Natacha, una mujer afro-argentina, fue investigando para intentar reconstruir la historia de su amada madre; un viaje a Brasil y un test de ancestralidad le permitieron esclarecer algunas de sus dudas
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“Siempre fui muy curiosa, pero interesarme por mi ancestralidad fue un camino largo y lento, que empezó por buscar respuestas a las problemáticas de salud mental de mi madre, que tenía depresión. Buscando entender su padecimiento, necesitaba encontrar pistas que le dieran sentido a su conducta. No entendía porque se sentía así, si yo veía a mi familia amorosa, unida y divertida. Ya más cerca de mis 20 años, cuando su padecimiento estaba más severo, pude indagar un poco más profundamente. Ella nunca conoció a su madre, se crío lejos de sus hermanos y de su hermana melliza, Cleonice, a quien conoció en la edad adulta. Vivió en situaciones de vulnerabilidad extrema, abusos, abandono”.
Natacha Giusto Laureano, una mujer afro-argentina, con la poca información que contaba, fue investigando para intentar reconstruir la historia de su amada madre.
La figura de su abuela, cuenta, siempre le resultó muy curiosa. ¿Quién habría sido esa mujer? ¿Por qué había dado a una hija? ¿Qué la llevó a tomar esa medida tan dolorosa? ¿Qué pasaba en esa familia, en ese momento de la historia? Esas eran algunas de las preguntas que merodeaban día y noche por su cabeza.
Un viaje a Brasil para entender muchas cosas
Lo primero que Natacha averiguó fue que siendo muy joven su mamá había migrado a la Argentina desde Minas Gerais (Brasil) porque se había enamorado de su papá. Y de esa manera comenzaron el noviazgo.
“En el año 1999, mi mamá recibió una carta de dos hermanas que vivían en el sur de Brasil, no las conocía y fue hermoso saber de ellas. Vinieron a visitarnos y fue bárbaro conocer más de la familia. Ellas eran hijas del padre de mi mamá. En el 2003, nos fuimos a vivir a Brasil porque mi mamá no conseguía trabajo por ser negra, había terminado la carrera de enfermería con notas excelentes y no la contrataban. Yo percibí toda esa situación en el auge de mi rebeldía adolescente, fue muy doloroso ver a mi mamá llevando curriculums, yendo a entrevistas y volver frustrada y sin trabajo”, recuerda Natacha.
En Brasil, por primera vez Natacha encontró un lugar donde la gente no la extranjerizaba a simple vista. Ella misma lo grafica en el impacto que sentía cada vez que escuchaba que alguien le decía: “Pero vos no pareces argentina, te pareces a nosotros”.
Esa frase que escuchaba a diario, cuenta, tuvo un impacto muy grande en su día a día: “Me había pasado toda la vida respondiendo de dónde era porque para la sociedad argentina podría ser de cualquier lugar, menos de acá. Vivir en Brasil varios años me posibilitó reconocerme negra, sentirme orgullosa de ser quien soy”.
Cuando en 2011 regresó a Rosario, Natacha confiesa, ya tenía otra percepción de sí misma como persona negra, afrodescendiente, afro-argentina. “Empecé a reconocer el racismo que yo también atravesaba. Los chistes racistas, la invasión de mi cuerpo con la gente tocándome el cabello sólo para saciar su curiosidad, la extranjerización, rechazos en trabajos de atención al público. La mirada se fue agudizando, cuestionando por qué no había referencias en las escuelas sobre la negritud, el ocultamiento en la historia, en las referencias bibliográficas en los cursos o estudios superiores”.
“Pude visitar el lugar donde habría vivido mi abuelo”
Esa conciencia que había aparecido unos años atrás la ayudó a militar en el movimiento antirracista. De hecho, en el año 2016 coordinó un taller de mujeres en el 31° Encuentro Plurinacional de Mujeres y Disidencias, donde, dice, se dio cuenta de que las mujeres rurales vivían el racismo de una forma similar a la de ella.
Esa transformación que Natacha venía experimentando ya no tuvo marcha atrás. Había abierto una puerta que hasta hoy le permite defender sus ideas y luchar contra el racismo en todas sus formas.
Luego del fallecimiento de su mamá, cuando muchas preguntas ya no tendrían respuestas de ella, viajó -en el 2023- sola a Brasil a visitar a su familia. “Allí pude ver a muchos familiares y escucharlos hablar sobre mi abuela y sobre la familia Xendenga (es un apodo familiar). Sin embargo, todas las personas me contaban una versión diferente de mi abuela, en cada relato me encontraba con una Josefa diferente. Pude visitar el Quilombo1, el lugar donde había vivido mi abuelo y conocí a una prima de él, ya muy anciana. También visité a la última hermana viva de mi abuela a quien le hice muchas preguntas. Fue muy hermoso reconstruir mi propia historia. Esto es importante, porque del lado de mi familia paterna, con sus raíces europeas, los relatos familiares siempre habían estado presentes”.
Después de ese viaje, Natacha se contactó con Genera, el primer laboratorio de genómica personal en América Latina que ofrece una plataforma personalizada para test de ancestralidad, salud y bienestar. En la primera entrevista les contó brevemente la historia familiar y de inmediato le mandaron un Test de Ancestralidad, Salud y Bienestar a ella y otro a similar a Luana, hija de la hermana melliza de su mamá.
¿Qué cosas fuiste descubriendo?
En el test salió que mi prima y yo éramos medio hermano/media hermana. Además, descubrí que mis ancestros formaron parte de grupos africanos que habían sido traídos durante el período de la colonización europea a través del comercio de personas esclavizadas. Pude saber de los diversos lugares de donde vienen mis ancestros y que tengo varios familiares hasta de quinto a octavo grado.
¿Qué fue lo que más te sorprendió?
Soy una persona que se activa mucho más por las tardes, me gusta sentarme a escribir o incluso a limpiar la casa después de las seis y quedarme hasta la madrugada. Me sorprendió saber que mis hábitos nocturnos están influenciados genéticamente. En el test, descubrí que no tengo tendencia a ser impulsiva, esto concuerda mucho con mi forma de ser. Soy de analizar mucho cada situación y tomar decisiones basadas en reflexiones profundas e incluso junto a mi familia, que son mi principal apoyo.
¿Qué te dejó esta experiencia?
Me lleva a seguir en este camino de visibilización y de incentivo a la incorporación de las raíces africanas e indígenas como parte fundamental de nuestra identidad porque, especialmente, quienes expresamos fenotípicamente nuestras raíces estamos sujetos a otras experiencias de vida que no son buenas y afectan nuestra salud mental, física y emocional, y eso puede aumentar los riesgos genéticos.
¿Qué otras cosas te gustarían conocer sobre tus antepasados?
Me gustaría poder conocer los lugares desde donde vengo, hacer un viaje hacia cada una de las regiones.
En la actualidad Natacha, que tiene 37 años y es psicóloga social, es activista por los derechos de las personas afrodescendientes, afrofeminista y estudia psicodrama porque está convencida que los espacios que promueven abordajes de la salud mental, emocional y social son muy necesarios, más aún en los tiempos que corren.
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