No hay un solo día en que la música no esté presente en la vida de Fernando Ruso. Para él, las bandas son como el aire que respira. No importa si es rock duro de los 80, pop liviano de los 90, glam rock fashionista, tango, folclore o metal. Todo forma parte de su dosis diaria de felicidad. A Fernando sus amigos le dicen Pitu y hoy es el referente de uno de los principales clubes de música en vivo. Junto a su socio, Matías Ramos, está al frente del lugar que se convirtió en refugio de próceres del rock nacional: Skay Beilinson, Charly, Los Twist, Fito, entre otros: Makena Cantina Club.
Makena es cantina, bar, al mejor estilo honky tonk, con tragos, música y una propuesta gastronómica que sorprende, porque –tal como comenta Fernando– "no esperás comer bien si vas a ver bandas".
Del amor por el rock y de la necesidad de rescatar un restaurante familiar que no funcionaba demasiado nació Makena Cantina Club.
Pitu nació en el barrio de Belgrano, en una familia tipo de clase media, con padres grandes que parecían abuelos y hermanos que hacían de papás. Fue el menor de tres y aprendió todo del primogénito, con quien compartía cuarto, gustos musicales y la viola. Pasaba noches enteras pegado al Marshall en su cuarto, mientras agitaba la melena; en los años 90, su pelo pasaba los hombros y se acomodaba de costado. Resonaban los acordes clásicos de Charly, Virus o Vox Dei, en una época en la que todos escuchaban a Los Piojos o La Renga.
"En ese momento yo era un adolescente flacucho, inquieto, con muchas tardes libres y amigo de grandes músicos. Papá trabajaba en Philips y en casa siempre teníamos lo último en tecnología para reproducir o amplificar. Todos se tentaban para venir y tocar. Ya de chico perfilaba como un gestor del rock, aunque quería ser futbolista y ese era mi sueño. Me convertí en un jugador de otra cancha", cuenta Pitu, sentado en el sillón más grande de los cuatro espacios de Makena.
Vestido con una original combinación de pantalón sport, remera estampada y cárdigan, detrás de él las paredes están decoradas con fotos de conciertos que se vivieron ahí mismo. Aún la energía persiste en el ambiente de esos años en los que ver en vivo a Madness se trataba solo de una actividad más de sábado por la noche. "Acá tocaron todos", dice orgulloso.
Cuando Pitu tenía 23 años, decidió dejar un poco la viola y cortarse el pelo para buscar trabajo. Entró en la Cervecería Quilmes en Marketing, mientras se especializaba en las diferentes áreas del mercado en la UCES. Se convirtió en un empresario de la disciplina con un puesto consolidado, proyectos, música y muchos viajes. Estaba a un paso de ser líder, pero al mismo tiempo, sus dos hijos chiquitos crecían y él no estaba para acompañar. Eso lo hacía dudar y pensar.
"El trabajo no estaba mal, progresaba, con música, festivales y una agenda cargada de negocios del rock. Pero el mundo corporativo me tomaba mucho tiempo y parecía un poco soso. Si no daba un volantazo a tiempo, ese mundo se iba a propagar y ya no había marcha atrás. Por fortuna –para mí–, la oferta de viajar a Córdoba con Quilmes para manejar los festivales fue la excusa perfecta para frenar un poco y pensar. Hacía 10 años que no paraba y no quería seguir siendo parte del formalismo empresarial. Decidí no agarrar viaje, pedí el retiro y me fui con una buena carta de recomendación. Mi plan era seguir trabajando en marketing, pero sin viajes largos o rutinas corporativas. Los primeros seis meses fueron duros porque no aparecía nada y me asusté".
Creció tanto de noche que ya no me daban los horarios para el trabajo diurno. Así que nos concentramos ahí, y apostamos fuerte a la comida: me interesa que la gente la pase bien en varios sentidos.
Una noche de 2007, unos amigos lo invitaron a un asado. Matías Ramos –su actual socio–, estaba ahí. Pitu le contó que estaba sin trabajo y su amigo tomó nota. En ese entonces, tenía una parrilla con su papá en Palermo que no iba bien y necesitaba hacer algo para que repuntara. Como el espacio tenía permiso para shows, Matías deslizó la idea de llevar bandas amigas para tocar. A Pitu esa idea le interesó y pensó que podían probar. Esa noche ninguno de los dos pudo dormir. Así nació Makena Cantina Club.
Al mes abrieron, el papá de Matías se sumó como socio capitalista y se empezaron a acercar muchos músicos amigos. En ese entonces era bien cantina club: de día servían tablas de mariscos y de noche había shows.
"Creció tanto de noche que ya no me daban los horarios para el trabajo diurno. Además, cuando un lugar es tan nocturno, le queda un espíritu muy fuerte y ya no da para abrir a las pocas horas. Así que nos concentramos ahí, y apostamos fuerte a la comida: me interesa que la gente la pase bien en varios sentidos", asegura.
La movida
La noche que inauguró Makena, Pipo Lernoud festejó su cumpleaños. Ni más ni menos que el periodista, autor, poeta, considerado fundador del rock nacional, convocó a sus amigos artistas para celebrar ahí.
"El Negro Medina y Skay Beilinson zaparon toda la noche. Fue tremendo, ni yo lo esperaba. Cuando me presentaron a Edu de Skay, yo temblaba de emoción mientras él decía que le encantaba el club para tocar con su banda. Dicho y hecho: a la semana me llamó para hacer un show a beneficio. La prueba de sonido esa tarde fue infernal: él solo con una acústica en el escenario alto; yo, paradito en el medio del bar vacío, a oscuras, escuchando. Hasta el día de hoy, me acuerdo de todos los temas que tocó", cuenta Pitu.
En el 2016, la gira de Scorpions trajo a Mikkey Dee –exbatero de Motörhead– al país. Un miércoles, después del show con los alemanes en el estadio Malvinas Argentinas, Mikkey pasó por el club y se dio el gusto de tocar unos temas. Jero Sica, de Viticus, quien organiza las bandas de los miércoles, compartió sus palitos y, en menos de cinco minutos, el bar empezó a sentir el rock más afamado de los años 80.
–¿Cuál fue la noche más divertida?
Todas, responde y recuerda la vez que Pity Álvarez fue a Makena para grabar su clip Noche con amigos.
"Yo me había quedado cuidando a mis hijos y mi mujer se fue al club para hacer todo el trabajo. A Pity ese cambio de roles lo flasheó y pidió que se modificara todo el guion del videoclip. En ese mismo momento, la historia giró en torno a las mujeres de los músicos de la banda que salían todas juntas a Makena, mientras ellos cuidaban de los hijos en la casa. Pity tiene esas improvisaciones".
Cuando se pregunta entre los músicos qué representa Makena hoy, salta el vínculo emotivo. Para Pablo Blanco, alias Terri (amigo músico de la casa), Makena tiene vocación de bar legendario: "Nos deslumbramos en otras ciudades del mundo por su bares míticos por donde pasaron y tocaron bandas grosísimas. Makena es uno de esos. Acá calentás la noche con tertulias lindas, te hacés amigos: todos músicos con un gran deseo de disfrute. No es fácil encontrar un lugar donde tengas diversidad de estilos musicales en vivo con un buen sonido, todos los días de la semana. Esto pasa con Makena".
Próxima estación
A pasos de Makena (en Gorriti y Humboldt), Pitu y su socio, Mati Ramos, abrieron Lucille, el segundo bar de la dupla. Una suerte de Makena reloaded que ya no significa solo bandas, sino que tiene cuatro etiquetas de whiskies, tablas de mar, donde suena jazz, blues, música afro y es el preferido de Charly García para sus aniversarios. Un bar sexy con un escenario acogedor, como preludio a un miniteatro y una gran puesta de sonido.
"Después de tanto recorrido, con Lucille queremos organizar espectáculos de alta calidad, menos concurridos, más sofisticados y más maduros musicalmente. Y quién dice que no abriremos otro club", concluye.
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