La dueña de la última casa grande... se va
La zona en la que trabajo limpiando piletas, a principios del siglo XX, era una estancia. Luego esa estancia se loteó, convirtiéndose en grandes quintas. Luego esas quintas se fueron loteando y, de a poco, fueron lo que uno puede ver hoy: chalecitos. Las últimas grandes quintas, de hecho, se lotearon en los noventa, dando lugar a barrios cerrados en miniatura, con calles interiores como de juguete y casas que de tan pequeñas parecen una versión apenas más grande de las maquetas sobre las que fueron pensadas.
Sin embargo subsisten algunos lotes grandes, con casas inmensas (casi mansiones), de aquella época en la que eso era algo corriente en la zona. La época en que los lugareños, para indicar en qué momento de la autopista había que bajarse decían "donde empieza el bosque". Porque en aquellos años, en efecto, todo por acá era bosque.
Mi clienta Kilombo (así me pidió que la agendara cuando nos conocimos) es uno de esos extraños casos: una de las que resistió con su quinta-mansión. Hiperactiva y genial aún a sus setenta años, estuvo por vender todo y huir a España con sus amigas, en 2001. Pero no. A pesar de que dos de sus hijos también migraron a Europa por aquel tiempo, ella se quedó arreglando caños y paredes en su casa-laberinto.
Una vez me hizo pasar y pude verla por dentro: dos plantas, mansarda y sótano. Escaleras principales y de servicio, desniveles rococó, extrañas ventanas oblongas y baños a cada vuelta de pasillo. ¿Cómo mantuvo todo eso ella sola, luego de enviudar, hace treinta años?
Primero cocinando, cosiendo para afuera, y alquilando la casa para fiestas. Y, desde hace diez años, subalquilando habitaciones. Tan bien le fue con esto último, que terminó construyendo monoambientes en parte del terreno, también para alquiler. Desde entonces, además de estudiantes latinoamericanos, uno llega a su casa y encuentra siempre algún divorciado que cayó en los singulares servicios hoteleros de mi clienta Kilombo, que incluyen desayuno americano y servicio de habitación. Y, por supuesto, pileta. Pero, ahora, resulta que... Sí, mi clienta Kilombo finalmente se va.
Hoy me lo dijo. En cuanto venda la mitad del terreno se compra un departamento en Valencia y se va a vivir con su hijo mayor.
"Ya estoy vieja para taaaanto kilombo, Félix", dice. La entiendo. Ella fuma, sentada al borde de la pileta mientras limpio.
"Muchos años, quiero un poco de paz", sigue. "¡Y vos zafás, eh! Sí, nene, porque cuando esto se venda la pileta te queda más chica. Mucho más fácil para limpiar, ¿no? Porque ¿podés creer que el terreno se corta justo acá?", se levanta y marca con el brazo por donde pasa la línea divisoria, cortando casi por la mitad las aguas de la pileta.
Entonces me pregunta si conozco a alguien que pueda hacer el trabajo de achicarle la pileta, y le paso un número de teléfono. Adoro a mi clienta Kilombo.
La voy a extrañar. Y ahora que sé en qué se va a convertir su pileta, la extraño más. Y su casa, ¿en qué se va a convertir? Ella no sabe. Piensa en dejar a alguien que se ocupe de su hotel. Pero a quién. "¿No querés ocuparte vos", me pregunta. Y no sé qué contestar.