Medio ambiente. La guerra por el agua envasada
Cansado del marketing insípido de las aguas minerales, el año pasado un excreativo publicitario lanzó un agua para punks y metaleros. Con estética diabólica, Liquid Death es un agua mineral en lata que promete asesinar tu sed. El curioso startup de muerte líquida, que levantó más de 10 millones de dólares de inversión en Estados Unidos, no es la única novedad en el mercado de las aguas enlatadas. Oportuno, el actor Jason Momoa, conocido por protagonizar la última versión de Aquaman, creó Mananalu, su línea de agua en lata que invita a ser parte de una “imparable ola de cambio” para que el agua se tome envasada en aluminio.
Por estas latitudes, en plena pandemia apareció en las góndolas Salvador, la primera agua en lata de Argentina. El emprendimiento de Santiago y Matías Zubillaga, dos hermanos con experiencia en el sector de distribución de bebidas, busca ser una alternativa local a la hegemonía del plástico.
¿Qué está pasando en el negocio del agua envasada? El mensaje en la botella parece ser el mismo de la canción de The Police: un S.O.S. para el planeta. En las últimas décadas, el consumo de bebidas en envases de plástico se convirtió en un serio problema ambiental. Cada minuto se compran un millón de botellas plásticas a nivel global, lo que equivale a más de 500.000 millones de envases por año, que están apenas unos minutos en nuestras manos y luego en su mayoría no se reciclan y van a parar a rellenos sanitarios y a los océanos, donde permanecen por cientos de años.
Por eso, mientras algunos se preguntan –con sensatez– en qué momento el agua pasó de ser un recurso natural y gratuito a convertirse en un producto de consumo masivo que mueve 19.000 millones de dólares al año, otros ya piensan en cómo reducir la huella ambiental de la hoy infame botella de plástico.
"Ni el aluminio ni el plástico son biodegradables, ambos tienen que reciclarse. Pero es justamente ahí en donde el aluminio tiene su fortaleza. Es infinitamente reciclable, se puede aprovechar en su totalidad y no pierde sus propiedades", sostiene Santiago Zubillaga, en diálogo con la nacion. En cambio, el caso del plástico es más complejo: es un material que se degrada cuando se lo recicla y además tiene menor tasa de reutilización. En Estados Unidos, por ejemplo, las latas cuentan con un 68% de material reciclado frente a sólo el 3% de las botellas de plástico. En Argentina no hay estadísticas oficiales pero según datos de Aluar, la única empresa productora de aluminio primario del país, un 90% de este material se recicla. Los incentivos parecen más económicos que ecológicos: en el mercado local, el aluminio para reciclar se paga casi un 30% más que el plástico.
"El otro problema del plástico es que una gran parte va a parar a fuentes de agua naturales. Este afecta a los peces que ingieren microplásticos, que a su vez terminan formando parte de la cadena alimenticia y por ende de la dieta de las personas", agrega Zubillaga.
Por su parte, los gigantes de la industria del agua embotellada intentan contener el creciente malestar de la opinión pública, indignada por las imágenes de montañas de plástico. Según publicó The New York Times, multinacionales como Danone, Coca Cola y Nestlé vienen probando versiones en latas de sus aguas, en un mercado en crecimiento por dos factores: la caída en desgracia de las bebidas azucaradas y la crisis del coronavirus, que disparó el consumo de aguas envasadas y seguras… pero descartables.
¿Esto significa que la lata es la solución a la crisis de la basura? No exactamente. El aluminio también tiene su costo ambiental: según los expertos consultados, la producción de una lata emite el doble de dióxido de carbono a la atmósfera que una botella de plástico.
Entonces, si bien envasar agua en aluminio puede ser una respuesta al problema de la contaminación por plástico, está claro que la mejor opción para el medio ambiente, siempre que sea posible y seguro, es decirle que no al agua embotellada. Alternativas no faltan: cada vez hay más oferta de dispensadores y filtros, como por ejemplo PURA, una empresa de purificadores que se propone "cambiar el mundo a través del agua".
"Las aguas envasadas no venden agua, venden plástico. Son una creación de la publicidad para darle al consumidor una percepción de sofisticación y salud sin reflexionar sobre el uso indiscriminado de plástico", dispara Leandro Barrionuevo, gerente de la compañía que lleva la sustentabilidad en su ADN. Además de estar certificada como Empresa B por su visión de triple impacto –económico pero también ambiental y social–, en el reciente hot sale donaron el 10% su facturación a comunidades vulnerables. "Podemos tener agua de calidad, de forma instantánea, directa y simple, sin la necesidad de movernos ni de gastar plata en ningún tipo de envase de un solo uso", agrega.
Mientras tanto, la revolución del agua sin envases descartables también llegó al sector gastronómico de Buenos Aires. Novedosas máquinas como las de AQA eliminan las impurezas, la remineralizan y hasta la gasifican, sacando al plástico de la ecuación. ¿Será el fin de la inexplicable costumbre doméstica de cobrar el agua en restaurantes y bares?
Como escribió el científico estadounidense Peter Gleick, autor del libro Embotellada y vendida: la historia detrás de nuestra obsesión con el agua en botella: “El acceso público al agua potable debería ser más fácil de lo que es y vender agua envasada debería ser más difícil”. Todo un mensaje en la botella.
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