La casa llena de Transformers de Adrogué: quién está detrás del fenómeno que arrasa en Twitter
Los robots se encuentran en el jardín delantero de una vivienda de un docente de robótica, despiertan el asombro de los vecinos y se hicieron virales en las redes sociales
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La casa del profesor de informática Federico Nieto, en la calle De Kay, en Adrogué, podría ser una vivienda más de esa localidad del sur del Gran Buenos Aires. Pero hay algo en ella que claramente la diferencia del resto y la vuelve una suerte de atracción turística zonal. Es que en el jardín delantero del docente se destacan tres robots gigantes del tipo “Transformers”. Y hay un cuarto androide, carente de piernas, que parece trepar por la chimenea de la casa.
“Algo que me hace feliz de haberme mudado a zona sur, es que cuando volvemos del súper pasamos por una casa que tiene Transformers en la entrada”, escribió la usuaria Karla Peters en Twitter, junto a la foto de los robots en el jardín de Nieto. De inmediato, la publicación se volvió viral y más de 93 mil “Me gusta” saludaron las imágenes de los seres robóticos que parecen custodiar la vivienda adroguense.
“Es algo muy fuerte lo que pasa con la gente. Los robots generan mucho asombro y muchas ganas de saber cómo se hizo. La gente se saca muchas fotos. A veces me piden pasar”, cuenta, a LA NACION, Federico Nieto, de 37 años, dueño de la casa y de los robots que se erigen en su jardín. “Una vez pasó un borracho que estuvo un rato largo mirándolos, y trataba de imitar las posturas de los robots”, recuerda, con una sonrisa.
Nieto comenzó a poner robots en su casa en 2018, como una manera de ambientar el taller de robótica llamado Cultura Maker, que ofrecía entonces y ahora para niños y adolescentes en su propio domicilio. Pero la hechura de los Transformers no corresponde a él, sino al artista plástico quilmeño Marcelino Gámez, de 28 años, quien es un maestro en el arte de fabricar robots con chatarra.
Transformers hechos de chatarra
Sí. Los androides que asombran a los vecinos de Adrogué -y más allá también- fueron elaborados con materiales reciclables. “Están hechos de lo que te puedas imaginar: computadoras, pantallas led, partes de motos, o de autos, paragolpes, ventiladores, llantas de autos, cascos. Mucha gente me dice que lo que hago parece metálico, pero la mayoría de las cosas son de plástico, materiales que uso también para hacerlos más livianos”, explica, a LA NACIÓN, Gámez.
El artista cuenta que estudió en la Escuela de Bellas Artes de Quilmes, y que los robots surgieron de un proyecto que tenía que hacer para en el cuarto año de la carrera. Gámez estaba cansado de otras ramas de la plástica y se le ocurrió innovar: “Hice unos robots y les encantó. Empezó a formarse el arte de armar algo con reciclado. Primero eran chiquitos, pero los agrandé para la propuesta final. En la exhibición en la escuela vino mucha gente, sacaron fotos y se viralizaron. Entonces empecé a exponer en museos”.
Precisamente, cuando Gámez expuso en un museo de Adrogué, Nieto entró en contacto con su obra y le pidió al artista si podría hacerle un robot para su casa. “Así nos conocimos. Quedamos como socios, con una especie de amistad. Estamos en la misma rama, porque él es profe de robótica y combinamos. Pegamos onda. Surgió y hasta ahora no paramos. Seguimos creciendo de a poquito”, cuenta el artista, que ya tiene otros encargos para el jardín de la calle De Kay. Uno de ellos, que está cerca de terminar de realizar, es el viejo y querido R2D2 (Arturito, en criollo), el simpático droide de la saga de Star Wars.
Una vez que recibió los robots, que pesan entre 50 y 100 kilos, Nieto se encargó de empotrarlos en el frente de su casa y ponerles luces. Allí, los Transformers y el androide que cuelga de la chimenea son también buenos promotores del taller de robótica que dirige el docente en su domicilio.
La importancia de la robótica
El dueño de casa, que está a cargo de un grupo de docentes que dan clases a niños desde los cinco años y adolescentes, se entusiasma al hablar de su disciplina. “Hacer robótca es básicamente estimular el pensamiento lógico. Además de eso, lograr que los niños empiecen a desarrollar la motricidad fina al construir cosas sencillas ensambladas en circuitos. De a poco metés al chico en lo que es la programación y más adelante ensamblan cosas más difíciles”, señala Nieto, que pone un semáforo como ejemplo de algunos de los robots que se fabrican en el taller.
En los talleres se incluyen juegos para la estimulación del pensamiento lógico, como el cubo Rubik, la torre de Hanoi, o el ajedrez. “Un chiquito tiene que armar el cubo Rubik en la menor cantidad de pasos posibles. Así entiende lo que es un algoritmo. O la torre de Hanoi. Si la hace en demasiados movimientos, significa que, si fuera un robot, estaría mal programado. También vamos a incorporar los palitos chinos, que estimulan el pensamiento lógico matemático y la motricidad fina”, explica el docente que asegura que “un chico que aprende bien robótica tiene salida laboral real y bien paga”.
Como un aliciente para los chicos que, en grupos reducidos, se introducen en los rudimentos de la robótica, los estudiantes “de mayor antigüedad” tienen la posibilidad de ponerles nombres a los robots del jardín. A los que están, y los que van a ir llegando. Así, el Transformer verde que se encuentra más cerca de la puerta de casa lleva el nombre de Jugo; el rojo que está en posición de ataque fue bautizado Juanito; y el azul erguido delante de una ventana y más cerca de la medianera le han puesto la gracia de Julio.
El que cuelga de una pared, en tanto, se llama Val-21. Este espécimen, que representa al androide T-800 que persigue con fines letales a Sarah Connor en Terminator 2, fue el único que, hasta ahora, encargó Nieto a Gámez. Los otros tres, los compró ya hechos.
Y es claro que semejantes obras no pasan desapercibidas en el vecindario. Algo que no para de asombrar incluso a su propia creador. “Es tremendo. Cada día me sorprende más. Hay profesores que trabajan en la casa que me dicen que no es una vez sola, es todos los días: la gente para. Hasta los mismos policías que pasan se bajan a ver los robots. Yo me pongo feliz, es relindo que a la gente le guste lo que vos hacés”, señala, con orgullo, Gámez, joven artista del reciclado.
Esa es la historia detrás de los Transformers y el T-800 de Adrogué que se volvieron furor en las redes sociales. Seres robóticos que, en lugar de causar temor o sobresaltos con sus temibles figuras, solo provocan atracción en los paseantes y una inevitable catarata de selfies.
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