“La droga te arrastra hasta lo más oscuro”: la historia de lucha y superación de Sebastián Mascherano, hermano mayor de “el jefecito”
Sebastián Mascherano, el hermano Javier, cuenta cómo enfrentó su adicción, recuperó su vida y decidió ayudar a otros a encontrar su camino
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Durante años, el apellido Mascherano se escuchó con fuerza en los estadios del mundo. Javier, el Jefecito, fue sinónimo de coraje, entrega y liderazgo. En el Mundial de Brasil 2014 fue el alma de un equipo que estuvo a un paso de la gloria. Jugó dolorido, infiltrado, desgarrado, dejando todo en cada partido. Su arenga a Chiquito Romero -”Hoy te convertís en héroe”- quedó grabada para siempre en la memoria de los argentinos. Así, se ganó un lugar en la historia del fútbol.
Pero mientras él levantaba como un emblema nacional, en silencio, su hermano mayor, Sebastián, peleaba otra batalla. Una lucha silenciosa, invisible y más dura: la de enfrentarse a la adicción. Esta es la historia del otro Mascherano. El que no levantó copas, pero sí se reconstruyó desde las ruinas.
Sebastián Mascherano (48), su testimonio, en primera persona.
El comienzo
-Hablemos de vos, ¿quién es Sebastián Mascherano?
-Soy el mayor de tres hermanos. Tengo 48 años, después me sigue Natalia, de 46, y Javier que cumple 41 en junio. Nací, crecí y sigo viviendo en San Lorenzo, provincia de Santa Fe. Papá fue técnico químico, trabajaba en una empresa, y mamá fue siempre ama de casa. Ella es más futbolera que nosotros. Nuestros padres siempre nos apoyaron en lo que quisimos ser. Tuve una infancia hermosa, fuimos bien educados. Éramos una familia de clase media: en casa no sobraba nada, pero tampoco faltaba.
-¿Cómo fue tu adolescencia?
-Empecé el secundario y después me fui a jugar a Rosario Central. A los 16 años empecé a salir y para desinhibirme bebía alcohol. A los 17 probé por primera vez la marihuana y durante el viaje de egresados, en Rufino, el 10 de octubre de 1994, probé por primera vez la cocaína. Así empezó un recorrido que duró 18 años y que me arruinó en lo económico, lo afectivo y lo emocional. Consumí hasta los 35 años.
-¿Y tu relación con el fútbol?
-Jugué un tiempo en Rosario Central... siempre digo que una forma de causarme dolor, de auto agredirme, fue dejar el fútbol y después empezar drogarme.
-¿Qué pasó después de terminar el secundario?
-Terminé el secundario sin llevarme materias. Bien. Empecé Ciencias Económicas en Rosario, pero en vez de ir a la facultad me iba al kiosco de la vuelta a drogarme.
-¿Y tu familia no sospechaba nada?
-En ese momento, no. Aún no había cambiado tanto como para que se notara. Pero con el tiempo, seguramente empezaron a darse cuenta. Tenía 20 años, estudiaba, trabajaba en el peaje de San Lorenzo, fui coordinador de viajes a Bariloche... Tenía plata, independencia. En 1997 abrí mi primer bar, Salamandra, en San Lorenzo. Aún soy dueño. ¿Javier? El es ocho años menor. Cuando abrí el bar, él tenía 12 años, recién empezaba en el Club Renato Cesarini. En ese tiempo, el conocido era yo.
San Lorenzo es una ciudad ubicada en la provincia de Santa Fe, a orillas del río Paraná. Fue escenario del primer combate de José de San Martín en territorio argentino, durante la guerra por la independencia.
Las drogas
-¿Por qué empezaste con las drogas?
-Por curiosidad, por pertenecer, por hacerme el canchero, por gusto por lo prohibido. Nunca imaginé que me iba a enfermar. Como todos, pensé que iba a ser sólo probar. En mi caso fue para desinhibirme y, con los años, me di cuenta que terminé usándola para escapar de la realidad.
-¿Cuándo sentiste que el consumo se te había ido de las manos?
-Un poco antes del nacimiento de mi hijo mayor, Rocco, en 2003. Ahí ya me costaba controlarlo. Cuando me separé de su madre toqué fondo. En 2012 me interné en Buenos Aires. Pensé que podía manejarlo, pero fue al revés: todo empeoró y me quedé sin sentido para vivir. También caí en el juego, perdía mucho en el casino. Era el combo perfecto para destruirme y quedar derrotado en una cama con ganas de morirme.
-¿Estuviste al borde de la muerte?
-Sí. Por sobredosis y por pensamientos de no querer vivir más. Tuve un accidente grande en moto. Fueron muchas situaciones que pudieron haber terminado mal. La droga destruye, sí, pero lo que realmente se rompe son los sueños, las ganas de hacer algo con tu vida. Yo quería ser futbolista, pero no todos tenemos las mismas herramientas para llenar los vacíos. No es lo mismo probar una droga a los 17, con el secundario terminado y un plato de comida asegurado, que ser un chico de 8 o 10 años que ya consume porque vive una realidad totalmente distinta. Una realidad marcada por la falta, por la calle, por el abandono. La droga te arrastra hasta lo más oscuro, no le importa de dónde venís: cuando estás ahí, sentís que nada tiene sentido.
-¿Qué te salvo?
-Dios. Fue Él quien me levantó de la cama. Después me ayudaron mi socio, mi familia, y mi propia fuerza de voluntad. No quería internarme, pero en 2012 fui a Gradiva, en Buenos Aires. Estuve internado un año y medio. Fue muy duro, sobre todo atravesar la abstinencia. Ahí entendí que tenía que crecer, dejar de ser un eterno adolescente y valorar a quienes confiaban en mí. Fui sanando, reconstruyendo mi vida.
“Javier sufría cuando entraba a la cancha”
-¿Cómo reaccionó tu hermano Javier cuando se enteró de tu situación?
-Javier me dijo que la manera en que podía ayudarme era pagándome un tratamiento. En ese momento él estaba jugando en Barcelona. Me pidió que me dejara ayudar. Y lo hice. Cada vez que venía con la Selección, me visitaba en la comunidad. Una vez me dijo: “Cuando yo entraba a la cancha sufría, ahora tengo una preocupación menos porque sé que tengo un hermano que está rehabilitado, que está vivo”.
-¿Qué fue lo más difícil de la rehabilitación?
-La abstinencia. El cuerpo pide la sustancia, transpiras, tenés fiebre, mal humor. Estuve internado 18 meses, fue un aprendizaje enorme. Salí en septiembre de 2013, pero uno es adicto en recuperación toda la vida. Aprendí a hablar, a decir lo que me pasaba.
Además del apoyo de su hermano, Sebastián cuenta que hubo todo un entorno que ayudó en su recuperación. “Pude enseñarles a mi familia, mis amigos, mi hijo lo que era ser un enfermo de las drogas y el alcohol... porque en base a mi enfermedad ellos fueron aprendiendo. Cuando me interné mamá y papá tenían 62 y 63 años, otra generación. Creo que ellos siempre supieron que me drogaba, pero no tenían las herramientas para ayudarme. Es duro para una familia aceptar eso. Te replanteás muchas cosas pero la enfermedad empieza en casa. ¿Culpas? No, no es cuestión de culpas. Nadie nace sabiendo ser padre. Tengo un hijo de 21 y una hija de 14. Les hablo con total honestidad, ahora puedo ser padre. Yo fui un cobarde mucho tiempo, no podía hablar de lo que me pasaba. Quise tapar dolores con el consumo y me la creía por ser el hermano de Mascherano”, dice.
-¿A qué te referís cuando decías “me la creía”?
-Eso, que me la creí. Cuando Maradona dijo “Mascherano y diez más”, pensé que hablaba de mí. Hoy sé que el famoso es él y me alegra. Llevó el apellido a lo más alto. En 2014, cuando Javier iba a jugar la final del mundo, una periodista le dijo a mi mamá: “Qué orgullo, su hijo va a jugar una final”. Y ella respondió: “Estoy orgullosa de todos mis hijos. De Sebastián, que se recuperó de las drogas...”. Que diga eso de mí, me dio paz. Nunca me escondió. Esa es la clase de amor que cura.
-¿Cómo es actualmente tu relación con Javier?
-Buena. Él está en Miami y hablamos cada tanto. El año pasado compartimos el cumpleaños de 15 de su hija. Si viviera más cerca, capaz compartiríamos un asado más seguido. Pero cada uno está con lo suyo.
-¿Qué te llevó a contar tu historia en este momento?
-Porque quiero ayudar a otros. Ser un espejo para las nuevas generaciones. Que sepan que la vida va por otro lado, que no es la plata ni un apellido.
-¿Y hoy, cómo estas?
-El 27 de marzo de 2025 cumplí 13 años limpio y sobrio, sin recaídas. Ahora tengo muchos proyectos en marcha. Coordino dos comunidades terapéuticas: una con 25 internados residenciales y otra con 15 ambulatorios. Además, me estoy postulando de concejal en San Lorenzo. Me siento orgulloso de haber podido reconocerme. Señalar es fácil, pero es muy difícil mirarse al espejo. Hoy aporto desde mi experiencia, desde lo que entendí en el camino. Porque si nuestros hijos no estudian, si se pierden en las drogas, si dejan de soñar… ¿qué futuro podemos esperar?
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