Roger El Baaklini tiene 37 años. Desde adolescente eligió su vocación por la peluquería. El pasado martes 4 de agosto se encontraba trabajando en su local en Beirut cuando estallaron las 2750 toneladas de nitrato de amonio en el puerto de su ciudad. "Estaba con unas clientas cuando escuché la primera explosión, que no fue muy fuerte. Pero, después de unos minutos, la tierra empezó a temblar durante cinco segundos. Luego de eso, siguió una explosión muy potente. Rápidamente corrimos afuera de mi negocio para ver qué había pasado", explica a LA NACIÓN este hombre cuyos antepasados recuerdan que en Líbano se encuentra la mayor comunidad armenia de la diáspora.
En minutos, los beirutíes volvieron a vivir esas imágenes de guerra que han atravesado al país a lo largo de la historia. Esta vez, se trataba de una explosión sin precedentes en un almacén portuario que guardaba, desde hacía varios años y sin medidas de seguridad eficientes, la peligrosa sustancia que provocó la tragedia evitable. En segundos, una vez más, la vida de los vecinos de la ciudad se trastornó. Las imágenes de la destrucción y la desolación enlutaron al país. "La gente, en las calles, se preguntaba qué había pasado. Estábamos todos en pánico total, era un caos. Inmediatamente, llame a un amigo que es policía en la Armada y me dijo que podría haber sido un ataque aéreo. Esa fue la primera predicción de la que toda la gente hablaba", reconoce Roger El Baaklini.
Un shock que perdura
"Mi casa está aún más cerca del lugar de explosión, el coche de mi papá se rompió completamente. Los vasos de la vajilla se rompieron absolutamente todos. La puerta de entrada quedó destrozada", explica este hombre, aún en shock, que eligió desde adolescente la vocación por la peluquería. Tarea que, incluso, lo llevó a vivir un año en Argentina, perfeccionando el oficio y trabajando en el salón que su tío tenía en la localidad de Martínez, en el norte del conurbano bonaerense.
La explosión que destrozó edificios enteros y llegó a sentirse hasta en Chipre, a más de 250 kilómetros, es comparable al impacto de un terremoto de 3.3 grados. Semejante onda expansiva tiñó de sangre a un país entero. "La vida en mi ciudad, hasta ahora, era más tranquila, pero la gente estaba muy triste porque tenemos una gran crisis económica y financiera desde hace diez meses", explica el coiffeur.
A poco de acontecida la explosión, el panorama fue desolador. Similar al producido por una guerra. En este caso, la devastación llegó en segundos. Desde el Mediterráneo y desde las afueras de la ciudad se podían divisar las columnas de humo. La geografía urbana mutó. Ya no se veían en pie algunas construcciones portuarias. Los edificios de gran altura de la moderna ciudad eran esqueletos devastados. "Ese día, fui a las calles para ver la escena. Fue aterrador y horrible. Empecé a ayudar a la gente a limpiar las calles, los edificios y los coches llenos de vidrios", explica El Baaklini. La solidaridad entre los libaneses rápidamente se puso en marcha.
A cinco días de acontecida la explosión, las secuelas son impactantes. El daño económico acentuará las finanzas diezmadas del país. Pero lo que más duele son las consecuencias humanas irrecuperables: "Hay más de 200 personas fallecidas, más de 7000 personas heridas y un montón de gente perdida", reconoce Roger, quien está transitando el duelo de los seres queridos cercanos. "Perdí a una gran amiga, un ser querido. Mi amiga murió frente a sus hijos. Tenía solo 41 años". Las secuelas psicológicas, como en todo hecho de esta naturaleza, son otras de las consecuencias silenciosas de la catástrofe.
Roger El Baaklini agradece tener a su familia viva. Su madre de 61 años y su padre de 76, están sanos y salvos. "Mi hermano, de 42 años, vive en Francia. Gracias a Dios están todos bien".
A pesar de un historial bélico, los habitantes de Beirut no naturalizan aquello que no debe ser. "No tengo miedo porque estoy acostumbrado, pero ésta es la mayor explosión en la historia del Líbano. Lloré, es mi sangre, es mi país, es mi vida. Me encanta Líbano".
Las razones políticas tiñen la tragedia reciente. El malestar social, que ya era notorio, se profundizó con la última explosión en el puerto de Beirut. Para El Baaklini "la situación es triste. La política es tan mala. Nosotros queremos cambiar este tipo de gobierno, toda la gente de Beirut tiene la misma opinión. Exigimos eso. Y la gente de Líbano está pidiendo a Hezbollah que se deshaga de sus armas, no quiere ningún acto de milicia, piden vivir en paz".
Este sábado 8 de agosto, el panorama que presenta Beirut es similar al de una ciudad en guerra: "La mayoría de los negocios están cerrados. La situación es mala, así que empezó hoy una gran protesta en el centro de Beirut y continuará hasta que todo el gobierno renuncie. Tenemos más de 100 personas perdidas. Contamos con más de 6 países diferentes ayudando para buscar a los muertos y perdidos", concluye Roger El Baaklini.
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