A Daniela Pelegrinelli le llevó veinte años investigar la historia de la muñeca y un hallazgo el juguete debe su nombre a la mamá de Ludovica Squirru, dado que su creadora, Alicia Larguía, fue su abuela.
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La muñeca Marilú, con la que jugaban las niñas argentinas de familias acomodadas que se fabricó desde 1932 hasta 1958, es un juguete ideal para mirar cómo eran las infancias de tiempos pasados, no necesariamente mejores, pero sí, distintas. Tan distintas que no había juguete más preciado para una nena que su muñeca preferida. Y Marilú supo ser una de ellas. También fue de los primeros productos con marca que se desarrolló en el país. Antes, la muñeca se confeccionaba en Alemania en base a un modelo francés adaptado. En Argentina, además, la marca desarrolló un incalculable valor simbólico: daba status entre las clases altas. La muñeca Marilú tuvo su propia revista, atuendos y clubes de niñas. Había un local en la calle Florida que armaba vidrieras con la muñeca vestida con un determinado tipo de ropa o en un lugar determinado de vacaciones.
Daniela Pelegrinelli, educadora y gestora cultural, lleva años investigando la historia de los juguetes. En Marilú puso el foco en el universo de la infancia femenina relacionado con las prácticas de la costura y el mundo más amplio de la moda a través del juego y una pedagogía de la vestimenta. Estudio que volcó en Prodigiosa Marilú, el libro publicado recientemente por Editorial Ampersand, sobre la historia de la icónica muñeca argentina.
- ¿Cómo te interesaste por este tema? ¿Recordás en qué momento te surgió la idea?
- Primero me interesé por las muñecas en general, así que comencé a frecuentar ciertos lugares y a leer sobre eso. Desde 1997 asistí regularmente a una clínica de muñecas como aprendiza, donde aprendí muchísimo. Hice pequeños trabajos para anticuarios como poner en orden grandes colecciones de vestimenta para muñecas, restaurar pelucas, vestidos y otras cosas. De esa manera fui aprendiendo aquello que solo se aprende en contacto con los objetos. Como Marilú era conocida entre anticuarios y coleccionistas, reparé en ella de manera especial.
- ¿Cómo fue el proceso de investigación?
- Fue un proyecto que abandoné y retomé muchas veces. A lo largo del trabajo fue cambiando mi perspectiva, que se deslizó, podríamos decir, de la muñeca a su creadora Alicia Larguía, y luego de ella a las niñas cuyas voces se pueden leer en la revista Marilú. El derrotero de algunas biografías de esas niñas me llamó la atención.
- ¿Qué fue lo más difícil de rastrear sobre la historia de Marilú?
- Toda investigación de esta índole es de alguna manera como resolver un puzzle, porque uno lo que hace es reunir y articular información que está dispersa, pero en el caso de los juguetes suele ser particularmente complejo encontrar fuentes primarias confiables. En este caso en particular, por ejemplo, no encontré información suficiente sobre la fábrica Bebilandia, la fábrica que Alicia Larguía montó para fabricar la Marilú nacional, y su funcionamiento. Reconstruí su existencia a través de algunos testimonios y publicaciones muy básicas, pero queda pendiente saber más sobre el funcionamiento y los aspectos productivos. En general, la historia de la industria argentina de juguetes está poco desarrollada y no se han conservado documentos y archivos de las fábricas.
- ¿Entonces donde conseguiste tanta información para poder reconstruir la historia de Marilú?
- En toda investigación sobre juguetes es importante tanto el uso de fuentes primarias como la posibilidad de analizar los objetos mismos, comparar, estudiarlos. Como no soy coleccionista, siempre he necesitado el acceso a colecciones para poder hacer esta parte de la indagación. Tampoco hay en nuestro país colecciones de juguetes de acceso público, por lo que la oportunidad que me han dado algunos y algunas coleccionistas es invaluable.
- Tuviste que recurrir a colecciones privadas, entonces.
- Sí, claro. La primera colección de revistas Marilú la consulté en la quinta de Ruth Monjardin, en Luján. Cuando iba, me quedaba todo el día así que compartía la vida familiar, almorzaba con Ruth y su hijo Rubén. En el caso de la coleccionista de muñecas Elsa Keller, además de su generosidad para darme acceso a su magnífica colección de muñecas Marilú y accesorios, hace mucho tiempo que nos une un lazo de amistad, intercambiamos conocimiento, compartimos información sobre Marilú y otras muñecas. Este diálogo permanente ha sido imprescindible para hacer inferencias, cotejar la información escrita con las muñecas mismas. Pero otros coleccionistas como Silvia Paz, Carlos Gronda, Juan Olcese o Adrián Cellone me permitieron ver sus muñecas y fotografiarlas para el libro, además de compartir sus archivos documentales.
- Entiendo que Ludovica Squirru, nieta de la creadora de la muñeca fue una de las personas que te ayudó en algunos descubrimientos.
- Conté con la ayuda de muchos miembros de la familia de Alicia Larguía, a quienes entrevisté, que me cedieron fotografías y otros recuerdos. De esa manera pude reconstruir en gran medida la biografía de la creadora de Marilú. Ludovica Squirru es nieta de la creadora de la muñeca, Alicia Larguía, y ha colaborado muchísimo con sus memorias e incluso invitándome a conocer Nomaí, la última casa de Larguía, en Córdoba. También consulté a familiares de niñas que tuvieron la muñeca, responsables de bibliotecas y archivos públicos, amigas y amigos. Son muchas las personas que a lo largo de muchos años colaboraron de diversas maneras.
- ¿Es cierto que investigaste durante veinte años?
- Sí, con intervalos. Una parte de la investigación final la realicé en pandemia, así que necesité mucha ayuda de algunos responsables de archivos, que hicieron por mí la tarea de búsqueda, como ocurrió en el Archivo Intermedio del Archivo general de la Nación; en otros casos debí contratar a alguien especializado que fuera del lugar donde estaba el archivo a consultar porque yo no podía viajar, tal como me ocurrió con los archivos de San Nicolás, donde fue Sofía Elizalde quien hizo la búsqueda presencial con mi acompañamiento virtual.
-¿Qué hace a Marilú diferente de otras muñecas de las de antes?
- Marilú es la muñeca más importante de Argentina, porque es el juguete más icónico. En términos comunicacionales fue de una innovación notable, y además constituyó un fenómeno cultural multiplataforma. Marilú era una muñeca, una tienda, un sistema de moda a su alrededor, una revista propia asociada a Billiken, una fábrica (desde 1940), una pedagogía de las costumbres, del consumo, del magisterio del vestirse y, de los modos posibles para una niña de estar en el mundo.
- ¿Qué cambió en la forma de jugar con muñecas hoy?
- Hoy se habla de juguetes multiplataforma que son juguetes, a la vez videojuegos, merchandising, películas, series de TV, cartas, etc. (al estilo Pikachu). Esta cualidad no es nueva en los juguetes, aunque se profundizó durante el capitalismo de mercado. Marilú fue un producto comercial y cultural con una identidad definida y un proyecto de crianza y educación también muy claros. Ningún juguete argentino tuvo esa identidad y esa complejidad de sentidos y soportes. Además, y ya en términos internacionales, es un juguete que simboliza la trama comercial y cultural construida alrededor del mercado juguetero.
- ¿Cuál dirías que es la conclusión inesperada a la que llegaste después de tanto trabajo?
- Me gustó mucho dar cuenta de lo que yo llamé “el gran pacto” que es la alianza, a veces tácita y otras veces explícita, de las muñecas con el juego y la moda, un pacto que nace por lo menos hacia el siglo XIV y que se renueva constantemente. Como desarrollo a lo largo del libro, ese pacto incluye a Marilú y a Barbie, ambas eslabones de una larga tradición de muñecas ligadas a la moda.
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