Los vecinos de Villa Crespo saben que en “Giuseppe Vicenti” encuentran especialidades que no ven en otros lados, por eso no les molesta ponerse a la cola
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Fachada con arcadas de piedra, toldo bordó y blanco y los distintivos colores de la bandera de Italia. Su particular estética recuerda a los comercios cercanos a la Fontana de Trevi en Roma o los que se encuentran en la Piazza della Signoria en Florencia; y más aún si se trata de una “Foccacería”, una tienda de sándwiches elaborados con el pan más italiano de todos los tiempos. Pero se trata de “Giuseppe Vicenti”, un pequeño local situado en la transitada Avenida Ángel Gallardo 95, en pleno Villa Crespo.
Desde su apertura el pequeño local está causando sensación en el barrio: todos los días, y sobre todo en el horario del almuerzo, suele formarse una larga fila en la puerta. Todos quieren probar sus especialidades entre dos panes (suave por dentro y crocante por fuera) con generosos y variados rellenos. En el podio está el de mortadela con pistachos, burrata y pesto casero.
Recuerdos de Bari, La Puglia
“Este rinconcito italiano es un homenaje a mi nonno, Giuseppe Vicenti. Fue un hombre con mucho coraje y fuerza”, afirma, emocionado Pablo Gaspar, acodado en la pequeña barra (al paso) de su local y recuerda sus raíces. El italiano Don Giuseppe era oriundo de Bari, región de La Puglia y emigró de su país en 1923. “Escapó de las penurias de la guerra y de la persecución de los fascistas.
Él era comunista y de hecho, por sus ideales le habían dado una enorme golpiza y estaba súper herido de la espalda”, relata su nieto. Con tan solo 25 años, se dirigió al puerto de Génova y se embarcó en el navío “Giulio Cesare”. Tras más de veinte días de navegación llegó a Buenos Aires. Bajo el brazo trajo una profesión: “Calzolaio”, es decir, zapatero, en español. La ciudad lo recibió con los brazos abiertos y también le cautivaron el corazón. Es que en una de las reuniones del barrio conoció a doña María Passidomo, una bella muchacha también oriunda de Bari, quien lo enamoró. Como el flechazo fue inmediato, se casaron y al tiempo llegaron los niños. El matrimonio se instaló en el barrio de San Telmo y alquilaron una casona sobre la Avenida San Juan 958. Años más tarde, montaron su propia zapatería y tienda de paraguas.
Lograron distinguirse en su oficio artesanal. Todos los domingos, la numerosa familia tenía un ritual inamovible: almorzar pastas artesanales. “La nonna siempre se levantaba temprano y amasaba orecchiette. Eran deliciosos. Mi madre Alicia heredó ese don culinario y siempre nos deleitaba con sus berenjenas al escabeche o a la parmesana, pizza de escarola y confituras navideñas como los cartellate y los struffoli”, rememora Pablo, quien tiene más de 30 años de experiencia en el rubro gastronómico y asesora a varios restaurantes.
En una de las paredes del local hay colgadas fotografías blanco y negro y recuerdos de otras épocas. De los abuelos, el navío que los trajo a América, la fecha exacta en la que arribaron al puerto de Buenos Aires, recibos de alquiler de la década del 40, pasaportes y de fotos de celebraciones: bautismos, fiestas de quince y casamientos. “Viene a ser un poco como la historia de la inmigración”, dice y enseña el gigantesco cuadro de su nonno Giuseppe, cruzado de piernas y vestido con un elegante traje, pañuelo y zapatos (de su propia autoría). “Era bien pintón”, confiesa, entre risas. Cuando comenzó a idear el nuevo emprendimiento su hermana le acercó varios de estos tesoros familiares. Es que según cuenta, desde hacía varios años tenía la idea de armar una focaccería. Sin embargo, el sueño recién se concretó a principios del 2023 cuando encontró en Villa Crespo, un establecimiento diminuto con el cartel de “Se Alquila”.
“Desde pequeño me crié acá”
Para Pablo este barrio es especial ya que en sus calles transcurrió toda su vida. “Desde pequeño me crie acá. Jugaba con mis compañeritos de escuela a la pelota. Ahora vivo a unas cuadras. El local también tiene su historia ya que antiguamente funcionaba una peluquería, de una señora llamada Esther, y mi madre venía a cortarse el pelo y peinarse. Me acuerdo que en esa época tenía ocho años y la esperaba sentado en el umbral. Cuando lo vi disponible me emocioné. En este lugar hubo varios negocios: fiambrería, rotisería, pero ninguno funcionó”, confiesa. Luego, llegó el momento de la reforma, ya que estaba bastante deteriorado, y la decoración con impronta italiana. Los estantes se llenaron de pastas secas, conservas, encurtidos, latas de tomate y botellas de alcohol, entre ellas de Spritz.
También desembarcaron los carteles de chapa con marcas icónicas como Vespa y Nutella. Finalmente el 29 de julio de 2023 abrieron las puertas con el flamante cartel: “Giuseppe Vicenti”, Focaccia e caffé di puglia y, enseguida, armaron revuelo en el barrio. “Al proponer algo diferente, los clientes entraban entusiasmados y sacaban fotos”, admite, quien sumó al emprendimiento a sus dos jóvenes hijas: Valentina, de 20 años y Lucía de 25. Esta última es pastelera, recibida en el IAG, y a diario realiza los dulces como brownie, budines, cookies, alfajores, entre otros. Además, ellas son las encargadas de llevar el día a día del negocio. “Cuando papá nos contó el proyecto nos encantó. Es súper familiar, chiquito y al paso”, dice Valentina, mientras le prepara a una joven un cappuccino para llevar.
La gran especialidad de la casa son las focaccias (un tradicional pan esponjoso, aireado por dentro y con superficie crocante), que es considerado un clásico de la gastronomía de la Liguria, Italia. Aquí lo utilizan para preparar suculentos sándwiches. Hay focaccias con queso; romero y aceitunas. Según el día, también ofrecen con papa y de cebollas.
En cuanto a los rellenos hay variedad para todos los gustos. Reina la imaginación del comensal, quien debe elegir entre una amplia propuesta de fiambres, quesos, ingredientes y condimentos. Hay desde jamón crudo, cocido, panceta ahumada y milanesa de pollo. Además de otros bien italianos como la mortadela, sopresatta, porchetta, ndujia y spianata. En cuanto a los quesos van desde provola, burrata, stracciatella, bocconcini, parmesano, pasando por una crema de pesto o de gorgonzola. Asimismo hay que seleccionar otros ingredientes a “piacere”. Como los tomates secos, berenjenas al escabeche (con la receta de herencia), pepinillos, morrones asados, albahaca y rúcula. Por último, llega el toque final del aderezo. Hay desde un aceite de ajo o de peperoncino, pesto, hasta pistachos.
Para compartir
Los fiambres entre dos panes tienen la particularidad de ser gigantes. Sin dudas, son para compartir. “Para mí es fundamental la calidad de la materia prima y no escatimar con los rellenos. Me gusta explotarlos y que estén bien cargaditos. Prefiero ganar un poco menos y que la gente regrese”, admite y recomienda el único sándwich que tiene nombre: “El Giuseppe Vicenti” con mortadela con pistachos, burrata y pesto casero. Según dice es el que más sale. “A los clientes les encanta el sabor del nonno. Siempre está en el podio”, reconoce Valentina. Otra de las vedettes de la casa son las focaccias al taglio (al corte). Trae diferentes toppings: cuatro quesos, pomodorini y olivia; pomodorini, pesto y parmesano o con hongos y parmesano.
En el pequeño local también sirven café y variedad de opciones dulces y saladas para acompañar. Ofrecen algunos italianos como el cornetto, cannoli, pane al cioccolato y la sfogliatella; y otros más argentos como el alfajor, el cuadrado de coco y dulce de leche y el chipá. El preferido de los postres es el tiramisú artesanal.
“Te pido uno de mortadela, burrata y pistacho”, solicita un joven que acaba de ingresar al local. “Marche un Giuseppe Vicenti”, expresa Pablo. Mientras lo envuelve, le cuenta al muchacho que así se llamaba su nonno, quien llegó a Buenos Aires en 1923 con el oficio de zapatero.
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