“A Miguel lo vamos a despedir todos juntos, en Punta del Este y a mediados de enero con una ceremonia en la playa desde la alegría, con optimismo y anécdotas”, anunciaron.
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“A Miguel lo vamos a despedir todos juntos, en Punta del Este. Una ceremonia en la playa, en su lugar de pertenencia. Desde la alegría, con optimismo y anécdotas”, explica Paola Biscaro, esposa de Miguel Schapire, creador del legendario Le Club, quien falleció el sábado 24 en Uruguay. La noticia de su muerte impactó a sus allegados y amigos que no tardaron en demostrarle su afecto en las redes. “Estaba en casa de Punta del Este y se sintió mal el 24 por la mañana. Lo acompañaba nuestra hija más chica, Moorea de 16 años, que fue quien llamó a la ambulancia”, relata. De cara a la Nochebuena, Schapire estuvo todo el día en observación en el sanatorio Mautone con Mateo (de 39 años, hijo de su primer matrimonio con Norma Levy) y “para las seis de la tarde, esperaban hacerle unos últimos estudios para analizar si lo daban de alta, pero justo ahí se descompensó”, explica.
Gran anfitrión de celebridades internacionales, productor del programa de viajes Bazaar TV, Miguel no pasó por el registro civil con Paola: “Elegimos vivir veintiséis años con un compromiso de lealtad ética y afecto. Ése fue nuestro casamiento. El compromiso de mantener una institución familiar donde estuviesen sus hijos y los nuestros. Miguel tiene un hijo en París, Alejo -con dos hijos, Maia (17) y Lucas (15); a Tobías –padre de Fausto (4 )- y a Mateo –padre de Elisa y de Gaspar-. Después están Mar (18) que estudia en Madrid relaciones internacionales y administración de empresas y Moorea”, detalla Paola.
Hoy, con la noticia, la familia se está organizando. Los mensajes de los amigos no dejan de llegar. “El domingo nos juntamos con amigos como Jean Paul Bondoux, el chef de La Bourgogne, que supo reinar en el Alvear Palace Hotel en Buenos Aires, y a quien Miguel le tenía un afecto enorme. Él me dijo: ‘Miguel trajo la alta gastronomía y el charme a la Argentina’. Y, sí. Es un poco eso porque a Miguel le gustaba mucho disfrutar de la buena vida. Le gustaba la noche, pero una noche de diversión sana. Porque en Le Club se mezclaban las generaciones, se podía comer en familia y después podías quedarte a bailar. Siempre con un dejo de elegancia y charme, por eso fue lo que fue”, explica sobre el legendario club que solía estar en Quintana y Parera.
“Hay toda una generación, a partir de los 50 y más de los 60 que recuerdan una noche única. Iban a pasarla bien, a relacionarse y a divertirse con una propuesta diferente. Porque en Le Club cada noche era especial, había bingo, fiesta… Hablábamos de una Buenos Aires de oro, a la que venían figuras de todas partes. Y él lograba eso, unir un púbico donde se mezclaban referentes de la cultura, intelectuales y estrellas internacionales de todo tipo”, destaca Paola desde Punta del Este.
Le Club y la noche porteña
“Con Miguel nos divertíamos tanto, hablábamos todos los días y todavía no lo puedo creer”, cuenta el relacionista público Gerard Confalioneri también desde Uruguay. “Parece que a las 8:30 de la mañana se sintió mal y fue al sanatorio Mautone en Punta del Este. Hacía una semana que estaba en Punta, feliz de la vida, venía para quedarse hasta marzo, como siempre –detalla Gerard-. Estaba bárbaro. Había tenido Coronavirus en 2021 y después tuvo un problema del corazón con el que estuvo bastante complicado, pero ya se lo veía brutal”.
¿Cómo era Miguel?
Mi amigo por veinticinco años. Un fanático del buen comer y de los buenos vinos que disfrutaba la vida y amaba invitar a sus amigos a comer al Alvear y al Duhau. Generoso en todos los sentidos, tenía historias geniales y las contaba con gracia. A su Le Club iban todos, era como Estudio 54 de Nueva York, pero en Buenos Aires. Se encontraba todo el mundo, desde “Gra” Borges y Susana (Giménez) a Joan Collins o Sylvester Stallone. Con él aprendí mucho de la discreción, no como hoy que todo el mundo cuenta todo. Cuando el mundo de los clubs cambió a Miguel ya no le importaba la noche, ya estaba de vuelta. Estaba con gente a la que quería y con la que se divertía, por eso desembarcó en Uruguay con un hotel y restaurante brutal. Y él o te quería o no te quería, así que ser amigo de Miguel era un honor. Teníamos charlas eternas, compartíamos un humor irónico y lo voy a extrañar muchísimo. Me lo imagino diciéndole a sus chicos “No me digas viejo, no me gusta”, él moría de amor por sus cinco hijos y por sus nietos.
Miguel Schapire, el padre
“A mi hermano Mateo acaban de decirle una frase muy cierta. ‘Vos a tu papá lo vas a conocer realmente dentro de un par de años a través de personas que lo conocían, con sus recuerdos o anécdotas de otras personas’ y así es, me están lloviendo mensajes de personas que lo recuerdan por sus ocurrencias”, destaca Tobías Schapire, titular a cargo de un estudio de social media. Acaba de llegar a Uruguay: “El lugar en el mundo de papá”.
Con Le Club se pagaban las cuentas de tu casa, ¿la noche tenía mala fama?
Hoy por hoy, agradezco que la noche me dio todo, aunque por ella a papá lo veíamos muy poco. Él se entrenó en Nueva York, en lugares como Studio 54, para poner Regine’s en Buenos Aires y después se dio cuenta de que podía abrir un lugar él solo. Yo nací en el 75, no entendía mucho qué pasaba, solo que me cruzaba gente y después los veía en fotos blanco y negro en el diario del lunes… Freddie Mercury, Billy Idol o el príncipe Felipe de España. Para mí Le Club era un lugar donde se comía y después podías bajar a bailar, distinto a todo, un supermovimiento de creatividad y de relaciones públicas. Hoy veo fotos y, quienes me cuidaban entonces, eran chicas monísimas. Esa fue la noche. Al menos hasta fines de los 80, cuando él decide venirse a Punta del Este, se veía venir el reviente de los 90.
Recordarás anécdotas...
Miles, era tan loco el mundo de mi viejo – aunque no le gustaba que le dijera así- que un día en Le Club en Punta del Este le dio licencia a todos los camareros menos a mí, que tenía 15 años. De repente vimos a un tipo, como fantasma con el pelo blanco, que caminaba por la playa con una modelo china. Entró y se sentó: era Billy Idol. “Andá y atendelo”, me dijo. Ése era el mundo de mi viejo.
¿La noticia de su fallecimiento fue sorpresiva?
Él tenía problemas cardíacos, le habían implantado un desfibrilador y ya venía complicado. En pandemia, los médicos nos dijeron que su expectativa de vida era muy poca. Máximo de dos años, fue muy duro. Y nuestra relación padre e hijo cambió, fue un ‘aprovechemos ya’. Y, tuvo un año de más, de yapa. Cómo aprendí con éste tipo. Habíamos trabajado juntos, era superexigente en el programa de viajes. Pero hoy veo lo que él había hecho a los cuarenta y piqui... que yo tengo ahora y fue increíble. Mi viejo me preparó. La semana pasada me llamó antes del partido y me dijo “tenemos que hablar”, “¿de qué si ya hablamos un montón?”. Quería dejar todo como él quería. Y si bien anoche lo lloré mucho, él nos fue encaminando.
El legado
Hoy, tres de sus cinco hijos se juntaron en Punta del Este. “Yo era el más chico, no viví la época de Buenos Aires de Le Club, para mí el parador de Punta del Este era sinónimo de helado y granadina”, comenta Mateo de 39 años, que hoy trabaja en la embajada de Francia en Argentina. “Con él aprendí a tratar a los grandes. Aunque por Le Club pasaron mil famosos, a mí siempre me parecía más importante mi papá que todas esas personas. “Papá era un padre muy afectuoso. Su legado más grande fue mostrarnos el poder de la enseñanza, que lo puede todo. Hoy se me acercan personas a hablarme de él. Una señora, fotógrafa en aquellas épocas, me contó que cuando fue Rod Stewart al club, un guardaespaldas le había sacado la cámara. Papá intercedió y logró la cámara (no así el rollo), que así lo conoció. Era un gran mediador y conectaba a las personas.
“Vivirlo desde España es duro. Creo que estar afuera es muy difícil porque no lo veía desde hacía ya tres meses, aunque se hace más fácil porque puedo distraerme. Con todo, me gustaría estar ahora con mamá y con mis hermanos”, declara Mar Schapire desde Madrid .“De papá, recuerdo todo. Que estaba rodeado de libros, que tenía mucha cultura y conocimiento y que no te dejaba ni un segundo olvidarte de eso -cuenta entre risas Mar-. Todo el tiempo tiraba algún dato que había leído de Lorca o de García Márquez. Era muy difícil ganarle una discusión, pero yo siempre lo intentaba”.
Con sus 16 años, su hija Moore fue su gran compañera y su “chef preferida”, a horas de su fallecimiento, lo recuerda como “una persona grande, no lo viví pero lo sabía. Íbamos a tomar el cafecito de la tarde y, en media hora, por la mesa pasaban treinta personas que lo saludaban, que lo admiraban. “Amigos de otra vida” me decía”. Compañera hasta sus últimos días, Paola Biscaro coincide: “Eso justamente me escribió una diplomática de la Unión Europea hace un rato –apunta Paola-. Que Miguel era una de esas personas que vivía intensamente. Y que, con tantas aventuras, parecía que lo normal de la vida nunca le iba a pasar, que iba a ser eterno. Nadie esperaba que algo tan banal como la muerte le pasara a él, que era eterno”.
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