Rodolfo Goya es doctor en bioquímica e investigador del Conicet, y cuando muera, su cuerpo será conservado a menos de 190 grados bajo cero en un instituto de Michigan, al igual que muchos otros crionicistas de todo el mundo que lo acompañarán
Por Martín Jali
Fotos de Javier Heinzmann
1. Cuando el corazón de Rodolfo Goya deje de latir, un grupo de crionicistas le inyectará una solución criopreservadora a través de las arterias que reemplazará su sangre por un compuesto formado por sacarosa, etilenglicol y dimetilsulfóxido. Más tarde lo transportarán en un cajón metálico, cubierto por hielo seco, a una temperatura de ochenta grados bajo cero, hasta un Instituto de Criónica ubicado en la ciudad de Detroit, Michigan. A Goya lo esperará un equipo que sumergirá su cuerpo en un termo gigante de nitrógeno líquido, cabeza abajo, donde permanecerá congelado hasta que un día, nadie sabe con certeza cuándo ni de qué manera, lo resuciten. Por este viaje retro en el tiempo en pos de la inmortalidad, Rodolfo Goya –investigador senior del Conicet y doctor en bioquímica por la Universidad Nacional de La Plata– piensa pagar US$39.000, una cifra tibia si se la compara con los US$200.000 que cobra Alcor Life Extension Foundation, el Instituto de Criónica más antiguo del mundo que alberga entre sus filas al beisbolista estadounidense Ted Williams.
"El hombre viene deseando la inmortalidad desde que el mundo es mundo. Los religiosos la visualizan como la resurrección en el otro mundo. Y los crionicistas creemos en la especie humana, en nosotros mismos, en definitiva. Que la especie humana, mediante la ciencia y la tecnología, va a lograr vencer la muerte", explica Goya, un gurú tecnócrata que ha elegido creer en el avance científico antes que en la santísima trinidad y la vida eterna en el paraíso.
2. Las ratas blancas, acostumbradas al ojo invasor, permanecen inmóviles dentro de sus jaulas. El laboratorio de Rodolfo Goya, ubicado en el quinto piso de la Universidad de Medicina de La Plata, es como cualquier otro: con sus paredes de cerámica clara, su orden impoluto, mesas altas con carpetas, folios, microscopios y frascos varios. Acá, Goya lidera un equipo de trece investigadores –compuesto por bioquímicos, licenciados en genética, doctores en biología y médicos– que estudia el envejecimiento cerebral, la vanguardia misma en gerontología experimental en la Argentina. Así, su equipo trabaja dentro del marco de una estrategia terapéutica llamada terapia génica, que consiste en transferir genes terapéuticos hacia las zonas dañadas del cerebro de las ratas viejas. "A nosotros nos interesa el envejecimiento cerebral y desarrollar distintas estrategias terapéuticas para tratar patologías en las ratas parecidas a la enfermedad de Parkinson en los humanos. Además, estudiamos la pérdida de la capacidad cognitiva, de la memoria. Envejecer es un fenómeno que afecta tanto a las ratas como a los humanos", comenta Goya.
Su interés en el envejecimiento empezó en la adolescencia, entre la ensoñación prepúber y el surgimiento de una vocación: la muerte como una tragedia espantosa que pedía a gritos algo más que dignidad. Después de terminar la secundaria en el colegio Mariano Moreno de Mar del Plata, decidió estudiar bioquímica en La Plata, donde hizo su tesis, en el año 1976, sobre el tema más cercano a sus intereses, el cáncer de mama. Entonces, con una beca en el bolsillo, se contactó con un equipo de investigación en Michigan y se estableció allí durante tres años. Michigan, claro, el mismo estado norteamericano donde se halla el Instituto de Criogenia que albergará su cuerpo congelado a menos de 190 grados bajo cero.
Hoy Goya es un hombre de 62 años que tiene una relación obsesiva con el tiempo. Te mira fijo y parece calcular tu edad y el estado que alcanzarán la ciencia y la tecnología al momento de tu muerte. Verborrágico en extremo, racional y lúcido, tiene conciencia de las contradicciones de sus propias creencias e impulsos y, antes de cualquier objeción, plasma los puntos débiles de sus teorías. Goya sabe que el ciclo de la naturaleza es nacer, reproducirse y morir, pero frente a esta dinámica colectiva, aparece la pulsión individual que agita sus fibras más íntimas: el instinto de conservación.
"A mí me gustaría acceder a los beneficios de una vida indefinida, creo que eso no se va a lograr en el curso de mi existencia. Por lo tanto, si yo no tomo algún tipo de medida, me voy a morir y, si me entierran, me voy a desintegrar. Una vez que todas mis moléculas estén en la panza de los gusanos, ya no podré reconstruir mi mente y volver a vivir. La posibilidad que hoy existe es muy pequeña y sería como una especie de viaje hacia el futuro. Es decir, cuando uno muere, criopreservarse: ser congelado al cabo de la muerte natural con la esperanza de que, en un futuro -que podrían ser décadas o cientos de años-, la tecnología médica sea capaz de curar la enfermedad de la que morí y resucitarme de esa criopreservación".
Después, Goya –un hombre que no tiene hijos, pero sí una esposa que no comparte sus creencias, aunque las acepta– muestra fotos de su último viaje a Michigan, hace poco más de un año. Se lo puede ver caminando por los pasillos del Instituto de Criónica con una credencial que dice su nombre y su ciudad de origen, almorzando frente a los tanques de criopreservación o levantando válvulas y bloques de hielo ante la mirada atenta de un fotógrafo improvisado. Hay, finalmente, en Cryonics Institute, una pared con imágenes de los hombres y las mujeres –y perros– que están congelados en sus tanques. Una seguidilla de retratos en blanco y negro o a color, de profesores, marinos, gente joven o vieja, feliz o cansada, que evocan esos cuerpos en vida que ahora deambulan en el limbo helado del nitrógeno líquido.
3. Existen 260 personas congeladas en el mundo y, en su mayoría, se encuentran en Cryonics Institute y en Alcor Life Extension Foundation (Arizona). En esta organización, hay 118 pacientes; el último de ellos, un ingeniero de República Checa que falleció el pasado 27 de octubre. De este grupo selecto, un gran porcentaje es de estadounidenses, suecos, alemanes o suizos. Casi no hay latinoamericanos. El tercer centro de Criogenia está en Rusia y se llama KrioRus. Fundado en 2003, se trata del más actual y alberga en sus tanques a 25 pacientes: 14 han decidido congelar sus cuerpos y otros 11 optaron por la preservación de sus cerebros. Tal cual: cabezas decapitadas a temperaturas heladas. Esto, para los crionicistas, es lógico; en el futuro, lo esencial será recuperar los procesos mentales y la conciencia para mudarlos, en el mejor de los casos, a avatares cibernéticos u holográficos. Por eso, en los grandes tanques de criopreservación –especie de termos de aluminio de más de cinco metros de altura–, los pacientes están dispuestos cabeza abajo para que, en caso de algún desperfecto técnico, lo último en descongelarse sean los cerebros. Los precios, por supuesto, oscilan. Alcor es un centro vip donde congelarse completamente cuesta US$200.000 en efectivo, mientras que la cabeza, US$80.000. En KrioRus, por solo US$10.000 es posible dejar en stand by la zona del cuello hacia arriba.
Más allá del imaginario popular, de leyendas como la de Gilgamesh o del mito sobre Walt Disney –que, en realidad, fue cremado y sus cenizas esparcidas en el cementerio familiar–, el primer centro de criónica fue Alcor, fundado en 1972 por Linda y Fred Chamberlain con el nombre de Alcor Society for Solid State Hypothermia. Cuatro años más tarde, alojaron en sus tanques a su primer paciente y, en 1977, cambiaron su nombre por Alcor Life Extension Foundation, un paso lógico dentro de la evolución del concepto crionicista: lo que los une no es la muerte, sino el placer por la vida y el interés por extenderla. Antes de mudarse de California a Arizona, comenzó la polémica. Un médico forense los acusó de haber suministrado la solución criopreservadora antes de que el paciente muriera. Si bien no se habla de cadáveres sino de pacientes, estos solo pueden congelarse una vez que se ha firmado el acta de defunción. Así, la figura legal que más se acerca a los fines y objetivos de estos institutos es la de cementerios privados. Años después, cuando Ted Williams optó por sumergirse en nitrógeno líquido, un empleado de Arcor confesó que habrían perforado accidentalmente la cabeza del beisbolista. Arcor, por supuesto, negó los rumores, aunque admitió que si se produjo algún daño, fue a causa de las tareas efectuadas para criopreservarlo.
Lo que sí se sabe es que, en la actualidad, los crionicistas saben cómo congelar a un ser humano de la mejor manera posible, aunque todavía no es posible resucitarlo. Hasta ahora han fracasado todos los intentos de descongelar con vida a los animales y solo se ha logrado con pequeños embriones. Si la fertilización asistida es hoy un hecho, opinan los crionicistas, no sería nada raro que en algunas décadas la ciencia lograra despertar a los pacientes de su suspensión helada.
Por lo pronto, una de las claves a la hora de congelar un ser humano es el equipo de autoayuda, nada menos que los encargados de preparar el cuerpo para luego trasladarlo a los centros de criónica, ya sea en Rusia o Estados Unidos. El primer paso es reemplazar la sangre por una solución criopreservadora, ya que los fluidos corporales, en gran medida, son acuosos y, al congelarse, el agua forma hielo. Los cristales de hielo son puntiagudos y pueden atravesar las células. "Si vos te imaginás las células como bolsitas, esos cristales de hielo las rompen. Un ejemplo práctico de la vida es cuando uno congela un peceto. Cuando se lo descongela va a haber fluidos, líquido, en el plato. Ese fluido significa que, cuando se descongeló, esos cristales de hielo pincharon las fibras del músculo y las rompieron: esas fibras están dañadas, esas células no pueden revivir", explica Goya.
El proceso se llama vitrificación; en lugar de cristales puntiagudos, la solución forma un material amorfo parecido al vidrio. En estos casos, lo mejor es perecer en Estados Unidos, Rusia o Inglaterra, donde existen equipos de autoayuda listos para actuar una vez que un paciente es declarado clínicamente muerto. Después llega el traslado y el momento en que se introduce a los pacientes en los grandes tanques de criopreservación, sumergidos en nitrógeno líquido, el cual se renueva periódicamente en caso de que una pequeña parte se evapore. Como dice Goya, en el nitrógeno líquido, el tiempo no pasa.
4.El problema, siempre, es el tiempo. ¿Pero cómo será el futuro cuando Goya despierte? Para el transhumanismo y Raymond Kurzweil –el gran tecnólogo del presente, director de Ingeniería en Google, canciller de la Universidad de la Singularidad en Silicon Valley y autor de libros como How to Create a Mind o The Singularity is Near–, en las próximas décadas el crecimiento exponencial de la tecnología y la informática se trasladará directamente a toda la esfera del conocimiento humano, pero especialmente apuntará a la ciencia, lo cual dará lugar a innovaciones impensadas en el campo de la nanotecnología médica y la biotecnología. Se trata de un crecimiento acelerado del flujo de la información, el almacenamiento y la transmisión de datos que generará, a su vez, un impulso insospechado en el ámbito de las ciencias de la salud. La teoría se funda en un hecho, revisitando lo sucedido en las últimas décadas: la tecnología no avanza de manera lineal, sino exponencial, y no existen motivos para suponer que no será así en el futuro.
Según Rodolfo Motter, abogado, miembro del grupo de crionicistas argentinos y seguidor local de los postulados del transhumanismo, el futuro es inminente y promete cambiar todos los parámetros con los que leemos nuestra contemporaneidad. "Los transhumanistas, a los que modestamente adhiero, hablan de una nueva humanidad. Algunos la llaman la Humanidad 2.0. Además de la extinción de la muerte humana involuntaria, creo que en esta centuria se habrá de concretar, entre otros avances extraordinarios, un desarrollo exponencial de la inteligencia artificial, que fusionada con nuestras mentes, nos permitirá potenciar nuestra capacidad hasta límites virtualmente inimaginables. Creo, asimismo, que tal desarrollo de nuestra inteligencia dejará que erradiquemos, en un futuro cercano, prácticamente todas las penurias que nos agobian en la actualidad".
Antes de 2029, para Kurzweil, se creará la primera inteligencia artificial a partir de un escaneo del cerebro humano efectuado por nanorobots, y antes de 2050, la nanotecnología –algo así como robots microscópicos que viajarán por nuestro organismo reparando el daño celular– logrará ralentizar y, finalmente, revertir los procesos del envejecimiento. Más adelante, la evolución tecnológica llevará a la simbiosis entre humanos y máquinas. Bienvenidos, entonces, al umbral de la cultura cíborg.
Si bien los postulados parecen coquetear con la ciencia ficción, ya son encarados y fogoneados por empresas como Google, Nasa Research Center o la misma Kurzweil Technologies. Es más, para darle crédito como visionario, desde finales de los ochenta Kurzweil ha pronosticado con éxito la caída de la Unión Soviética, los avances en los softwares de ajedrez –que consiguieron que las computadoras derrotaran a los mejores jugadores del mundo– y la explosión de Internet a partir de la segunda mitad de los noventa. Para Goya, definitivamente, este es el futuro que se aproxima: "En la época de Leonardo Da Vinci, alguien brillante conocía todo. Hoy en día, un especialista no conoce más que una pequeña parcela de su área de trabajo. Si esto es así ahora, en doscientos años, un ser humano joven y vigoroso no tendrá la capacidad mental para avanzar o resolver nada más que una porción demasiado pequeña de lo que la sociedad estará produciendo en términos de información, mientras que las máquinas sí van a avanzar muy rápido. La forma de escaparnos de nuestro envase biológico y de las capacidades limitadas de nuestro cerebro va a ser mudar nuestros procesos mentales a un soporte cibernético: un avatar".
En esta dirección apunta el magnate ruso Dmitry Itskov y su Proyecto 2045, el cual propone, a partir de los avances en robótica e interfaces neurológicas, transferir la conciencia a un soporte no biológico y luego holográfico, para alcanzar así la inmortalidad cibernética. Para Itskov se avecina un "nuevo período de evolución controlada", al que denomina neohumanismo. El proyecto está articulado en cuatro etapas: Avatar A, hacia 2020, promete construir un cuerpo robot indistinguible del humano; Avatar B, hacia 2025, trasplantará un cerebro humano a dicho robot. Avatar C, hacia 2035, mudará la conciencia a un cerebro artificial, lo que dará lugar al primer cíborg. Finalmente, Avatar D, hacia 2045, nos convertirá en conciencias independientes que se corporizarán en hologramas o nanorobots, y así, afirma Itskov, se generarán nuevas especies y se modificará para siempre la dinámica social del futuro.
La ciencia ficción ha funcionado, desde hace más de un siglo, como un dispositivo capaz de leer las fluctuaciones del futuro. Mientras Julio Verne viajaba a la luna a finales del siglo XIX y Bioy Casares imaginaba una dudosa inmortalidad sentimental, anclada en un paisaje de felicidad vía hologramas, Elysium, el último film del sudafricano Neill Blomkamp, erige su ucronía en una Tierra devastada por la superpoblación, donde el mestizaje humano-máquina es moneda corriente. Es más, aunque solo disponible para la aristocracia futurista, la inmortalidad y la reconstrucción celular mediante nanotecnología es parte del paisaje cotidiano, tanto como descargar datos en el cerebro o implantarse miembros cibernéticos.
5. Lo ideal es congelar al paciente en el lugar de origen, para que no haya degradación ni putrefacción", dice Rodolfo Goya. Ahí está el problema. Cuando le quede poco tiempo de vida, Goya deberá viajar a Estados Unidos o bien formar un grupo de autoayuda en la Argentina, para preparar su cuerpo antes de trasladarlo a Arizona. Por este motivo, si bien ya ha invertido US$1.300 para ser miembro permanente y recibir la suscripción a la revista Long Life, Goya todavía no ha pagado la suma total del tratamiento, ni piensa hacerlo hasta tener en claro su plan.
La buena noticia es que, desde hace poco más de un año, cuando la criónica comenzó a ganar terreno en el país, se ha formado un pequeño grupo de personas interesadas en el tema. Son diez o doce de distintos puntos del país que se reúnen periódicamente para compartir sus sueños de vida eterna. El último encuentro del 2013 fue durante el mes de diciembre, en el Hotel Castelar de Capital Federal, mientras que el próximo llegará entre finales de febrero y principios de marzo, en Rosario. Entre los miembros se encuentra Rolando Cosacov, un neurólogo de 62 años que se especializó en el Centro Hospitalario Universitario de Rennes (Francia), que fue presidente de la Sociedad Neurológica de Córdoba y que ahora trabaja como perito del Poder Judicial cordobés. Para Cosacov, la vejez es una enfermedad como cualquier otra y, por ende, susceptible de curación en el mediano plazo, es decir, de doscientos a quinientos años. "En su momento me llamaron la atención hechos anecdóticos acerca de sobrevivientes que habían caído en aguas heladas por muchos minutos y quedaban relativamente indemnes, cuando se esperaba que estuvieran muertos. Por otra parte, la criogenia se utiliza desde hace varios años para proteger el cerebro durante cirugías cardíacas. A la fecha, también hay una polémica sobre el uso del frío en traumatismos de cráneo y accidentes cerebrovasculares. Lo que sería algo así como criogenizar, en muy baja escala y por muy poco tiempo, el cerebro hasta que pase la tormenta", comenta. Mientras repite "el tiempo es cerebro" como un karma o el estribillo de una canción pop, e imagina un futuro esperanzador, Cosacov piensa en el hielo y la tecnología que permita detener el tiempo corporal, para así saltar hacia delante. "Se trata de llevar el cerebro a unos 270 grados bajo cero, temperatura en que cesa prácticamente el movimiento de la materia y esta puede preservarse así unos 10.000 años", explica. Significa nada menos que alcanzar el umbral del frío absoluto.
En realidad, a los crionicistas los unifica menos el dispositivo que logre transportarlos –en este caso, congelados– al futuro como la fe inquebrantable en la tecnología y la ciencia, una extraña mezcla que combina la convicción con la esperanza en la inmortalidad. Así, el objetivo de máxima del grupo de crionicistas argentinos es instalar un centro criónico local, como los que existen en Estados Unidos o Rusia. Sin embargo, lo que se presenta más accesible es, poco a poco, dar forma a un equipo de autoayuda: una suerte de preembarque para aquellas personas que han decidido congelarse en el exterior. "Todos nosotros creemos que la ciencia logrará erradicar la muerte involuntaria, y lo hará en un plazo relativamente breve, pero quizás no lo suficientemente pronto como para que nosotros podamos beneficiarnos con tales avances. Es allí donde surge la alternativa criónica, como una suerte de plan B o como una especie de puente temporal entre la fecha de nuestra muerte biológica y la época de concreción de los logros científicos aludidos", comenta Rodolfo Mario Motter, ya de regreso en Rosario, después del último encuentro crionicista.
Para Goya "la posibilidad de que esto llegue a buen término y que a uno lo descongelen en el futuro es muy muy pequeña. Pero no es cero. Pero si a uno lo entierran la descomposición es una certeza. A medida que pase el tiempo, esta incertidumbre será menos pequeña". Como un embajador de la fe científica o un predicador del futurismo tecnológico, la esperanza está puesta en las generaciones futuras. Nanotecnología médica, biotecnología e inteligencia artificial. "No tengo pánico. Acepto con serenidad si me toca morirme y desaparecer. Es el destino que les ha tocado a todos los seres humanos. Pero, dentro de mis posibilidades, quiero hacer el intento por escapar de ese designio de la naturaleza. La ciencia ha logrado cosas tan maravillosas que hubiesen parecido fantasías hace solo cien años. Frente a eso, ¿quién podría animarse a decir que la criónica no tendrá éxito en el futuro? En ciencia, es muy arriesgado decir que es imposible. Que es difícil, sí, pero no imposible", afirma. Después de todo, ¿qué diferencia hay entre arrojar tus cenizas en la Bombonera o convertirte al crionicismo, creer en la vida eterna en el paraíso y congelar tu cuerpo para revivir dentro de doscientos años, cuando la inmortalidad sea un hecho?
LA NACIONTemas
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