Un destino pequeño, opacado en fama por sus vecinos Purmamarca y Tilcara, que vale la pena agendar para relajarse y disfrutar de la auténtica siesta
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Tal vez el concepto de “Trópico de Capricornio” se asocie rápidamente con el nombre de Henry Miller y su picante novela que, en 1938, fue prohibida por obscena. Pero en términos geográficos, es el paralelo en el que el sol golpea de manera vertical respecto de la tierra durante el solsticio de verano. Por esas cuestiones que tiene la geografía, en la Argentina uno de los puntos que toca esta línea imaginaria pasa exactamente por Huacalera, en la provincia de Jujuy.
Se trata de una ciudad mínima, cuyo interés se ve mermado por la presencia cercana de dos gigantes en términos de atractivo turístico: queda a apenas minutos en auto en dirección norte por la ruta 9 de nada menos que Tilcara (15 kilómetros) y Purmamarca (40 kilómetros). Sin embargo, vale la pena tomarse un rato entre las visitas obligadas al Cerro de los Siete Colores y las vistas infinitas de la Quebrada de Humahuaca para hacer zoom sobre esta localidad.
Las pronunciadas siestas: silencio absoluto
Las calles parecen vivir en un eterno sopor de siesta. El único contraste arquitectónico lo ofrece, sobre la misma ruta, el Hotel Huacalera: una construcción de estilo colonial que da la sensación de no terminar nunca, con un par de llamas pastando junto a un estacionamiento de piedra. Todo es moderno: el color con que está pintado, los muebles en el interior, los uniformes del personal, que parece a su vez extrapolado de una gran urbe… Visualmente se produce un efecto exótico: el hotel parece más nítido que el entorno que lo rodea. Es un excelente llamado de atención: la existencia de este alojamiento en buena manera impide que la localidad pase desapercibida.
Ya en el pueblo, sus pocas cuadras encierran numerosos tesoros como las piezas únicas de arte de la Escuela Cusqueña que alberga la capilla de 1655, o los terrenos lindantes al arroyo en los cuales fue fragmentado el cuerpo del general Juan Lavalle, muerto en 1841 en plena batalla contra los federales. El cadáver del líder unitario fue protegido por sus seguidores durante muchos kilómetros, debido a que sus enemigos habían anunciado que lo decapitarían y exhibirían la cabeza en una pica. En Huacalera, cuando ya estaba prácticamente descompuesto, se decidió a descarnarlo y enterrar las partes blandas en los alrededores de la capilla. Se utilizó un recipiente con aguardiente para colocar el corazón y los huesos se lavaron y colocaron en una caja con arena seca que recibió un velatorio en una casa de Tilcara que hoy puede visitarse como referencia histórica.
Eso no es todo: queda espacio para una escuela del siglo XIX con paredes de adobe, un molino antiguo que perteneció a la orden jesuita, un almacén que produce la tentación inalienable de ponerse a conversar con los lugareños. Y, por supuesto, la marca del Trópico.
Un lugar único en el mundo
Los viajeros experimentados saben que los hitos geográficos, esos que aparecen señalados en cualquier mapamundi, se exhiben con pomposidad. En Greenwich, Londres, por donde pasa el meridiano 0, la línea que divide la tierra entre este y oeste, dispone de un Observatorio Real con un Planetario que transporta a quien ose ingresar en él literalmente a las galaxias más lejanas. El lugar, creado en 1657, fue clave para diseñar los elementos que convirtieron a Gran Bretaña en una potencia marítima. Y en la línea del Ecuador, cerca de Quito, el visitante sabe que está en el punto exacto en que se separan los hemisferios porque pesa un kilo menos que esa misma mañana cuando estaba en el hotel y porque puede experimentar diversos fenómenos físicos: parar un huevo en la cabeza de un clavo es más fácil que en cualquier otro lugar del planeta y si uno llena un tacho con agua de un lado de la línea y quita el tapón, el líquido hace remolino y cae en sentido horario. Del otro lado de la línea, se desplazará en sentido antihorario. Y exactamente sobre el paralelo, caerá en línea recta, sin hacer remolino.
Nada de eso ocurre en Huacalera: apenas se ve un pequeño obelisco que actúa como reloj solar. Es el único indicio de que estamos en un lugar único en el mundo. La magia, no obstante, se hace presente: en el mismo instante en que el sol golpea de lleno sobre el hito aparecen de la nada decenas de cabras, tal vez cien. Las arría una mujer de no más de treinta años, ataviada en vestidos típicos de la puna. Cada una de ellas parece una réplica exacta del símbolo de Capricornio tallado sobre el obelisco.
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