Rafael Bitrán comenzó juntando figuritas cuando era chico, como todos, pero hace tres décadas se convirtió en su pasión (y en su obsesión)
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Rafael Bitrán comenzó su colección hace exactamente 30 años, cuando inauguró la librería “El Debate” en un modesto local de dos metros de frente sobre la avenida Pueyrredón. En los días previos a la apertura, recibió libros antiguos y revistas de edición limitada para poner a la venta. Entre aquellos vestigios del pasado -que para él eran reliquias- encontró recuerdos de su infancia y también documentos referidos a la historia Argentina, que enseñaba como docente. Pero la fascinación se despertó al encontrar figuritas sueltas de jugadores de Boca Juniors. Decidió separarlas y no venderlas. Así fue como empezó su largo peregrinaje por conseguir todas las colecciones de figuritas nacionales desde 1910 hasta 1985. Spoiler alert: nunca lo va a lograr, según él mismo reconoce.
A las pocas semanas fue a lo de su madre y en una bolsa donde guardaba los soldaditos de su infancia encontró algunos álbumes sueltos: apenas conservaba tres y sólo había de los torneos locales de fútbol (1973, 1975 y 1977). Pronto serían más de 500...
Su método de colección no tiene demasiado misterio: durante años visitó, sábados y domingos, el Parque Los Andes, el Parque Rivadavia, el Parque Centenario o al Mercado de Pulgas. También publicaba sus búsquedas entre los avisos clasificados del diario “Segundamano”. El coleccionismo de figuritas no era muy popular en ese entonces. De hecho, había tres grandes compradores y el único que continúa juntando álbumes de todos los rubros es Bitrán.
“En los parques ya no encontrás sorpresas. Hoy todo es por Facebook o Mercado Libre. Y la competencia es salvaje. Además, tiene un ritmo frenético: lo que pasa con las figuritas es que cuando encontrás la que estás buscando tenés que accionar de inmediato, ya que no sabés si vuelve a aparecer otra vez en la vida”, describe.
—¿Cuál fue tu última gran adquisición?
—El otro día compré un álbum de figuritas de fútbol marplatense que no sabía que existía: están Kimberley, San Lorenzo de Mar del Plata y otros equipos, que no los puedo ubicar por el año, pero es entre los ‘50 y los ‘60. Ayer me mandaron una foto de una colección del ‘30 de fútbol, que nunca había visto. Los que no conozco son los que más llaman mi atención. Esto es continuo y si a eso le sumás que me gusta la historia y soy obsesivo, es un combo que cierra por todos lados.
—¿De dónde viene tu fascinación por las figuritas?
—De chico era fanático, pero después no le di pelota. Es un desafío arqueológico: vos agarrás un montón de hobbies y vas a cualquier negocio y lo conseguís. Acá no es cuestión de guita, sino de dónde está. El desafío de la búsqueda es apasionante. En Estados Unidos, por ejemplo, es distinto: por un dólar podés conseguir un sobre cerrado de los ‘70.
Las figuritas más antiguas de su colección venían en las maquillas de cigarrillos. Son de comienzos del siglo XX, cuando marcas como Dollar o Delicados acompañaban cada atado con “una sorpresa”. Los fumadores se encontraban con imágenes de jugadores de fútbol, toreros o mujeres semidesnudas. No venían con material autoadhesivo ni se solían cambiar, pero causaban furor por una característica que aún conservan: el azar y la imprevisibilidad a la hora de adquirirlas.
Si bien nadie hablaba del concepto de marketing, la estrategia fue replicada por marcas de otros rubros y las figuritas empezaron a acompañar chocolates (Nestlé, Águila, entre otros), caramelos y a productos más exóticos como yerba mate o alimento para canarios ( que lanzó un álbum de pájaros.
Hacia fines de los 30, aparecieron las primeras casas dedicadas exclusivamente a comercializar este hobby cada vez más popular. Starosta y la Compañía Argentina de Figuritas lanzaron colecciones históricas e incorporaron otros deportes, además de fútbol, como automovilismo, boxeo y básquet. También crearon colecciones para niños menores y mujeres, que compraban planchas de stickers en las librerías.
—¿Cómo se explica el éxito comercial de las figuritas?
—La figurita es un elemento de sociabilidad. Cuando coleccionás, estás obligado a interactuar con otros coleccionistas para llenar el álbum. Cambiás figuritas, las usás para jugar a la tapadita, al espejito, al chupi... Hoy hay muchísimos más estímulos visuales y lúdicos que antes, pero no reúnen las cualidad de las figuritas. Durante un tiempo hubo figuritas de chapa y el mito dice que se dejaron de hacer por denuncias de madres que decían sus hijos se lastimaban.
—¿Existen las figuritas “difíciles”?
—Sí, existen. Se hacían menos, a propósito, por un interés comercial, para vender más paquetes y para que no se fundieran las empresas que hacían las figuritas. Antes, los que llenaban el álbum se llevaban un premio.
—¿Cuáles eran los premios más comunes y cuáles los más insólitos?
—En general, si completabas el álbum te ganabas una pelota de cuero, una bicicleta o una muñeca. Pero hubo casos más curiosos: en 1952 las figuritas “Pony” entregaron como premio dos pony de verdad, que ganaron un señor de Villa Ballester y otro de Rosario. Se publicaban los nombres de los ganadores en el álbum siguiente.
—Antes los kioscos ofrecían más álbumes que ahora.
—Antes las marcas no pagaban licencias, entonces se mandaban a hacer lo que querían. Se copiaban figuritas de otros países e, incluso, había algunos álbumes que sólo se vendían en algunas provincias. Hoy esos álbumes son los más difíciles de conseguir porque se produjeron muy pocos. El negocio cambió mucho en los últimos años. Ahora se pagan derechos, que son caros, pero producir figuritas es muy barato. Entonces vas a un kiosco y encontrás 40 o 50 álbumes que quizás no junta nadie. Por eso yo colecciono álbumes de hasta 1985, que es un corte arbitrario que establecí hace tiempo, porque después de esa fecha cambió mucho.
—¿Cambió la manera de juntar figuritas?
—Sin dudas. El coleccionismo actual es más rápido, se deja a medias. Hoy el 99 por ciento no completa los álbumes. Como dice Bauman, es parte de la sociedad líquida. También se ve en las figuritas.
En los años 60, explica Bitrán, la televisión invade el mundo de las figuritas. La Pantera Rosa, Titanes en el Ring, Tarzán, La Guerra de las Galaxias, Rin Tin Tin y Kung Fu son algunos de los álbumes que tiene en su colección. El fútbol, que fue durante décadas la obsesión principal de los coleccionistas, perdió terreno cuando Casa Crack empezó a pagar derechos a Agremiados y obtuvo la “exclusividad”. Pero la inversión se trasladó al costo de los paquetes, que se convirtieron en los más caros del kiosco. Al mismo tiempo, empresas como Starosta produjeron álbumes de fútbol económicos, donde los jugadores eran reemplazadas con fotos de personas anónimas que aparecían con la camiseta de cada club y debajo decían una posición.
—¿Tenés el dato de cuál fue el álbum más vendido de la historia?
—Sí, me lo dijo el único dueño de Casa Crack, que aún vive: el de Caperucita Roja, a principios de los 60. Era para mujeres, que jugaban metiendo una figurita dentro de un cuaderno, lo giraban y tenías adivinar si había quedado boca arriba o abajo. Si acertabas, te la quedabas.
—¿Cómo puede ser que, con tantos álbumes de fútbol, el más vendido de la historia sea el de Caperucita Roja?
—Era bastante especial, porque fue uno de los primeros con brillantina. Lo pedían tanto en el interior que por momentos no tenían para distribuir. Hoy te das cuenta que se juntó mucho porque para los coleccionistas es fácil de conseguir. Después sacaron de Blancanieves, de Cenicienta y otros.
—Siempre se genera gran expectativa con las figuritas antes de los mundiales.
—Porque somos futboleros, nada más y nada menos. Más allá de toda la podredumbre, tratás de creer en algo. Sin embargo, no hubo álbumes de los mundiales entre 1982 y el 90. ¿Por qué? Nadie pagó los derechos. Del Mundial 86 se hizo algo barato, de baja calidad, con dibujitos. Y en el álbum del Mundial 82 aparecía Kempes con la camiseta de Valencia y algunos jugadores cualquiera. La revista Solo Fútbol hizo algo también, pero muy chico. Lo que cambió en el último tiempo es que empezaron a coleccionar las personas más grandes, que tienen más plata.
—Estamos en año del Mundial, ¿vas a coleccionarlo?
—Lo va a juntar mi hijo. Mi colección es hasta 1985, pero los de fútbol sigo teniendo todos. Los del torneo local se venden, pero los Mundiales les pasan el trapo. Ojo, venimos de dos años duros entre la pandemia y que los sobres están caros.
—¿Tenés algún álbum preferido?
—Los que coleccioné de pibe, entre el 73 y el 77. Los de fútbol, pero también la Pantera Rosa, la Guerra de las Galaxias...
Antes de terminar la charla, Bitrán despliega algunos álbumes de su colección y se queda en la mano con uno que está prolijamente guardado adentro de un folio. Se trata del de Alemania 1974, el primero exclusivamente de un Mundial que se vendió en Argentina. Nadie más que él puede tocarlo y pasa delicadamente las páginas hasta llegar a Mukombo. El defensor de la extinta Zaire es considerada la figurita más difícil de la historia y, pese a que juntó el álbum de chico, lo consiguió recién en 2006 cuando un señor descartó antigüedades en su librería.
—Más allá del valor histórico, ¿hay algo de nostalgia en las figuritas?
—Sí, está muy presente. Hay algunos que juntan solo de la época que eran chicos, yo empecé así. Pero después el fanatismo fue avanzando y muchas veces se convierte en algo que roza lo patológico. Hay una delgada línea entre obsesión y enfermedad, pero ¿quién soy yo para determinar esa línea?
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