Bette Davis, su archienemiga, repetía: “Esa mujer se acostó con todas las estrellas de la Metro Goldwyn Mayer, salvo la perra Lassie”
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Amada y temida por igual, esa diva eterna de Hollywood que se llamó Joan Crawford tenía una mezcla de belleza, glamour, crueldad y carácter que hacía que cuando entraba en escena nadie pudiera mirar otra cosa que no fuera ella.
La odiaba la enorme mayoría de la industria. Era alcohólica, inestable, colérica, demencialmente obsesiva, dicen que maltrataba sistemáticamente a sus hijos y una de ellos hasta la acusó de haber intentado matarla.
Adelantada a su tiempo, con esa cierta androginia que imponía con sus cejas y labios gruesísimos, sus enormes hombreras y su personalidad desafiante y arrolladora, devoraba a todos los hombres y mujeres que se le venían en gana: sus enemigos la acusaban de haberse acostado “con todas las estrellas de la Metro Goldwyn Mayer, salvo la perra Lassie”. Más allá de las habladurías, tuvo cuatro maridos, desde un actor de alcurnia hasta el presidente de la Pepsi, pero ninguno pudo con su carácter endemoniado.
Lucille LeSeur, así se llamaba realmente, nació un 23 de marzo del siglo pasado (¿1903?, ¿1905?, no hay acuerdo entre los biógrafos), y trabajó en más de 70 películas a lo largo de 50 años de carrera. Brilló en el cine mudo, lo sobrevivió y se convirtió luego en una súper estrella en los 40 y 50. Aunque su maldad legendaria la metía siempre en problemas, se la recuerda por papeles memorables como el de ¿Qué fue de Baby Jane?, Johnny Guitar y Mildred Pierce.
Era una diva con todas las letras. El director George Cukor decía que era tan magnífica que se la podía fotografiar desde cualquier ángulo, pero que su mayor talento era su manera de caminar. “Crawford atrae su atención por el simple hecho de moverse. Ni siquiera necesita abrir la boca: sólo tiene que andar. Y estará soberbia”.
Viejas obsesiones
Nacida en San Antonio, Texas, varias facetas del mal genio y la cuasi locura o comportamiento bipolar de Crawford tienen alguna explicación en su infancia miserable. Su padre las abandonó a su ella y a su madre, lavandera, y esa niña que soñaba con convertirse en una bailarina famosa tuvo que acostumbrarse a convivir no sólo con la pobreza sino también con el maltrato y los abusos: ella misma contó que su padrastro abusó de ella. También tuvo que sufrir la suciedad y el desorden que reinaba en la casa. Ya de adulta, atormentaba a todo el mundo con su obsesión enfermiza por que todo estuviese perfectamente limpio y ordenado.
Empezó su carrera muy jovencita como corista en espectáculos musicales, luego fue artista de reparto en películas mudas y finalmente saltó al cine sonoro. Rápidamente quedó claro que la cámara la adoraba y que, además, tenía verdadero talento. Ya con su nuevo nombre artístico, “Joan Crawford”, vivió a pleno la locura de los años 20 con sus noches eternas de champagne y desenfreno, sus vestidos de flecos y sus clubes de jazz.
En los años 30 fue la reina. Mientras protagonizaba películas con Clark Gable y se rumoreaba que eran amantes, se casaba con un actor consagrado de la industria, Douglas Fairbanks Jr, de quien se separó en poco tiempo. Unos años después volvió a pasar por el Registro Civil, esta vez con otro actor: Franchot Tone. Tampoco duró. Por esta misma época adoptó a sus dos hijos mayores, con quienes entablaría una relación maternal muy compleja, y también cayó en desgracia y fue despedida de la Metro Goldwyn Mayer, un golpe para ella fatal.
Regresó al cine de la mano de la Warner con Mildred Pierce (1945), por la que fue nominada al Oscar. Aquí Crawford se mandó una jugada maestra que pasó a integrar uno de los capítulos más extravagantes de la saga de la estatuilla. Convencida de que el galardón iba a ser para Ingrid Bergman por Las campanas de Santa María, para no soportar el bochorno de la derrota anunció que estaba enferma y que no asistiría a la ceremonia. El caso es que ganó y consiguió que le llevaran el premio a su casa: recibió la estatuilla sonriente y perfectamente peinada y maquillada, pero en la cama. La foto pasó a la historia.
Joan se llevó mal con casi todos sus compañeros de elenco, sobre todo con las mujeres, y tuvo algunas enemigas de fuste. La más famosa fue la gran estrella Bette Davis, pero también la actriz Norma Shearer, que estaba casada con un alto ejecutivo de la compañía MGM y que, según Crawford, por eso conseguía los mejores papeles pese a no contar con “ningún talento”. Hay anécdotas que cuentan que, cada vez que Shearer debía actuar en una toma, Crawford hacía ruido a propósito para generar molestia y desconcentración. Dicen que George Cukor un día la echó del set de filmación de The Women para que dejara de fastidiar.
Para completar sus devaneos matrimoniales, después de separarse de Tone, Joan se casó con el actor Phillip Terry, de quien se divorció cuatro años después. Su último marido fue Alfred Steele, presidente de Pepsi-Cola, que murió en 1959 abriéndole la posibilidad de pasar a integrar el directorio de la empresa. Crawford se mantuvo en ese puesto durante años… En los 70, sin embargo, comenzó a desaparecer de la vida pública hasta que finalmente un cáncer pudo con ella.
Mamita querida
A un año de la muerte de Joan, su hija Christina publicó el libro Mamita querida, donde relata los años de maltrato físico y psicológico que vivió junto a su madre y que fue adaptado al cine en 1981 en una olvidable película protagonizada por Faye Dunaway.
A lo largo de su vida, Crawford adoptó cuatro hijos: Christina (1939), Christopher (1943) y las gemelas Cindy y Cathy (1947). Según lo que cuenta Christina en su libro, Joan martirizó la infancia de todos con sus arranques de furia y su comportamiento enfermizo, pero tuvo especial encono con los dos mayores. De hecho, desheredó a ambos en su testamento.
Por el relato de Christina podría pensarse que Joan efectivamente sufría de un trastorno bipolar: un día la llenaba de regalos y al siguiente la golpeaba con violencia. Cuenta que su madre era capaz de castigarla por colgar sus vestidos en perchas de alambre (las detestaba), que la arrastraba de su cama en la madrugaba para golpearla porque había dejado manchado el piso del baño y que una vez intentó estrangularla. Que a Christopher lo ataba a la cama en la noche para que no pudiera levantarse para ir a tomar agua. Que los obligaba a lamer los platos porque ella había sufrido hambre de chica o les servía el mismo plato durante una semana hasta que lo terminaran… Luego los hacía abrir espectaculares regalos de Navidad delante de los paparazzi para quedar como una buena madre.
Christina la describe como una mujer monstruosa, que brillaba en las reuniones sociales pero descargaba sobre sus hijos sus profundos arrebatos de cólera producto de su inestabilidad emocional y de los excesos en el consumo de alcohol. Los chicos se recluían cuando su madre estaba borracha ya que volaban por el aire gritos, insultos y objetos, y más de una vez debieron intervenir los vecinos y hasta la policía para detener el escándalo. Después de esos episodios, Joan se encerraba a llorar en su habitación durante días.
El libro de Christina generó un escándalo en el mundillo de Hollywood. Muchas actrices confirmaron haber sido testigos de los abusos. Hubo también defensores de Joan, entre ellos sus dos hijas menores, que desmintieron lo que se cuenta en el libro y declararon que su madre era solamente “un poco estricta pero cariñosa”.
Enemigas poderosas
Joan Crawford tuvo muchos enemigos pero la más grande fue sin duda Bette Davis, con quien mantuvo una relación tortuosa que inspiraría años después la primera temporada de la serie Feud (2017), creada por Ryan Murphy e interpretada por Jessica Lange y Susan Sarandon.
La rivalidad de Crawford y Davis fue uno de los grandes hitos de los años dorados de Hollywood; se escribieron páginas y páginas sobre los vericuetos de la eterna enemistad entre las dos grandes divas. El director Robert Aldrich, incluso, trasladó al cine el odio entre las dos mujeres y convocó a ambas para filmar la película ¿Qué fue de Baby Jane? (1962), una historia de rencor, celos y envidia entre dos hermanas que tuvo muchísimo éxito. En el film, Davis es Baby Jane, una ex niña prodigio que cayó en el olvido y Crawford, la hermana que triunfó como estrella de cine pero quedó inválida después de un misterioso accidente. Imposible olvidar el horror que inspira Bette Davis vestida grotescamente como una niña y aterrorizando a su hermana inválida cuando le da de comer una rata muerta…
¿Cómo nació la enemistad entre las dos divas? Hay varias teorías. Hay quienes dicen que el odio arrancó cuando Joan se puso de novia con Franchot Tone porque al parecer la Davis también estaba interesada en el joven. Otros hablan de una manipulación clásica de Hollywood, una trampa de los productores para generar recaudación y publicidad en la que las dos divas habrían caído inocentemente a pesar de que ambas eran inteligentísimas y de armas tomar. Por último, en su libro Bette Davis al desnudo, Charles Higham aporta la teoría de que Crawford no sólo envidiaba a su compañera de cartel, sino que había estado secretamente enamorada de ella y que, ante los continuos rechazos de la Davis, habría comenzado a engendrar un odio que luego fue imposible de parar.
Dicen que durante el rodaje de ¿Qué fue de Baby Jane? no hubo problemas entre las dos sino sólo una fría distancia. Sin embargo, Aldrich contó muchas veces que todas las noches ambas lo llamaban por teléfono para intentar que su personaje tuviera más peso que el de la otra. El broche de oro lo puso Crawford en la ceremonia de los Oscar de aquel año. Sólo Bette Davis estaba nominada por su papel y Joan ideó un plan estratégico para no ser testigo del triunfo de su rival: Anne Bancroft, que también estaba nominada por El milagro de Ana Sullivan, había anunciado que no podía asistir a la gala y Joan se ofreció a recibir el premio en su nombre si lo ganaba… ¡Y lo logró! Bancroft ganó el Oscar y la Crawford, espléndida, subió al escenario a recibir la estatuilla ante la mirada furiosa de su enemiga. Cuentan que las dos estaban sentadas en la misma fila y que, al pasar por el sitio de la Davis, Joan le pidió con una enorme sonrisa: “¿Me permites pasar?, gracias”.
Vodka y soledad
Muy lejos habían quedado esas noches gloriosas durante los últimos años de su vida, que pasó recluida en su departamento de Nueva York, alejada del cine y del mundo, enganchada con la Cienciología y siempre con un vaso de vodka en la mano. Unos años antes, después de asistir a una fiesta, Joan había visto sus fotos publicadas en los periódicos, se vio “gorda y vieja” y decidió que no quería mostrar al mundo su decadencia física: no se la vio nunca más.
El cine la había abandonado, y también acabó su contrato con la Pepsi, así que Joan se cambió a un departamento más pequeño y austero. Sólo miraba sus viejas películas en televisión, contestaba cartas de sus fanáticos y tomaba alcohol. Casi no veía a sus hijos y salía únicamente si tenía cita con el médico. George Cukor contaba que muchas veces lo llamaba a altas horas de la noche para pedirle protagonizar una película. Lawrence J. Quirk, que escribió el libro Joan Crawford: The Essential Biography, también contó que lo llamaba de noche y que parecía “borracha de vodka, mandona, exigente y neurótica”. Una de esas noches fatales llamó a dos críticos de cine del New York Daily News y los invitó a su departamento; uno de ellos reveló luego una imagen patética: “La puerta se abrió y apareció una anciana con camisón y pantuflas… Fue muy triste ver que estaba tan desesperadamente sola”.
Joan dejó el alcohol cuando se enteró de que tenía cáncer de estómago, pero ya era tarde para todo. Se recluyó más aún. Su biógrafa Charlotte Chandler cuenta que un día le dijo: “Me gustaría ser como los osos viejos, que cuando saben que han llegado sus últimos días se alejan para estar solos y sencillamente desaparecer…”.
Eso hizo. El 10 de mayo de 1977, Joan Crawford se metió en la cama, prendió el televisor y murió sola en el dormitorio de su departamento de Nueva York.
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