En 2019, con 22 años, Micaela Bilbao dejó de trabajar como playera en la única estación de servicio de Lago Blanco, en la provincia de Chubut, para asumir como Presidenta Comunal Rural
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Nadia Micaela Bilbao recuerda la primera vez que consideró postularse para intendente de su pueblo. Estaba en la estación de servicio Petro Chubut, la única en Lago Blanco, donde trabajaba como playera. Le comentó a su jefe, con quien solía tener largas charlas, lo incómodo que le resultaba ir a la intendencia para rendir los exámenes de la carrera de Despachante de Aduanas que estudiaba a distancia. La sede municipal era el único lugar con conexión a Internet en todo el pueblo. “Él era muy político y me dijo ‘¿Por qué no te animás? Imaginate si entrás, ponés internet y los chicos pueden seguir estudiando en sus casas, sin necesidad de ir a la intendencia y, mucho menos, irse del pueblo’. Me pareció una locura, algo muy lejano, pero me quedó dando vueltas”, recuerda.
Finalmente, en julio de 2019, Mica -así la llaman todos- imprimió su nombre en la boleta de Frente Patriótico Chubutense, que llevaba el escudo del Partido Justicialista. Ganó las elecciones por una diferencia de 13 votos (81 contra 68, en un pueblo de 280 habitantes, de 177 electores) y se transformó así, a los 22 años, en la intendenta más joven del país.
—Hasta ese momento, ¿cómo era tu vínculo con la política?
—Casi nulo. Cuando tenía 14 o 15 años, una pareja de mi hermana más grande militaba en Comodoro Rivadavia y algunas veces lo acompañé en su recorrida por los barrios, haciendo una tarea social. Pero no mucho más que eso...
—¿Cómo tomaste la decisión de postularte?
—Primero se lo planteé a mis padres, para ver qué pensaban. No les gustó nada la idea, me decían que iba a estar súper expuesta. Pero cuando armé equipo me apoyaron de manera incondicional. Mamá decía que no me iba a poder defender cuando vinieran a casa a insultarme porque no había agua... y en la campaña un poco lo padecimos.
—¿Qué padecimientos atravesaste?
—Nuestra oposición fue cruel: había cuentas truchas en redes sociales que hablaban mal de mí y de mi familia. Una noche nos vinieron a tirar piedras a mi casa. Acá nos conocemos todos, era una cosa increíble. Pensaba: “¿Qué están haciendo?”. A mí no me afectaba tanto, pero a mis papás sí.
Pueblo chico, infierno grande. Cruz Montiel, que ocupaba el cargo desde hacía 16 años, no cedió el poder fácilmente. Bilbao armó su equipo con la vice, la secretaria, la tesorera y algunos chicos de su edad que la acompañaron a reunirse con los vecinos. Como soñaría cualquier estratega político de las grandes ciudades, durante la campaña visitó al 100 por ciento de las casas. Habían hecho folletos y le repartían a cada uno.
Lago Blanco todavía se jacta de ser un pueblo donde la gente duerme con la puerta abierta. Ubicado sobre la Ruta 260, está a 30 kilómetros de la frontera con Chile y forma parte del Corredor Bioceánico que conecta dos ciudades núcleo para el comercio: Puerto Chacabuco y Comodoro Rivadavia. Además de los campos de alrededor, todos los días cientos de camiones pasan por la estación de servicio o los puntos de venta de comida que están sobre el camino.
Beneficiados por el tipo de cambio, los trasandinos suelen provisionarse en cantidad, lo que repercute en la economía del lugar. El papá de Micaela es electricista y la mamá tiene un almacén. Con paredes violetas y justo en una esquina en el nombre quiso homenajear a sus hijas y le puso: “Las 4 Hermanas”. De todas ellas, la única que sigue viviendo en Lago Blanco es la intendenta. “Lamentablemente, si querés seguir tus estudios tenés que irte, salvo que estudies a distancia, como es mi caso. Desde la Comuna quisimos acompañar a los que se van y hoy en día apoyamos a cuatro chicos. Los ayudamos con el albergue, le damos ayuda económica y están muy bien, se integraron y el sueño es que vuelvan a ejercer al pueblo”, dice Micaela.
—Imagino que la tasa de migración es negativa, como sucede en muchos pueblos.
—Sí, se fueron muchos y volvieron pocos. Una enfermera y un contador que empezó a trabajar en una empresa de acá y alguno más, pero la mayoría se estableció en otro lugar.
—¿Qué buscan los que eligen Lago Blanco para vivir?
—La tranquilidad. Es un pueblo muy chiquito, donde no pasa nada. No tenés gastos en servicios más que en electricidad porque no hay gas así que nos calefaccionamos a leña. Vienen policías, maestros o personal de salud, llegan con la idea de pasar unos años acá para ahorrar, pero algunos no se quieren ir más.
—¿Por qué no pueden tener gas?
—Es una cuenta pendiente de mi gestión. Un metro de leña sale 8500 pesos y para el invierno necesitás 25 o 30 porque no es que el frío termina en julio. En septiembre quizás hay temperaturas bajo cero. Lo que sí tenemos es un programa que se llama Plan Calor, donde compramos grandes cantidades y las repartimos a las familias más vulnerables.
—¿Qué pasó con el agua, que tanto preocupaba a su madre?
—Lo solucionamos. Desde hacía 10 años que teníamos problemas a partir de septiembre, cuando bajaba el caudal del pozo y llegábamos a estar una semana sin agua. La solución no era complicada: hicimos una nueva perforación y comenzó a brotar agua de inmediato. Lo mismo con internet. Llamé por teléfono y un prestador nos hizo una bajada, así que ahora todos tenemos conexión en nuestras casas, hasta los campos que están cerca.
La gestión también se valió de hitos específicos que no serían nada en grandes ciudades, pero significan importantes cambios en pueblos pequeños. En 2020 inauguró el primer cajero automático de Lago Blanco que reemplazó al más cercano, a 65 kilómetros. También sumó una ambulancia que funciona como una Unidad de Terapia Intensiva Móvil, ya que el hospital más cercano está a 120 kilómetros.
Los caminos no son fáciles de transitar. Si bien hay un proyecto de pavimentación de la ruta, tienen 70 kilómetros de ripio hasta el asfalto, que está en mal estado y que en invierno con la nieve se complica aún más. Durante el mes de julio la temperatura promedio tiene 4° de máxima y -3° de mínima. El frío modifica por completo la topografía, al punto que sucede algo insólito con el nombre del lugar: en realidad, no hay ningún Lago Blanco, solo que los primeros en llegar se quedaron sorprendidos con un supuesto gran caudal de agua que, en verano solo era barro, no tenía peces y con el tiempo se fue secando.
“Antiguamente se decía que las comunas rurales eran el patio trasero de la provincia y esas diferencias no me gustaban. Sabía que iba a ser difícil, pero a veces no nos llegan los mismos programas ni nos visitan las autoridades. Sabía que era complicado, sucio y que no está bueno, pero me metí en el juego y así funciona. Ahora hay más presencia”, insiste Micaela.
—¿Sufriste algún tipo de discriminación por ser joven?
—La gente estaba acostumbrada a ver a una persona grande al frente del municipio. Muchos todavía creen que “los pibes no saben nada”. Pude revertir un poco esa idea, pero me costó mucho. Hasta el día de hoy, cada tanto me hacen un comentario desubicado sobre mi edad. Una vez me tenía que juntar con un ministro de Chubut y me atendió una secretaria que me dijo: ‘Perdoname chiquita, ¿vos qué hacés acá?’. Yo le dije que era la intendenta de Lago Blanco y ahí se hizo la simpática, pero es frecuente que en un principio no te tomen en serio. Me costó ganarme un lugar.
—¿Cuál es la clave para ganarse el respeto?
—No dejar que te traten de esa manera. Si les das lugar, no hay vuelta atrás. Siempre les dije a todos que los respetaba y que merecía lo mismo de ellos, porque a mí me eligió la gente y tenga la edad que tenga o sea mujer, lo tienen que respetar.
—¿Y cuál creés que fue la clave para ganarte la confianza de la gente?
—No prometer lo que no se puede hacer. Darle un lugar a todos, escucharlos. Un viejito una vez me dijo: ‘Acá no pusiste lo que prometés’ y yo le dije: ‘Primero no sé si voy a poder ganar y, segundo, no sé si lo voy a poder hacer’. Me encontré con gente grande que estaba muy contenta. Pensé que iban a estar más a la defensiva y no, son los que más sufrieron los años anteriores. Era algo nuevo y creo que mis ganas se las terminé pasando al resto. Esto es un pueblo chico, pero se pueden hacer cosas grandes.
A casi cuatro años de haber incursionado en la política, Micaela Bilbao todavía no sabe qué pasará en su futuro. “Todavía no lo defino, hay un 50 por ciento de posibilidades que siga y un 50 por ciento que deje”, responde incómoda cuando se le consulta por la reelección. Lo que sí tiene claro es que le quedan menos de dos años para convertirse en Despachante de Aduana y quiere recibirse. Ahora, con la tranquilidad de saber que no necesitará ir a la Comuna para rendir un examen.
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