Sus restos reposan rodeados de un majestuoso edificio de ladrillo que se construyó para ser un museo de su vida y la obra política que realizó a lo largo de los años
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El 9 de abril de 1948, Gloria Gaitán, la hija de 10 años de Jorge Eliécer Gaitán, miraba por la ventana de su casa el cielo rojo de Bogotá, una ciudad en llamas por el asesinato de su padre, candidato presidencial y el político más popular del momento.
“Yo estaba convencida de que mi papá no estaba muriendo, sino que estaba yendo al cielo, levantado por ángeles con banderas rojas”, dice Gloria Gaitán, a sus 85 años de edad, sentada al frente de dicha casa. Hoy, 75 años después, “sigo pensando lo mismo”, asegura.
A la 1:00 PM de ese viernes lluvioso en Bogotá Jorge Eliécer Gaitán recibió tres tiros cuando salía de su oficina. Media hora después murió en una clínica cercana. Su esposa, Amparo Jaramillo, se robó el cuerpo del hospital porque no se lo dejaban sacar: lo extrajo por la puerta de las basuras y lo trasladó, envuelto en sábanas y periódicos, a esa misma casa en lo que en Colombia se conoce como una “zorra”, una carretilla jalada por un caballo.
Lo velaron y, después de una álgida discusión que incluyó al entonces presidente, el conservador Mariano Ospina, lo enterraron en la sala de la casa.
Allí estuvo hasta 1988, cuando lo trasladaron al patio, donde hoy reposan los restos rodeados de un majestuoso edificio de ladrillo que se construyó para ser un museo de la vida y la obra política de Gaitán, pero que nunca fue terminado y estuvo abandonado los últimos 20 años.
Cuando lo mataron, Gaitán ya era un símbolo para los colombianos. En un país dominado por elites políticas, el carismático y elocuente político prometía un remezón al sistema. En pleno auge de la Guerra Fría, sus críticos y los funcionarios estadounidenses temían que fuera un alfil del comunismo.
Quienes soñaban con salir de la exclusión a través de él perdieron cualquier esperanza apenas se enteraron del asesinato del entonces candidato presidencial y favorito para los comicios de 1949. El magnicidio fue un golpe muy duro a una frágil democracia.
El aniversario número 75 esta vez será diferente. Este 9 de abril el magnicidio se conmemora en domingo de resurrección, una fecha importante para este país mayormente católico. Y en la presidencia está un político que intenta recoger el legado de Gaitán: Gustavo Petro, abanderado como él de la justicia social y primer presidente de izquierda enfrentado a las elites.
“Existen fuerzas energéticas que operan”, dice Gloria Gaitán. “El hecho de que el 9 caiga en domingo de resurrección y Petro esté en el poder no es coincidencia”, cree.
Petro nombró en la dirección del Centro de Memoria Histórica, el órgano estatal encargado del recuento del pasado, a María Gaitán-Valencia, hija de Gloria y nieta de Gaitán.
“La víctima hoy va a tener en sus manos la verdad histórica de Colombia”, dijo Petro en su designación. “No el victimario”. Es la primera vez en 30 años que la familia Gaitán está en sintonía con el Gobierno.
“El domingo, con la presencia de Petro, vamos a limpiar este lugar de 20 años de memoricidio”, dice Gloria, en referencia a la teoría de que “los gobiernos, la oligarquía y los académicos se han negado a recordar y a entender” al líder popular.
María añade: “Llegó la hora de que el pueblo, de que el país nacional y no el país político, se mire a los ojos y relate su propia historia”.
Un magnicidio que rompió a Colombia
Entre tantas frases famosas de Gaitán, la más recordada, porque resultó premonitoria, es esta: “La oligarquía no me mata porque sabe que si lo hace, el país se vuelca y las aguas demorarán cincuenta años en regresar a su nivel normal”.
El asesinato de Gaitán en 1948 se produjo durante la Novena Conferencia Panamericana en Bogotá, una cumbre que contaba con el secretario de Estado norteamericano George Marshall, entre otras figuras.
Un joven Fidel Castro, admirador de Gaitán, asistía en la capital a un congreso estudiantil esos mismos días. A ese viernes 9 de abril se lo conoce sobre todo como el “Bogotazo”, aunque también el “Colombianazo”, porque las revueltas en protesta por el magnicidio no solo se tomaron la capital, sino varias regiones del país.
El presidente Ospina declaró el estado de sitio, el ejército fue movilizado para la represión y hubo saqueos de licoreras, tiendas y bancos. Se reportaron francotiradores de ambos bandos. Hasta los curas disparaban desde las iglesias. Se estima que 4.000 personas murieron solo ese día.
Aunque la violencia venía de antes, tras el Bogotazo se recrudeció. En 1953 hubo un golpe de Estado que tampoco logró la paz. Después, en 1958, se firmó un pacto de alternación del poder entre los dos principales partidos que terminó de convencer a miles de ciudadanos de que las armas eran la única forma de tener una voz. En los años 60 surgieron seis guerrillas.
Hoy, cuando Petro promete una “paz total”, Colombia aún sufre los rezagos de esa violencia política que inició en los años 40.
Y el asesinato de Gaitán sigue en la impunidad: el homicida, Juan Roa Sierra, fue linchado ese mismo día y su cadáver, dejado en la puerta del palacio presidencial. Las teorías sobre el autor intelectual incluyen al presidente Ospina, a empresas petroleras, al partido comunista y a Estados Unidos, la versión defendida por la familia.
“No tengo la menor duda de que fue la CIA”, dice hoy Gloria Gaitán.
Metáforas del olvido histórico
En medio del caos del 9 de abril, Amparo Jaramillo dijo que no iba a enterrar el cuerpo de Gaitán hasta que cayera el Gobierno del conservador de Ospina. Se barajó dejarlo, así como a su asesino, tirado al frente del palacio; también enterrarlo en la Plaza de Bolívar.
Finalmente, la sala de la casa fue la única opción viable. En 1960, el cuerpo fue exhumado como parte de la investigación judicial. Luego, en 1988, lo trasladaron al patio y lo enterraron con tierra traída de cada municipio del país.
El arquitecto colombiano más importante, Rogelio Salmona, construyó ahí un Exploratorio que serviría de museo y centro de pensamiento y deliberación sobre el legado del dirigente.
“Es un espacio para los héroes — dice Gloria —, para generar un cambio cultural que supere la democracia participativa y nos dirija a la democracia directa, tal como quería mi papá”. Pero hace 20 años el proyecto se abandonó: uno de los edificios más hermosos de la arquitectura colombiana quedó a medias. Gloria culpa al “memoricidio impulsado por la oligarquía”, representada por presidentes como Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos. Pero ahora que Petro llegó al poder, Gloria, que ha dedicado su vida a “continuar la lucha” de su padre, confía en que por fin el Exploratorio termine.
Un mito en disputa
Así como los restos y el mausoleo de Gaitán han estado en constante disputa por 75 años, su recuerdo ha sido objeto de una discusión constante.
Gloria acusa a una academia “burguesa, anclada en el siglo XX” de negarse a entender el pensamiento gaitanista, “que es del siglo XXI”.
“Unos quieren recordar a Gaitán y no las revueltas, y otros quieren recordar las revueltas y no a Gaitán”, dice Herbert Braun, escritor de uno de los libros más citados — aunque desacreditado por la familia — sobre el 9 de abril.
El historiador asegura que “entender la magnitud del episodio sigue siendo muy difícil, sea porque unos no quieren mirar hacia atrás o porque no sabemos quiénes estaban involucrados, qué elementos estaban en juego o cuáles fueron realmente las consecuencias”.
Ante la ausencia de una historia oficial sobre Gaitán, los colombianos parecen ceñidos al relato místico. Algo que su hija celebra, mientras que los académicos lo reprochan. “El problema de los mitos es que opacan la historia y la investigación histórica”, dice Olga González, una socióloga e historiadora de la Universidad de la Sorbona, en París.
“No es que no haya nada escrito sobre él, sino que la mayoría está concentrada en su asesinato y en el trauma del Bogotazo; está circunscrito a un año y medio, para una vida de 50 años”.
“Vos le contás a la gente que Gaitán fue racista en la campaña del 46, que tuvo alianzas con conservadores, que los gaitanistas fueron violentos y él no censuró la violencia, y no te creen”, asegura.
El mito Gaitán sigue sin resolverse. Los archivos de su periódico, Jornada, permanecen restringidos. La Comisión de la Verdad, el órgano que escribió la historia del conflicto armado entre el Estado y la guerrilla de las FARC, dedicó apenas unas páginas al líder liberal.
Y, si la historia no está resuelta, mucho menos están la violencia y la desigualdad que convirtieron a Gaitán en un ídolo popular. El recuerdo del caudillo está como su mausoleo: pendiente de resolverse.
*Por Daniel Pardo
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