La curiosa atracción del agua cristalina
Enero es el mes de las piletas. El calor empuja a la gente adentro. Y no solo eso: todo tipo de animales busca esa agua reverberante de productos químicos y hermosa cristalinidad artificial. Unos se acercan a refrescarse, otros a beber. Y muchos encuentran, en esa promesa de salvación, la muerte. Es muy notorio el caso de los insectos, y el de las lombrices. Pero incluso se da el caso de perros que se zambullen y ya no pueden salir. Por suerte nunca me tocó más que sacar algún sapo ahogado. Encontrar a un mamífero así, muerto, hinchado y ablandado por el agua tibia y el cloro, aunque fuera una sucia rata de cloaca, sería terrible para mis sensibles nervios del verano.
Es que las piletas no están libres de los demonios del deseo. Todos nos acercamos a ellas persiguiendo algo intenso, algo que nos puede matar. En el caso de los pileteros, perseguimos la supervivencia. Nos parecemos más a las moscas, a las lombrices sedientas, que a los golden retriver, amantes del nado y de ensuciar el agua con sus matas de pelo lacio y dorado.
El caso más curioso que me tocó presenciar fue el de la casa nadadora. Se trata de una casa-galpón que tiene una de mis clientas en el fondo de su terreno, junto a la pileta. La primera vez que la vi me pareció una construcción curiosa. Algo muy bien plantado para ser galpón. Me hizo recordar a otro cliente, uno que en el fondo de su jardín instaló un antiguo vagón de tren, esos vagones de madera que vaya a saber dónde pueden conseguirse, pero que él puso en su jardín y luego usó para trasladar ahí a los empleados de una oficina que tenía en el microcentro. "Trabajar acá es mejor -decía-, no me muevo de casa y ahorro un montón". Vivía en un barrio cerrado y había logrado que el consorcio lo autorizara a montar su oficina adentro.
Lo cierto es que este galpón del que quería hablar también es de madera, tiene ventanas con plantas colgantes, un portón levadizo y techo de pizarra. Un galpón con pretensiones. Los primeros signos de su gusto por el agua los vi hace un par de semanas, cuando empecé a encontrar en el fondo de la pileta algunas astillas que no podían venir de otro lado que no fueran las paredes del galpón. La primera alerta estaba encendida. La siguiente limpieza, muchas más astillas, e incluso pedazos de madera más grandes, dieron la pauta de que la voluntad de zambullirse estaba muy latente, y muy firme. Y esta semana, más astillas, más pedazos de madera, y medio tablón sumergido. ¿Debería advertirle a mi clienta que en breve su galpón entero va a tirarse a la pileta? Sería un poco incomprobable. En realidad, más allá del desgajamiento que lleva adelante, no hay nada en el galpón que muestre que toda esa madera que yo saco del fondo provenga de él. No hay medio tablón faltante, ni puede verse por ningún lado rastros del descascaramiento de las astillas que siempre encuentro. Es como si el alma del galpón fuera lo que se viene tirando a la pileta. Algo invisible que, al tomar contacto con el agua, se vuelve visible: tal la alegría, tal el placer que le genera el agua. Por otro lado, si el galpón quiere tirarse, nada podría impedirlo. Es como intentar impedir que el piletero se tire. Si el deseo es fuerte, se va a tirar.
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