La escritora y pensadora socialista fue una de las fundadoras del feminismo temprano; en Francia y Perú hay calles y escuelas con su nombre
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Quizás no sepas bien quién es, pero Flora Tristán no es una desconocida. Aunque desapareció de la historia por un rato, fue rescatada con tal repercusión que, además de sus libros y numerosos artículos sobre ella, tanto en Francia como en Perú, hay calles, escuelas y organizaciones de ayuda para la mujer que llevan su nombre.
No solo eso. Flora Tristán es uno de los dos protagonistas de El paraíso en la otra esquina, una novela escrita nada menos que por el Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa. El otro protagonista es el pintor postimpresionista Paul Gauguin, su nieto. Entonces, ¿por qué escribir otro libro sobre ella, como lo acaba de hacer la autora y catedrática de la Universidad de París- Nanterre Brigitte Krülic?
“Flora Tristán es una personalidad excepcional del siglo XIX, no solo porque es una mujer, sino también porque es una mujer que resume todas las dificultades vinculadas al destino de las mujeres en la primera mitad de ese siglo e incluso después”, respondió en conversación con BBC Mundo.
“Al mismo tiempo, ejemplifica una capacidad inusual para superar esas dificultades”, sostiene. Y las razones se multiplicaban. “Es una precursora de muchas cosas: el sindicalismo, el feminismo, la demanda de libertad para que las mujeres evolucionen en el espacio público sin ser molestadas.
“Además, siendo francesa y peruana es un puente entre dos mundos”, agrega. Para la especialista en la historia de ideas políticas, era un personaje tremendamente interesante: “Flora Tristán es una hija espiritual y política de la Revolución, parte de esos pensadores que vivieron la onda expansiva de la Revolución Francesa, ya fuera para condenarla o pensar en sus consecuencias o tratar de cumplir sus promesas”.
Pero había algo más: “No solo escribió y estableció hitos sino que tuvo una vida digna de una novela de aventuras. Realmente fue irresistible: tenía que examinar más de cerca a cómo esta franco-peruana había llevado su vida, luchado sus batallas y escrito, y debo decir que fue una aventura absolutamente apasionante”.
Todo empezó bien
Flora nació el 7 de abril de 1803. “Su padre era una personalidad de la aristocracia criolla peruana. Al comienzo, parecía un cuento de hadas”, cuenta Krülic. Su madre, una francesa que había huido a Bilbao, España, durante la Revolución.
Su hogar en París era frecuentado por personalidades como Simón Bolívar, futuro libertador de cinco naciones; el escritor y filósofo Simón Rodríguez, mentor del Libertador, y el naturalista Aimé Bonpland. Pero pronto todo eso cambió: “A los cuatro años perdió a su padre y quedó en una situación en la que acumuló todos los problemas y todas las desventajas”.
Aunque sus padres habían contraído matrimonio ante un sacerdote en España, el trámite no tenía validez para las autoridades y las leyes francesas, pues no se habían casado civilmente. Así que no fue reconocida como heredera legal de su padre, cuyo hermano era virrey de Perú: “Como mujer, bastarda, huérfana y pobre, no tendría educación, pero, Flora sería autodidacta”.
De mal en peor
A los 17 años se casó con su patrón, el grabador André-Francois Chazal, un hombre violento al que dejó cuatro años después, luego de tener dos hijos y con una tercera gestándose en su vientre: Alina, la madre de Paul Gauguin.
Así, comenzó una lucha desesperada por el divorcio, que se extendería 14 años. Abandonar el hogar la convirtió en una fugitiva, así que tuvo que esconderse y trabajar en lo que pudo para mantener a sus hijos, sin siquiera el apoyo moral de su madre, para quien una mujer que dejaba a su esposo era peor que una prostituta.
Según ella misma contaría, tras desempeñar varios oficios, consiguió empleo con una familia inglesa con la que viajó por Europa y visitó Reino Unido por primera vez. Volvería en 1839 y en 1840 publicaría Paseos en Londres, en el que denunciaría las desigualdades que presenció, y culparía a los aristócratas y el sistema capitalista por tal injusticia; el libro se convertiría en uno de los textos fundamentales del incipiente movimiento socialista.
Pero ni ese libro ni todos los demás que escribió probablemente habrían visto la luz de no haber sido por el viaje en el que se embarcó en 1833. “… resolví ir al Perú y refugiarme en el seno de mi familia paterna, con la esperanza de encontrar allí una posición que me hiciese entrar de nuevo en la sociedad”, escribiría en Peregrinaciones de una Paria (1838).
Su vida en Perú
Como en una novela de aventuras romántica, relató Flora, fue una charla casual en un albergue parisino con un capitán de barco llamado Zacarías Chabrié, a quien le contó sus penurias, lo que desencadenó el periplo.
En sus viajes, Chabrié había conocido a la poderosa familia Tristán, cuya cabeza era don Pío Tristán y Moscoso, el hermano menor de su padre, y la animó a que le escribiera. La respuesta de su tío tardó en llegar y, aunque no prometía nada, le envió dinero para que fuera a visitarlos en Arequipa.
Aunque el que una mujer viajara sin acompañante en esa época era inusual y peligroso, Flora atravesó el océano sola, acompañada de 18 hombres.
Y aunque fue recibida en la casa señorial de la familia y disfrutó de una vida supremamente cómoda durante los 8 meses que estuvo en Perú, su tío sofocó cualquier ilusión de pasar por alto su condición de bastarda y entregarle su patrimonio.
“Me quedé sola, completamente sola, entre dos inmensidades: el agua y el cielo”, dice la última página de Peregrinaciones de una Paria, una memoria y crónica de su viaje.
Fue entre esas “dos inmensidades” que al fin se encontró. Si quien había zarpado de Francia era una luchadora y rebelde que soñaba con recobrar su lugar perdido en la aristocracia, quien regresó en 1834, fue una revolucionaria decidida a conquistar con la pluma y la palabra un lugar justo para todos en la sociedad.
¿Madame viaja sola?
Desde el principio fue evidente que su experiencia le había dado una visión clara de cómo el mundo podía ser mejor. A veces el punto de partida parecía inusual, pero la ambición era enorme, como en su primer libro De la necesidad de dar buena acogida a las mujeres extranjeras (1835).
En él, “imagina formas de ayudar a las mujeres a viajar”, resume Krülic: “Cuando una mujer llegaba a un hotel, la pregunta era ‘¿Madame viaja sola?’, algo obviamente reprochable: una mujer que viaja sola es un aventurera; incluso puede ser una ‘mujer de mala vida’.
“Ella misma fue acusada cuando estaba en un hotel sola: ‘Probablemente sea porque quiere recibir amantes’, dijeron. “Lo que Flora reclama es el derecho de las mujeres de ser anónimas, de poder hacer todo aquello que no está prohibido -ir a un hotel, al banco, a un museo- sin ser juzgadas. Y ese problema de la visibilidad de las mujeres, de la libertad de las mujeres en el espacio público, lamentablemente aún no está completamente solucionado”, afirma.
Libre al fin
Más tarde escribiría Petición para el restablecimiento del divorcio (1837), una de las causas por las que más luchó, así como por la abolición de la pena de muerte. Pero sería su Peregrinaciones de una Paria la que le abriría un espacio más amplio en los salones parisinos.
En Arequipa, no obstante, propició un rechazo tan fuerte que hubo una quema pública de la obra, ya que sus descripciones de Perú de mediados del siglo XIX ofendieron a quienes habían sido sus anfitriones. Más tarde, la obra sería revalorada por los historiadores peruanos y, en las primeras décadas del siglo XX, sería acogida como una de las suyas.
Entre tanto, la fugitiva se había vuelto conocida y eso implicó estar en la mira de su esposo. Chazal la acechaba, la sorprendía en las calles y la golpeaba, la llevaba a los tribunales para intentar quitarle la custodia de sus hijos, a quienes la justicia obligaba a estar con él, a pesar de que los aterrorizaba.
A Alina la tuvo que rescatar o esconder cuando la niña se escapaba después de que su padre la raptara. Fue solo después de que Chazal le disparó y la hirió de gravedad que lo encarcelaron. Finalmente Flora y Alina fueron libres.
Unos años después, “de una manera extremadamente audaz y premonitoria”, dice Krülic, Flora examinaría la cuestión del consentimiento amoroso y la libertad de movimiento de las mujeres en el espacio público.
“Planteó una noción que, en el siglo XIX, era completamente inaudible: la del consentimiento. En esa época, eso no le interesaba ni a hombres ni a mujeres. Y no se limitó a la necesidad de decir “sí”.
“Cuestionó cuáles fueron las condiciones bajo las cuales dijo que sí… ¿Tuvo la opción de decir que ‘no’? “Lo preguntó porque lo vivió en carne propia: ella consintió casarse a los 17 años, pero ¿podría haber hecho otra cosa? “.
Casi 180 después de su muerte, esa noción sigue resonando con fuerza. Y es una de las razones que llevaron a Krülic a lanzarse a “la aventura de escribir el libro”.
Seres humanos
“Flora Tristán no es solo una mujer mal casada que casi fue asesinada por su esposo. Su personalidad y su obra van mucho más allá: desarrolló una serie de ideas extremadamente innovadoras e interesantes”, declara.
Si bien en las décadas de 1960-70 fue reconocida como pionera del feminismo y del movimiento sindicalista, Krülic considera que “hay una profunda injusticia” en el hecho de que “su contribución al pensamiento político y social no solo ha sido minimizado, sino prácticamente desoído”.
“Primero, el hecho de que sin agresividad, ni noción de guerra de los sexos, sino con la idea de que el ser humano es hombre y mujer, no podía cumplirse la promesa de ‘Libertad, igualdad y fraternidad’ si no la concebimos para el ser humano, es decir, los dos sexos. La igualdad es universal o no existe. Y lo dijo con una claridad, una radicalidad que es absolutamente incomparable y que, paradójica y tristemente, explica por qué fue ignorada”, argumenta.
No había espacio para una Flora Tristán en una izquierda marcada en Francia por el autoproclamado misógino Pierre-Joseph Proudhon. Incluso Karl Marx, quien la reconoció como una “precursora de altos ideales nobles”, no la citó en su Manifiesto Comunista de 1848, a pesar de que conocía “su idea de que, más allá de las particularidades de profesión, sexo, origen geográfico, ubicación, la clase trabajadora constituye una sola entidad que tiene intereses comunes”.
“Marx tomó esa idea, la desarrolló, la teorizó, la respaldó con su inmensa cultura filosófica y económica, con los medios intelectuales que él tenía pero Flora no. Era una idea extremadamente fuerte, extremadamente poderosa, extremadamente original de Flora Tristan”, recuerda.
¿Por qué no la citó como a otros si, de hecho, fue su idea la que jugó un papel desencadenante para él? Creo que hay dos razones principales. La primera, según Krülic, es sencilla: ella era mujer y él, un hombre de su época. La segunda era una diferencia de expresión.
Demasiado romántico
“Ella tenía el vocabulario de autores románticos. Leía mucho, tenía una vasta cultura y estaba imbuida de un pensamiento cristiano, totalmente disociado de la Iglesia y anticlerical pero no antirreligioso, y ese era un punto fundamental de desacuerdo con Marx”, manifiesta.
Esa idea de Flora, por ejemplo, en lenguaje marxista sería algo así como: el proletariado es una clase universal y como tal debe organizarse internacionalmente; su existencia y su fuerza radical se define por su falta de propiedades, por su presencia mayoritaria en la sociedad y, fundamentalmente, porque es la única clase verdaderamente productiva.
Pero si bien “Marx escribe sobre los trabajadores y su obra conceptual admirable, lo cierto es que requiere estudio; no es una lectura, como Flora dice, para los trabajadores”.
Su estilo era más concreto: “Sabía que los trabajadores tenían una jornada laboral muy larga, que muchos no sabían leer, y había que dirigirse a ellos en un lenguaje sencillo que los incitara a la acción. Eso también fue muy innovador y la diferenció de los socialistas de su época”.
Y lo puso en práctica. Se llamó a sí misma la “apóstol de la Unión de Obrera” y en abril de 1844 salió en un Tour de Francia, con la policía siguiéndole los pasos, ya que las reuniones políticas estaban prohibidas, a llevar ese mensaje.
Su fervor fue profundamente apreciado. Cuando murió en Burdeos 6 meses después, sin haber podido terminar su gira, la gente por la que luchó grabó en su tumba las palabras: “A la memoria de la señora Flora Tristán, autora de La Unión Obrera, los trabajadores agradecidos. Libertad, Igualdad, Fraternidad, Solidaridad”.
*Por Dalia Ventura
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