Oscar Fernández creció en el barrio 21-24. Tuvo un paso estelar por el primer Masterchef y hoy trabaja con Agustina Cherri y Gonzalo Heredia en la novela de la noche de eltrece
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La vida de Oscar ‘Coto’ Fernández cambió para siempre en 2014, cuando se consagró como en uno de los participantes más queridos de la primera emisión de Masterchef. No ganó, pero se quedó con el cariño de los televidentes. Hizo un plato que deslumbró al jurado y que se convirtió en su nuevo apodo: “alto guiso”. Tras su eliminación, siguió formándose hasta alcanzar un título oficial de cocinero. Hoy da clases de cocina y suelen convocarlo para trabajar en decenas de eventos.
Hace algunos años, además, “Coto” debutó como actor. No lo hace nada mal. Ya pasó por varias ficciones, entre ellas El puntero, Farsantes y El Tigre Verón. Hoy se luce como Nito, un amigo del personaje que interpreta Agustina Cherri en La 1-5-18 somos uno. Pero su debut en la novela de la noche de eltrece no resultó sencillo. Poco antes de comenzar a grabar, sufrió un accidente cerebro vascular que casi lo lleva a la muerte.
“Salí del hospital, y al sexto día me fui a grabar. Les expliqué que ya no era la misma persona que ellos habían visto, que no tenía la misma energía. Pero Adrián Suar insistió, me dijo que probara durante dos semanas... y ya pasaron nueve meses”, dice sin disimular su orgullo. Y agrega: “Me curé trabajando. Me trataron muy bien, me reí mucho. El primer día de grabación Leticia Bredice se acercó a preguntarme cómo estaba, cómo me sentía. Y como yo estaba re nervioso, tuvo un gesto muy lindo: reunió a todos los compañeros y repasamos juntos la letra. ¡Yo tenía miedo de que dieran ‘acción’ y mi cerebro no respondiera! Dios no me dio la cara de un galán sino de un tipo duro, por eso siempre hice de preso, chorro ó drogadicto. Ésta es la primera vez que hago de un tipo bueno. Es la revancha que me llegó a los 40″.
Una segunda oportunidad: “Estuve nueve días en terapia intensiva”
-¿Es verdad que estuviste al borde de la muerte?
-Sí, tuve un ACV provocado por hipertensión y casi muero. Fue un mediodía, hace casi un año, el 9 de marzo de 2021. Quería tomar un vaso de agua y no podía agarrarlo, no me cerraba la mano. Y una alumna me dijo: “Profe, usted es morocho pero está blanco”. Quise caminar y la pierna izquierda no me funcionaba. Estaba en una reunión en un centro de formación que se llama Padre Daniel de la Sierra y que fundó el Papa Francisco, cuando era Jorge Bergoglio, en Barracas-Pompeya, donde doy clases de cocina. Íbamos a donar 300 roscas de Pascua. Mi único antecedente fue a los 14 años, cuando tuve presión alta, pero nunca me hice tratar. Me sorprendió a los 40 años, sin síntomas y fue tremendo, me impresionó lo que me pasó. Por suerte se dieron cuenta rápido y me llevaron a la clínica. Yo pensaba que no era para tanto, sólo quería irme para buscar a mi hijo por la escuela. Me hicieron estudios, los resultados no dieron bien y quedé internado. ¡Tenía 28.67 de presión! Imaginate: la gente se muere en 23, 24 y yo seguía discutiendo que tenía que buscar a mi hijo. Estuve 9 días en terapia intensiva porque había reventado una arteria y mi cabeza estaba llena de sangre. Con el correr de los días la sangre se reabsorbió, y no tuvieron que abrirme. Me dijeron que tomara la medicación, que hiciera los ejercicios y que abrazara a mi hijo y aprovechara esa segunda oportunidad que Dios me dio.
-¿Creés que fue un milagro?
-Yo creo que sí, porque en tres días se fue la sangre que tenía en la cabeza. En total, estuve un mes internado. Bajé 72 kilos; pesaba 210 y ahora estoy en 138. Durante dos meses me inyectaron insulina en la panza. Como respeté la dieta y salgo a caminar todas las mañanas y todas las noches, mi azúcar en sangre se reguló. Me felicitaron por el esfuerzo. Me armé un menú y respeto a rajatabla lo que dice el médico.
-¿Tuviste miedo de morirte? ¿Eras consciente de lo que te pasaba?
-Vi morir gente y es muy fuerte, tenés que estar bien de la cabeza. Le pedí por favor a mi papá y a mi mamá que me ayudaran, que si estaban cerca me sacaran ileso porque Thiago es muy chiquito. Y le hablé a Dios, le dije ‘te pedí por mi papá y me dejaste sin él. Después te pedí por mi mamá y me dejaste sin mi mamá. Ahora te pido que dejes a Thiago con su padre, salvame’. Mi papá murió en el 2000 y mi mamá en el 2002, cuando quisieron robarle y le pegaron nueve tiros. La recuperación del ACV fue dura, porque no tenía fuerzas ni para rascarme la nariz. Pero aprendí que cuando nuestros padres se van se transforman en energía y están siempre cerca. Y que los milagros existen. Tengo mi segunda oportunidad. Me pasaron cosas feas y sé que muchos la pasan mal y quiero decirles que lo único que los va a sacar adelante son ellos mismos. En mi caso fue el esfuerzo, el trabajo y la educación, que es todo. Mi enseñanza para los pibes es que sus ganas, sus manos y su cabeza son lo único que le van a dar un buen futuro. Hay que levantarse cuando estás jodido porque cerca del “no se puede” está el éxito. Cuando estás cansado y no das más, tenés que meterle con más fuerza. Siempre les digo que no dependan de lo que le van a dar, sino que la vayan a buscar ellos. Hoy parezco el Coto del 2005. De verdad, parece que Dios me retrocedió en el tiempo.
Buscando una vida mejor
-¿Qué recuerdos tenés de tu infancia?
-En el ‘89 mis padres decidieron probar suerte primero en Brasil y después en Paraguay. Nos subieron a mis cuatro hermanos y a mí a una Ford 100, en la que también cargaron la cocina, la cama, el ropero... Todo. El primer día dormimos en el patio de mi tía. Yo tenía 8 años. Mis padres nunca nos obligaron a salir a trabajar pero con mi hermano Javier, que es cuatro años mayor que yo, salíamos a vender cosas de plástico que compraba mamá en Foz de Iguazú. Vendíamos en la calle, casa por casa. Mi papá, que era muy trabajador, estaba triste. Cuando le pregunté por qué, me respondió que habíamos venido a otro país para estar mejor y no peor, y que no quería que sus hijos trabajasen. Decía que teníamos que ir a la escuela y jugar. Nos volvimos en el ‘92. Recién de grande me di cuenta de que éramos requeterecontra pobres. En ese momento no me daba cuenta.
-¿Te acordás qué soñabas de chico?
-De chiquito decía que iba a trabajar en Disney. Y pude lograrlo, porque en el canal de Disney dan una serie en la que trabajé. También me gustaba bailar chamamé y el pericón en el barrio… Ojo, hay que bailar frente de todos los vecinos (ríe). Mi línea de vida son objetivos cortos que pueda cumplir: lo pienso con el corazón, lo formo en el trabajo, lo cuento y lo hago realidad con las manos. Esa es la clave. Objetivos cortos y sentir que podés cada vez más. De chico me bañaban en un tacho, tirándome agua con un jarrito, y en la tele veía que se metían en la ducha, con agua calentita, en una bañera con espuma, patitos... Hoy llego a mi casa cansado después de trabajar, abro un grifo y sale agua caliente. Tengo lo que veía en la tele, mi casa propia, con patio para que mi hijo juegue. No es “la súper casa”, sino una de 1954, en Barracas, que reciclé con la ayuda de mi familia, porque uno sabe de albañilería, otro de electricidad y nos ayudamos entre todos. Ésta casa volvió a unirnos como familia porque mis hermanos se vienen un fin de semana con mis sobrinos y la pasamos bárbaro. Yo nací en Avellaneda, en el Hospital Fiorito y crecí en Villa Tranquila, y luego en la 21-24 hasta que nos fuimos a Paraguay y Brasil. Después volvimos ahí. Mi papá trabajaba de changarín verdulero y le daban la mercadería que no podía sacar, para que la vendiera en la villa. Fue uno de los verduleros más conocidos en el barrio y con mis amigos corríamos a ayudar a bajar los cajones y todos se iban a su casa con bolsas de frutas. Ese es uno de mis recuerdos de niño.
-¿Cómo entraste al mundo de la ficción?
-Cuando vivía en la villa tomaba clases de teatro callejero con Julio Arrieta. Y después la Bersuit Vergarabat estaba grabando el videoclip de Esperando el impacto, y el director se acercó y me dijo ‘eh, grandote, vení, ¿te animás?’. Y ahí arranqué. Hice Farsantes, El lobista, El puntero, El Tigre Verón.
-¿Masterchef te cambió la vida?
-Por el programa pude ser instructor de cocina con título oficial de cocinero. Pero en realidad, el verdadero cambio de vida fue con los curas villeros. En el ‘97 el padre Pepe llegó a la Villa 21 y fue el primer cura que golpeó la puerta de mi casa y le dijo a mi papá que iba a hacer un grupo de jóvenes, en contra de la violencia y las drogas y para un futuro mejor. Mi primer trabajo, por el que me pagaron en blanco, fue dar apoyo escolar a los chicos de la parroquia Niño Jesús de Caacupé. Tenía 16 años y llegó en el momento justo, porque a esa edad cuidás un pasillo y te dan $7000 la hora... Podés elegir la buena vida o la mala vida. Cuando sos chico querés tener buenas zapatillas, plata en la mano, pero también te pueden velar a los 22 años. Muchos amigos murieron, era muy difícil el barrio. No es fácil levantarte con la panza vacía e ir a estudiar o a trabajar. Mi papá siempre me inculcó que tenía que estudiar y trabajar para estar mejor que él (se emociona y hace un largo silencio). Sé que estaría muy feliz y orgulloso, y mi mamá también.
-¿Cómo fue tu vida después de la muerte de tus padres?
-Cuando una persona toca fondo, ve la vida de otra manera y no queda otra que impulsarte y salir adelante. Yo enfrenté la vida con todo lo que aprendí. El cura que golpeó la puerta de mi casa llegó como un salvador, ofreciéndome la posibilidad de una nueva vida. En ese momento también conocí a mi mujer Rossana y los dos siempre tiramos para adelante. Nos conocimos en Tandil, en un campamento con la parroquia. Era del barrio pero enseñaba a los más chicos en otro sector. Es licenciada en enfermería especialista en pediatría del Favaloro. Escribió un libro junto con dos compañeras, sobre cuidados intensivos pediátricos y le dieron un reconocimiento hace poco, por su trabajo. Mi mujer no para nunca y eso también es un ejemplo. Nuestro hijo Thiago tiene 7 años y yo, a esa edad, aprendí a hablar guaraní para poder vender. Hoy mi hijo recita un poema en inglés, porque lo aprende en la escuela. Todo lo que soñé para mí lo está haciendo mi hijo. Trabajé para cambiar mi futuro y el de mi hijo y hoy estoy convencido de que todo el esfuerzo valió la pena.
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