Después de 100 años de presencia en la Argentina, la misión maronita trajo 70.000 rocas desde el Líbano hasta Buenos Aires para construir una catedral para su comunidad
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Es posible que nadie sospeche que la Catedral Maronita, en el barrio de Retiro, esté edificada con tierra santa. Según explica el padre Felipe El Kazen, cada uno de los ladrillos que se usaron para su construcción provienen del Monte Líbano y el Valle de la Bekaa, dos montañas entre Siria y Líbano. “En aquellas montañas caminó Jesucristo hace cientos de años. No hay duda. ¡Es tierra santa!”, asegura. El Kazen es el párroco de esta catedral, uno de los monumentos más emblemáticos para la comunidad libanesa en Buenos Aires.
Entre 1996 y 2001, la Misión Maronita en Argentina cruzó más de 12.000 kilómetros con 520 toneladas de rocas. “Viajaron en barco. El mismo medio por el cual llegaron los inmigrantes al país”, describe Soraya Chaina en Al-lubani, una revista digital especializada en la cultura libanesa en la Argentina. Chaina es guía de turismo de la ciudad de Buenos Aires y también es miembro activo de la comunidad libanesa. Para ella, esta iglesia consolida 100 años de unidad entre todos los compatriotas que llegaron al país.
“Casi toda la gente de la colectividad la conocí por ir a la misión libanesa. No era algo solo religioso, era parte de nuestra identidad. Nos conocíamos con todos aquí”, reflexiona Chaina frente al Colegio San Marón, el primer sitio en donde esta congregación se asentó a principios del siglo pasado.
El colegio que se convirtió en refugio
1902 es un año clave. Líbano estaba tomado por el imperio Otomano y buscaba expandirse hacia Europa Occidental. “A los hombres que tenían entre 13 y 55 años los obligaban a ir a la guerra. Ahí fue cuando muchos libaneses escaparon hacia la Argentina”, detalla Chaina.
Fue la mayor ola de inmigración libanesa en la historia de la Argentina. “Llegaban miles de personas al dique número 4 de Puerto Madero. Pasaban unos días en el Hotel del Migrante y de ahí se iban al barrio de Retiro”, agrega. Pocos sabían castellano y la mayoría no tenía mucha idea de qué hacer al llegar, pero se sabía que en la calle Paraguay al 834, en Retiro, los misioneros maronitas podían ayudarlos.
Esta misión era una de las pocas organizaciones libanesas que había en el país. Se habían instalado un año antes en aquel barrio. “Ellos marcaron un territorio en la ciudad, porque la gente quería quedarse cerca de ellos. Hablaban y celebraban la misa en árabe, oficiaban de traductores y tenían comunicación directa con el Líbano”, lista Chaina.
Encabezados por Miguel Hallar de Tibre y Juan Ghossen, los misioneros llegaron en 1901 con el plan de construir un colegio libanés y una parroquia maronita. Para el año siguiente, ambos edificios estaban funcionando, aunque el espacio también fungía como “techo para los refugiados recién llegados”, como lo describe Isabel Bestani, vicepresidenta del Club Libanés.
En ese tiempo era un edificio bajo, pero poco a poco fueron construyendo más pisos. “Cada año arribaban más migrantes y más alumnos”, explica Chaina. Se hacían múltiples actividades políticas, culturales y educativas; todos los miembros de la comunidad conocían al lugar como “la Misión”. “Vos le decías al padre que querías hacer una fiesta, o celebrar un cumpleaños y te daban el espacio”, agrega.
En “la Misión”, los padres orientaban a los inmigrantes para conseguir papeles legales o en la búsqueda de trabajo. La mayoría de los libaneses trabajaban como comerciantes: “Les llamaban mercachifles porque en un principio llevaban cualquier tipo de cosa en sus carretas. Iban de pueblo en pueblo vendiendo telas, herramientas, juguetes”, asegura Chaina.
Los misioneros apoyaron en todo lo posible, no obstante, uno de los mayores intereses de los maronitas era consolidar a la comunidad. “Eran inmigrantes, hablaban árabe, y la necesidad de pertenencia los juntaba a todos en ‘la Misión’. No importaba que no fueran católicos, eran libaneses”, agrega la guía.
La colectividad fue creciendo y se fue desperdigando por la ciudad. Pero ‘la Misión’ se consolidó como el punto de referencia, de origen, de una comunidad que hoy comprende más de medio millón de personas. Acompañando este crecimiento, se fundó una imprenta que permitió publicar el diario libanés ‘El Misionero’, surgieron organizaciones como la Asociación de Damas Protectoras Argentinas, creadoras del Hospital Sirio Libanés, y la Asociación Patriótica Libanesa, actualmente el Club Libanés, en 1936.
“Se fundaron decenas de instituciones ahí, todas con el mismo objetivo: fomentar nuestra identidad y apoyar a los inmigrantes libaneses”, explica Juan Saliba, presidente del Club Libanés. Probablemente, esa también es la razón por la que esta corriente del catolicismo sea hoy tan relevante en el país: reúne 750 mil feligreses (número que supera por un 50 por ciento al total de la comunidad libanesa).
Los ladrillos del Monte Líbano
Por casi 100 años, gran parte de la comunidad libanesa en la Argentina asistió todos los domingos a las misas en una pequeña capilla a la entrada del Colegio San Marón. Pero en ese sitio no cabían más de 50 personas. “Vos sabías que si llegabas tarde te tocaba asistir a la misa desde la vereda”, recuerda Chaina. En 1979, la misión maronita decidió comprar un terreno al lado del colegio para comenzar a construir una catedral, una que se terminó inaugurando 22 años después.
-¿Por qué tardaron tantos años en construirla?
-La intención era construirla inmediatamente: la piedra fundamental fue colocada el 7 de diciembre de 1979. Cada vez que podían, juntaban plata entre la comunidad para el proyecto. Pero fue muy difícil, la inflación en la Argentina no permitió que continuaran. También hubo un serio problema técnico que tardaron 17 años en resolver.
La construcción se componía de tres etapas: una playa de estacionamiento subterránea, un salón de actos para el colegio San Marón y la deseada catedral. En 1989 comenzaron a desarrollar las primeras dos etapas. Sin embargo, la obra de la catedral quedó detenida, en pausa, por un imprevisto: debajo del terreno pasaba un arroyo que inundaba los cimientos. “De chicos le llamábamos ‘el pozo’. El suelo se volvía muy inestable ahí. Incluso los padres de ‘la Misión’ temían que las casas de al lado se fueran a caer ahí”, explica Chaina.
Para terminar las dos primeras etapas instalaron una obra hidráulica que expulsaba el agua constantemente. “Pero la catedral representaba mucho más peso y no encontraban la forma de resolverlo”, cuenta El Kazen. Pasaron siete años antes de que la construcción se retomara: “Con los diseños del padre Andraos y la visión Monseñor Charbel lograron solucionar todo. Eran un dúo dinámico”, asegura.
Monseñor Charbel Georges Merhi, fue el primer obispo de la eparquía de San Charbel, una de las pocas diócesis católicas orientales en Argentina, y una de las personas que más apoyó a la comunidad libanesa el país. Los que lo conocen lo describen como alguien comprometido y, especialmente, resolutivo. “Realizaba viajes a Líbano para reconectarnos con nuestros familiares, cenaba en nuestras casas, nos mantenía unidos. Estaba avocado a eso y la catedral era un símbolo fundamental”, reconoce Chaina.
Georges Merhi buscaba construir un símbolo de unidad. Los 100 años de ‘la Misión’ maronita se acercaban y aún celebraban las misas en la minúscula capilla del colegio. Ahí fue cuando ‘la Misión’ convocó al padre Hannoun Andraos, comúnmente conocido como el padre Andrés. “Lo llamaban ‘misionero de vanguardia’. Siempre construía monumentos impresionantes. Tenía una capacidad de gestión y una energía inagotable”, precisa El Kazen.
En 1996, ambos le propusieron al Consejo de Obras de la comunidad libanesa construir “una catedral que trajera el Líbano a la Argentina”. Contrataron a los arquitectos Adrián Giordano, Rubén Regueiro y Marisa Scatolaro, y los llevaron a medio oriente para estudiar el estilo arquitectónico de 60 templos. Los misioneros buscaban que se reprodujeran los colores y el estilo de techos acupulados que tenían las catedrales maronitas en Líbano y Siria.
Dos años después de ese viaje, comenzaron a llegar 70.000 rocas gigantescas en 48 contenedores industriales a la obra. “Ahí mismo les daban la forma de ladrillo”, explica El Kazen. Pero el enorme peso de las lajas no se podía apoyar sobre la estructura preexistente, podía desplomarse todo hacia el arroyo. Así que los arquitectos construyeron cuatro vigas de 22 metros que iban desde los cimientos, hasta la superficie. Sobre eso construyeron la catedral.
“Hicieron una estructura de madera con la forma del templo y comenzaron a rellenarla de rocas”, agrega El Kazen. Una técnica que no se usaba en construcciones de semejantes dimensiones. “Ni ellos sabían si iba a funcionar. Cuando quitaron la estructura de madera, los arquitectos corrieron hacia la calle por el miedo a que se desplomara”, agrega.
Fue una hazaña para los misioneros, pero a mediados del 2001 estaban culminando la obra. Después de 50 años de planeamiento y 22 de construcción, la Catedral de San Marón fue inaugurada. Al evento asistieron el ahora Papa Francisco, monseñor Charbel Merhi, y el cardenal maronita, Nasrallah Butros Sfeir.
Al terminar la encomienda, monseñor Charbel Merhi se retiró de su misión en la Argentina y regresó a su país. En la última década, decidió ir a las montañas de Líbano para vivir como ermitaño. El fue uno de los pocos miembros de la Iglesia Católica con ese permiso. “Sin embargo, el Papa no lo dejó ir incomunicado. Le dijo que sería un ‘ermitaño con privilegios’, por lo que bajaba cada cierto tiempo a la civilización y mantenía comunicación directa con la Iglesia”, explica El Kazen.
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