La hora común
Sandford Fleming no lo hubiera logrado aquí, pero en 1884 una reunión en Washington acordó la hora mundial estándar basada en una propuesta suya
En un libro reciente, Time Lord (El amo del tiempo), el ensayista Clark Blaise dice que la hora estándar, algo que solemos tomar como perfectamente normal, es en realidad "la expresión suprema de control humano sobre las fuerzas aparentemente arbitrarias de la naturaleza". Y por él nos enteramos de que todo empezó cuando sir Sandford Fleming, un ingeniero canadiense, perdió un tren en 1876 y se vio obligado a pasar la noche en la estación de un condado irlandés debido a una errata en la planilla de horarios. Fleming llegó puntualmente para tomar el tren de las 5.35 p.m., pero el tren, desafortunadamente, también había partido puntualmente, a las 5.35 a.m. Durante sus horas de espera, Fleming elaboró la idea, simple pero nunca antes concebida, de medir el tiempo en un ciclo de 24 horas. "¿Por qué dividir en dos el recuento de las horas, contando dos veces hasta 12? ¿Somos tan estúpidos que no podemos contar más allá de 12?", se pregunta Blaise, parafraseando a Fleming.
De este modo, Fleming elaboró una complicada teoría de zonas horarias basadas en los grados de latitud, pero sin ningún meridiano base (finalmente, el espíritu práctico prevaleció y se estableció un meridiano base). Entre 1870 y 1880, el ingeniero había dirigido el proyecto de creación del Ferrocarril Canadiense del Pacífico, destinado a unir la Columbia Británica con Toronto. Pero durante el verano en el que perdió el tren, Fleming estaba de licencia y, por lo tanto, tenía tiempo suficiente para ocuparse del tiempo y convertirse, según Blaise, en el verdadero creador de la hora estándar: "Fue el primero en darse cuenta, y el primero en señalárselo al resto del mundo". En el mundo preindustrial, la hora era una cuestión local: las ciudades medían las horas contando a partir del mediodía solar, tal y como era revelado en la esfera de un reloj de sol. Los vecinos podían vivir en diferentes horas y minutos, pero "nadie podía alejarse tanto ni tan rápido en un solo día, y menos en una sola hora, como para confundirse demasiado".
En 1850, Inglaterra fue el primer país que implantó una hora estándar, rigiéndose por el mediodía establecido en el Royal Observatory de Greenwich, y muy pronto la iniciativa fue seguida por otros países europeos. Por supuesto, casi todas ellas eran suficientemente pequeñas como para caber en una sola zona horaria. Las cosas eran mucho más complicadas en América del Norte, donde cada comunidad tenía una hora propia. Las compañías de ferrocarril establecían sus horarios según los relojes de cada estación, independientemente del destino final de los trenes. Esto provocaba que mucha gente perdiera el tren cuando se veía obligada a hacer transbordos y combinaciones, y todo el mundo estaba sometido a cálculos pesadillescos. Al final, cada comunidad empezó a atenerse a la hora que marcaban los relojes de las principales ciudades, de modo que, a principios de la década de 1880, las zonas horarias oficiales eran apenas 44. Sin duda, debe haber sido interesante tener a mano algunos de los enloquecedores horarios de los trenes de esa época: "Si un pasajero quería saber a qué hora llegaría a destino -dice Blaise-, tenía que tener en cuenta el tiempo que demoraba el tren que lo llevaba allí, y hacer la conversión entre la hora local del sitio donde embarcaba y la hora local que regía en su sitio de destino".
El tiempo era el tema de la época, dice Blaise. Mientras Fleming trataba de establecer un sistema de medición mundial, el educador Charles Dowd y William Allen, el secretario de la American Railway Association, se dedicaron a establecer una hora estándar en sus respectivos países. Estos esfuerzos dieron fruto en una reunión realizada en Washington en 1884, convocada por el presidente de los Estados Unidos, Chester Arthur. De las 25 naciones invitadas, asistieron 19. Fleming fue representante honorario de Canadá. Después de muchas discusiones -especialmente entre los delegados de Francia e Inglaterra- acerca de dónde se establecería el meridiano base, nació la hora estándar. Se estableció en Greenwich el punto de partida, se dejó sentada la fecha internacional y la división del mundo en 24 zonas horarias entró en vigencia. Como acota Blaise, "la naturaleza se mostró atípicamente bien dispuesta a acomodar las 24.000 millas de circunferencia de la Tierra en un día predeterminado de 24 horas."
Hubo algunos agregados ulteriores, como la introducción de la hora Zulu, el reloj de 24 horas originalmente concebido por Fleming, que usan las líneas aéreas y los militares, y la Hora Universal Coordinada (conocida como UTC) que ha reemplazado a la hora de Greenwich en todas partes, menos en Inglaterra. La historia de Fleming termina con el éxito de la reunión destinada a establecer el meridiano 0.
Pero Blaise se lanza luego a explicar la significación que tiene la sistematización del tiempo para todos, pero especialmente para los genios creativos. "La necesidad de manipular el tiempo es esencial para todos los descubrimientos técnicos, intelectuales y artísticos del siglo XX", afirma. Y agrega que los artistas siempre consideraron la hora estándar como una creación mezquina y racional de ingenieros e industriales, e hicieron lo posible por destruirla. La banda de anarquistas de El copartícipe secreto, de Joseph Conrad, por ejemplo, se propone hacer explotar el Observatorio de Greenwich, y en Absalón Absalón, de William Faulkner, "las dos caras del tiempo se funden, los muertos vuelven a la vida, el pasado se convierte en presente". Los ejemplos de Blaise se multiplican, pero, ¿necesitamos de ellos para entender que la hora estándar ayudó a dar forma al mundo moderno? En realidad, no. De ahora en más, simplemente deberemos recordar a Sandford Fleming cada vez que planeemos un viaje largo o una llamada de larga distancia a un país lejano.