La formación de una reina argentina
Su educación bilingüe y de elite le permitió a Máxima adoptar como propia otra cultura; el tiempo que vivió en Nueva York, clave
Junio de 1996. El résumé de Máxima Zorreguieta yacía intacto desde hacía meses sobre el escritorio del CEO de un influyente holding . Integraba su pila de "asuntos pendientes". Le habían encomendado los antecedentes de aquella promisoria economista para que llegaran a las manos indicadas. Un encargo que el ejecutivo, vinculado y poderoso, podía hacer con sólo una llamada. Máxima estaba urgida. Había dejado su puesto en el Bank Boston y necesitaba reencaminarse profesionalmente, asegurarse su autonomía como cualquier mortal. Pero sucedió lo improbable: el olvido de la palabra empeñada del empresario. Cuando Máxima lo encontró en el Florida Garden, el CEO se sintió en falta. "Hoy mismo me ocupo de lo tuyo", se urgió. "No te preocupes -lo atajó ella-. Ya me contrataron en un banco de Nueva York."
Diecisiete años después, el directivo evoca a LA NACION esa anécdota casi como quien trata de explicar un designio del destino, como si el futuro de Máxima hubiese sido acordado tiempo atrás. En realidad, de alguna manera lo fue. Y lo fue, en parte, el día en que sus padres asumieron el esfuerzo económico para que su hija recibiera una educación bilingüe de elite.
El Northlands, fundado en Olivos por dos inglesas en 1920, les ofrecía una formación integral, exclusiva para niñas: solidez académica, exámenes en Cambridge, alto roce social, énfasis en la moral y la ética, además de una formación abierta al mundo que le permitiera a su primogénita -la mayor entre cuatro hermanos- ampliar su horizonte relacional y convertirse en lo que aspirara a ser.
Máxima tiene otras tres medias hermanas, del primer matrimonio de su padre, Jorge Zorreguieta, pero ninguna de ellas fue al Northlands.
No siendo el inglés su lengua materna, ser aceptada allí no era fácil. El primer paso fue inscribirla en el Maryland, que entonces funcionaba en una señorial casa en Juez Tedín 3079, en Palermo Chico. Aquel jardín de infantes dictado íntegramente en inglés británico preparaba desde los tres años a los niños para su ingreso en los colegios bilingües, que carecían de esos niveles preiniciales. Ningún otro jardín competía en eficacia con el Maryland, surgido en 1960, cuando las comunidades educativas anglosajonas se abrieron a la burguesía local.
"Amistad y servicio", era el lema del Northlands, donde se forjaban "mujeres instruidas, reflexivas, íntegras". También Cynthia Kaufmann, la celestina que le presentó al príncipe Guillermo Alejandro, salió de esos claustros que entonces perfilaba a sus alumnas también "indagadoras, informadas, buenas comunicadoras, con mentalidad abierta, solidarias, audaces, pero equilibradas".
"Y... sí, Máxima era un poco esnob", reconoce alguien que la conoce bien. Otros dicen: "Ella nunca fue esnob; su entorno lo era".
Según consta en la biografía Máxima. Una historia real , de Gonzalo Álvarez Guerrero y Soledad Ferrari, la futura soberana de los Países Bajos hablaba muy buen inglés, pero no figuraba entre las mejores alumnas. Era muy buena en matemáticas, de hecho, daba clases de apoyo particulares, tenía una buena cultura general y una buena performance en atletismo, lo que la hacía destacarse en los Interhouses, apuntan sus biógrafos. Era la capitana del equipo de voley, pero no le iba bien en las competiciones con otros colegios.
Fiel a la tradición anglosajona, al ingresar en primaria cada alumna era asignada a una house , su grupo de pertenencia durante toda la vida escolar. Las houses se asignaban por herencia familiar o por distribución equitativa del número de integrantes. Máxima se sumó a la que honraba a Edith Cavell: la enfermera inglesa que por ayudar a escapar a los solados aliados de una Bélgica ocupada durante la Primera Guerra Mundial fue sentenciada a muerte por los alemanes.
"Tenía dotes de líder, podía ser competitiva, pero no tanto como el resto", cuenta a LA NACION una compañera del colegio un año mayor. "No fue prefect (alumnas señaladas como un modelo por imitar) o head student (la prefecta más votada entre sus pares) -según la recuerda-. Máxima era renormal; había muchas otras que se destacaban más que ella."
Una frase del anuario del Northlands en 1988, recogida por sus biógrafos, la pinta de cuerpo entero: " ¿Ambitions? Too many to explain. ¿Saying? No hay espinas sin rosas, no hay rosas sin espinas". ("¿Ambiciones? Demasiadas para explicar. ¿Cita?...").
Si en lo académico Máxima pasó más o menos inadvertida en el colegio, en la Facultad de Ciencias Económicas de la UCA descolló.
"En clase era extrovertida y educada. Tenía un excelente carácter, se expresaba muy bien y se la veía sólida en su formación. Participaba en los debates con opinión propia y fundada. Integraba un grupo de chicas entre las que se destacaba", según la recuerda la directora de la Escuela de Negocios de la UCA, Alicia Caballero, por entonces titular de la cátedra Economía Argentina. Alfonso Prat-Gay era su ayudante en esa materia y la futura economista se perfiló tan calificada en su capacidad analítica y sentido de riesgo que la propia Caballero la recomendó para un puesto dentro del Bank Boston. Máxima se sumó al área de la banca de inversiones y manejaba los fondos de las AFJP.
Según sus biógrafos, su promedio general en la UCA fue de 6,35. Insuficiente para que se le abrieran las puertas de un MBA en alguna de las universidades Ivy League, las de mayor prestigio de Estados Unidos.
Sin embargo, su tutor de tesis, Alberto Rubio, actual decano de la Escuela de Negocios de la UB, la recuerda como una "economista de fuste", con gran predisposición para el estudio. "Tomó su proceso formativo con enorme responsabilidad -dice Rubio a LA NACION-. Se notaba que la economía era su vocación. Leía más de lo que debía, generaba opinión propia con lucidez y una claridad de conceptos sorprendente. No estudiaba para zafar. Se preocupaba por tener conocimientos sólidos. Era el tipo de alumna que uno hubiera elegido como asistente de investigación."
Rubio, que fue también profesor en la materia Historia de las Ideas Políticas y Económicas, la asistió en la definición del objeto de investigación de su tesis y en lo metodológico. "Se sacó un 9", dice.
Pero la formación de Máxima continuó en el mundo laboral neoyorquino, un destino lógico para alguien bilingüe que desde la primaria interactuaba con familias de extranjeros. Y tomó un giro copernicano al comprometerse con Guillermo Alejandro, en 2001. Se mudó a Bélgica, se internó como pupila en el Instituto Ceran de Idiomas, en el ambiente bucólico de Spa, cerca de Bruselas, y se abocó a estudiar el holandés. No tuvo respiro, la metodología se basaba en el diálogo y la escucha mutua entre instructor y alumno en ese centro de elite. En menos de un año, Máxima hablaba la lengua de Rembrandt y de Van Gogh. El idioma, sin embargo, fue apenas el primer paso en una formación mucho más exhaustiva que la "formateó" como una auténtica holandesa.
Según sus biógrafos no oficiales, fue la reina Beatriz quien asumió la tutela de su conversión cultural: "Le pusieron a su disposición un equipo multitudinario y multidisciplinario. Profesores de holandés, catedráticos de historia, especialistas en arte, filósofos, autoridades en monarquía e historia parlamentaria, comunicadores, analistas, economistas, dirigentes políticos, expertos en comunicación y marketing, especialistas en protocolo. Los mejores hombres del reino trabajaron para hacer de Máxima una verdadera princesa y una futura gran reina", escriben.
Una vez asimilado el neerlandés y convertida en princesa, las exigencias académicas se incrementaron: Máxima debía completar un riguroso programa académico denominado Integración Cívica. Así lo disponen las leyes holandesas para los miembros de la realeza que aspiran a integrar el Consejo de Estado. En ese programa, que logró completar en 2005, estudió desde Historia de los Países Bajos hasta Derecho Constitucional. Logró asir así el conocimiento del funcionamiento de la sociedad holandesa y el Caribe neerlandés. Desde entonces, Máxima se ocupa de monitorear las políticas de integración de los inmigrantes en los Países Bajos. La futura reina, con su testimonio, alienta a que se aprenda lengua para poder ser parte viva de la sociedad holandesa.
Un dato curioso en la vida de la futura monarca es que, a diferencia de lo que fue su formación de elite, las princesas Catharina Amalia, Alexia y Ariana estudian en colegios del Estado holandés.
Máxima nunca fue una erudita, concluyen sus biógrafos. Pero encarnó un conjunto de atributos a partir de su educación, su pertenencia social, el hecho de vivir en Nueva York, y el saber conectarse con la gente indicada.
"La clave del porqué será reina -afirman en su entorno- se cifra en su personalidad y educación: tiene magnetismo, excepcionales capacidades de relación interpersonal, inteligencia práctica y analítica. Sabe lo que debe hacer para alcanzar sus objetivos."
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