Pasadas las ocho de la mañana, el Salón Dorado es un hervidero de risas, saludos, fotografías. Una postal atípica para la rutina de la sala. Hasta el horario es bien inusual. Afuera el calor se hace sentir y la Plaza Lavalle permanece aletargada en un enero con una ciudad a media máquina. Allí está Perla, una amorosa clown que recibe a los chicos con mucho cariño y dedicación, y que los acompañará en todas las actividades convirtiéndose en una amiga más: "Perla une el mundo de la fantasía con la realidad, y tiene permitido fallar. Acompaña a cada niño a animarse a transitar su humanidad, con la alegría y con la tristeza. Hay que permitirse todos los colores humanos y engarzar la fantasía de este laboratorio mágico y creer en eso. Cuando jugamos construimos. Para construir hay que arriesgarse, poder equivocarse y volver a crear", explica Romina Amato, la creadora de Perla, psicoanalista de niños, docente de clown y artista en hospitales pediátricos. Perla es desopilante y saludablemente torpe. Se confunde, hace lo incorrecto, y en esa incorrección nace su empatía con los chicos que se mueren de risa con sus ocurrencias. Ellos se sienten ella. Las carcajadas rompen la solemnidad del entorno. Y este es uno de los objetivos, hacer bien amigable al Teatro Colón. Fenómeno que se logra desde el primer momento.
A las nueve en punto, comienza la primera actividad. Namasté. 120 chicos se unen en el saludo de origen sanscrito. Ese "te reverencio a ti", los hermana. De eso se trata. De confirmar comuniones. Encuentros con uno mismo y con el otro a una edad fundacional. Doblemente meritorio. Aquel saludo con más de 3500 años de existencia enmarca la clase de yoga en el foyer. "Ponemos el cuerpo a tono para el trabajo. Les hacemos entender a los chicos lo importante que es tener el cuerpo dispuesto y la mente centrada, para estar listos para el aprendizaje. Es hermoso verlos a todos prestar atención al latido de su corazón y estar pendiente de la respiración. La introspección es algo bien lindo para dejarles, como hábito, a los chicos", explica Jennifer Gásperi, la experimentada profesora de yoga venezolana responsable de abrir cada jornada. Alma, mente y cuerpo en ejes. Todo listo para comenzar una de las cinco jornadas de actividades.
"La idea es mostrar el teatro, antes que las disciplinas y que cada niño pueda apreciar que esto es una estructura de trabajo, que acá hay peluqueros, carpinteros, maquilladores y electricistas. Por eso invitamos a los seres fantásticos que le dan nombre a la colonia. Estamos tomando los conceptos del niño incluido en el mundo, a partir de lo que plantea el movimiento de la infancia según las Naciones Unidas, con la precursora Greta Thunberg, pensando que el mundo es un lugar que tiene que alojar a esta infancia y no está cuidado. Por eso hay que trabajar la ecología, proponer a los chicos que piensen quién soy, dónde estoy, qué se puede cambiar, desde la interpretación de esos seres de la naturaleza", explica Cincunegui, fundadora de aquella mítica agrupación Piojos y Piojitos.
Kalem tiene once años, y es reincidente en la experiencia: "Venir a la colonia fue una idea de mi mamá. Como me gustó mucho el año pasado, volví". En cambio, Jano, que tiene su misma edad, es debutante: "Vine porque me gusta mucho la comedia musical, cantar, actuar y bailar. Admiro a Shakira". Como Jano, muchos de los chicos que se acercan a la colonia sueñan con desarrollar vocaciones vinculadas al arte. Aunque, desde ya, no todos los asistentes tienen ese objetivo. La iniciativa es disfrutable para todos. "La creatividad, la escucha activa a alguien que ejecuta un instrumento o una voz, la alegría, la diversidad, la inclusión, la identidad, el arte. Palabras claves, fuertes, que, si no se desarrollan de forma lúdica, divertida y libre cuando se es niño, de grandes esos ciudadanos se complicarán en la vida cotidiana. Es decir que va más allá del Teatro Colón. Creo que el fin último de la cultura es la construcción de ciudadanía. En el medio está el pasarla bien y el formarse, abrir la mente y la creatividad. Y eso se sofistica cada vez más hasta llegar a la construcción de un ciudadano reflexivo", explica María Victoria Alcaraz, directora general de la sala.
Entre el juego y el saber
54 maestros especializados en diversas áreas, que van desde lo artístico hasta lo pedagógico, coordinan las tareas, atravesadas por la impronta del juego. Cada lunes, comienzan las actividades, de cada grupo de 120 chicos, que concluirán el viernes siguiente con un trabajo final. Se trata de cinco jornadas de carácter inmersivo donde se cruzan los lenguajes expresivos del cuerpo, la danza, la música, y el canto. Además, los chicos se contactan con las especialidades escenotécnicas como escenografía, vestuario, caracterización, montaje, y fotografía. Es decir, se trata de vincular las actividades con la esencia de un Teatro Colón de producción propia. Los chicos, a la hora de la inscripción, debieron elegir entre dos propuestas de talleres. Por un lado, Canto y Movimiento ofrece actividades de danza, canto e iniciación musical. En el área de Escenotécnica, los participantes acceden a talleres de oficios, escenografía y fotografía. Además, todos los inscriptos abordarán conceptos de dirección artística, escritura, dramaturgia e ilustración, construcción de teatrinos y elaborarán una puesta colectiva para la clase abierta con la presencia de las familias como broche final al paso por la colonia.
"Me gusta mucho cantar", confiesa Aurora de doce años. Safira tiene once y es una experimentada en la materia: "Hice comedia musical, por eso vine". El subsuelo del teatro, esa zona vedada para el espectador común, alberga buena parte de las actividades. Los trabajadores del teatro disfrutan con la presencia de los chicos. A cada paso se escuchan sus risas y la música ejecutada en vivo en cada uno de los espacios. Sonidos que se entrelazan. Melodía hermosa que define el espíritu de la colonia.
Allí, en ese mundo de cotidiano acceso exclusivo para docentes, artistas y técnicos, los chicos se encuentran con sus profesores. En la sala auxiliar de ensayo del ballet, un grupo se dispone a cantar aquella Oda a la Alegría escrita por Friedrich von Schiller y que forma parte de la Novena Sinfonía de Ludwig van Beethoven. Escuchar a los chicos entonar "escucha hermano la canción de la alegría, el canto alegre del que espera un nuevo día", conmueve hasta las lágrimas. "La idea es que, en cada actividad, haya música en vivo. Incluso en aquellas no musicales, como sucede en el área escenotécnica. Buscamos producir un trabajo con escucha activa. Los chicos la percibirán y generarán un contexto. Por otra parte, se trata de música que trabajarán, puntualmente, en las clases", explica Mariano Agustín Fernández: director musical de la colonia y el responsable de la preparación del material, elección del repertorio, arreglos y adaptación para el instrumental y los cantantes. El Cascanueces y El Lago de los Cisnes de Piotr LlichTchaikovsky, Pedro y el lobo de Serguéi Prokófiev, El Principito de Rachel Portman, la renacentista Canción del Grillo de Josquin des Prés, Agitata da due venti de Antonio Vivaldi son algunas de las composiciones que acompañan el trabajo en el taller. Los chicos se pueden topar con un pianista ejecutando un imponente piano de cola, un cellista y su instrumento en acción. Los músicos, caracterizados para la ocasión, permiten el acercamiento con el sonido, el ejecutante y el instrumento. Todo al alcance de la mano, en plan de familiarización.
Los participantes también acceden a la Sala 9 de Julio donde ensaya, habitualmente, el Ballet Estable que dirige Paloma Herrera, quien tiene su oficina a pocos metros. La Sala Bicentenario, donde ensaya la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires, es otro de los espacios que cobija a la colonia. Deambular por todos estos rincones del Colón, que no suelen estar a la vista del público, es una experiencia en sí misma. Los chicos, ajenos a todo protocolo, se apropian de los espacios. Allí se los ve danzando, cantando, pintando telones, aprendiendo sobre técnicas de maquillaje, armado de escenografías y utilería, los oficios teatrales que hacen posible cada función como una conjunción de disciplinas con lenguajes propios que pueden dialogar entre sí. "Durante la semana veo qué se hace en los talleres para poder, el viernes, ensamblar todo lo que se fue trabajando. Le contamos a los chicos que una regisseur es una directora de juego y buscamos ordenar ese juego que, en este caso, será una partida de ajedrez", explica Marina Armanini, regisseur, quien tuvo a su cargo una versión de El gato con botas que se montó en la sala principal de este teatro en el que lleva 27 años de trabajo ininterrumpidos. A los chicos se los introduce en los lineamientos de la regie vinculada al montaje de ópera y ballet, pero, además, se les entrega un kit para que puedan realizar su propio teatrino. Además, un diario de artista bien colorido les permitirá ir registrando la experiencia con sus propias anotaciones durante y después de la colonia.
Los bailarines Luciana Barriero y José María López Domínguez y el pianista Maximiliano Melincella están al frente de un grupo bien activo. El tapete del piso listo para que los chicos se dejen llevar por la música y los pasos que les indican los maestros. Todos disfrutan de los saltos y giros. Hasta que llega Perla a los gritos: "¡Perdón, perdón!, se me hizo tarde". Todos celebran la ocurrencia y la torpeza de la tierna clown a la hora de bailar. "Conocer el proceso de producción, el esfuerzo de un ensayo, hace que el espectador perciba diferente cuando se sienta en la platea", explica José María López Domínguez. La colonia también tiene como objetivo esa posibilidad de generar nuevos mecanismos de expectación en las audiencias potenciales. Perla transita el tapete, divierte, y sigue su viaje hacia otra sala. Aunque los chicos le piden que se quede, quizás para enseñarles ellos también la posibilidad del progresar. "Perla les permite ser niños con todo su potencial, les dice que no se apuren a crecer, que hay misterios mágicos que ellos pueden entender, como dice El Principito", reconoce Romina Amato.
Mañanas intensas
Poco antes del mediodía, llega el momento del brunch. Allí mismo donde los artistas y técnicos del Teatro Colón almuerzan cada día. Es parte de la rutina. Es el momento de recuperar energías antes de continuar con la actividad. La identidad es uno de los valores que defiende la colonia. Todos los chicos llevan su nombre impreso en un cartel que pegan en sus ropas. Además, se trabaja desde una concepción no verticalista: "Hay una horizontalidad y eso no nos hace perder el rol de maestros. Cuidamos y queremos a los chicos, desde un lugar de protección. Todos nos nombramos, todos tenemos un nombre. En los espacios trabajamos género y el lenguaje de lo que cada uno va a elegir en la vida. Hay lenguajes cruzados, tal como lo planteaba la psicoanalista Françoise Dolto, quien sostenía que los adolescentes pedían que no se los clasifique más. Por eso, aparece lo performático, y eso que todos tenemos para decir. Música con danza, danza con la plástica. La creatividad no es un libre albedrío, pero si una fórmula de lenguajes cruzados, siempre en contacto con el otro, nunca en soledad. Esta colonia apuesta a la diversidad y la inclusión, por eso asisten chicos de todo el país, y de otros países, y tenemos el cupo de discapacidad habilitado", explica Mariana Cincunegui.
Cómo surgió la idea
Faltan pocos minutos para las 13, Perla comienza a despedir a los chicos. Como en cada una de las cinco jornadas de cada grupo. La colonia llega a su fin. "El Colón es un teatro público y para todos. Donde la diversidad y la inclusión son claves. Pero, además, trabajamos sobre la excelencia y el esfuerzo, en busca del alto rendimiento. El juego es el lenguaje que los niños tienen a flor de piel y, desde el juego, consideramos que se puede aprender mucho. Son cinco días donde los chicos descubren, y observan el patrimonio precioso por el que transitan, vinculándose con el arte y con todo lo que se produce en esta casa", concluye María Victoria Alcaraz. Sin bronceadores, trajes de baño, ni elementos playeros, los chicos dejan el Colón con su kit artístico, ese que les permitió desplegar la propia creatividad y que se convertirá en un recuerdo del paso por la colonia. Por esta particular colonia sin pileta ni arena. No es necesario.
Así como durante el resto del año, los bebés tienen su espacio con actividades especiales, hasta el 7 de febrero el Teatro Colón ofrece su Colonia de Verano: Seres Fantásticos en la Naturaleza para chicos más grandes, de 6 a 13 años. La original iniciativa se propone como una zona de estímulo y desarrollo de potencialidades creativas, pero, además, es la posibilidad para que los participantes puedan descubrir las distintas áreas de producción de nuestro primer coliseo, una de las cinco salas líricas más importantes del mundo. "Cuando conté la idea, vi la cara de espanto de la gente. Rápidamente percibí que no estaban entendiendo el concepto y tuve que aclarar que no íbamos a instalar ni sombrillas ni Pelopincho. Cuando pensamos la colonia, al igual que lo sucedido con Colón para Bebés, nos planteamos cómo hacer para que el arte que se produce en el Teatro Colón no muera. La mejor forma es tratando de transmitir la pasión, el entusiasmo y el gusto, de la manera más simple posible, a los más jóvenes de verdad, no los de 40", explica a LA NACIÓN, María Victoria Alcaraz.
Mariana Cincunegui tiene una trayectoria prestigiosa en el campo de la investigación y el arte vinculado con los niños, abordando diversas disciplinas y lenguajes, atravesados por lo musical. Debido a su amplio conocimiento en la materia, es la coordinadora general, artística y pedagógica de la Colonia de Verano. Con humor metaforiza una realidad: "La pileta de esta colonia es la creatividad. Además, hacemos foco en lo grupal, en el compartir. El arte es un acto solidario, nunca es solitario". Ariadna tiene doce años y, ajena al bagaje mitológico de su nombre, confiesa que "le dije a mi mamá que me gustaba lo que se hacía en la colonia y por eso vine". Razonamiento escueto, claro y directo. Como debe ser. Siguiendo el propio deseo, el mejor motor para el estímulo.
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