Con 36 cargos en su contra, el mayor asesino en serie de la historia argentina cumple 50 años preso; una tarde de 1973 intentó recuperar su libertad y casi muere; qué sucedió en ese tiempo
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La fuga ocurrió el sábado 7 de julio de 1973. Carlos Robledo Puch, bautizado por los medios de la época como el “Ángel de la muerte”, por la crudeza con la que este joven, de rasgos delicados y apariencia inocente, asesinaba a sus víctimas, estaba por cumplir su primer año y medio en prisión. Todavía no tenía una sentencia firme, pero seguramente ya presentía la prisión perpetua. Con su corta edad, apenas 21 años, el mayor asesino en serie de la argentina cargaba con un listado de crímenes que justificaban la temida condena: 11 homicidios, dos raptos y dos violaciones, además de muchos hurtos.
Con poca esperanza de ser liberado, entonces, planeó su famoso escape, en el que casi perdió la vida. Lo había planeado con tiempo, junto a su compañero de celda, Rodolfo Sica, procesado por homicidio calificado. La elección del día no fue al azar: la noche anterior había habido una celebración en la cárcel. Se cree que tenía que ver con la liberación de algunos presos que se dio en el marco de la ley de excarcelación y amnistía.
Robledo Puch y Sica fingieron estar mal de salud para excusarse de participar de la fiesta y ser llevados a la enfermería. Fue desde aquella sala con varias camillas que escaparon, a la 1.55 de la mañana. El principal error de la institución, se comentó más tarde, fue dejar a los dos internos solos, sin la custodia de ningún profesional o uniformado.
Los dos compañeros ya habían preparado y escondido en aquella habitación una soga hecha con sábanas atadas, con un garfio en la punta. Con ese artefacto saltaron el primer cerco de la prisión. Pero luego debieron enfrentarse al muro perimetral. Ambos intentaron subir y escapar por un sector oscuro de la gran muralla, donde se había roto un foco de luz, pero solo Robledo Puch lo logró. Un policía los vio mientras escalaban y empezó a disparar con una ametralladora. Sica cayó para el lado de adentro de la pared, mientras que el “Ángel de la Muerte” logró salir. El guardia no lo pudo divisar a la distancia, corriendo por el campo abierto; el joven se camuflaba entre la neblina, especialmente abundante ese día.
“Escapó el Asesino ‘Niño’: Cara de Ángel Puch vuelve a emboscarse en las sombras de la Ciudad”, tituló Clarín al día siguiente, cuando la noticia estalló en la tapa de todos los diarios. El joven prófugo pasó 68 horas en libertad, mientras miles de uniformados lo buscaban sin descanso por toda la provincia.
En ese lapso, muchos vecinos de distintos barrios dijeron haberlo visto, tanto vagando como robando. Pero -se sabría más tarde- la mayoría de esas pistas no terminaron siendo verdaderas. Con el pelo corto, la apariencia de Robledo Puch era muy diferente a la que había aparecido en las tapas de los diarios cuando fue capturado. Y muchos porteños habían confundido a otros veinteañeros con él, notificando falsamente a la policía. Fue recién después de su captura que se pudo saber con lujo de detalle el recorrido del joven.
¿Cómo fueron sus últimas 68 horas de libertad?
Apenas salió del centro penitenciario, Robledo Puch, sin dinero ni pertenencias, logró subirse a un colectivo. Según testificó luego el conductor, el prófugo se excusó diciéndole que lo acababan de robar y que lo habían dejado sin nada. Luego, tomó un tren y otro colectivo, hasta llegar a la zona norte del conurbano, donde vivían sus padres. Pero no los visitó, seguramente porque sabía que la policía lo iba a estar esperando allí. En ese tiempo, paseó por las calles y durmió en terrenos baldíos y obras. Hasta que en la noche del 10 de julio, un patrullero lo divisó, vagando por la avenida del Libertador, a metros del puerto de Olivos.
“Él quería venir con nosotros, pero se ve que lo encontró la policía primero”, dijo su madre a un periodista televisivo, minutos después de que su hijo fuera nuevamente capturado. También remarcó que, durante el llamado, él le había dicho dónde estaba y que iba a entregarse. La acompañaba el abogado del joven, quien se ocupó de argumentar que su cliente no había cometido ningún tipo de delito al fugarse: “No dañó a nadie ni rompió cosa alguna”, afirmó. La pasividad del joven durante su tiempo de fuga, argumentó él, era una prueba de que no era “un sanguinario, ni un monstruo, ni un subhumano”, como habían dicho algunos periodistas.
-¿Usted cree que él no es culpable de nada?-, increpó el movilero a la madre de Robledo Puch.
-De nada, no. Pero tampoco de todo, eso nunca es la vida-, respondió ella.
Su principal preocupación, expresó, era que su hijo fuera maltratado por las fuerzas policiales una vez que volviera a la cárcel. También le temía a la prisión perpetua: “Me gustaría que le den oportunidades de hacer las cosas bien en la vida, de ser un hombre de bien. Espero que tenga la oportunidad, eso es lo que más me interesa”, expresó en esa misma oportunidad.
Pero no pudo ser. Su hijo fue sentenciado a prisión perpetua unos años después, y nunca más intentó escaparse de la cárcel, o al menos eso es lo que se sabe. El 4 de febrero, Robledo Puch cumplió 50 años preso. Al día de hoy, es el argentino que más años lleva en una institución penitenciaria.
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