Para sus fans, es la noticia del año: el regreso de Lorrie Moore. Como en sus anteriores libros de cuentos, Gracias por la compañía confirma que es una de las mejores en esa tradición iluminada por Hemingway, Cheever y Flannery O’Connor.
Por Santiago Llach
La distribución en la Argentina del último libro de cuentos de Lorrie Moore quizá sea la noticia literaria del año. En la última década, tan solo su novela Al pie de la escalera circuló entre nosotros. Las obras maestras de esta norteamericana nacida en 1957 (la novela Hospital de ranas y los libros de cuentos Autoayuda, Como la vida misma y Pájaros de América) fueron editadas por Emecé a fines de los años 90 y principios de 2000, y convirtieron a Moore en lo que es también en todo el mundo: el secreto mejor guardado de la literatura de las últimas décadas.
La narrativa norteamericana del siglo XX es uno de los grandes momentos de la historia del arte, tal como lo son la pintura italiana del Renacimiento o la música alemana de los siglos XVII a XIX. Lorrie Moore es la frutilla en el postre de esa gran tradición que incluye a Hemingway, Faulkner, Salinger, Cheever, Flannery O’Connor, Carson McCullers y Carver, entre muchos otros. Sus ficciones, ancladas en esa épica de las pequeñas cosas típica de la literatura norteamericana, empalman también otra tradición: la de aquellos escritores más extraños, como Nabokov o Pynchon, más preocupados por los juegos de lenguaje. Moore aúna de manera maravillosa ambas vertientes: sus cuentos tienen fuerza narrativa, pero también son un canto.
Con solo siete libros publicados en treinta años. Moore se toma su tiempo para escribir, y eso se nota. Sus protagonistas son antiheroicos: mujeres dislocadas y hombres débiles sin demasiado brillo profesional, pero, generalmente, poseídos por un ingenio melancólico que los desnuda en epifanías deliciosas. La contratapa de esta edición de Seix Barral dice que el estilo de Moore nunca es sentimental, y uno diría más bien todo lo contrario: todo es sentimental en Moore. Una cena de recaudación de fondos para una revista literaria o un masaje con piedras calientes pueden disparar el desgarro existencial, narrado siempre por Moore a partir de delicatessen luminosas: un recién separado que no puede sacarse el anillo de bodas y que casi termina detenido por incendiar un quincho mientras intentaba quemar su traje de casado o un hombre que cree que su interlocutora ocasional tiene una belleza exótica cuando en realidad padeció una cirugía estética total después de ser víctima del atentado contra el Pentágono.
Leer a Lorrie Moore es algo más que leer literatura: es una experiencia que nos trastroca, porque sus cuentos logran situarnos en este barco trágico y misterioso en el que estamos todos, el de la condición humana. La reseñista Erica Wagner lo dijo muy bien en el Financial Times: "Gracias por la compañía nos recuerda que la ficción tiene el poder de recrear el mundo e iluminarlo de tal forma que consigue que nos veamos a nosotros mismos y lo que nos rodea como si fuera la primera vez. Leer estos relatos es una experiencia intensa, inquietante y extremadamente gratificante".
Las ilusiones esteticistas del siglo XX mueren con Lorrie Moore. No casualmente, su primer libro se llamó, un poco irónicamente, Autoayuda: lejos del divertimento vacuo y del esnobismo intelectual, Moore hace un esfuerzo sobrehumano para tratar con respeto mágico ese gran invento que nos hace ser lo que somos: el lenguaje. Y el lenguaje, como en las cavernas, en las religiones y en las terapias, nos sirve para entendernos un poco mejor y también, por qué no, para darnos fuerzas. Imbuida de ese cóctel tan norteamericano que forman la atención material a los detalles y las inquietudes espirituales (materialismo + mística), la literatura de Lorrie Moore es literatura de autoayuda para gente culta. La decepción amorosa, el letargo matrimonial, las crisis de la edad mediana, la paternidad y la maternidad, el cáncer (los dramas de la clase media), son narrados por Moore con crudeza imposible, con solemne banalidad. En tiempos en que la corrección política puede convertirse en una hipocresía moral ilustrada, varios de los cuentos de Gracias por la compañía (como ya ocurría en Al pie de la escalera) usan como escena de fondo las incursiones guerreras norteamericanas en Medio Oriente. Moore, nunca bienpensante, pero sí posprogresista como buena alma cultural de esta época, tuerce esos temas para exhibir con amor las contradicciones de sus personajes. Como dice uno de ellos acerca de otra cosa, la literatura de Moore es "una forma sentimental de la historia".
El gran esfuerzo artístico que Moore lleva a cabo y con el que premia a sus lectores es el de mostrar al ser humano sin adornos complacientes, pero sin innecesaria crueldad, con ternura y sin cinismo. Uno, que la lee con devoción religiosa, se lo agradece eternamente.
LA NACION