No lo esperaba, pero fue un cimbronazo; sin embargo, perder su trabajo estable fue el puntapié para armar un complejo turístico como había soñado.
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Fines de semana, feriados, horas extra, celular abierto y a disposición en cualquier momento del año. Hacía más de diez años que Alejandra Gardenal trabajaba en la misma empresa. Con dedicación full time y un título de contadora bajo el brazo, había dejado su huella en diferentes sectores hasta que ese año, sin previo aviso, la dejaron a cargo del área de sistemas en la parte de presupuestos. Reportaba al director del área y preparaba informes para la casa central en Suiza de una de las grandes firmas de cigarrillos que existen en el país.
Sin embargo, el cambio de puesto laboral fue demasiado brusco y Alejandra no estaba preparada para el cimbronazo que recibiría. “Creo que no había recibido el entrenamiento suficiente que yo necesitaba. Pasé de reportar a un supervisor a un director, sin gerencias que hicieran de intermediarios en un área que no entendía del todo bien. Siempre fui muy exigente y cumplía con los reportes, las fechas de entrega a Suiza. Todo a costa de mi salud”.
“Estaba viviendo muy mal y sin necesidad”
Hasta que, finalmente, su psiquis colapsó y Alejandra acabó pidiendo una licencia por estrés. Los ataques de pánico, las noches sin dormir y los días sin poder pasar bocado por los nervios con los que lidiaba se habían vuelto moneda corriente en su vida que, meses atrás, parecía tranquila. “Yo estaba muy cómoda en mi rutina citadina. Me levantaba temprano para evitar el tránsito en el viaje desde Bella Vista y conseguir lugar de estacionamiento en Puerto Madero. Remaba de 7.30 a 8.30 en el Yacht Club y a las 9 arrancaba en la oficina. Vivía en mi burbuja”.
Corría 2016 y, en ese contexto, a la licencia por estrés le respondieron con un despido. Al principio le resultó en extremo chocante. Después de haber dedicado tantos años de su vida a cumplir con las tareas que se le habían asignado, no vio venir aquella situación. “Pero fue lo que necesité en ese momento para darme cuenta de que estaba viviendo muy mal y sin necesidad”.
“Yo acá viviría”
Se refugió en la compañía de su marido Sergio. Se habían conocido en agosto de 2002 en Buenos Aires News, una disco en los puentes de Palermo. “Fue amor a primera vista. Después de seis meses de novios me fui a vivir a su departamento en San Miguel, provincia de Buenos Aires y al año nos casamos”.
Sergio siempre había tenido claro que quería dedicarse al turismo. En 2002, cuando se conocieron, él había comprado un terrenito en Colón, Entre Ríos, y construido dos cabañas muy sencillas. Mientras él trabajaba en su maxikiosco a una cuadra de la estación de tren de Bella Vista y ella cumplía su jornada laboral en su oficina de Puerto Madero, se mantenían ocupados con el alquiler de las cabañas. Las tuvieron durante tres temporadas y luego las vendieron.
En abril de 2008 fueron a pasar unos días a Sierra de los Padres, en el partido de General Pueyrredón, en la provincia de Buenos Aires, muy cerca de Mar del Plata. “Yo no quería ir obviamente. Pero fue llegar y enamorarme. Recuerdo caminar por las sierras y decirle a mi marido: yo acá viviría. Así que decidimos invertir un dinero que teníamos guardado. Compramos unos terrenos y nos quedamos sin un centavo. Teníamos la idea de armar las cabañas de nuestros sueños. Pero nos llevó diez años poder poner el primer ladrillo”.
Un hobby que se convirtió en realidad
Sin embargo, esos diez años sirvieron de inspiración para saber exactamente qué querían y cómo lo querían. “Amamos viajar, se podría decir que es nuestro hobby. En muchos de los viajes que hicimos fuimos sacando ideas de cada lugar visitado. El diseño de nuestras cabañas estuvo estimulado por unas que habíamos conocido en Córdoba, la estética la tomamos de los hoteles de Carmelo, en Uruguay, los libros y juegos de mesa de las estancias visitadas, el mural del bosque de bambú del viaje a Japón que nos voló la cabeza. También hay ideas que nos encantaron en Puerto Manzano en Villa La Angostura, en el Caribe y en Mar de las Pampas”.
Así, en 2018 comenzaron la construcción de dos cabañas para cuatro personas cada una, lo que hoy en día es Chic Boutique en Sierra de los Padres. Habían vendido el fondo de comercio del kiosco y, luego de dos meses de estar sin trabajo, decidieron instalarse en una de las cabañas mientras terminaban el resto. En diciembre de ese año inauguraron la primera de las cabañas y ellos decidieron seguir viviendo en la que habían ocupado.
Alejandra asegura que lo más gratificante de haber dado forma al proyecto es ver la alegría de los huéspedes, la sonrisa pintada en la cara, que no se quieran ir. “De hecho, más de uno quiso quedarse a vivir. Eso nos llena el alma, es el primer trabajo que realmente amamos. Que te reciban con una picada, encontrar bombones en la cama, el aroma de las habitaciones, o que las galletitas te sonrían desde la caja, cada detalle hace que la experiencia sea única e irrepetible. Ahora somos profundamente felices, no extrañamos nada de nuestra anterior vida. A nuestros amigos y familia los seguimos viendo, tal vez no con la misma frecuencia, pero valoramos más el tiempo compartido. A la distancia puedo decir que, si no me hubieran despedido, no me hubiera animado a dar este paso tan hermoso en mi vida. Hoy lo agradezco, fue muy bueno que me hayan empujado y sacado de mi zona de confort”.
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