"Me presento: soy Luciana Sábato, la nieta. Les voy a contar la vida de Ernesto". La hija de Mario Sábato, uno de los dos hijos del escritor Ernesto Sábato, es quien abre la puerta de la casa sobre la calle que, a modo de homenaje, lleva el nombre del gran intelectual. Arquitecta, gran lectora de la obra de su abuelo, pero, sobre todo, una enamorada del Tata, como le decían los nietos al escritor. Ese amor por él, hace que, junto con su hermano Guido, cada sábado por la tarde abran al público las puertas de la casa que fuera habitada, durante décadas, por el autor de Informe sobre ciegos, para que ese recorrido se transforme en un testimonio, en una visita al universo más íntimo de este vecino ilustre de Santos Lugares. "La vida es tan corta, y el oficio de vivir tan difícil, que cuando uno empieza a aprenderlo, ya hay que morirse".
Seguramente, aquella famosa máxima, que resume su esencia, nació entre estas paredes centenarias, los árboles añosos que abrazan los jardines, y las bibliotecas con más de 6500 volúmenes ordenados con rigurosidad, con su rigurosidad, que hasta el día de hoy sigue siendo respetada e inamovible. La visita a la casa de Ernesto Sábato se convierte en ceremonia, en ritual accesible para el espectador visitante ávido por escudriñar, en primera persona, esos rincones sagrados, adentrarse en la aventura de pisar el mismo suelo que pisaba, diariamente, el autor de ensayos como Antes del fin, una autobiografía ineludible para acercarse a su espíritu. Tan ineludible como lo es esta recorrida por su casa austera como él.
Uno y el universo
Recostado sobre una rueda de carruaje de campo, una placa anuncia que se está frente a La Casa de Ernesto Sábato. Aire de pueblo en estas callecitas arboladas donde el tiempo parece detenerse. Ese anillo de diámetro de madera define la atmósfera. Instala en un tiempo y espacio. A tan solo veinte cuadras de la avenida General Paz, acá sobresale el sonido del canto de los pájaros, los vecinos aún se sientan en las puertas de sus casas a conversar y tomar fresco, y el sonido de la locomotora del Ferrocarril San Martín se hace notar desde lejos haciendo recordar el vínculo directo de estos empedrados con Retiro. Bendiciendo la escena, el Santuario de Nuestra Señora de Lourdes, con sus dos templos góticos y sus campanarios imponentes como vigías testigos de todo lo que sucede debajo. Allí, donde transcurrió la vida de don Ernesto Sábato desde 1945, cuando arribó a este rincón del noroeste del conurbano que tanto le hacía acordar a su Rojas natal. Hasta este paraje llegó el ilustre, el escritor reconocido en el mundo cuyos textos fueron traducidos a 75 idiomas, entre ellos el hebrero y el kurdo. Ese mismo que, cuando escribió El túnel, no imaginó que sería un material de lectura obligatoria en los colegios de China y de la mayoría de los países latinoamericanos.
Ni bien se desciende del tren, una pequeña plaza, como todas las que enmarcan las estaciones de pueblo, recibe al forastero. Allí mismo, una placa ya menciona la cercanía con el universo del notable autor. Estamos en los Santos Lugares. En verdad, los dos jardines que abrazan su casa eran los verdaderos Santos Lugares de don Ernesto, ese hombre de andar cansino que era un vecino más en la zona: "Cuando se lo cruzaban, las vecinas les regalaban flores o gajos de plantas", dice su nieta dejando en claro que la visita guiada será un recorrido por la obra y, sobre todo, por la intimidad de quien fuera el propietario de esa casa ubicada frente al legendario Club Defensores en cuyo solar hoy también funciona un centro cultural y una biblioteca popular con el nombre del escritor. "Todo el mundo lo conocía. Los barrenderos y los recolectores de la basura, lo saludaban cuando pasaban por la puerta de la casa, como quien saluda a un abuelo entrañable. No saludaban a alguien superior, sino a un ser querido. A veces, para regresar a su casa, se subía al tren en Retiro y, si se quedaba dormido, todo el vagón hacía silencio porque Sábato estaba descansando. Eso sí, le avisaban cuando estaban llegando a la estación y, antes de bajarse, lo aplaudían", revela la nieta encargada de preservar el legado y el amor hacia su abuelo.
Ni bien se ingresa al predio recibe a los visitantes, que suelen ser argentinos y extranjeros en igual cantidad, un jardín en estado agreste. Una verdadera selva urbana. La casa cuenta con dos vergeles. El de adelante, era el elegido por don Ernesto. Así lo quería él: puro, salvaje, casi sin intervención de la mano del hombre: "En los sesenta dijo: ´no se toca más´. Y así quedó". Con todo, lo brutal de las enormes plantas crea un ambiente por demás inspirador. Detrás de la casa, en cambio, se encuentra un espacio de césped prolijo que enamora: se trata del rincón al cuidado de Matilde, la esposa del escritor y madre de sus hijos. Los jardines podrían ser una radiografía del espíritu de cada uno. ¿Por qué, no?
"Contamos la vida de mi abuelo, de la que mucho no se sabe. Tratamos de mantener viva su imagen, su legado y que se lean sus libros. Por eso, también nos interesa fomentar la lectura en los colegios", explica Luciana Sábato, esa nieta que admira la obra, pero, sobre todo, la esencia íntima de ese hombre con el que jugaba, cada sábado, día del encuentro familiar en Santos Lugares: "Ante todo es mi abuelo. Un abuelo del que estoy muy orgullosa. Y, de tan orgullosa, hace cinco años comencé con la apertura de esta casa museo que, en realidad, es su casa", confiesa.
A lo largo de la visita, y a modo de introducción de cada ambiente, se proyectan fragmentos de un documental realizado por el cineasta Mario Sábato, hoy retirado en su casa de Bella Vista emulando, quizás, a su padre. La película permite encontrarse con un Sábato íntimo. El filme recurre a las escenografías naturales de la casa, esos mismos rincones que pueden ser descubiertos por el visitante. Luego de atravesar el jardín agreste, se accede a un pequeño hall de distribución donde, a modo de vigía, se emplaza un perchero del que penden los típicos pilotines y sombreros que utilizaba el creador de Abaddón, el exterminador. La escena conmueve. Allí parece estar algo del orden del aura. Más allá, aparece el estar donde solía reunirse la familia. "Éramos cinco nietos que, los sábados, copábamos la casa. A mí me llevaba a una plaza a treparme porque me gustaba hacer columpios, me decía que tenía que trabajar en un circo por mis destrezas. Íbamos en su auto. El decía que manejaba muy bien porque cumplía años el mismo día que Juan Manuel Fangio, pero iba a cuarenta. Le decíamos: ´Tata, por favor, andá más rápido´. Pero él iba a su velocidad".
Las paredes del estar están recubiertas por bibliotecas. No podía ser de otra manera. Acariciar esos volúmenes con anotaciones de Sábato es sentirlo más cercano aún. Eso leyó. Eso es. Lo definen. El fetichismo sobre los libros como objetos se pone en funcionamiento rápidamente. Aromas, texturas. Y el descubrir autores, plumas notables, y otras que son solo para entendidos. En uno de los escritorios, una máquina de escribir que no es la de don Ernesto sino la de Matilde, su esposa. Esa mujer que lo acompañó desde los 17 años, tiempos de escolaridad secundaria cuando se conocieron en el colegio de La Plata donde ambos estudiaban y él, además, iniciaba su militancia en la Izquierda.
"Ernesto no hizo famosa a mi abuela, mi abuela lo hizo famoso a él. Si no hubiera sido por ella, él hubiese quemado sus libros. Ella le corregía todo. Y lograba que no quemara todo el material, que se atreviera a publicar. De tan obsesivo, no paraba de corregir, siempre decía que no servía lo que había escrito. Entonces, cuando iba a quemar lo hecho, mi abuela ´se enfermaba´ repentinamente y hacía que él accediera a su pedido de no quemar el material. Ella le decía que si incineraba lo escrito le iba a dar algo en el corazón. Con la culpa, mi abuela manejaba todo. Gracias a esa dinámica de Matilde, hoy podemos contar con Sobre héroes y tumbas o Abaddón. De este último, hubo tres ediciones corregidas por él, sacaba capítulos, agregaba otros. Entre la primera y la última edición, transcurrieron 35 años. Para él, nunca estaba terminada la obra. El túnel no participó de ese tira y afloje porque él tenía muchas ganas de publicarlo. De hecho, recorrió editoriales y en el primer lugar donde se editó fue en Francia".
El escritor y sus fantasmas
La segunda parada de la recorrida es en el que, quizás, se convierte en el punto saliente de la visita: el estudio donde Sábato trabajaba junto a su vieja y querida máquina de escribir, de teclas duras, carretel, y sonidos encantadores. Música para sus oídos. Junto a la ventana que da al jardín de Matilde, cada mañana, don Ernesto comenzaba a desafiar a la inspiración con sus ideas y destrezas lingüísticas. Este era el espacio para escribir sus ficciones notables, sus ensayos lúcidos y responder la correspondencia que le llegaba desde diversos lugares del mundo. Algo, mucho, de su formación como físico matemático, lo acompañó siempre, aún cuando inició su camino en el mundo de las letras: era preciso, ordenado, minucioso hasta en ese detalle que, para cualquiera, podría resultar intrascendente. "En la matemática encontró un orden perfecto que lo tranquilizó", explica su nieta. Trabajó con Bernardo Houssay, quien le retiró la palabra cuando el joven Ernesto decidió trocar tubos de ensayo por literatura. Treinta años después, al momento de editarse Sobre héroes y tumbas, el científico le envió una carta donde le reconocía su talento como hombre de letras.
"Se despertaba a las cinco de la mañana. Meditaba y escribía algo. A las ocho, se levantaba mi abuela y desayunaban juntos. Luego continuaba escribiendo. A las doce, en punto, almorzaba. Siempre dormía la siesta antes de continuar trabajando en su escritorio. Algunos días a la semana, por la tarde, debía salir a reuniones o compromisos sociales. A las ocho y media cenaba y se iba a dormir muy temprano. También repitió su rutina cuando comenzó a pintar. Era muy obsesivo. Su tarea como físico matemático lo marcó en la metodología y en las rutinas. Mi abuela Matilde le organizaba la vida para que tuviese ciertos rasgos de normalidad", confiesa Luciana. Alguna vez, una editorial le obsequió una pc para modernizar su dinámica de escritura. La tecnología no pudo con él y sus tradiciones. A los pocos días, la devolvió para continuar escribiendo tracción a sangre. En esa máquina en la que los visitantes se retratan a través de la selfie inevitable.
La última parada de la visita corresponde con el atelier
Es que la pintura fue otra de sus aficiones. Una herramienta expresiva y, alguna vez, un modo de subsistencia. Según explica Luciana Sábato promediando la visita "él adujo que no veía para dejar de leer y escribir, pero se dedicó a la pintura. Montó su atelier en 1984. Pintó la misma cantidad de años que escribió". Amigo de Antonio Berni y de Raúl Soldi, expuso una sola vez y a lo grande: en el Centre Pompidou de París.Cerca de los bastidores, una vitrina de época cobija a la colección completa de la revista Sur. Victoria Ocampo, directora de la publicación, fue quien editó, por primera vez, El túnel.
"Fue un abuelo muy especial. Una figura muy importante, no porque sea Ernesto Sábato, sino porque me enseñó mucho: el estudio, la defensa de las propias ideas, la libertad, la importancia de vivir en un país con democracia. Su actuación en el tema de los DDHH es su ejemplo mayor. Vivió con mucha valentía la época en la que integró la CONADEP. Todos vivíamos con miedo en esta casa. Desde que yo tenía seis años, se vivía con un miedo muy palpable. Veía a mis abuelos tirar libros, esconder cosas. O amigos de mi papá que no volvían más porque desaparecían. De todos modos, siempre acá. No se fueron. Eso fue de mucha valentía. A veces se escondían en el sótano, pensando que no los iban a descubrir. O se iban a la casa de algún amigo, en el Centro, durante algunos días", recuerda Luciana Sábato. Ese mismo sótano es en el que se instaló Federico Valle, el cineasta pionero de la industria local que le vendió la casa: "Era un mecenas de artistas. Cuando Valle se entera que mi abuelo iba a dejar la ciencia para dedicarse a escribir, lo invita a su casa, que era ésta casa. Llegan a un acuerdo: Valle le alquilaba toda la parte de arriba y se iba a vivir al sótano. En una palabra, le dejaba la casa. Con los años, Valle se mudó y, finalmente, mi abuelo compra la propiedad gracias a un premio, en dinero, que ganó mi papá, Mario, con su primer cortometraje: El nacimiento de un libro", rememora la nieta responsable, junto con su hermano, de preservar el valor patrimonial de la casa y mostrárselo a los visitantes. La propiedad está abierta al público general, los sábados. Mientras que los jueves es el día destinado para las instituciones educativas. "Compró la casa, alrededor de 1963, luego de escribir Sobre héroes y tumbas. Hasta ese momento, no tenía vivienda propia y nunca le preocupó. Era muy desprendido con lo material, demasiado. Vivía al día. Sostenía la concepción de mucha austeridad, de tener solo lo necesario. Decía que la riqueza pasaba por lo que uno tiene adentro".
Ingresar a la casa de Ernesto Roque Sábato y Matilde se convierte en una experiencia conmovedora. La calidez de la vivienda es proporcional a su austeridad. Huele a hogar y no al estudio académico de un prócer. Allí están sus libros; la máquina de escribir de la que emergió una obra no demasiado numerosa, pero si excelsa; y los objetos que lo acompañaron hasta el 30 de abril de 2011, cuando falleció a sus 99 años. Esa casa que compartió con Matilde, a quién prácticamente raptó en la adolescencia para concretar el amor furibundo que los unía. El físico matemático, el comunista, el anarquista, el ganador del Premio Cervantes, el hombre que, en la madurez, repasó y repensó sus ideas, pero no sus ideales. Esos que inculcó a sus nietos. Esos nietos que hoy abren las puertas de la casa de Santos Lugares para que el nombre de Ernesto Sábato se mantenga vivo y bregan por un billete de nuestra moneda que lleve su nombre, aunque, quizás, sea un contradictorio homenaje que se opondría a esa austeridad que lo marcó y enarboló en vida. "Mis abuelos, como en todo matrimonio, se peleaban. Cuando empezabas a escuchar portazos, era mejor esconderse. Él gritaba, pero ella mandaba y manejaba la situación".
Visitas: sábados 15 y 17 horas. Bono contribución: $200. Facebook: La Casa de Ernesto Sábato. Reservas: 011.6167.7626 / casadesabato@gmail.con / sabatoluciana@gmail.com
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