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Ese año al fin parecía haberse acomodado. Buenos Aires ya no se sentía tan fría, distante e inhóspita como los últimos meses. Después de tachar los días en un intento de acercar la fecha de partida a su pueblo, finalmente estaba cada vez más cerca de retornar al lugar donde había sido feliz.
Algo en él se había modificado radicalmente. En realidad no había pasado nada en especial. “Yo buscaba algo indescifrable en las mujeres que se me cruzaban en la vida. Era algo que no podía definir. No sabía qué era. Hasta que una tarde me ocurrió algo que podría haber sido intrascendente para cualquiera pero para mi fue revelador. Me estaba bajando de la camioneta en el estacionamiento del supermercado Carrefour en Vicente López y presencié una escena que me hipnotizó. Un hombre joven estacionó junto a mí, acomodó a su hijita en el cochecito y cuando estaba por apagar la radio, comenzó a sonar Dead Flowers interpretada por Guns n’ Roses. El subió el volumen al máximo, abrió la puerta del acompañante, tomó a su esposa de la mano y se puso a bailar con ella delante de su hijita que los aplaudía, sonriendo y moviendo sus piernitas al ritmo de la música. Los vi y pensé: yo quiero esto en mi vida”.
Ya no estaba apagado ni caminaba entre las sombras. Todo lo contrario, era imposible que ahora pasara desapercibido cuando los vecinos del barrio veían como -detrás de una manada de perros felices de dar su paseo diario- aparecía la imagen de un hombre que se había reinventado y que todos reconocían por su pelo enmarañado, el collar navajo y los pantalones con flecos.
Una fiebre intermitente y preocupante
En esta nueva versión, Jorge Pampita Montenegro se sentía pleno, radiante y había comenzado a pasar tiempo con gente que compartía su vida con perros. De alguna manera, todos notaban con facilidad el compromiso, la paciencia y la dedicación con la que trataba a los perros que paseaba. Por eso comenzó a ser cada vez más frecuente que lo contactaran para ayudar en casos de animales atropellados, lastimados o enfermos y que necesitaban un cuidado especial.
Fue en ese contexto que se topó con cuatro cachorros en un estado lamentable y, de la noche a la mañana, sus días se modificaron. Los animales tenían parvovirus e iban a necesitar cuidados permanentes hasta que se repusieran, si era que lograban salir adelante. El cuadro era delicado, pero Jorge estaba dispuesto a hacer el esfuerzo -y más también- para que los perritos tuvieran una oportunidad. Fueron semanas agotadoras. De golpe, había aprendido a poner inyecciones, pasar sueros y sobrellevar noches sin dormir. De los cuatro, todos se repusieron menos una hembra que estaba afectada por una fiebre intermitente y preocupante que no le le permitía superar la enfermedad.
“Era muy linda y muy simpática”
Jorge consultó por todos los lugares adonde pudo llegar hasta que, gracias a la recomendación de una amiga, dio con la Dra. Susana Mendieta. Ella indicó una dieta de alimento blando y húmedo y medicación especial para la perrita. Jorge corrió a la farmacia. “Cuando regresé, me encontré con una amiga que charlaba con otra chica, muy linda y muy simpática. Mi amiga tenía a su perra boxer en brazos y la otra chica a una perra salchicha marrón que se llamaba Vodka. Nos quedamos charlando pero tuve que volver rápido para seguir atendiendo a la perrita que tenía en casa”.
Al otro día cruzó a la chica de la perrita salchicha en la verdulería. “Por alguna razón sabía el nombre de su perra pero no el de ella. Y me llevé una sonrisa sin saber cómo nombrarla. Unos días más tarde la vi salir de un edificio, muy apurada. Me saludó casi sin mirarme. Paró un taxi, subió y desapareció. No sé qué pasó en ese momento. Pero recuerdo que pensé con esta chica me voy a casar”.
“El agua y el aceite nunca se juntarían”
Pasaron varios meses hasta que volvió a cruzarla. Pero Jorge se había ocupado de hacer las averiguaciones pertinentes. Supo que se llamaba Fernanda, que era terapista ocupacional y que había desaparecido del barrio porque estaba en un congreso en Puerto Rico. “En esa instancia parecía que nuestros caminos habían divergido y que, tal como la naturaleza manda, el agua y el aceite nunca se juntarían. Pero nunca estuvo más acertado decir que Dios nos cría y el viento nos amontona”.
Él era un hombre de campo, que descargaba sus energías cortando troncos y respirando el aire fresco de la campiña. Ella, por su parte, una mujer de ciudad. Pero el destino los había encontrado. Jorge había partido por un fin de semana a la naturaleza. Y, a su regreso, supo que una mujer había estado tocando el timbre de su casa toda la tarde.
“Un vecino le dijo que yo no estaba pero seguramente me podría encontrar en la plaza de Arcos y Roosevelt cuando llevara a pasear a mi perra Pampita”. Asi sucedió. Jorge fue a la plaza esa noche. Se paró junto a un monumento y, de pronto, vio que una persona se acercaba con paso firme hacia él.
“Se me tiró encima y me abrazó”
“De pronto se me tiró encima, me abrazó y me dijo: te estaba buscando y te encontré”. Le costó entender quién era. El contexto era insólito, hasta que la reconoció. Era Fernanda, la dueña de Vodka, la salchicha marrón. “Ella solo hablaba, movía las manos, ponía caras y yo solo podía sentir que estaba encantado de que estuviera ahí. De a poco pude ir entendiendo qué había ocurrido”.
Fernanda había visto horas antes una perra ensangrentada corriendo con la mandíbula quebrada. Cuando la pudo agarrar, la llevó a una guardia veterinaria, donde le dieron los primeros auxilios y le explicaron que era urgente hacerle una cirugía. Más allá del resultado, iba a necesitar muchos cuidados. Fernanda había pensado en Jorge para que pudiera darle una mano. “Yo estaba tan obnubilado que hubiera sido capaz de cuidar una manada de bisontes con tal de que ella me necesitara”.
La perra quedó internada. Los dos fueron a la casa de Fernanda a esperar el llamado del veterinario que anunciara que la perra había salido de la cirugía. El departamento estaba lleno de cajas. Es que al día siguiente ella se mudaba. Por eso necesitaba que alguien se ocupara de la perra, solo por esa noche. Jorge era el candidato ideal. Luego ella se haría cargo. El detalle de color era que Fernanda tenía todo organizado para ir a vivir a Puerto Rico. Sin embargo, la llamada que esperaban nunca sucedió. La perra no lo había logrado lamentablemente.
“Acepto pero te tenés que bañar”
Jorge pensó que ya no vería más a Fernanda. Entonces hizo su mejor jugada: la invitó al supermercado. Y no solo hicieron las compras, sino que volvieron averse los días siguientes. “Yo ya sabía que la había encontrado y no podía concebir no estar con ella. Pero la mamá de Fer no sabía que prácticamente ya estábamos conviviendo. Ella no estaba muy feliz con mi presencia en la vida de su hija: yo era un paseador de perros de pelo largo sin mucha proyección a futuro, siempre vestido como un indio Navajo. Ella quería para su hija un abogado o un arquitecto[.
Pero ellos estaban enamorados. Habían comprado un colchón inflable -Jorge era el encargado de inflar a pulmón todos los días y desinflar para que su suegra no se enterara- . Pero un día se desmayó al inflarlo. Eso fue la gota que rebalsó el vaso. Fernanda estaba harta de ocultarle a su madre la situación.
Todo sucedió en un abrir y cerrar de ojos. Él le propuso casamiento. “Ella se quedó pensando un rato y me dijo: sí, pero con una condición, que te bañes cada vez que vuelvas de pasear a los perros”. Desde luego Fernanda finalmente nunca se mudó a Puerto Rico. “Creo que se enamoró de mi y yo no era compatible con ese proyecto. En un instante a veces aparecen bifurcaciones en el destino que te proponen una vida impensada”.
Ese año fue un año de transición muy importante. Fernanda tenía su historia, vivía sola con una perra salchicha de diez años y trabajaba como terapista ocupacional en una fundación para niños y jóvenes y en el centro de investigaciones psiquiátricas de Buenos Aires. [Yo estaba dedicado ciento por ciento a pasear a mis perros, bah, un 99% dedicado a mis perros y 1% a Age of Empires”.
“Amamos la familia que armamos”
A los seis meses se casaron y ya nunca se separaron. Se fueron a vivir a una casa enorme en Villa Urquiza. En ese momento eran una familia con más miembros perros que de personas. Era una realidad que sus mundos tenían poco en común. Tuvieron que hacer acuerdos de convivencia en el intento de ensamblar sus historias. Jorge era un tipo de campo, ella una chica de ciudad; él era un tipo solitario, ella una exagerada social, que amaba viajar al extranjero; él amaba volver a su pueblo cuando podía. “Pero lo único que nos unía sin dudas era nuestro amor y nuestra pasión por los perros”.
El broche de oro lo dio una amiga de Fernanda cuando dijo: “Esto no va a durar mucho”. Estaba equivocada. 26 años después Fernanda y Jorge siguen juntos. Tienen tres hijos, convivieron y conviven con muchísimos perros y escribieron juntos un libro. “Fer y yo atravesamos tormentas, ciclones y huracanes pero seguimos amándonos más que el primer día. Y más que nada en el mundo, amamos la hermosa familia ensamblada que construimos, con hijos humanos y con hijos de cuatro patas”.
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