La "colonización lingüística" del chupete electrónico
La enseñanza de la lengua a los niños de 3 a 5 años debe cumplir con tres premisas: darles identidad, sentido de pertenencia y herencia de un legado cultural. Para ello, lo que deben aprender es la natural y común modalidad argentina del español, para insertarse en la comunidad. La modalidad neutra es artificial, y vendrá más tarde, para facilitar el diálogo de las culturas. Un dibujo animado como Hijitus cumple cabalmente con ese objetivo: Larguirucho habla coloquialmente, Antifaz lo hace con arrestos lunfardos, el Comisario, con ruralismos más o menos correntinos, y Neurus e Hijitus viran hacia el neutro.
Las versiones aztecas, emperadoras en el campo, abundan en mexicanismos. Expuestos al chupete electrónico con pasividad, el niño, poroso, absorbe -en dibujos, juegos, redes, etc.- esa lección ininterrumpida de la televisión. Pasa más horas frente a la pantalla que en el aula del jardín, y termina con voces como pastel, barbacoa, cacahuete, vecindad, recámara, tapete, estufa, bote, plátano, frijol, playera, chamarra, chupón, papalote o ándale, en lugar de torta, asado, maní, dormitorio, felpudo, cocina, tacho de basura, banana, poroto, chomba, campera, chupete, barrilete o dale. Y no es que las voces mexicanas sean variantes neutrales: "maní" y "torta", por ejemplo, son más neutras, por extensión de uso que "cacahuete" y "pastel". Con el "pochoclo" hay diversidad de formas en América: palomitas, cotufas, cabritas, etc. Nosotros usamos "pororó", pero con el tiempo ha prevalecido "pochoclo".
Cabe recordar el contundente y poco conocido cuento de Robert Matheson (el de Soy leyenda) Comida (Eat), en el que los niños, imantados por la pantalla, se van acercando a ella hasta que los devora. Agudamente, invierte el planteo: los niños no se alimentan de tevé, la tevé se alimenta de ellos. La imagen abre una grave serie de reflexiones posibles.
Se nos impone que nuestros dobladores ("doblajistas" es un mal invento, el sustantivo "doblador" existe) trabajen activamente para cumplir con lo propio, y evitar, con adecuación, la inundación de expresiones ajenas a nuestra lengua cotidiana en el uso de los niños, respaldados claro, por los gobiernos y las instituciones que deben supervisar el campo de la comunicación, porque es defensa de nuestra identidad. Con el tiempo vendrá la amplitud abierta hacia todos los rumbos de la lengua. Pero no en la etapa inicial. Atendamos a este caso de "colonización lingüística" que padecemos insensiblemente, y del que deben ocuparse los ministerios de Educación (una más, pobre) y el de Cultura, necesaria y urgente.