La foto de mi vida
Hace 10 años conquistaba Roland Garros. Hoy su pasión es la fotografía. Obsesiones, miedos y sueños de Gastón Gaudio, un hombre sensible.
Hubiera escogido nacer, al menos, 25 o 30 años antes que en diciembre de 1978. Tiene inquietudes, Gastón Gaudio, sobre un tiempo que no vivió in situ, pero que le hace ruido en el inconsciente todo el tiempo, que lo lleva a transportarse emocionalmente. A pensar, a añorar, a tratar de entender cómo puede modificarse tanto el día a día de una persona, de una sociedad. Es nostálgico, el hombre que con una raqueta dibujó golpes deliciosos en los courts del mundo. Es sensible, el Gato. Reflexionar y teorizar más de la cuenta, asevera, terminó por torturarlo en su carrera tenística. También en la vida. "Nunca lo vamos a saber, pero es una teoría armada del ser humano que toda época pasada fue mejor. Siempre pensás que lo que sucedió fue mejor de lo que estás viviendo. Pero, sinceramente, cuando veo los personajes con los que se codeaba Guillermo (Vilas), por ejemplo, digo: Sí, definitivamente hubiera sido feliz en ese momento, en ese mundo. No sé, Andy Warhol, Lou Reed, los Stones naciendo... Una época increíble. Era mucho menos profesional. Más allá de que Guillermo es la persona más profesional que conocí: jamás estuve con alguien tan obsesivo con algo como él con el tenis. Pero el formato del circuito y cómo se jugaba el tenis cambiaron. No era tan masivo, no había tanta plata, todo era más distendido. Hoy, Federer va a comer a un restaurante y tiene a dos personas de seguridad para que no lo toque nadie, es inaccesible. Lo mismo si va a bailar. Antes, por ahí estaba tocando Lou Reed en un bar de Nueva York y te podías poner a charlar. No había todo ese estrellato inalcanzable. Me hubiera fascinado estar ahí", dice el hijo de Norberto Gaudio, de descendencia italiana, y de Marisa Canosa Insúa, nacida en Finisterre, La Coruña, que a los 7 años se marchó en barco desde el puerto de Vigo junto con su padre y dos hermanos, eludiendo tiempos conflictivos.
Se siente de la vieja guardia, Gastón. Así fue, también, cómo la fotografía analógica irrumpió en su mundo, cuando en los últimos años de carrera, en lugar de quedarse en la habitación del hotel mirando películas o pidiendo room service se colgaba la cámara al hombro y salía a caminar por las noches. Lo distraía, lo desconectaba. Podría haber optado por las máquinas digitales, pero hubiera sido más aburrido, claro. Hizo cursos y hasta una exposición. "Hacía muchos años que estaba en el tour y era todo lo mismo. El entrenador, el preparador físico, ir al hotel, comer, la rutina. En los últimos años intenté disfrutar un poco más de la vida. Entonces no ganaba un partido, pero hacía un tour gastronómico por el mundo que era espectacular (sonríe), íbamos a los mejores lugares a comer, porque a mí me encanta comer. Antes también me divertía jugar al golf. Hacíamos un tour con Franco (Davin), desde Toronto hasta US Open; como en la mayoría de los clubes había canchas de golf espectaculares hacíamos un torneo por puntos durante las tres o cuatro semanas. Y yo le dije que si llegaba a perder con él no jugaba nunca más. Y perdí. No jugué más. Con la fotografía empecé retratando a los homeless y después se volvió parte de mí", explica quien en 2014 celebró diez años de su conquista más importante, el torneo de Roland Garros 2004.
Usa cámaras con rollo, de 35mm réflex; saca en blanco y negro, las envía a revelar a un estudio y luego hace las copias él mismo en el laboratorio que armó en su casa. Disfruta de encerrarse allí. Lo vincula con un costado artesanal; mística pura. Siente el mismo cosquilleo con la música. "Soy una persona demasiado sensible –confiesa–. Y la música me entra por ese lado, el de la sensibilidad. Me gustan todos los estilos, pero cada uno o cada cantante me provoca reacciones distintas. Por ahí parece muy melancólica o triste, no sé, puedo escuchar a Leonard Cohen y deprimirme, pero puedo estar en otro lado y esa misma música me tira para arriba. Me pasaba lo mismo cuando jugaba, de expresarme como realmente soy, de expulsar lo que siento. Pienso todo el día. Cuando era más joven y jugaba era un poco más inconsciente y no evaluaba tanto las cosas, no tomaba la dimensión verdadera: vas a la cancha y fluye. Eso, en el tenis, me ayudó. Pero a medida que fui creciendo se generó el problema, cuando pensaba, analizaba, me daba cuenta de las situaciones y en lugar de reaccionar mejor, lo hacía mucho peor. Pero creo que el estado de melancolía tiene sus cosas buenas y malas."
¿Sufriste mucho?
Obvio que sí; pasé por situaciones durante toda mi carrera en las que sufrí un montón. Desde extrañar o preguntarme qué estoy haciendo acá si no me cambia nada o viajar por el mundo sin mi gente ni mi familia. Cuando empecé a jugar recién estaba comenzando el vínculo con la computadora y la comunicación no era la misma que ahora. Me fui a jugar cuatro meses a Alemania a los 16 años y la pasé mal, más cuando podía haberme quedado en mi casa y estaba todo perfecto. Al ser una persona tan sensible, en un montón de cosas me hicieron sufrir mucho, pero también disfrutar de las buenas como si fueran algo muy espectacular.
En la intimidad, con tu familia, ¿sos demostrativo o parco?
De chico era mucho más demostrativo que ahora. A los 13, 14, 15 años, ponele... Cuando empecé a jugar al tenis fue como que me metí en un mundo en el que me fui aislando de todo. Me convertí en una persona muy egoís... No sé si muy egoísta, pero es que el tenis te lleva a ser egoísta. Es como que no le das importancia a nada, a llamar a alguien, por ejemplo. Te parece que todo el mundo tiene que entenderte, que estás en tu mundo y eso, en cierta forma, me alejó mucho. La familia es todo para mí, todos los días los veo o los llamo. Pero es como que me cambió la manera de expresarme o de demostrar. De a poco me voy sintiendo mejor. Me cuesta un montón porque estuve 15 años viviendo en esa burbuja: estar encerrado, que todo dependiera de mí, que todo el mundo girara alrededor mío, que todos estuvieran pendientes de cómo me iba, de cuándo había que hablarme, de cuándo no. ¿Viste? Todo se hace para que estés bien, y cuando vos salís de ese mundo sentís que era normal, pero la gente ya no te tiene como el tenista que hay que proteger. Y volver a adaptarte es muy difícil.
Hubo un hecho ingrato que, finalmente, marcó la carrera de Gastón. Siendo adolescente y en un momento de cierta indecisión sobre si apostar al deporte como profesión o no, su padre, que era el sostén de la familia (se dedicaba a la producción de frutas), sufrió un problema cardíaco. Fue un impacto para Gastón, que llegó a dormir durante noches en un colchón en el piso al lado de la cama de Norberto para cuidarlo. También sufrieron sus hermanos, Diego y Julieta. Para Gasty, como lo llaman aún hoy sus padres, resultó un quiebre en su futuro. Se sacrificó aún más y, superando obstáculos, logró golpear las puertas del profesionalismo. "La enfermedad de mi papá fue el break point, digamos. Me pasó de decir tengo que hacer algo de mi vida. Y además, como éramos una familia en la que todo dependía de él, empecé a tomarme todo más en serio", rememora el tenista del artístico revés de una mano. Después llegó todo lo conocido: la creatividad y los enojos, el único trofeo de Grand Slam para un integrante de la Legión, el número 5 del mundo en 2005, los ocho títulos y las ocho finales en el tour, la representación en los Juegos Olímpicos y en la Copa Davis, más de 6 millones de dólares en premios...
Vida y muerte
"Ganar Roland Garros significa ser campeón durante toda la vida", suele repetir Vilas, el hombre que hizo popular el tenis en nuestro país. Y Gaudio, más allá de padecer el modo autodestructivo y fustigarse en sus últimos años de inspiración, vociferando todo lo mal que lo pasaba en los courts, conquistó Bois de Boulogne hace diez años y siempre quedará distinguido por ello. Nunca será uno más. Hace unos meses visitó París junto con Vilas para filmar Perfect Day, una película realizada por Peugeot Argentina y se le removieron los recuerdos. Viajó en el tiempo. "Pude ver todo de otra manera. Sos mucho más grande, tenés otras sensaciones, te das cuenta de la dimensión de las cosas. Por ahí cuando estás jugando no entrás mucho en razón de lo que está pasando. A esta altura de mi vida, en la que el tenis está bastante alejado y pasó mucho tiempo de jugar, es como que lo veo de otro lado, ¿entendés? Y las charlas que puedo llegar a tener con Guillermo ahora son distintas de las que podía tener antes, cuando me entregó el trofeo, por ejemplo. Más allá de que tener una charla coherente con Guillermo es difícil (risas). Él es como toda esa gente que es distinta, que por ahí puede aburrirte durante cuatro horas haciendo su monólogo, pero de repente te tira una genialidad. Cuando estás jugando es como que estás en otro mundo, tu cabeza está pensando en el tenis, en que tenés que ganar al otro día. Entonces, no podés tomar distancia y hablar de sensaciones o de experiencias."
Después de retirarte la pasaste mal, la depresión te tocó de cerca. ¿Fue difícil llenar esos casilleros en blanco que dejaste al no competir?
Muy difícil. En los primeros seis meses no, vivís los mejores meses de tu vida, porque hacés todo lo que no pudiste hacer mientras jugabas. Entonces vas cubriendo todos los espacios con todo lo que decías que no en su momento porque jugabas o porque tenías que viajar y tenías miedo de lesionarte. Entonces hacés fútbol, snowboard, vas a Las Vegas, te emborrachás, te comés todo, te vas cuatro meses a viajar por el mundo. Es espectacular. Pero hasta eso también te aburre, porque después de siete meses cuando ya hiciste todo, decís ¿y ahora qué? Viene lo peor. Viene una depresión enorme. Extrañás jugar. De hecho estuve un año sin jugar al tenis y volví a hacerlo, pero por este problema, de sentir que realmente no sabés lo que querés. No sabés si extrañás lo que tenías o te sentís tan perdido por no tener todo el tiempo un objetivo y algo que hacer, que el cuerpo te lo pide. Entonces volví a jugar, pero no era lo mismo, no tenía ni ganas.
¿Qué papel juegan las presiones periféricas en ese momento?
Las presiones vienen de todos lados cuando sos tenista, sobre todo cuando te va bien. Tenés a tu familia, que está pendiente de vos. Tenés a los sponsors, que están pendientes de que ganes. Nadie te lo dice, pero automáticamente te van poniendo bonus por objetivos. Entonces, cuando todo se va desmoronando... La prensa también te pone presión. Titula: Otra derrota de Gaudio, Otra derrota de Gaudio. El tenista siempre pierde, sólo gana uno. Es difícil. Te va lastimando, erosionando. Entonces decís ¿por qué tengo que pasar por esto si no necesito más? Y más cuando sos grande y decís basta. Entonces, tenés depresiones, terminás agotado, no querés saber nada.
Claro que los deportistas tienen algo que los moviliza, que los alimenta: la adrenalina. ¿Podés describirla?
Yo creo que eso es lo más..., es como la droga del ser humano. El tenista vive de eso, pero también es lo que te mata al final de tu carrera, es lo que te hace dejar el tenis también. Es como cuando estás arriba de la montaña rusa, que decís ¿para qué me subí?, pero te gusta. Entonces es como una situación medio extraña, porque estás jugando, todos los días cuando entrás en la cancha sentís eso, más o menos dependiendo de la circunstancia. Pero generalmente la sentís todos los días, desde chico. Porque es como el corcho: flota a su nivel. Cuando sos chico y jugás un metropolitano sentís lo mismo que cuando después jugás la final de Gstaad. La adrenalina es muy espectacular, pero después de muchos años es agotadora. Es como que el cuerpo la necesita mientras estás jugando, es lo que te mantiene vivo, es lo que te gusta, lo disfrutás en cierta forma. Pero a medida que pasan los años decís basta, no puedo más. Es como si todos los días tuvieras que dar un examen en el colegio. A veces estudiás, a veces no, otras te sentís bien, otras te duele la panza.
¿Va de la mano con el miedo?
Obvio que tenés miedos, todo el tiempo los tenés. La adrenalina es miedo a esa sensación de lo nuevo, de perder, de ganar. Hay miedos de todo tipo, también de ganar. Te da bronca no poder manejar las situaciones, cuando ese momento del partido es más grande de lo que tu adrenalina está acostumbrada. Esa es la diferencia con los Federer, los Nadal. Ellos también la sienten, pero ya es costumbre.
¿Y con qué te liberabas?
Trataba de manejar la situación como podía. No soy, básicamente, el mejor ejemplo (lanza una carcajada). Yo me descontrolaba y no podía manejar la situación, explotaba, podía romper una raqueta o llegar a hacer cualquier cosa. Pero llega un punto de tu carrera que terminás odiando la adrenalina. Decís no quiero tener más esa sensación en el pecho de no poder respirar antes de jugar un partido. Dejás de jugar y ¡es lo único que extrañás! Yo creo que ya es químico, es como que el cuerpo lo necesita.
¿Volviste a experimentar esa sensación después del tenis?
Nunca más volví a sentir algo igual. ¡Nunca! Y no creo que vuelva a sentirla. El cuerpo lo necesita, lo buscás en alguna forma. No sé, vas a la ruleta a apostar un número, pero no depende de vos y es otra cosa. Nunca más volví a sentir algo igual. Era lo que yo sufría en el final de mi carrera y es lo que extraño hoy. Es difícil en ese sentido.
¿No te quitaste muchos méritos al decir que habías sido el peor campeón de Roland Garros?
No, también es parte de un personaje. Todo el mundo esperaba que ganara el otro [Guillermo Coria]. Yo me demostraba a mí mismo las cosas, no me interesaba que la gente me reconociera, y por eso al año siguiente, en 2005, quería terminar entre los diez mejores del mundo para demostrar que no había ganado por casualidad. Entonces fue como una meta, un objetivo muy interno. Todo el tiempo pensaba en eso, me quitó energía; entonces, cuando lo logré [terminó 10°] es como que me sentí más tranquilo y después no me relajé, pero terminé más agotado. Por eso todo me costó mucho.
La espontaneidad es parte de la identidad de Gaudio. Siempre lo fue. Blanco o negro. Con euforia y pesimismo. Ilusiones y miedos. Ciclotimia sin filtros.
"Le tengo miedo a lo rápido que pasa el tiempo. No puedo entender cómo hace nada que gané Roland Garros, o que hace 20 años estaba empezando a viajar y a jugar al tenis para ver si podía vivir de eso. Es como que, así [chasquea los dedos] y listo. Es increíble cómo va pasando la vida y pensás que todo lo mejor va quedando atrás. Me aterra pensarlo, me aterra, ¿entendés? ¡Se acaba! Es increíble que nos vamos a morir. Estamos viviendo y vos y yo sabemos que nos vamos a morir, ¿entendés que la cabeza del ser humano es increíble? Y así y todo, vivimos. Me aterra eso un poco. Es increíble. Toda la gente se mueve, va viene, saca fotos, compra ropa, ¿y para qué? Si se acaba todo."
La fotografía de la vida, según Gastón Gaudio, un artista genuino.
- Agradecimientos Pablo Sánchez Liste (Director de Comunicaciones de Peugeot Argentina) y Penguin, Gurruchaga 1650 Maquillaje Florencia Grosso