La City. La disco de los 80 y 90 donde había que estar
Durante los años dorados de la noche porteña, había en Buenos Aires un único lugar en el que se juntaba gente imposible que de ningún otro modo podía coincidir en cualquier otro sitio. Políticos, jueces, tenistas de ranking, campeones de mundiales de fútbol, modelos, actores, hijos de príncipes y de presidentes se reunían ahí cada madrugada de viernes, sin protocolos ni formalidades, para celebrar la gregaria ceremonia de la fiesta, la vidriera y el encuentro.
New York City, "La City", la disco distintiva de los 80 y los 90, cumple 40 años en silencio, como un gigante en pausa, pero entero, a la espera de que el éxito de una vacuna dé luz verde para volver a juntarse y bailar. Nació con pretensiones en diciembre de 1980, en un local de Álvarez Thomas al 1300 en donde había funcionado el cine Atlántico. Los diarios de entonces anunciaron: "Como el Estudio 54 de Nueva York, Buenos Aires tendrá su gran disco". Y la ecuación –por esas vicisitudes del ego y la vanidad– se volvió simple: si se "pertenecía", se era alguien, o se quería serlo, había que estar ahí.
El concepto de discoteca, que se instaló en las principales capitales del mundo a mediados de los 70 con la llegada de la música disco, estaba vacante en Sudamérica. Pero sus dueños –Ricardo y Oscar Fabré, Mario Falak y Mariano de Felipe–, además, innovaron con estructura y tecnología: el que sería el boliche más grande del país tendría capacidad para 1500 personas, rayos láser, 9000 lámparas, sonido impecable, pantalla electrónica con leyendas y mensajes, escenario para shows internacionales y una amplia planta superior VIP, con sillones y un recurso excéntrico para esos tiempos: monitores que reproducían videocasetes.
El disc-jockey, un histórico escondido, acá tenía un lugar estratégico al lado de la pista, en un espacio abierto, a la vista de todos. Miguel Rodríguez fue el primero. Venía de brillar en Pigalle, la boîte de Recoleta que abría los siete días de la semana, y saltó a la avenida Álvarez Thomas como responsable de la música para cuatro públicos diferentes: el universitario de los jueves; el habitué de los viernes –especialmente famosos–; el híbrido de los sábados –con los rugbiers a la cabeza– y el adolescente de las tardes de domingo. Con Rodríguez primero, y con Daniel Di Piero, Juan Marcelo Bravo y Ezequiel Deró –tenía apenas 22 años– sucediéndose en el tiempo, muchas de las canciones memorables de esos años sonaron por primera vez en La City.
La avant première fue el domingo 7 de diciembre, con un desfile organizado por Héctor Vidal Rivas. Y una semana después, todavía ajustando detalles, se inauguró oficialmente con la presentación en vivo de un grupo contratado casi aleatoriamente en el Reino Unido seis meses antes y que interesó realmente poco a la gente: The Police. Ricardo Fabré, socio de Daniel Grinbank y Dardo Ferrari en la producción de espectáculos internacionales, les pidió algún artista para la apertura. Ferrari llamó desde Londres para avisar que un trío liderado por un tal Sting estaba disponible para viajar, y compraron tres recitales: para NYC, para Obras y para el Radio City de Mar del Plata. Poco antes de venir se pusieron primeros en ventas en Estados Unidos, pero la realidad es que gran parte del público que esa noche fue a bailar al recinto de Villa Ortúzar no los conocía y solo valoró su presencia años después.
A NYC iba a bailar todo el jet set. Las revistas de actualidad y espectáculos tenían tiradas monstruosas. Ni likes ni clics ni tiempo de permanencia en una página: vendían de a decenas de miles. Si una figura del ambiente artístico, político o deportivo entraba, su visita quedaba inmortalizada por los fotógrafos de la noche. Los archivos de la época, recortes ya amarillos, refieren a romances sorprendentes y a rumores que a la distancia resultan curiosos y hasta simpáticos. Eran noticia: Fernando Bravo sorprendido con una morocha, después de su separación de Silvana Di Lorenzo y de su breve noviazgo con Luisina Brando; Carlín Calvo –ya ex de Marisa Mondino– y Marina Vollmann –ya ex de Cocho López– bailando muy juntos; Pancho Dotto y Elizabeth Márquez, enamoradísimos; Guillermo Andino y Mona Gudt –una Miss Universo noruega– que bailaron toda la noche y se fueron de la mano con rumbo desconocido; o Adriana Salgueiro y Fernando Lúpiz, ya sin esconderse de los fotógrafos y mostrándose juntos en la pista de baile. Ella era actriz y conductora famosa, él se iniciaba como galán; además de ponerse de novios, compartían elenco en De carne somos, un éxito de los 80 protagonizado por un Guillermo Francella que pegaba su primer éxito. El texto de una tapa en la que se lo veía a todo ritmo en el boliche se preguntaba: ¿Quién es este hombrecito de bigotes que hace reír al país?. Se decía de Osvaldo Sabatini y Lucía "Pimpinela" Galán: Llegaron juntos, hubo manitos, hombrito, algunos momentos de confidencias y diretes en ambas orejitas (…) De cuero ella, de jeans él, fatigaron la pista hasta la madrugada. Y de la sugerente amistad entre Gaby Sabatini y Carlos Menem Jr: Son dos corazones más que salvajes.
Es que, cuando no estaba viajando alrededor del planeta, Gabriela Sabatini era abonada a La City. A la tarde podía jugar en el Lawn Tenis Club un torneo a beneficio y de madrugada estaba en Álvarez Thomas. A NYC llevó a Mónica Seles –con 17 años todavía no cumplidos–, cuando la entonces número dos del mundo vino a la Argentina para dos exhibiciones en el Luna Park. A los 27 años, José Luis Clerc ya tenía dos hijos y se estaba retirando del tenis profesional; festejaba ahí. Guillermo Vilas presentó en la disco su primer álbum de música house, tras cambiar raqueta por guitarra. A Claudio Caniggia, jugador del Verona, una vieja revista lo mostraba sentado en el VIP, enyesado por una fractura de peroné que le había provocado un compañero de plantel, pero muy bien acompañado por una rubia de la que los medios todavía no sabían su nombre: Mariana Nannis. Cuando Maradona –jugador del Nápoli– llegaba a la Argentina, la primera noche iba a bailar ahí. Fue el lugar que eligió para festejar la Copa del Mundo del 86. Su hermano Lalo debutaba en la primera de Boca y tímidamente empezaba a salir en los medios. Hablaba de gustos sencillos y contaba su única diversión: ir a bailar a La City. Cuando la modelo Madeleine Reynal fue a probar suerte como mannequin a California, decía desde el exilio: "¿Lo único que extraño? Las noches en New York City. Entonces llamo por teléfono a Javier Lúquez, que me detalla lo último de Buenos Aires y recién ahí me duermo tranquila".
Con penas progresivas –expulsión de un fin de semana por "mal comportamiento", de dos fines de semana si se repetía la "falta", y así sucesivamente– hubo una temporada en la que un joven, más que díscolo Gustavo Sofovich fue suspendido durante un mes. Su padre Gerardo –eran sus días como interventor de ATC– se apareció una noche en la puerta pidiendo hablar con el dueño: "Necesito que por favor resuelva una cuestión. Yo sé que él se portó mal, es un chico difícil, pero le pido que revea la sanción y lo deje entrar. No puedo tenerlo en casa mientras todos sus amigos están acá".
Bailaron en esa pista, adentro de las panzas de sus madres, Paloma Cepeda y Dalma Maradona. Florencia Bas posaba embarazo con Ricardo Darín. Él hablaba de quien llegaría a ser el Chino Darín: "No veo la hora de que nazca el varoncito. ¿Si será actor? No sé, si él lo desea, no habrá problemas".
En la disco se festejaron varios casamientos. Cuando Pablo Codevilla entró con su flamante esposa, se abrió de brazos y exclamó delante de todos los asistentes: "Esta es mi vida". A la boda de Daniel Scioli y Karina Rabolini, el 10 de diciembre de 1991, salvo el presidente Carlos Menem –de gira por Austria–, fueron desde Mauricio Macri, Mirtha Legrand y Susana Giménez hasta Hugo Anzorreguy, Julio Ramos y Alejandro Romay. Menem se dejaba ver estratégicamente en NYC desde sus días de candidato. Para el 30° cumpleaños de Jorge Cyterszpiler, se sentó en la mesa del homenajeado: Esta es la otra vida de Menem, rodeado de famosos, apasionado por los deportes, celoso con su hija, amante de la noche. La discoteca fue elegida por Adelina Dalesio de Viola –la Evita liberal– para lanzar su candidatura a diputada a fines de los 80 y por el ministro del Interior Julio Mera Figueroa, de 51 años, para anunciar su casamiento con su novia de 22. Se organizaban, además, fashion parties, after parties de abiertos de polo, elecciones de reinas de belleza y lanzamientos de temporadas de esquí que reunían a "todo el Who is Who de la noche porteña", o sea, a los famosos que estaban "al frente de lo in en Buenos Aires".
Las fiestas temáticas abarcaban desde la caída del Imperio Romano y los viajes del Expreso de Oriente hasta los relatos de Las mil y una noches y las travesías del transatlántico Queen Mary. Los decorados los proveían los dueños de los estudios Baires, amigos de la casa. Y de la ambientación se encargaba Mario Vanarelli, responsable de la confección de los telones y decorados del Teatro Colón. Fue obra suya el icónico fondo del escenario: la escenografía de la ciudad de Nueva York y, destacada entre el conjunto, la Estatua de la Libertad. Había techos de espejos, arañas de caireles, nieve artificial, un espumódromo –en el garaje de al lado, que durante las primeras dos temporadas funcionó como pista adicional– y hasta una piscina en medio del salón bailable. Fue para una celebración por duplicado: La Noche de Casapueblo. Primero se hizo en NYC. Y en el verano, en Punta del Este, con figuras que viajaron en vuelo chárter y comisario de a bordo famoso: el modelo Carlos Iglesias. "Eran niveles de producción que difícilmente su pudieron repetir, –cuenta Fabré–. La jeanera Fiorucci, socia nuestra, todos los meses hacía un evento sin importarle el presupuesto, nadie se fijaba en absolutamente nada".
Detrás de cada convocatoria había gente con una agenda admirable, que vivía de mover hilos y contactos. El contact-man top era Javier Lúquez. Modelo a sus veinte años, en poco tiempo llegó a convertirse en el RR.PP. más famoso del país. "La idea es tratar que haya algo de avanzada. Me encargo de hacer los listados, de firmar personalmente cada tarjeta, y de llamar por teléfono y convencer a los que más me interesan", explicaba. De puño y letra de los relaciones públicas salían las invitaciones a los eventos más ambiciosos, también con figuras internacionales como Estefanía de Mónaco –estuvo en Buenos Aires durante 48 horas para promocionar sus álbumes Huracán y Stéphanie–; Paul Belmondo hijo, "Belmondito" –corría autos en F3, pero viajó como modelo de una marca de ropa– y la Cicciolina. La pornodiva diputada italiana Ilona Staller vino en agosto de 1990 para hacer un show que se recuerda como mítico. La entrada costó 120.000 australes y entre los asistentes estuvieron Susana Giménez y su marido, Huberto Roviralta. Fue presentada por el cómico Andrés Redondo en su personaje de las "Veladas paquetas" de Hiperhumor. Además hizo humor Jorge Corona y cantaron Las Primas y Las Guerreras. Cicciolina hizo playback de siete temas en inglés e italiano y apareció desnuda, solo cubierta por botas y mangas largas. Pero la suya fue una actuación bastante decorosa porque un juez, acompañado por el subcomisario de la 37a., estaba en la sala comprobando qué tan porno sería el espectáculo.
Desde la consola, cada disc-jockey maniobraba la noche y creaba el ambiente con material que llegaba en avión. La mujer de Juan Marcelo Bravo era azafata. Durante sus viajes se metía en las cabinas de las discotecas del mundo y al regresar, cargada de discos, le decía: "Esto es lo que está sonando". Miguel Rodríguez compraba la revista Billboard en el quiosco del hotel Alvear para conocer los rankings de música disco y de lentos. Recuerda para LA NACION revista, entre otros éxitos, "Love is in the Air", de John Paul Young; "Ladies Night", de Kool & the Gang; y, más acá en el tiempo, "Don’t You (Forget About Me)", por The Simple Minds; y "The Passenger", por Siouxsie And The Banshees. NYC editó dos LP. El de 1982 fue primero en el ranking de ventas. Algún listo de la industria, ajeno a La City, sacó por cuenta propia los volúmenes 3 y 4. Cuando quisieron cuestionarlo, los temas incluidos ya habían pasado de moda.
Con el paso de los años, se impuso otro tipo de música y las nuevas tribus urbanas cambiaron las reglas de la noche. Pero hasta que se decretó el aislamiento social por la pandemia, cada fin de semana, religiosamente, New York City seguía convocando a un público fiel mayor de 35 años. "Hay gente que viene desde el 85. No hay muchas empresas que puedan decir que conservan a sus clientes después de tanto tiempo. Hay parejas que se conocieron en La City, se enamoraron, tuvieron hijos y hacen sus Bodas de Plata acá. Recibir una invitación para una fiesta en la disco es todo un programón", cuentan sus responsables. Durante el receso forzoso aprovecharon para hacer obras, revisar equipamiento y adaptar instalaciones. A falta de actividad y con una pequeña ayuda del Estado, siguen sosteniendo a las 60 familias que dependen del local. Fabré aprovecha además para completar el libro del 40° aniversario: "Estoy relajado, esperando que resulte la vacuna. La fiesta por ahora queda stand-by". Caminarla, aún en sombras, es como desandar la existencia. Perduran en el aire mil historias y más de un secreto oxidado. Como el de esa noche en que dos campeones mundiales de boxeo, Carlos Monzón y Miguel Angel Castellini, decidieron ponerle el cuerpo a su eterna rivalidad y agarrarse a piñas en el baño de hombres. Antes, pidieron a la gente de New York City que no dejaran entrar a nadie, mucho menos a los paparazzi, quienes jamás llegaron a enterarse de lo sucedido. Narran las paredes que se dieron largo y tendido, y que a partir de ese día, empezaron a respetarse… Leyendas íntimas de un tiempo desaparecido, caduco pero para muchos entrañable.