La historia del cruel médico que logró cambiar de cuerpo la cabeza de un mono
Robert J. White tuvo que enfrentarse a varios debates por someter a los monos a actos de crueldad
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Es probable que la ficción no haya superado a la ciencia y a la medicina en el sorprendente caso del doctor Joseph E. Murray, un hombre que logró el primer trasplante de órganos humanos de la historia.
Fue en 1945 cuando un grupo quirúrgico dirigido por Murray extrajo un riñón del cuerpo de un hombre sano y lo implantó en el de su gemelo, que estaba enfermo. Para la medicina de dicho año, este trasplante fue un logro insuperable.
La ambición: el alumno aprende de su maestro
El residente de cirugía general de Brigham, Robert J. White, con 28 años de edad, quiso elevar su ambición de la medicina y superar a Murray, asumiendo que podía reemplazar todos los órganos a la vez, trasplantando la cabeza de un paciente enfermo a un cuerpo diferente, según indicó el medio norteamericano The Washington Post.
Así, guiado por la codicia, White inició su aventura para conseguir su objetivo: realizar el primer trasplante de cabeza en humanos. Luego de un tiempo, dio con un voluntario: un paciente tetrapléjico con órganos defectuosos, Caraig Vetovitz, quien estuvo interesado en ser parte de la inteligencia de White, ya que afirmaba que no tenía mucho que perder: “Está bien, todavía seré tetrapléjico, pero viviré porque tendré un cuerpo mejor”.
Por su parte, la historiadora médica Brandy Schillace aseguró en el libro Mr. Humbre and Dr. Butcher que “esta es en parte la razón por la que White lo llamó trasplante de cuerpo, dejó de llamarlo trasplante de cabeza. Solo le están dando un trasplante de órganos, pero todos los órganos a la vez. Suena mejor cuando se piensa de esa manera”.
Sin embargo, esta cirugía que pintaba como expectativa para un cambio y una transformación en la medicina no se pudo realizar porque el costo era excesivo y algunos programas sensacionalistas lo llamaron a él y su paciente de 45 años como el “Doctor Frankenstein y su monstruo”.
Aunque Vetovitz no pudo ser parte de lo que sería la promesa insuperable en el campo medicinal, siempre defendió el nombre de White. “No es el tipo de persona que solo va a cambiar una cabeza, lo hará si existe una posibilidad muy alta de recuperación total. Sabe lo que es estar detrás de los ojos, porque lo ve todo el tiempo, ve la miseria”, explicó al periódico alternativo Scene de Cleveland en 1999.
Un objetivo codicioso
Para finales del siglo XIX, parecía imposible que los trasplantes pudieran tener éxito, ya que todas las técnicas que utilizaban médicos europeos y de otros lados del mundo terminaban convertidas en una perdición; un completo fracaso. Los intentos fallidos sucedieron a causa de que el cuerpo del receptor “interpretó el tejido extraño como una amenaza y creó un ‘agente destructor’ para eliminarlo”, como lo indicó un artículo del medio norteamericano citado.
No obstante, White procedió a realizar experimentos en primates para conseguir lo que el fisiólogo ruso Vladimir Demikho logró: crear un animal compuesto con ocho patas y dos cabezas funcionales. El médico, entonces, logró enfriar el cerebro de un mono y realizó cirugías experimentales para extraer el cerebro de un animal de su cuerpo y conectarlo al sistema circulatorio de otro; una intervención a la que él llamó “Operación Blanca”.
Para 1970, White superó las películas de ciencia ficción y todas las expectativas que hasta él mismo sostenía. En un quirófano de los Estados Unidos, tardó más de 18 horas traspasando una cabeza completa de un mono al cuerpo de otro. Pese a no durar mucho, fueron nueve días en los que el animal, aunque estuvo paralizado del cuello hacia abajo, no obtuvo ningún tipo de rechazo, como sí sucedió en los casos anteriores.
Una vida católica: la ética y lo moral como impedimento
White fue un católico que creó lazos de amistad muy fuertes con dos papas: Pablo VI y Juan Pablo II, quienes le pidieron que fuera parte de las juntas de bioética del Vaticano “que batallaban con los dilemas de la medicina moderna”, como reseñó el medio The New York Post.
“White sintió que estaba en el equipo de Dios. Él decía: ‘La guía detrás de mi mano cuando opero es de Dios. Y estuvo muy convencido, siempre, de que estaba haciendo lo correcto”, dijo la historiadora Schillace. Sin embargo, jamás obtuvo una bendición papal por su estrategia de extender “la vida de una persona injertando su cabeza en el cuerpo con muerte cerebral de otro ser humano”, según indicó el medio citado.
De hecho, a medida que los obstáculos se iban superando y los resultados cada vez eran más favorables, los animales iban siendo lastimados de las maneras más crueles y salvajes. Sin embargo, desde sus creencias religiosas, White consideraba que los animales carecían de un alma inmortal, y por ello, los fines justificaban sus medios.
”Los monos de laboratorio morían por el bien mayor de salvar vidas humanas”, aseguró el cirujano, según varios libros escritos sobre él, como Mr. Humbre and Dr. Butcher. Esta controversial declaración trajo consigo una serie de debates que le impedían que los avances se realizaran.
Tuvo enfrentamiento con la reconocida periodista italiana Oriana Fallaci y con la activista de derechos animales Ingrid Newkirk. En 2010, Robert J. White falleció a sus 84 años de edad a causa de un poderoso cáncer de próstata. El “cirujano de cabezas”, como muchos lo llamaron, partió del mundo de los vivos sin haber tenido la oportunidad de realizar el anhelado y esperado trasplante de cabeza en humanos. Y el enfoque, conocido como perfusión hipotérmica, todavía se usa en pacientes con traumatismos y aquellos con paro cardíaco.
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