La gran obra de Gabo cumple 50 años
Con gran olfato, el editor Paco Porrúa advirtió que se trataba de un texto excepcional y el 5 de junio de 1967, Sudamericana la daba a conocer al mundo. Anécdotas y curiosidades de la novela fundamental de Gabriel García Márquez
A principios de agosto de 1966, Mercedes y yo fuimos a la oficina de correos de México para enviar a Buenos Aires la versión terminada de Cien años de soledad, un paquete de 590 cuartillas escritas a máquina a doble espacio y en papel ordinario dirigidas a Francisco Porrúa, director literario de la editorial Sudamericana. El empleado del correo puso el paquete en la balanza, hizo sus cálculos mentales y dijo: «Son 82 pesos». Mercedes contó los billetes y las monedas sueltas que le quedaban en la cartera y se enfrentó con la realidad: «Sólo tenemos 53». Abrimos el paquete, lo dividimos en dos partes iguales y mandamos una a Buenos Aires sin preguntar siquiera cómo íbamos a conseguir el dinero para mandar el resto. Sólo después caímos en la cuenta de que no habíamos mandado la primera sino la última parte. Pero antes de que consiguiéramos el dinero para enviarla, Paco Porrúa, nuestro hombre en la editorial Sudamericana, ansioso de leer la primera parte, nos anticipó dinero para que pudiéramos enviarlo. Así es como volvimos a nacer en nuestra vida de hoy”, contó Gabo en 2007, en Cartagena de Indias.
Para hacer posible aquel primer envío y llevar adelante la propia escritura de la novela, el matrimonio debió empeñar varios artículos personales, las joyas de Mercedes y hasta la preciada procesadora de alimentos. Por todo lo vivido en esos dieciocho meses de intensa escritura y con el sobre ya despachado, Mercedes, en la puerta de la oficina de correos y sin haber leído el libro, lo miró a él y le soltó: “Oye, Gabo, ahora lo único que falta es que esta novela sea mala.”
Medio siglo pasó desde que ese gran sobre llegó a manos de Paco Porrúa, quien con gran olfato y siguiendo el consejo del crítico chileno Luis Harss, reconoció en las primeras páginas que se trataba de una novela excepcional, la misma que Tomás Eloy Martínez coronó en la tapa del semanario Primera Plana con el título La gran novela de América.
Las páginas perdidas del original que deslumbró a Porrúa, o como bien dice Ezequiel Martínez, hijo de Tomás Eloy y presidente de la fundación TEM, lo hipnotizó, se podrían reconocer por las pisadas que dio su padre sobre esas carillas. “Paco lo llamó a mi papá para que fuera a leer el manuscrito. Era un día de lluvia, las páginas estaban tiradas por el suelo y mi padre pisó con sus zapatos mojados algunas de ellas –narra Martínez la anécdota que hoy es parte del mágico relato que alimenta la edición de Cien años de soledad–. Las suelas de los zapatos marcaron aquel manuscrito, el que más tarde mi padre bautizaría, en la primera reseña de la obra, como la gran novela de América. Sin duda, se trató de una apuesta inédita para la época. La tapa de Primera Plana [publicada el 20 de junio de 1967] consagraba a un autor que muy poca gente conocía.”
El propio Tomás recordó en una nota publicada en 2014 en la nacion que en la casa de Paco Porrúa, en San Telmo, esa noche de lluvia compartió el deslumbramiento: “No había duda. Se trataba de una obra maestra. Porrúa y yo acordamos que la editorial y el semanario unirían esfuerzos para invitar al autor a Buenos Aires”.
“Este padre mayor (García Márquez) que se les ha unido (a Cortázar, Onetti, Vargas Llosa, Guimaraes Rosa, Carpentier) definitivamente con Cien años de soledad, viene a aportar, él solo, una bandera nueva para la aventura: la novela que acaba de publicar resume, mejor que ninguna otra, todas las corrientes alternas(...)", destacaba el texto publicado en Primera Plana.
LA PORTADA QUE NO FUE Y LA QUE FUE
Gabriel García Márquez soñaba con que la portada de su novela naciera de la imaginación del artista mexicano Vicente Rojo. “Fui uno de los primeros en leerla y me di cuenta de que era un compromiso muy fuerte”, recordó el artista en una entrevista publicada en el diario colombiano El Heraldo. Un problema con el correo impidió que el dibujo llegara a tiempo, por lo que fue necesario improvisar otra tapa para la publicación. Según cuenta Eligio García Márquez, hermano de Gabo, en Tras las claves de Melquíades, la portada realizada para esa primera edición fue una ilustración de Iris Pagano, del Departamento de Diseño de Sudamericana: aquella del galeón hundido en medio de la selva, que se volvería tan conocida. Con esa imagen, el 5 de junio de 1967 Cien años de soledad llegó a las librerías de Buenos Aires con 8 mil ejemplares que en quince días se agotaron.
Un mes más tarde, la segunda edición llevó el dibujo original de Rojo, que aseguró que no pretendía reflejar ningún elemento en particular de la novela, sino plasmar imágenes populares. Sin embargo, algunos han encontrado en esta composición una aproximación al diseño del macondo, un antiguo juego caribeño que se practicaba con un dado que llevaba grabadas seis figuras, entre ellas, la de un árbol macondo. Una de las mayores curiosidades de esta portada fue que a Rojo se le ocurrió escribir al revés la letra E de soledad, lo que causó gran confusión. Cuentan que un librero de Montevideo marcó con una lapicera la letra al derecho y mandó una nota de protesta a Sudamericana; otros devolvieron los ejemplares y se escribió un artículo donde señalaban la falta de cuidado del editor.
La publicación de Cien años de soledad está rodeada de anécdotas, curiosidades y de cierto halo mágico. El británico Gerald Martin, que escribió la biografía Gabriel García Márquez: una vida, afirmó: “Sea cual sea la verdad, desde luego ocurrió algo misterioso, por no decir mágico.”
“Son idioteces –dispara Alberto Manguel, director de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno, ante la apreciación de Martin–. Cada éxito literario nos maravilla, cada creación de una obra de arte nos sorprende, como si no pudiéramos creer que el ser humano pudiese hacer algo bello e inmanente.”
La magia, tarde o temprano, tiene una explicación. De eso está convencido Juan Ignacio Boido, director editorial de Penguin Random House. “Uno puede desarmar un libro, analizarlo, diseccionarlo, pero, para seguir con la analogía, al final lo que importa es si el truco vuelve a funcionar o no. Y Cien años de soledad sigue funcionando: ése, quizá, sea su libro más perfecto.”
Más allá de la magia, Cien años de soledad es una de las novelas más universales, leída por más de 70 millones de personas. El académico de Cultura Latina en Estados Unidos Ilan Stavan apunta que se trata de un libro que redefinió no sólo la literatura latinoamericana, sino la literatura universal. El furor de la obra que se editó en la Argentina, a sólo cuatro días del lanzamiento del disco Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band, llegó a ser comparado con la beatlemanía.
Apareció en un momento clave. Boido hace hincapié en este aspecto: “Surgió en el momento en que América latina intentaba redefinir su identidad, buscando sus raíces y a la vez participando de los procesos históricos que atravesaban al mundo. En ese sentido, diría que García Márquez reclama para sí dos de los grandes mandatos de la literatura. Por un lado, el de Tolstoi: pinta tu aldea y pintarás el mundo; con Macondo, le dio una dimensión mítica a todo el continente. Por otro, el de Borges en El escritor argentino y la tradición: al no tener una verdadera tradición un escritor puede reclamar para sí la literatura del mundo. Creo que García Márquez siguió ese mandato desde Colombia: ahí están las influencias de Faulkner y Sófocles, de los relatos populares y los bíblicos, de Rulfo y de Hawthorne. Ese libro, en ese momento, se convirtió en uno de los emblemas a través de los cuales América latina se explicaba a sí misma y explicaba al mundo su pasado turbulento y mítico del que emergía. Hoy, no son pocos los autores de países que crecieron bajo una mixtura de culturas o que atravesaron un proceso de descolonización, como Pamuk o Rushdie, que reconocen la influencia de Cien años de soledad para entender cómo contar su propio mundo”.
En el año de su publicación los lectores latinoamericanos reconocieron en la obra una suerte de gran epopeya de su continente. “Una nueva forma de contar después de la literatura indigenista de Jorge Icaza, Ciro Alegría y tantos más, y de las ficciones borgianas –reconoce Alberto Manguel–. Pero fueron los anglosajones que eligieron a Cien años de soledad como emblema de lo que ellos suponían era ese mundo exótico al sur del Río Grande. Tomaron la etiqueta realismo mágico de la historia del arte alemán [Alejo Carpentier también lo había usado] y eso les permitió generalizar cómodamente una visión unificada y caricaturesca de veintipico de países hispanoparlantes distintos. Los norteamericanos, por sobre todo, identificaron la novela de García Márquez con sus prejuicios, incomprensiones y deseos proyectados, como lo habían hecho una década antes con la China a través de las novelas de Pearl S. Buck. Más tarde, cuando los escritores de habla inglesa intentaron inspirarse en la novela de García Márquez para escribir sus propias ficciones, el experimento les salió mal: autores como Jonathan Safran Foer en los Estados Unidos y Jack Hodgins en Canadá no lograron ser convincentes en sus imitaciones del estilo de García Márquez. Pero toda gran obra literaria es retrospectiva, crea sus precursores, como dijo Borges, de manera que ahora creemos reconocer la influencia de Cien años de soledad en las ficciones de Rushdie, Christoph Ransmayr, David Mitchell y otros.”
UN EDIFICIO DE VARIOS PISOS
“Uno de los grandes méritos de Cien años de soledad –analiza el escritor y editor Luis Chitarroni– es que Francisco Porrúa la leyó en el momento justo y descubrió que la novela reunía una cantidad enorme de elementos que no estaban en otros libros. No era solamente un efecto, o lo que llamarían más tarde García Marketing. Era el momento justo. Esos libros parecían anunciar una libertad absoluta de la literatura. García Márquez, aplica la noción moderna del common reader. Esta idea deriva de su formación como periodista.”
Y en este punto se detiene Jaime Abello Banfi, director de la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI) y amigo personal del escritor. “Cuando se edita Cien años de soledad, García Márquez llevaba veinte años de periodista, y desde su primerísima crónica se devela un buen escritor. Lo que ocurrió con la novela es que se encontraron el autor y la audiencia en un momento de transformación. En el texto uno descubre su propia experiencia vital, la que recogió de su entorno, de su familia, de la tradición oral de las mujeres, de sus lecturas y por sobre todo de sus vivencias como periodista tras haber recorrido y vivido en distintas parte de América latina y en Estados Unidos. El periodismo le permitió salir de la biblioteca y lo alejó de ser un escritor encerrado. El mismo García Márquez lo confesó en una entrevista: «Soy un periodista, fundamentalmente. Toda la vida he sido un periodista. Mis libros son libros de periodista aunque se vea poco. Pero esos libros tienen una cantidad de investigación y de comprobación de datos y de rigor histórico, de fidelidad a los hechos, que en el fondo son grandes reportajes novelados o fantásticos». Y Cien años de soledad es una buena prueba de ello.”
La esencia periodística de Gabo está íntimamente ligada con la idea de common reader, expresión que Virgina Woolf rescató del Dr. Johnson y que Ariel Castillo Mier –uno de los mejores conocedores e intérpretes de la literatura de García Márquez–, enfatiza en la posibilidad de que la novela respondiera al horizonte de expectativas de los lectores. “El boom no era una literatura de masas. El siglo de las luces, Rayuela, La ciudad y los perros, La muerte de Artemio Cruz y Paradiso, entre muchas otras, por su complejidad estructural, sus citas en diversos idiomas, los experimentos con el tiempo y el punto de vista y la densidad del lenguaje, no eran obras para un lector común. Cien años de soledad podía ser leída por el portero del edificio, la cajera del supermercado, el estudiante de ingeniería. El lector común, que podía además identificarse con sus personajes y sus acciones en una obra de alta calidad literaria. La novela, como lo dijo el autor, es un edificio de varios pisos y el lector puede entrar y quedarse en el piso que su bagaje le permita, desde el primero hasta el penthouse. Pero las otras no permitían a veces ni la entrada.”
Sobre este permitir la entrada reflexiona Salcedo Ramos: “Se lee como un best seller aunque esté escrita como un clásico. En Cien años de soledad se hibridan la gracia con la pericia técnica. Creo que la novela se conectó fácilmente con los lectores latinoamericanos porque podía leerse como una parábola de nuestra historia. Estaba llena de ocurrencias delirantes. En esta novela es posible hallar un pueblo perdido orientándose por el canto de los pájaros y proponer una fórmula para encontrar el mediodía. Creo que eso fue novedoso y generó un encantamiento inmediato. Cien años de soledad puede leerse como la más delirante adivinanza que se ha escrito sobre la realidad de América latina.”
GABO Y BUENOS AIRES
“Cuando Porrúa y yo –escribió Tomás Eloy Martínez– fuimos a su encuentro a Ezeiza, a las 3 de la mañana del 19 de agosto, advertimos la más aterradora de sus cualidades: García Márquez era un vendaval inmune al sueño y a las desgracias. Más que un gitano parecía la reencarnación de Gargantúa. Lo acompañaba una mujer maravillosa que parecía la reina Nefertiti en versión indígena. Era su mujer, Mercedes Barcha.”
La fama cayó sobre Gabo en Buenos Aires y nunca más lo abandonó. “Fue en el estreno de Las siameses, de Griselda Gambaro –comenta Ezequiel Martínez–. Entró a la sala y la gente le gritaba ¡gracias por su novela! Fue el momento en que a Gabo le llegó la fama, y como buen supersticioso nunca volvió a la ciudad, porque ahí donde empezó todo también podía terminar.”
A 50 años de aquella visita, cuya excusa no fue la edición de Cien años de soledad sino ser jurado de un concurso de novela, la Biblioteca Nacional prepara para agosto una gran muestra que entre otras cosas exhibirá la máquina de escribir Olivetti, donde Gabo dio su frenético golpeteo. “Trataremos de mostrar el recorrido intelectual del escritor, y también su asociación con la Argentina –anticipa Manguel–. En principio, Mercedes [estuvo junto a Gabo 56 años] aceptó participar de los homenajes. Sería maravilloso recibirla.”
“Es el homenaje a una obra que llena el vacío dejado por la muerte de los dioses y permite la religación de los colombianos, de los latinoamericanos –señala Alberto Salcedo Ramos, otro de los invitados, junto con Ariel Castillo Mier y Jaime Abello Banfi–. Asimismo la gratitud con la ciudad de Buenos Aires y sus privilegiados editores y los lectores anónimos que hicieron posible el milagro.” Abello Banfi bromea: “Somos una especie de agentes de Macondo. Estamos imaginando los talleres que brindaremos como representantes de la FNPI en la Fundación Proa”.
Juan Ignacio Boido destaca el homenaje a la primera edición recientemente publicada y la versión ilustrada especialmente curada por uno de los hijos de García Márquez, que verá la luz este mes. “Para nosotros es un orgullo y una responsabilidad ser la editorial que publica la obra de García Márquez desde entonces.”
La chilena Luisa Rivera, instalada en Londres, realizará la versión ilustrada de Cien años de soledad. “Tengo la teoría –confiesa Rivera–de que los ilustradores dialogan con los autores, estén vivos o no. En ese sentido, no sólo releí el libro, que ya tan bien conocía, sino que además estuve escuchando su voz durante todo el proceso. Repetí una y otra vez entrevistas o discursos. También estudié las descripciones, porque si bien Macondo es un lugar ficticio, el autor da ciertas pistas geográficas, y quería honrar esos espacios.”
Gonzalo García Barcha, hijo de Gabo, lideró la realización de esta edición. “Cuando supe que Gonzalo se unía al proyecto con Enrico, que es una tipografía que él ha diseñado, me emocioné mucho. De alguna manera, era cerrar circularmente este homenaje. Además, Gonzalo es diseñador y artista, y por eso es muy lindo que su colaboración en el proyecto sea a partir de su propio quehacer creativo.”
Fue Pablo Neruda quien, por salir del paso ante la insistente pregunta acerca de su opinión sobre la novela, en un festival de teatro en Manizales, dijo que Cien años de soledad era el Don Quijote del Sur. “Comparten temas y trucos técnicos –analiza Castillo Mier– y actitudes, como el respeto por la cultura popular, así como la idea expresada en Cien años de soledad acerca de la literatura como el mejor juguete que se ha inventado para burlarse de la gente solemne, grave o canónicamente seria.”
“Ni en el más delirante de mis sueños en los días en que escribía Cien años de soledad llegue a imaginar la edición de un millón de ejemplares. Pensar que un millón de personas pudieran leer algo escrito en la soledad de mi cuarto con 28 letras del alfabeto y dos dedos como todo arsenal parecería a todas luces una locura”, pronunció Gabo en Cartagena de Indias.