En el paisaje serrano de Unquillo, a 37 kilómetros de Córdoba capital, la Capilla de Buffo está dedicada a la mujer e hija fallecidas de su creador, Guido Buffo
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Las sierras cordobesas no dejan de sorprender a quienes se aventuran por sus escarpados senderos. Así sucede con la singular capilla blanca que se impone entre la vegetación del paraje Los Quebrachitos, en el municipio de Unquillo. Un templo que testimonia una historia de amor que ni la muerte pudo destruir, porque quedó perpetuada en expresiones artísticas deslumbrantes creadas en 1942 por su protagonista, Guido Buffo, cuando falleció su amada esposa, para quien dejó grabadas estas palabras: “Este sagrario tuyo en la montaña quiere ser ¡Oh Señor! una dulce y poster canción de amor que aspira a convertir en belleza un gran dolor…”.
Guido fue un artista plástico y científico polifacético, de origen italiano, que encontró el amor en la Argentina y formó una familia con la que compartió sus momentos más felices, pero por unos escasos diez años. Una enfermedad mortal en aquel momento –la tuberculosis- le arrebató tempranamente a su compañera Leonor Allende primero, y luego a la hija de ambos, Eleonora. Como corolario de ese triste desenlace, construyó y ornamentó la Capilla Familiar Buffo Allende, para que allí descansaran los restos de ellas, a los que se unieron los suyos, cuando falleció en 1960.
El romance entre Guido y Leonor dio mucho de qué hablar desde el comienzo, porque la familia de ella, “de la alta sociedad en la ciudad de Córdoba, no veía con buenos ojos la relación de su hija con este extranjero” que no era un magnate, sino un trabajador docente, aunque hablara cinco idiomas y fuera un artista consagrado, recibido en una prestigiosa escuela de bellas artes de París. “Pero el amor fue más fuerte y la pareja, que se conoció en 1914, contrajo matrimonio a los pocos meses”, destaca Marta Del Prete, guía de La Casa Museo y Capilla Buffo.
Después de la tormenta
Cuenta la historia que Guido, nacido en la ciudad italiana de Treviso, donde cursó sus primeros estudios, para luego seguir estudiando arte en Venecia con el famoso pintor Liugi Nono y después en la capital francesa, se embarcó hacia la Argentina en 1910. Lo hizo por una invitación recibida de Emilio Caraffa y Emilio Pettoruti, dos artistas plásticos de notoria trayectoria, especialmente en Córdoba, que lo convocaron a participar con sus obras en una muestra sobre el paisaje serrano de esa provincia.
Pero Guido vino para quedarse, porque conquistó con sus pinturas a los especialistas locales, quienes le propusieron trabajar como profesor de Dibujo y Estética en la escuela Gobernador José Vicente de Olmos, en la capital cordobesa, puesto que él aceptó. En esos primeros días en la ciudad, salió a pasear para conocer mejor los alrededores de su nueva residencia y una tormenta inesperada lo obligó a buscar refugio adentro de un edificio; el del diario La Voz del Interior.
“Evidentemente, esa salida estaba en su destino. En la redacción lo recibió la periodista Leonor Allende; se presentaron, ella le preguntó qué necesitaba y él le respondió que había entrado por la lluvia y estaba algo desorientado sobre cómo regresar a su nueva casa, mostrándole la dirección que tenía anotada en un papel. Ella le dijo que sabía adónde quedaba y que podía acompañarlo. Cuando mermó el aguacero salieron juntos y comenzó una amistad que se convertiría en noviazgo”, relata Marta, en diálogo con LA NACION.
Agrega que, como “Leonor era huérfana de padre (Pedro Allende), las decisiones las tomaba su madre, doña Delfina Tocaimasa, y como ella no aceptaba a Guido, los novios se veían gracias a la complicidad de sus amigos, entre los que estaban los escritores Leopoldo Lugones, Arturo Capdevila y Martín Gil (meteorólogo), y el pedagogo Saúl Taborda, quienes los invitaban a tomar el té o a compartir un almuerzo para que pudieran verse”.
Las sierras curadoras
El casamiento sobrevino pocos meses después de aquel encuentro fortuito y para su luna de miel eligieron la Villa Don Bosco, en el municipio de Unquillo, próxima al lugar que más tarde elegirían para tener una casa de verano. Pero antes, la pareja fue trabajando en distintas ciudades, a las que se mudaban juntos, y en 1917 nació Eleonora, la única hija que tuvo la pareja.
Guido fue docente en Rosario y Leonor periodista del diario la Capital en esa ciudad santafesina. Luego, radicados en Buenos Aires, él fue nombrado Inspector de Enseñanzas Secundarias Normal y Especial y Leonor colaboró en revistas como Caras y Caretas, mientras escribía y publicaba novelas y ensayos.
Los tiempos trágicos comenzaron cuando Leonor y Eleonora fueron diagnosticadas con tuberculosis y Guido, intentando que la salud de ellas no se perjudicara con las contaminaciones propias de las grandes ciudades, mudó la familia a la casa que finalmente construyó en Unquillo, junto al arroyo Los Quebrachitos. Allí permanecieron hasta que en 1931 falleció Leonor a los 47 años de edad, y diez años después Eleonora, que tenía tan sólo 24.
Salvaguardando el amor
La guía del Área de Cultura y Turismo de Unquillo comenta que “después de la muerte de su hija, Guido estaba jubilado y se radicó definitivamente en Los Quebrachitos, para dedicarse a la construcción de una torre en la casa que hoy es museo, a la que llamó Turris Eleonórica”, en honor a Eleonora, para guardar pinturas y dibujos suyos y de Eleonora, textos escritos por ambas mujeres y un telescopio desde donde observaba el cielo, porque también le interesaba la astronomía.
“En 1942 Guido decidió en medio de su dolor levantar una capilla o cripta familiar y contrató mucho personal para hacerlo en el menor tiempo posible, sobre una base circular, a la que se accede subiendo treinta y cinco escalones desde la casa museo. El día que él cumplió los 60, el 12 de marzo de 1945, se subió a los andamios y comenzó a pintar la cúpula ojival blanca, con ventanas circulares que dejan pasar la luz natural al interior”, describe Marta.
La capilla representa un cardo santo y en la cúpula cuenta con una torre de bordes dentados, con un campanario. “En el ingreso, Guido dibujó nubes a modo de alfombra, con incrustaciones que recrean la ubicación de los planetas y las estrellas el día en que falleció Eleonora
La capilla representa un cardo santo y en la cúpula cuenta con una torre de bordes dentados, con un campanario. “En el ingreso, Guido dibujó nubes a modo de alfombra, con incrustaciones que recrean la ubicación de los planetas y las estrellas el día en que falleció Eleonora; en el interior colocó tres péndulos de Foucault, que la convierte en un observatorio sismográfico, múltiples símbolos relacionados con la astronomía, la metafísica, la música, y pintó frescos con una técnica renacentista que homenajean al amor y a la maternidad. Uno de ellos muestra la imagen de Leonor con su hija unidas entre ángeles”, completa la guía.
Un legado educativo
Guido Buffo no tenía herederos y decidió a donar sus bienes al Estado nacional. Marta destaca que, entre esos bienes, “como él fue docente durante treinta años en la Argentina, dejó el Parque de Montaña Villa Leonor, que inauguró en 1950, preparado para que allí se ofreciera a los jóvenes actividades educativas y artísticas, y que también pudieran disfrutar de sus vacaciones con todas las comodidades de hotelería, además de un teatro griego y un observatorio astronómico”.
En el acta de donación, Guido expresó: “Inspirado por el afecto paterno más puro y desinteresado, he decidido que todo el Valle, conjuntamente con lo que en él se halla edificado, lo obsequiaré” en memoria de su esposa y de su hija, y especificó que donaba todos sus bienes “al Ministerio de Justicia e Instrucción Pública de la Nación, en el que colaboré tantos años, a fin de que se preserve el Parque de Montaña de Villa Leonor, para efectuar actividades culturales, científicas, artísticas e intelectuales”.
También dejó constancia de sus deseos para que el hogar que habitaron en Los Quebrachitos, se convierta en “un museo y biblioteca; la Turris Eleonórica en una pinacoteca, y la Capilla como un centro científico de investigaciones geofísicas”.
Tanto la casa museo como la capilla, sufrieron años de deterioro, hasta que fue finalmente delegada al municipio local en 2005 para su restauración, la cual estuvo dirigida por el arquitecto Javier Correa, con la participación de la reconocida artista plástica Marcela Mammana, para quien “fue una experiencia muy conmovedora recuperar la obra de este genio en la que materializó su amor y su tristeza”.
Desde entonces, la municipalidad se ocupa del mantenimiento de todo el predio, incluidos sus parques y jardines, y de la programación turística que comprende visitas “a la casa, donde se muestran el mobiliario, fotos, estudios y textos que permiten recrear la historia familiar, y también a la capilla, para quienes se atreven a subir por un camino de tierra bastante complicado”, advierte Marta.
La guía asegura que “cualquier estación del año es buena para visitar Los Quebrachitos, porque cada una tiene su encanto. Pero el mejor horario es por la mañana, cuando el sol ilumina toda la capilla en su esplendor, ya que fue diseñada por Buffo para que se ilumine con la luz natural. Además, los turistas pueden quedarse a la orilla del arroyo a tomar mate y disfrutar de la naturaleza en paz, pueden hacer caminatas, aunque no traer mascotas, porque son cinco mil hectáreas de Reserva natural, hídrica y recreativa, y tenemos que preservar la fauna autóctona”.
Datos
Ubicación: Casa Museo y Capilla Buffo, camino a Los Quebrachitos, se encuentra a unos 37 kilómetros de la ciudad de Córdoba y se puede llegar a través de la ruta E53. Visitas: únicamente con reserva anticipada, de jueves a domingos de 11 a 17. Teléfonos: 03543-483438 / +54 03543 15610255 Facebook : Turismo Unquillo Twitter: @unquilloturismo. Instagram: @TurismoUnquillo
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