La guitarra de árboles: la emocionante muestra de amor que se ve desde el cielo
El “instrumento”, ubicado en Córdoba, está formado por más de 7000 árboles y fue un homenaje de un marido devoto a su difunta esposa
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Al noroeste de la localidad de General Levalle, en la provincia de Córdoba, existe una inmensa guitarra realizada con más de 7000 árboles que fascina desde hace años a los pilotos que sobrevuelan la zona. La impresionante obra forestal, que también es visible en el Google Earth, tiene detrás una singular historia que, como no podía ser de otra forma, tiene que ver con el amor.
Es que el espectacular instrumento musical arbolado fue realizado por el productor agropecuario local Pedro Martín Ureta, como un homenaje póstumo a su esposa, Graciela Yraizoz, quien murió a los 25 años, en el año 1977.
En el aspecto técnico -que ya se hablará del humano-, la guitarra, que sorprendió incluso a los satélites de la NASA, está construida por cipreses californianos en sus contornos, lo que le da desde las alturas un color verde oscuro. Las cuerdas, en tanto, están hechas con eucaliptos medicinales de tono azulado, y el puente, como la estrella que decora la huella de la guitarra, está+ delineado por pinos cipreses de piña.
La descripción tan específica del notable trabajo realizado en unas 25 hectáreas, ubicado a 19 kilómetros al norte de General Levalle, puede encontrarse en el blog oficial de Estancia La Guitarra, donde Ignacio, uno de los hijos de Pedro y Graciela, narra la historia de este verdadero prodigio forestal.
Cuando los árboles se plantaron, a fines de los 70, tenían entre 15 y 25 centímetros de altura. Alcanzaron su tamaño definitivo y su madurez unos 35 años después de la muerte de Graciela y, desde entonces los detalles y contornos del instrumento están bien visibles desde lo alto.
La historia de Pedro y Graciela
La historia de “la guitarra de las pampas”, que es una majestuosa muestra de un romance imperecedero, comenzó cuando Pedro Martín Ureta, de familia estanciera, bohemio y que vivió en Europa en su juventud, regresó al país y conoció a Graciela Yraizoz. Se enamoró perdidamente de ella. Eran fines de los 60. Él tenía 28 años, y ella, apenas 17.
El párroco de la localidad no estaba convencido de celebrar la boda por la diferencia de edad, pero él le demostró su compromiso y la devoción que tenía por su futura esposa, según narraron los amigos de la pareja, y también los hijos -conocedores de la historia desde los orígenes- para un artículo publicado en el Wall Street Journal en 2011.
Allí se cuenta que Graciela era muy emprendedora, y que un día, volando sobre la monotonía de la topografía pampeana, descubrió un campo que, por algún capricho de la naturaleza, mostraba una forma de balde. Sus hijos contaron que, a partir de allí, ella comenzó a soñar con tener su propia extensión en la llanura, pero con forma de guitarra.
Pedro estaba ocupado en muchas cosas entonces y, si bien no descartó la idea de hacer una guitarra en la estancia, la iba postergando. “Después, hablemos después”, decía el hombre, según el testimonio de su hijo Ezequiel.
Pero un día de 1977, Graciela Yraizoz, se desmayó y, a causa de un aneurisma cerebral, murió poco después. Estaba embarazada del que no pudo ser el quinto hijo de la pareja. Tenía tan solo 25 años.
Pedro cumple el sueño de Graciela
Pocos años después de la muerte de su esposa, Pedro decidió llevar adelante el sueño de ella que él había postergado. Como los paisajistas a los que consultó quedaban desconcertados o no le tenían fe a la idea, decidió él mismo poner manos a la obra.
Ureta trabajó en la empresa de dar forma a la guitarra junto a empleados y familiares. Tardaron unos cuantos años. Lucharon contra las inclemencias del clima y contra los daños que producían a los retoños las liebres y cuises que pueblan la zona. Pero finalmente, la obra quedó terminada y hoy, todavía, goza de buena salud.
Si se camina por la estancia, al ras del suelo, el visitante pude sentirse inmerso en un pasadizo de árboles, que se encuentran, en su mayor parte, perfectamente alineados. Pero la gracia es ver la guitarra desde el cielo, algo que paradójicamente Pedro Martín Ureta jamás hizo, puesto que le tenía terror a volar.
En septiembre de 2019, el diario Puntal de la ciudad de Río Cuarto, una localidad ubicada a unos 140 kilómetros de General Levalle, informaba de la muerte de Pedro a los 79 años y titulaba la noticia con singular poética: “El creador de la estancia La Guitarra ve su obra desde el cielo junto a su amada”.
Si bien, en los años 90, el productor agropecuario había vuelto a rehacer su vida amorosa -se unió a la farmacéutica del pueblo, y tuvieron una hija-, la obra de amor en forma de guitarra a su primera esposa quedaría para siempre enclavada en un lugar de la vasta pampa argentina. Para el asombro de pilotos, satélites y desprevenidos navegantes del Google Earth.
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