La comedia del gran drama nacional. “Esperando la carroza” y su legión de fans
“Yo hago puchero, ella hace puchero, yo hago ravioles, ella hace ravioles”. Si la mimesis alimentaria refleja el anhelo inconfesado de ser como el otro, en el brulote se esconde parte del ser nacional: en esta casa, a la vecina se le dice “la charlatana de al lado”. La frase está en el inconsciente colectivo argentino, junto con tres empanadas para dos personas, una abuela perdida que era una santa o un infierno que si existe debe estar tapizado de hijos. Y es la materia prima del maravilloso documental Carroceros, que se estrena esta semana en CineAR, un tributo a los “enfermitos” (así se definen) capaces de repetir todos los diálogos de Esperando la carroza, “la mejor película argentina de la historia”, o un fenómeno de época vigente como ninguna otra obra de la cultura popular: a treinta y seis años de su estreno, la película más amada.
“Hay gente que se la sabe de memoria”, se sorprende Antonio Gasalla en Carroceros, y la evidencia es concluyente: la película en el televisor y un living repleto de enfermitos que dicen los parlamentos en simultáneo, sin repetir y sin soplar. Son Mariano, Marcos, Andrés, Matías, Mariana o Enzo quienes encuentran en los diálogos escritos por Jacobo Langsner una agudeza sociológica invaluable para un país superanalizado y que se pregunta, a modo de obsesión colectiva: “¿Cómo somos los argentinos?”. Como mamá Cora, podría decirse, la abuela que no encuentra un lugar en su familia (“¡aquí no hay sitio!”) o como Elvira, la cuñada que se jacta de su casa católica, apostólica y románica, o como Nora, la nueva rica con ínfulas de Miami que se reconoce no muy amiga de las masas. Pero además, el repaso infinito de Esperando la carroza nos retorna a un pasado mítico: el de los almuerzos familiares de un pueblo que no conocía los memes (¿cómo éramos los argentinos?). En Carroceros se documentan las dudas iniciales de los actores, las malas críticas del principio, el inicio del culto, el posterior tráfico de videocasetes, los paseos turísticos por el barrio de Versalles y finalmente la gloria: el repertorio de frases de un sainete que no pinta el ser nacional con una identidad homogénea sino como un gólem grotesco que nace de una irresuelta lucha de clases.
¿Cuál es la frase definitiva de Esperando la carroza? Todas y, por eso: ninguna. Cada personaje arquetípico aporta algo para crear el monstruo de barro y allá van los Carroceros, repitiendo de memoria las líneas de una comedia que, en la saga de los cuatro hermanos de la familia Musicardi, resume el gran drama nacional. ¡Qué duda cabe!
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