Cuatro artistas. Pat Andrea, Cristina Ruiz Guiñazú y sus hijos, Mateo y Azul, comparten su universo de afectos y creatividad entre París y Buenos Aires, donde tienen una casa chorizo con tintes de Mondrian
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En 1978, el celebrado pintor holandés Pat Andrea conoció en Mendoza a la pintora argentina Cristina Ruiz Guiñazú. Se enamoraron, se fueron a París. Volvieron y decidieron buscar una casa en Buenos Aires. En poco tiempo, el núcleo familiar se multiplicó con la llegada de Azul y Mateo (que acá nos muestra su departamento en París), quienes de forma natural heredaron la pasión de Pat y Cristina por el arte. Cuando los chicos empezaron el colegio, se radicaron definitivamente en París.
Salvo por la excepcionalidad de la pandemia, vienen todos los años: a conectarse con sus raíces (Mateo y Azul pasaron su infancia acá), a disfrutar del calor porteño (sí, a disfrutar), a ver a amigos queridos y a seguir trabajando, como el resto del año y en cualquier parte del mundo, en esta casa reformada por el arquitecto Jorge Prack para ser vivienda y taller.
El corazón de la casa
No es extraño que a Pat Andrea lo haya atraído esta construcción. Holandés de nacimiento, ciudadano del mundo y argentino por adopción, viene al país desde fines de los años 60 y es un gran conocedor de nuestra cultura. Para octubre de este año está preparando una gran retrospectiva de su obra en el museo MORE (de “Modern Realism”) en Gorssel, Holanda.
En los 80 compraron dos lotes paralelos: uno, construido adelante; el otro, al fondo de un pasillo. El arquitecto Jorge Prack fue responsable de la unión de las dos viviendas, y ejecutó una reforma que resultó en una estructura amplia y cómoda que mantiene el planteo original de la tradicional casa chorizo.
Un living con clásicos modernos
Una lámina recuerda la muestra de octubre de 2010 en Francia, “Une famille d’artistes”. Once años después, siguen colaborando. Este mes exponen en la Alma Gallery de Atenas, ya como el colectivo ‘All 4 Art’.
Video: familia en acción
Cocina y comedor
Hace unos quince años, se hizo una puesta a punto con la arquitecta María Laura Rodríguez Mayol que incluyó la reforma de la cocina.
"Compramos la casa en el 82: entonces, casi no había artistas en Palermo. ¡Éramos los únicos locos en un barrio de casas italianas y talleres mecánicos!"
Cristina Ruiz Guiñazú. artista y dueña de casa
En el patio, antigua mesa de bar (Un Viejo Almacén) y sillas francesas de madera. A un costado, la escalera conduce a dos terrazas: una, de servicio; otra más grande, para tomar sol justo a la altura de las copas de las palmeras del jardín.
Rojo, azul, amarillo
Los postigos se pintaron en los colores primarios, de acuerdo con las normas de reducción a lo esencial del movimiento artístico holandés De Stijl
Cuartos con presencias
En el dormitorio principal se pulió y plastificó el piso de pino tea original y se dejó la bovedilla a la vista pintada de blanco con una claraboya para la entrada de luz natural. Hay un ropero de roble con espejo y, sobre las mesas de luz hechas con cajoneras pintadas de blanco.
“Mondrian aparece naturalmente porque está en toda la obra de Pat. Planos de colores y planos lineales verticales pintados de negro”
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