La ética del cuerpo
Actor, psicoanalista, director, dramaturgo y unas cuantas cosas más, Eduardo Tato Pavlovsky se prepara en estos días para reponer Poroto -su pieza más reciente- en el teatro Calibán. Por otra parte, su multipremiada obra Potestad será llevada al cine por el realizador César D´Angiolillo. Definiciones y proyectos de un creador fecundo e incansable
En un verano parecido a éste, pero de hace quince años, Eduardo Pavlovsky corría por una playa del Uruguay junto a Susana Evans -su actual mujer -cuando se le presentó interiormente una imagen demasiado clara como para dejarla pasar. Concibió así, de manera casi espontánea, la historia de un secuestrador de hijos de desaparecidos, uno de esos seres despreciables, perversos y brutales, que sin embargo existen, están ahí, y en algunos casos hasta son buenos vecinos y excelentes padres de familia.
Ese mismo día, el conocido autor, actor y psicoanalista -entre muchos otros oficios que definen su multifacético perfil de intelectual- se sentó a escribir un texto dramático titulado Potestad , que dedicó de manera excluyente a las Abuelas de Plaza de Mayo. Con el tiempo, y luego de ser traducida a varios idiomas, la obra recorrió el mundo, se llevó varias decenas de premios y llegó a ser representada por Jean-Louis Trintignant en una versión austera y, a juicio del autor, memorable en muchos sentidos.
En estos días, ese desgarrado monólogo del represor está siendo adaptado para el cine con la dirección de César D´Angiolillo, y con las ya previstas actuaciones del mismo Pavlovsky, de Susana Evans y de Norman Briski, un amigo de la casa.
"Por ahora estamos en la etapa de la preproducción y los ajustes del guión -explica el autor de Rojos globos rojos -. Confío mucho en D´Angiolillo, aunque para mí lo ideal sería, alguna vez, llegar a dirigir yo mismo las versiones cinematográficas de mis obras, como felizmente lo hizo el escritor Paul Auster con sus películas Smoke y Blue in the Face .
Sin embargo, y por el momento, el entrevistado no parece tener apuro por filmar, actuar o hacer ninguna tarea en particular. Cómodamente reclinado en un sillón de su casa rosada y minimalista de la calle Sucre -en Belgrano- habla sin pelos en la lengua del mundo hostil que se respira del otro lado de las paredes. "Vivimos en una época dominada por la crueldad social y el individualismo extremo -describe-. Y esa realidad nos deja muy poco espacio para actuar, si es que no queremos resignarnos a formar parte de la maquinaria alienante y destructiva que nos rodea. A mí, últimamente me interesa en ese sentido el territorio de lo que yo llamo micropolítica, esas experiencias humanas y culturales que resisten y florecen por los bordes. Decir esto no implica que yo carezca de una postura política, dado que soy socialista y seguiré siéndolo, sino que pretendo subrayar o iluminar con énfasis el campo de la gente que no tiene acceso a la representación institucional, pero que actúa y genera una nueva subjetividad, desde un lugar diferente." Fugarse o acaso salvarse por los márgenes es justamente el tema de Poroto , la obra más reciente de Pavlovsky, a punto de ser reestrenada en el teatro Calibán.
"Yo hablo de la huida como de una salida creativa -dice-; casi de emergencia, muy apropiada para estos tiempos. Porque para sobrevivir y no perderse en el mundo actual hay que conservar vivas ciertas espacios de incomunicación, cultivar un virtual aislamiento que nos permita hablar por nosotros mismos sin adherirnos a discursos que nos son ajenos. Poroto es precisamente un gran estratego de la huida, un fóbico grave, si lo miramos desde el psicoanálisis. Y no porque se escape de situaciones temidas, por ejemplo de una catástrofe, sino porque siente que en determinado momento de su existencia el hecho de compartir ciertas conversaciones puede resultarle tóxico. Entonces huye como para crear y liberarse al mismo tiempo."
A la sombra de Beckett
En su papel de psicoanalista a Pavlovsky le apasiona especialmente el trabajo grupal -de hecho no desarrolla nunca terapias individuales- el psicodrama, la interacción personal que produce cambios mensurables, a veces asombrosos, en quienes se animan a entrar en el juego. Desde esa experiencia, y con sus muy bien llevados 66 años, el entrevistado ya escribió alrededor de veinte piezas dramáticas - El señor Galíndez , Paso de dos y Telarañas son sólo algunas de las más conocidas-. Casi todas rozan de algún modo la dramaturgia del absurdo, la atmósfera de angustia existencial que sobrevuela siempre en autores que lo han influido notablemente, como Eugene Ionesco o Samuel Beckett.
"Cuando por primera vez vi Esperando a Godot , a los 22 años, sentí que mi vida había recibido un impacto -confiesa-. Me pregunté entonces cómo era posible que Beckett hubiese entendido la angustia como yo la entendía, pero sin nombrarla. Era una poética que me involucraba en las grandes preguntas que todos tenemos: para qué vivo, qué espero, adónde voy; enigmas todos que se sitúan más allá de cualquier intento de interpretación teórica."
No por casualidad, un desasosiego similar al padecido por las criaturas de Beckett suele atravesar también a los personajes inventados o soñados por Pavlovsky. Seres que no saben muy bien si aún están vivos, víctimas de una fatiga que no parece de este mundo, individuos sin metas que por momentos ni siquiera parecen mortales. ¿Qué son entonces? No se sabe. "¿Adónde iría yo si pudiera ir hacia algún sitio, qué sería yo si pudiera ser algo, qué diría yo si tuviera una voz que hablase así, pretendiendo ser yo?", se pregunta el propio Beckett en un libro cuyo título - Textos para nada - ya implica una definición.
Pavlovsky parece acompañar al autor cuando dice que a partir de este tipo de interrogantes se puede sucumbir pero también crear, vivir, resistir. "Hay algo decididamente creativo en esa nada aparente -reflexiona con sus propias palabras-. En cambio, lo que de veras es siniestro es no poder volcar la angustia, no poder jugar incluso con ella. El otro día, hablando con mi mujer, decíamos que una pareja funciona bien cuando el desasosiego puede ser compartido, cuando puede circular entre los dos como un fenómeno de extrañeza vivida en común. Además, las grandes preguntas son incontestables y lo lindo de la vida precisamente es ese misterio. Porque si no, todo estaría tristemente resuelto."
Actor notable en casi una decena de películas argentinas -la última fue La nube , de Fernando Solanas, y la primera, El Santo de la Espada , de Leopoldo Torre Nilsson- Tato Pavlovsky no se considera, sin embargo, un hombre de cine, y mucho menos del cine que suele hacerse en la Argentina.
"Aquí predomina el teatro como en el teatro y el cine como en el cine -ironiza a modo de crítica-. En tanto que yo busco una expresión menos atada a los códigos cerrados. Me interesan las obras teatrales y las películas que consiguen mostrar la realidad como un fenómeno complejo, fracturado, inabarcable. En otras palabras, tiendo a identificarme más con aquellas propuestas que no me explican demasiado lo que pasa, al estilo de Crash , el atrevido film de Cronenberg, o, también, de algunos momentos de La mirada de Ulises , por mencionar a dos de las películas que más me impactaron en los últimos años."
Se le pregunta qué quiere decir cuando habla, en sus artículos y conferencias, de la multiplicidad de sentidos de toda obra artística. Pavlovsky responde volviendo al citado ejemplo de Potestad : "Cuando escribí ese monólogo yo ignoraba, por ejemplo, que el torturador de la historia podía llegar a sentir dolor, piedad, angustia, cosas todas que estaban en la obra desde un principio y que Norman Briski me ayudó a descubrir con su habitual perspicacia. Con ese asunto se dio una interesante discusión teórica, puesto que se supone que un represor, autor de crímenes absolutamente condenables y aberrantes, no sufre. Esta experiencia también me ayudó a trabajar mejor con los grupos terapéuticos y a entender mejor mis neuras personales".
Palabra y acto
Sin dejar de juzgar, Eduardo Pavlovsky es de aquellos que intentan comprender. Su propia vida -iluminada a la vez por la palabra y el acto- puede sorprender a quienes suponen que los intelectuales son sólo una cabeza que vuela desconectada del cuerpo, a la manera de esos extraños reyes que conoció el barón de Munchaussen en sus viajes a la luna. Ex campeón de natación estilo mariposa, ex boxeador en la categoría medio pesado, el autor de Cámara lenta ha sido siempre un gran deportista.
"Formo parte de una familia muy aficionada a los deportes -confirma el hombre que imaginó su obra más exitosa corriendo por una playa del Uruguay-. Y es indudable que el rigor del entrenamiento diario me ayudó mucho en la vida. Porque a veces no alcanza con tener condiciones para algo, cualquier cosa que sea, si no hay una permanente preparación que sostenga y potencie ese talento. Mi papá solía decirme incluso que no gastara todas mis ganas en una única sesión de ejercicios, que me quedara siempre con hambre de volver a entrenar más y más."
Por algo será que el entrevistado sostiene desde hace tiempo una postura que él mismo define como estética del cuerpo y el acto. Lo explica de este modo: "Hay un momento en la vida en que la palabra es acto y el acto palabra; un momento en que uno se ha comprometido con ciertas cosas que ha dicho y ya no puede retornar sin traicionarse. Mi posición se resume en la idea de que a la ética del bienestar y del consumo como un fin en sí mismo, a los convites de un mundo rápido y superficial, hay que oponerle la ética del acto y el cuerpo. Estéticamente esto se traduce para mí en un teatro del riesgo, que yo asumo plenamente".
El repaso de una vida tan intensa -de la que también forman parte "cuatro grandes amores y tres matrimonios"- lleva a preguntarle al principal protagonista cómo le fue posible desarrollar al mismo tiempo tantas actividades. "Pude y puedo hacer mucho -responde en su estilo- porque en realidad son muy pocas las cosas que me interesan."
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