La gran migración
Llegamos a Kenia cuando recién empezaba La Gran Migración, aterrizamos en una pequeña avioneta donde nos esperaban nuestros guías en sus imparables Land Rovers, que atravesaron enormes lomas llenas de arbustos y piedras para mostrarnos de cerca a las jirafas. Unos minutos más tarde estábamos en las carpas, poniéndonos bombachas de campo para nuestra primera cabalgata, y así comenzar la travesía por el Masai Mara. Se dice que África atrapa y para siempre, pero es difícil describir por qué. Su luz, color, olor, silencio, los cielos, la simplicidad, su pureza, el ritmo, la vida, su autenticidad, el dolor, su frescura, la solidaridad. Ni fotos, ni videos, ni cuentos hacen honor a lo que uno siente al cruzar un río lleno de hipopótamos y cocodrilos. La corriente tira, el río cada vez es más profundo y sólo queda la cabeza del caballo fuera del agua. El guía pega latigazos al aire para asustar a los hipopótamos que miran al ras del agua, pero los más asustados somos nosotros, que hacemos lo posible para que los caballos vayan contra la corriente.
Es difícil transmitir la fascinante adrenalina que se siente cuando nos acercamos a una manada de elefantes con sus crías y ellos, defensivos, abren sus orejas y cargan furiosos hacia nosotros. El guía dice por lo bajo que retrocedamos lentamente, y nos damos vuelta con un pausado trote, pero al tercer anuncio de trompeto, todos salimos disparados en un caótico galope. Con risas y cerveza Tucker frente al fogón, recordamos la experiencia con ganas de repetirla.
Siendo yo una jineta poco experimentada, puedo decir que sobreviví estos intensos días dignamente. Lo más peligroso no fueron los leones o elefantes, sino los pastizales llenos de pozos y rocas que atravesábamos a todo galope para llegar antes del anochecer a nuestro siguiente campamento. Es difícil mantener la concentración y el equilibrio cuando uno está rodeado de cebras, elefantes, ñúes, impalas, búfalos, jabalíes y avestruces, y los ágiles pero asustadizos caballos a veces reaccionan con movimientos abruptos. En el séptimo día, o mejor dicho, en el km 250, mis aptitudes ecuestres mejoraron en un 300%, y ahora lo único que quiero es volver a galopar.