
Heber Olmedo tiene 23 años y es fanático de Shakira. Servicio de lavandería, su último disco, fue Platino en la Argentina una semana después de su lanzamiento. Heber pertenece al fan club Diosa de la Luz. La sigue desde que no la conocía nadie.
–Shakira no es una moda. Las bandas de moda como los Backstreet son negocio para los de arriba, no para ellos mismos. Yo creo que, por otra parte, Britney y Aguilera son más producto, pero Shakira tuvo que luchar. Pero si Shakira o Aguilera pueden ser tapa de Rolling Stone es porque todo se comercializa. Podés decir no me gusta, pero vende. ¿Por qué, si no, la sacás en la tapa de la revista? La gente pide eso, y si la gente pide eso... debe estar bien.
Christian tiene 16 y supo ser fanático de Britney, pero perdió tanta pasión cuando advirtió olor falso en su estrella favorita.
–La transformaron en marca registrada. Pura venta. Y eso me molesta. No hay nada atrás. Ahora Bandana está arriba porque está en la tele. Pero acordate: desaparece la tele y Bandana desaparece. No es talento, es televisión.
Cintia Peña tiene 17 y es la presidenta de Sometimes, un fan club de Britney Spears.
–Britney se va amoldando a lo que le gusta a la gente. El tema ahora es vender, y ella vende lo que quiere la gente. La gente quiere que se ponga una remera más corta, se la pone. Si no se la pone, no vende. No me parece mal. De última, es su trabajo.
Majo es fanática de los N’sync: –Me parecen di-vi-nos. Para mí son los mejores, por más que sean de casting son una banda repoderosa. Me gustan como hombres. Me encantaría ir a un recital, que alguno me mire y se enamore de mí. Sé que no va a pasar nunca... pero tengo 17. Si no tengo ilusiones para qué vivo.
Gimena tiene 15 y es fanática de Christina Aguilera, pero sin fan club a la vista.
–Me parece que esto de que una es la buena y la otra la mala lo inventan las discográficas, para que las que compran Britney no compren Christina y al revés. Igual, no me veo a los 30 escuchando a Christina Aguilera. Pero mi hermano, que tiene 23, me dice que cuando él tenía mi edad escuchaba cosas que ahora ni a palos escucharía, que no me preocupe.
Y ella, claro, disfruta y no se preocupa.
Público infantil, artista adolescente
¿Por qué estos chicos musculosos y estas chicas de ombligo de seda se sacan los ojos por un público que promedia los 14, cuando ellos tienen 19 o 21? Hay quienes dicen que muchos usan este comienzo como un trampolín para carreras solistas, hay quienes dicen que les sirve para una carrera cinematográfica (a propósito, Britney estrena película propia en febrero), y hay quienes dicen que los millones de dólares siempre son dulces dulces cuando vienen tantos y tan juntos.
Por eso deben ser tantas las que quieren.
–Si tenemos 300 alumnas, 240 vienen a aprender pop.
Asegura Hebe Murray de Azumendi, socia y dueña del taller de música Pianissimo, que ya tiene dieciséis años en Buenos Aires.
–Hubo una época en que todos venían porque querían tener una banda como Génesis. Ahora lo que quieren ser es pop stars: todos saben bailar, hacer coreografías.
Delfina Oliver dice que en los últimos tiempos sus alumnas la deslumbran con voces musculosas, chorros de sonido perfectos desde edades tan cortas.
–Empiezan a los 7 u 8 años y a los 21 son monstruos. Tienen fogueo escénico, años de baile. Lo de Popstars es una gran oportunidad y yo noto el boom: todas vienen porque quieren ser Popstars. El programa les sirvió porque vieron la realidad. Si no, creen que llegar es fácil, y sufrís mucho, la pasás mal. Esta carrera depende del talento, de la suerte y de la oportunidad. Con talento solo no hacés nada.
Es probable que el talento solo no sostenga las ventas oceánicas que caracterizan a estos grupos. Sólo por poner un ejemplo, en Inglaterra, el primer single de la banda Hearsay, salidas del programa Popstars británico, vendió 600.000 copias en una semana, cifra que sólo superó Candle in the wind, de Elton John, cuando la muerte de la Di, princesa.
Dicen que ya nadie las recuerda, pero la fama, corta o larga, es fama al fin. Paula Kaminsky, directora de marketing de BMG, asegura que el aluvión de seis mil fans en el Shopping Abasto cuando en noviembre las Bandana convocaron para una firma de autógrafos, le trajo un viento de épocas mejores.
–Me hizo sentir que era Argentina hace diez años, como que la música vuelve a tener esa cosa... apasionada. Me parece que antes los grupos de chicas eran grupos de chicas para chicos, onda Las Primas, y me parece que lo que provoca esto es que chicas que tienen el mismo sueño sienten la esperanza de que ellas también pueden.
El show
Es curioso tener la certeza absoluta de que en breve uno estará presenciando el mejor día de la vida de cinco personas. Pocas veces hay oportunidades así.
El teatro Gran Rex –sábado 1º de diciembre, 21.30– rebasa de mujeres: 8 años, 10, 12. Pocas de 14 o 16. Todas diseñadas por el asesor de vestuario de Barbie: rosa, blanco y turquesa en musculosas que dejan a la vista sus ombligos todavía escuálidos; pechos flacos que rellenan apenas remeras de las Chicas Superpoderosas; el pañuelo insignia de Bandana aplastando pelos vibrantes de pubertad.
Todas chillan, y en el escenario todavía no hay nadie: apenas el gran chicle de Popstars revolcándose sobre sí mismo en pantalla gigante. Después el teatro se oscurece y una voz en off arenga que ese sueño que vas a ver también puede ser el tuyo: vos podés ser Virginia, Ivonne, Valeria, Lourdes, Lissa. Sólo tenés que seguir tus ilusiones.
El teatro aúlla cuando llegan ellas, las del sueño cumplido. Es el segundo día de shows y debe ser impresionante ser tanto tan de golpe, un teatro volcánico cuando hace un mes la vida era San Justo o Barrio Norte sin demasiados sacudones. Una adolescente en la fila catorce no ha dejado de llorar desde el primer tema. Mujeres de 8, de 10, mastican historias de hombres que se van, varones guapos que le rompieron el corazón, aúllan cuando las cinco desde el escenario les insisten que tú también puedes si pones garra, ilusión, esperanza.
Dos horas más tarde, tres cambios de vestuario de por medio, todo termina. Los destinos se separan: las del público salen eufóricas a comprar la vincha y la remera con la cara de su chica preferida, y las cinco magníficas, en camarines, deben estar radiantes de euforia.
Reinando, eternas o fugaces, sobre su porción espumosa de rosado sueño pop.
Melody: mi pequeña genio
Melody, nacida Melodía Ruiz Gutiérrez, tiene 11 años y nació en Dos Hermanas, en las afueras de Sevilla, el mismo sitio donde nacieron Los del Río, la banda que pergeñó el fenómeno millonario de cierta canción llamada Macarena. Durante el verano europeo del año 2000, España se inundó con el tema El baile del gorila entonado por la voz finita de esta nena más finita todavía, con el pelo por la cintura, los abdominales marcadísimos, la boca delineada, las uñas largas y blancas, que aparece en los videos rodeada de jóvenes musculosos que la triplican en edad. Su primer disco, De pata negra, fue editado por Sony cuando El Fary, un conocido artista de rumba flamenca, se presentó en Sony con el demo y el milagro se hizo: el disco lleva vendidas en España más de 200.000 unidades y El baile del gorila es comparado con el megaéxito Macarena.
–Yo estoy haciendo esto porque a mí me gusta –dice Melody por teléfono, desde Sevilla–. Tengo mis cosas de niña, bien normal, pero siempre me ha gustao lo de cantá y bailá. Hombre... no sé cómo me veré cuando tenga 18 año, pero ahora, bueno, yo cuando saco un disco quiero que lo bailen musho. Mi dinero siempre se lo doy a mi madre. Que me compró mi coche...
–¿Pero vos manejás?
–No, pero mis padres sí. Mamá... ¿¡qué coche me compraste!? ¡Que qué coche me compraste! ¡Ah!, bueno. El Peugeot 607 dice que me compré. Lo elegimos entre todos. Es de color azul.
Lorenzo Ruiz Molina, el padre de Melody, tenía un grupo de rumba y dejó su carrera musical de 27 años y diez discos para ayudar a la nena.
–Así son las cosas. La vida aquí es así. Uno está luchando tantísimos años y ver que ha sido tu hija la que está gustando por todos lados es una cosa bonita. Es muy bonito ver una cosa que tú no la has podido conseguir y la ha conseguido ella. Melody lo que tiene que hacer es disfrutar, que yo ya me encargaré de lo demás. Puede durar un año, dos o más. Uno no sabe.
–¿No le parece injusto que usted con 27 años de carrera no haya tenido éxito y la nena en pocos meses...?
–No, no. Que tenga la oportunidad que yo no pude tener. La vida es así aquí.
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