Se crió en el campo, extraña los tiempos tranquilos de su infancia y le molestan los celulares. ¿cómo hizo una monja de más de ochenta años para convertirse en una estrella mediática? Los extraños designios de dios, o de la fama televisiva.
Ochenta y cinco años atrás la Hermana Bernarda se llamaba Florentina Seitz. Vivía en un campo en Córdoba, a mitad de camino entre Río Cuarto y Achiras.
Le decían "Tina". Aunque a veces también la llamaban "Che, rubia". Ella siempre respondía. Obedecía. Se levantaba cuando salía el sol y hacía lo que tenía que hacer. Si su mamá se lo pedía, se sentaba y ordeñaba. Su abuelo José, un inmigrante alemán que odiaba perder el tiempo, esperaba a su lado hasta que el balde se llenara. Su tarea consistía en pasar la leche por la desnatadora: con una mano hacía girar la manija que activaba el sistema centrífugo de la máquina y con la otra sostenía un rosario. Y rezaba.
Brando: ¿Hacía las dos cosas al mismo tiempo?
Bernarda: Sí, yo le explico, pero usted no me va a entender.
Mil veces más durante la entrevista, la Hermana Bernarda dirá que no puede explicar lo que siente, que aunque lo intente, igual no la van a entender. Una y otra vez repetirá: "No es como ahora", para decir que el pasado siempre fue mejor. Cuando se refiere al pasado, suele utilizar el verbo ser en presente, "no es como ahora", como si ella misma viviera en otro tiempo y se sintiera extraña, en otro mundo, con reglas raras y más bien negativas.
"Las chicas de ahora están con el celular todo el tiempo en el bolsillo. No me gusta, eso es falta de caridad. Es como una droga eso ya. En mi clase de cocina, nadie habla por celular, yo lo prohíbo. Les digo: «Cuando estamos en la mesa, el celular usted lo apaga; si viene aquí, está conmigo y se terminó» ". No hay otra Hermana Bernarda, no hay dos caras: "Lo más sencillo posible a mí me encanta", dice mientras come un sanguchito de jamón y queso en pan lactal. "A mí me gusta un hervido: una verdura, un poquito de aceite y un churrasquito, nada más. Me levanto a las siete y desayuno un té y una tostadita". La sencillez dietética de la que habla la define entera.
A esta altura, la duda es existencial: ¿Qué raro milagro sucedió para que una monja devota, frugal y situada existencialmente en valores antiguos, antagónicos en general a los que exhibe la televisión contemporánea, se haya convertido en una estrella mediática? Tiene más de ochenta años, no habla bien el castellano, usa hábitos grises y blancos y no busca impactar con su cocina, sino solo enseñar a preparar platos simples y tradicionales. Es la imagen de la anti-TV y, sin embargo, es una estrella. ¿Qué nos cautivó de ella?
Son las doce del mediodía de un miércoles de julio. Hace frío. El Obispado de Quilmes es un predio que ocupa una manzana entera y que incluye una escuela, una capilla, varias casas y dos canchas de tenis. En el medio vive ella: monja, cocinera, ecónoma y mediática. Su casa -sólida, amplia- está rodeada de un parque en el que se notan los daños del temporal que azotó Buenos Aires en abril de este año. Los árboles que quedaron en pie están podados, hay tierra en vez de pasto y pozos donde antes había raíces. La Hermana Bernarda espera detrás de una puerta de vidrio. Sobre el hábito gris tiene dos sacos de lana: uno encima del otro, todo del mismo color. Hace poco sufrió una bronquitis de la que le costó recuperarse, así que para no enfriarse abre y cierra la puerta lo más rápido que puede. Nos hace pasar. Nos sentamos en el living; ella, en la cabecera de una mesa larga de madera oscura. La estufa está apagada.
Brando: ¿Su abuelo rezaba mientras desnataba la leche?
Bernarda: Sí, pero no es como hoy en día. Era una persona muy espiritual mi abuelo; nosotros teníamos una vida natural, cristiana. No era como ahora.
Brando: ¿Cómo era esa vida?
Bernarda: Vivíamos como verdaderos campesinos. Mi papá era agricultor y se dedicaba a la crianza de los cerdos. Mis hermanos y yo ayudábamos en lo que los padres decían. Teníamos que cuidar a los animales, cuidar la estancia, ir a la escuela. Nos levantábamos a la mañana, pero no sé a qué hora, nunca nos fijamos. Hay que ordeñar, hay que darles de comer a los pollos, hay que sacar a las vacas y todo eso, ¿vio? La vida de campo es así, uno se va con el papá, uno con la mamá, uno a lavar la ropa, a buscar con el balde el agua. No es como ahora que los jóvenes dicen: "Esto me gusta, esto no me gusta"; mi mamá me decía que limpiara el piso de barro y uno hacía lo que mamá decía.
Brando: ¿Sus padres eran muy severos?
Bernarda: No, mis padres eran amorosos. Eran buenos, una buena familia.
Brando: ¿Qué le enseñaron?
Bernarda: Todo lo que una joven tiene que saber.
Brando: ¿Por ejemplo?
Bernarda: Ser honrado, no salir al baile y volver a las dos de la mañana. Era una vida familiar linda, no como sería ahora. Se respetaba a la madre, al padre, a los abuelos que vivían con nosotros.
La Hermana Bernarda, Florentina todavía, no se imaginaba otra vida que no fuese esa. No soñaba con llegar a cocinar –virtualmente– para millones. Allí, en Córdoba, no tenía hornallas ni sartenes: "Con una olla sola se estaba listo. No había canillas, nada; se buscaba con un balde el agua del pozo, lo más simple posible. Las verduras las sacábamos de la quinta, no se compraba nada".
Jamás se le cruzó por la cabeza en aquel campo que un día iba a terminar en la televisión enseñando a hacer la ya célebre tarta de manzana. Lo que sí pensaba, y muy a menudo, era la idea de tomar los hábitos. Entregarse a Dios.
Brando: ¿Por qué decidió hacerse monja?
Bernarda: Yo tenía ese pensamiento desde los 15 años. Siempre me gustó la parte espiritual.
Brando: ¿Cuánto tuvo que ver su abuelo en esa decisión?
Bernarda: No, no, eso es algo que Dios da. Es un don natural que se recibe de él, es la gracia y la vocación. Una chica de hoy se va al baile, nosotros era otra cosa. Una familia católica tiene otros sentimientos.
(Se ajusta el audífono del oído izquierdo. Parece enojada).
Brando: ¿Pero cómo es que tomó la decisión de convertirse en monja? ¿De dónde sacó la idea?
Bernarda: Imagine la vida de campo. Nosotros estábamos a 45 km de Río Cuarto, así que todos los años venía un sacerdote y traía propagandas de las Hermanas. El Padre explicaba y a mí me gustó la idea. Era una vida de otra forma.
El 20 de febrero de 1944, antes de cumplir los 16, Florentina Seitz entró a la Congregación de las Hermanas de La Santa Cruz. Su papá, Enrique, la llevó hasta Rosario y de allí viajó acompañada por una monja hasta la Capital Federal. "Llegué justo en época de Carnaval. No se puede contar lo que uno siente. Imagínese, no lo puedo explicar, venir del campo a la ciudad. Para mí era todo lindo, todo novedoso. Era algo más tranquilo, no es como ahora; la gente se saludaba, no había tanto tráfico, era más familiar todo. No es como vivimos ahora, con miedo".
Poco tiempo después, la rebautizaron: "Tenía que escribir tres nombres en un papel y el Obispo después elegía. A mí me gustaba el nombre de la fundadora de la Congregación, que se llamaba María Bernarda, pero una no está segura de cuál le van a dar. Por suerte me tocó".
Además de clases de gastronomía, durante su formación religiosa cursó economía doméstica para el ama de casa. Eso marcó para siempre su método pedagógico. Cuando enseña cómo hacer un strudel, la Hermana Bernarda en realidad enseña otra cosa: "Yo digo siempre que el ama de casa es la persona más importante de un hogar. Es la que une, la que consuela, la que conforta al esposo y a los hijos, y a veces, con algo chico se puede ayudar y dar alegría, con un pancito se puede aliviar un dolor".
Dulces tentaciones
En mayo de 2002, mientras daba clases de cocina para mujeres en la calle Virrey del Pino al 2200, sede porteña de la Congregación, una alumna tuvo la idea que cambiaría la vida de la Hermana para siempre. Le propuso hacer un programa en el canal de cable El Gourmet y ella aceptó sin demasiadas vueltas: "A mí me pareció una actividad muy linda, era transmitir no una cocina sino una misión". A los productores les pareció que podía funcionar. Funcionó.
Su tono de voz pausado, las recetas suizo-alemanas de sus antepasados, su obsesión por no desperdiciar absolutamente nada –rompe un huevo, pasa el dedo índice por el interior de la cáscara vacía, lo limpia–, su imagen austera y la mesada despojada del convento convirtieron el programa en uno de los mayores éxitos del canal.
Brando: ¿Se acostumbró rápido a las cámaras?
Bernarda: Sí, yo no me hacía problema, era lo más natural posible.
La autenticidad definió, desde el comienzo, la estética del ciclo que en su primera edición se llamó Dulces tentaciones. "El director me decía que tenía que presentarme como era, así que me presenté con el hábito. ¿Por qué voy a andar con pollera y con pelo de rulos, se da cuenta? Tenía que ser como soy".
La Hermana Bernarda se convirtió, de esta manera, en la estrella menos pensada.
Brando: ¿La reconocen por la calle?
Bernarda: A mí sí, por todas partes. Ayer fui a Carrefour a hacer las compras, y no sabe cuánta gente me saludaba. Hay que ser educado: "Qué tal, cómo le va", y listo. No entrar en charlatanería; si uno viene a saludar, saludo.
Brando: ¿Le gusta que la conozca tanta gente?
Bernarda: ¿Cómo dice?...
(Otra vez el audífono, la misma molestia).
Brando: Le preguntaba si le gusta el reconocimiento de la gente.
Bernarda: Una vez el Padre me dijo: "Nosotros con la ideología no hemos llegado a tantas personas como usted a través de la cocina".
Brando: Se hizo famosa...
Bernarda: Yo no pienso en eso. No hay que buscar éxitos. Las cosas vienen solas, es lo que el Señor quiere. Los que están buscando y buscando no son personas felices, porque nunca llegan a conformarse.
Sin buscarlo, entonces, llegó a estar nominada en los Martín Fierro del Cable como mejor conductora femenina, viajó como invitada especial para cocinar en Chile, México, Ecuador y Montevideo y publicó ocho libros de cocina hasta convertirse en best seller. Hermana Bernarda 100 recetas. Cocina y meditación, publicado en 2003, lleva vendidos 200 mil ejemplares.
El pico máximo de su raid mediático lo vivió en la mesa de Mirtha Legrand junto a Donato de Santis y Dolli Irigoyen. La señora Mirtha, tenedor en mano, le preguntó si alguna vez había tenido novio.
Bernarda:"A mí no me interesaba", le contesté. "¿Por qué piensa que es gran cosa tener novio? ¿Le parece lo principal en la vida?", le dije.
Brando: ¿Usted qué opina?
Bernarda: Es una cosa de locos, ahora tienen dos o tres novios y quedan embarazadas. "Ustedes se ensucian la cara con saliva", les digo a las chicas que yo conozco. No hay autenticidad. No se conocen como personas, faltan ideales cristianos. Yo creo en el matrimonio bien completo, bien formado.
"Las chicas" a las que se refiere son sus alumnas, 17 mujeres que llegan todos los lunes a su casa de Quilmes para aprender a cocinar.
La Hermana es docente desde hace 61 años; empezó en el convento cuando tenía 24 y nunca más paró. Sin embargo, dice que le cuesta: "No sirvo, no puedo comprender que el otro no me entienda, y me enojo. Para enfermera tampoco sirvo, por mi carácter no puedo ver el sufrimiento y no podría aceptar muchas cosas".
Brando: ¿Cómo es su manera de enseñar?
Bernarda: Soy muy metódica. El primer mes cocino yo y enseño todas las cosas necesarias. Cuando entro a la cocina, abro los armarios y muestro cómo están; les digo que tiene que quedar todo ordenado y limpio, como lo ven.
Brando: ¿Vienen las mujeres del barrio a sus clases?
(Se enoja. El audífono le hace ¡pip!).
Bernarda: No sé, yo no les pregunto de dónde vienen. Yo no les pregunto nada, no le voy a decir: "¿Usted tiene novio? ¿Está separada?". Si no me cuentan de su vida, no tengo por qué preguntar.
Brando: ¿Tiene alumnos varones?
Bernarda: No, no.
Brando: ¿Tendría?
Bernarda: Yo tengo mujeres y listo.
Muerte y resurrección
El 7 de abril de 2010 –también sin buscarlo–, la monja llegó a Twitter. Alguien escribió en 25 caracteres: "Murió la Hermana Bernarda". La noticia, falsa, se viralizó y salió publicada hasta en la placa roja de Crónica TV. Hubo periodistas en la puerta de su casa y llamados de familiares angustiados. "He resucitado a una vida nueva", dijo por radio para tranquilizar a sus seguidores.
Brando: ¿Qué pensó cuando se enteró?
Bernarda: Y, bueno, un día me voy a morir.
Brando: ¿Se lo tomó con humor?
Bernarda: Y sí, yo lo tomé bien porque no es verdad. Hay personas que siempre quieren ser llamativas. Es el mundo de hoy.
Brando: ¿Cómo es el mundo de hoy?
Bernarda: Yo lo veo una cosa revolucionaria, mucha inquietud, mucha inseguridad.
Brando: ¿Cómo le gustaría que fuese?
Bernarda: No sé, no puedo decir.
La Hermana Bernarda se despide, una mano en el picaporte de la puerta abierta y la otra cerrándose el saquito gris a la altura del cuello. Pone voz grave y empieza a cantar. Entona un himno religioso que se llama Danke für diesen guten Morgen. Significa: "Gracias por esta buena mañana", en alemán. El idioma de su abuelo. El que aprendió en el campo.
Mantenete al tanto de las actualizaciones de ConexiónBrando.com a través de Twitter. Seguinos en @ConexionBrando