La genetista de los derechos humanos
No es lo que se dice una científica pura. "Lo mío no tiene nada que ver con la investigación ratón de la ciencia básica", dice de entrada. Al frente de un equipo de un de veinte personas lleva adelante, desde hace años, el más minucioso registro de familiares de personas desaparecidas que existe en el mundo entero. Médica que trabajó toda la vida en hospital, Ana María Di Lonardo (61), casada, madre con una historia secreta que prefiere no escarbar, es una de las mujeres que más sabe de genética y derechos humanos en la República Argentina.
Así la consideraron en Francia en 1990, cuando le otorgaron el Premio a los Derechos Humanos por su trabajo al frente del Banco de Datos Genéticos que funciona desde 1984 en el Hospital Durand.
La Comisión Nacional para la desaparición de personas (Conadep) dispuso, en los álbores de la democracia, que se crease un banco de datos genéticos donde pudiera registrarse, oficialmente, toda la información concerniente al tema para favorecer la restitución a sus familias de origen de los niños nacidos durante el cautiverio de sus padres durante la dictadura militar.
El departamento de histocompatibilidad del Sanatorio Güemes fue el lugar que designó en un primer momento la Conadep para que se realizaran las investigaciones. Pero era una institución privada y, además, fue impugnado por las Abuelas de Plaza de Mayo.
-De las dos personas que trabajaban en el Güemes, uno había trabajado en el Hospital Militar Central. Cuando la organización Abuelas de Plaza de Mayo se enteró impugnaron el sanatorio y fueron al banco de sangre de Nueva York, el corazón del mundo, a ver si se podían hacer cargo de esos estudios en el exterior. El director en aquel entonces era el doctor Fred Allen y el subdirecrtor, un chileno llamado Pablo Rubinstein. "Sí, podemos ayudarlas", dijo Allen, pero ahí intervino Rubinstein: "En la República Argentina hay otro grupo que está trabajando en histocompatibilidad, y es la gente del Hospital Durand".
-Qué casualidad.
-No fue casualidad. Rubinstein me conocía desde el año 82, cuando enun congreso le había mostrado lo que nosotros estábamos haciendo a los fines exclusivamente asistenciales...
-¿Usted conocía alguna de las abuelas?
-No. Absolutamente a nadie.
-¿Tiene algún familiar desaparecido?
-No. Absolutamente.
En la actualidad, casi 2000 personas han registrado sus datos genéticos, pero no en todos los casos se alcanzó la exactitud que confieren las técnicas actuales, que estudian el ADN de cada individuo alcanzando una precisión matemática de un 99,9999999 por ciento en las indagaciones sobre paternidad o abuelitud.
-Desgraciadamente no todas las fichas están completas, porque hay gente que vino en el año 84, 85, 86 y después no volvió más. Y ya son muy otros los marcadores que se uitilizan. En ese entonces la técnica de ADN aún no había sido puesta en práctica en ningún lugar del mundo.
-¿Sabe esto la gente cuyos datos genéticos fueron almacenados acá?
-Todas aquellas personas que tienen causas presentadas tienen que informarse sobre esto. La Justicia debe citarlas nuevamente. Nosotros enviamos información explicando que ahora todo se hace por ADN. El primer caso fue el de esa niña Juliana Inés Treviño, que por la técnica anterior no excluía a los padres que la reclamaban...
La señora Carmen Rivarola había impugnado los análisis porque conocía el expediente y ahí se mostraba una diferencia de tres meses entre la edad de la criatura y la fecha estimada del nacimiento en cautiverio. Pero por el método anterior era imposible excluirlo porque compartía las bases genéticas con las dos familias: le había dado un 98, 82 por ciento de probabilidad. El señor juex consideró que era satisfactorio y dijo "es". Evidentemente la niña compartía el árbol genético por azar, no por nexo biológico.
-Qué curioso.
-No, no es curioso. Es así.
-Cualquiera hubiera coincidido con el juez.
-No. Por una sencilla razón: la fórmula que se aplicaba antes, descubierta por la doctora Marie Claire King, no era la correcta. Por eso ha sido totalmente abandonada. Fue necesario que yo tuviera el premio de los derechos humanos en Francia para poderme comprar el equipamiento necesario para investigar el ADN.
Se refiere al premio que en 1990 le fue otorgado por iniciativa de la esposa del fallecido presidente francés Francoise Miterrand, Danielle, quien la nominó para recibirlo.
No hubo casi difusión de que una médica argentina fue la ganadora.
-Con los 20.000 dólares del premio compré los aparatos mínimos indispensables para empezar a trabajar -dice y se pone a mostrar una especie de radiografía donde se ven una serie de bandas horizontales, de diferente grosor: son los desplazamientos que las bandas de ADN presentan al ser fijadas químicamente. Los científicos las comparan, curiosamente, a los códigos de barras de los productos que se venden en supermercados-.
-La esposa de Miterrand ya nos había donado, en el año 85, la primer computadora, un freezer a menos 80 grados, conservadores de nitrógeno líquido, reactivos... Cuando esa computadora quedó inservible, volvió a donar otra, en 1988. La señora Mitterrando siempre trabajó mucho con nosotros.
El año pasado el intendente Jorge Domínguez le compró, en pleno furor de su campaña electoral, un freezer nuevo.
-Ahora estamos a nivel del mundo -dice ella con cuidado, desconfiada del uso que puede hacerse de sus palabras.
En cuanto las Abuelas de Plaza de Mayo volvieron de aquel viaje a Nueva York fueron a ver al entonces intendente de la ciudad de Buenos Aires, Julio César Saguier.
-El señor intendente municipal llamó al entonces secretario de Salud, que era el doctor Teodoro Puga, quien conocía perfectamente bien todo lo que yo había hecho acá porque hasta ese momento era el jefe de pediatría de este hospital; lo único que hicieron fue llamarme a mí para comunicarme que de ahí en adelante nos íbamos a tener que hacer cargo de todo- recuerda Di Lonardo hoy, mientras abre una de las bombas de nitrógeno líquido donde conservan las muestras extraídas a partir de una gota de sangre.
Un humo espeso y azul, helado, la rodea de inmediato. De pronto da frío escucharla hablar, pese a la cálida pasión con que logra hacerse entender.
Habla con el gusto de quien no muchas veces es oída seriamente, salvo en el ámbito académico. Y es que la mujer está lejos de toda especulativa frivolidad. Nunca da reportajes. No se promociona ni, incluso en perjuicio de su trabajo, promociona lo que hace. No lleva cuenta exacta de cuántos niños fueron restituídos gracias a la identificación genética lograda por su equipo.
-Le puedo decir que son más de 30 las identificaciones positivas, pero ¿sabe que nunca los conté?
-Lo que ustedes guardan es documentación reservada y vital. ¿Guardan copia de los datos genéticos en algún otro sitio en forma preventiva?
-Esa es una información que jamás daría.
Titular de inmunología y biogenética en la Universidad Maimónides, acostumbrada a dar conferencias para hiperespecialistas en el mundo entero, llegó al cargo que ocupa por concurso, el 1 de octubre de 1980, fecha en que creó el servicio de histocompatibilidad del Hospital Durand.
-¿La investigación sobre desaparecidos interumpió el trabajo asistencial que venían haciendo?
-De una manera terrible. Nos complicó la vida.
-Al mismo tiempo era un objetivo muy noble...
-Absolutamente. Desde el punto de vista ético correspondía. Los estudios sobre desaparecidos se instalan en este lugar porque ya estaba todo hecho, el personal formado. Lo mismo que hacíamos para inmunología lo hicimos después para el Banco. Todo el Poder Judicial aprovechó después nuestros estudios periciales. A partir del año 87, que se sanciona la ley 23511, se crea el Banco Nacional de Datos Genéticos en este servicio. No había ningún otro lugar del Estado donde hacerlo.
-¿Existe en algún otro país del mundo un Banco como éste?
-De este estilo no. Este tiene como peculiaridad, si querés, que nace por la desaparición forzada de personas. Y tiene toda una serie de bse de datos vinculados con ese conflicto. En este momento el único que se va a poder crear como el nuestro es el de Bosnia; de hecho nos pidieron ayuda. Ahí van a poder hacer que todos los familiares de desaparecidos puedan dejar sus datos igual que acá.
-¿Cómo nos ven respecto del tema genético en el extranjero?
-Muy bien posicionados. La Argentina ha hecho un grn esfuerzo para ponerse acorde con lo que se hace en los países centrales, particularmente en el estudio de los aspectos genéticos vinculados con los trasplantes.
-¿Se sigue utilizando la fórmula de identificación genética de Marie Claire King en otras partes del mundo?
-No. Por una sencilla razón. en ninguna otra parte estuvieron haciendo estudios de abuelidad por desapariciones forzadas de personas, triste privilegio de la República Argentina. Este es un hecho concreto. Pero el nuestro también fue el único país que en aquel entonces intentó investigar, por decisión del Gobierno y de la sociedad argentina. Ha sido un reconocimiento muy importante que la ciencia, en la medida de lo posible, tratara de subsanar tanto horror.
Filiación y trasplantes
A raíz de los avances en las técnicas de histocompatibilidad genética, el Incucai resolvió, siguiendo una política mundial, que solamente se acepten resultados de estudios hechos con técnicas de ADN para los trasplantes de órganos.
Los datos genéticos de los potenciales receptores de donantes cadavéricos figuran en la computadora del Incucai. Cada órgano del cuerpo humano posee la misma identidad que el cuerpo en su conjunto.
Conocer previamente el mapa genético reduce en forma impresionante la posibilidad de rechazo del sistema inmunológico; más aún, cuando se selecciona al donante con un grado de compatibilidad casi total con el receptor.
Los estudios genéticos que se realizan en el Hospital Durand son gratuitos, aunque cada persona debe comprar los reactivos necesarios (cuyo costo oscila en los 350 pesos), ya sea para establecer la filiación de un hijo o los estudios de ADN aplicados a los trasplantes.
La atención al público es de lunes a viernes, de 8 a 17. Asesoramiento letrado: de 8 a 12. Mayor información, en el Banco de Datos Genéticos (982-5555/0366/1050 internos 124 y 125. Fax 982-0625).
Alejandro Margulis
Fotos: Daniel Caldirola
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