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–Contame un poco de Martín... Palermo
–¿Martín Palermo? Martín Palermo es uno de los futbolistas más grandes que tuvo la Argentina, pero...
En los primeros segundos de esta entrevista telefónica habrá un equívoco. Como si a la incomodidad del delay –las conversaciones transatlánticas aún conservan el ritmo analógico– se le hubiera sumado una pregunta fuera de guión, una interferencia. Ahora que ya lleva más de seis meses de trabajo en España para la tercera temporada de La casa de papel, una serie milimétricamente pensada y coreografiada, Rodrigo de la Serna está entrenado en los movimientos precisos, calculados. Y una pieza fuera de lugar, de pronto, lo desconcierta.
–Pero tu personaje se llama Martín y el apodo es Palermo.
–Ah, claro, exactamente. ¿Habrá sido un guiño del autor? O quizá me pusieron Palermo porque es la capital de Sicilia y el personaje que interpreto es pasional y encarna acaso cierta vendetta de la idiosincrasia siciliana. No sé por dónde viene la mano, pero como hincha de Boca estoy muy orgulloso de llevar el apellido de tremendo goleador.
Entonces, a pesar de que Rodrigo responde desde algún barrio de Madrid y de que la voz del otro lado de la línea tarda en llegar, con la cabeza ya está de nuevo en Buenos Aires. De ahí, quizá, que primero pensara en uno de sus ídolos deportivos antes que en el personaje al que, el próximo 19 de julio, verán en la pantalla millones de personas (N.d.A: unos días después, el propio Martín Palermo sería parte de un video paródico producido por Netflix para promocionar la serie).
–Extraño un poco. Es que nunca estuve afuera tanto tiempo, pero era un momento para hacer esto.
Cuando Álex Pina –ex guionista de la versión española de CQC, creador de series que se anticiparon al boom español como Los hombres de Paco, El barco y Vis a vis, fundador de la productora Vancouver– lo convocó, Rodrigo estaba en España. Ya no recuerda si terminando de filmar la película Yucatán, del palmense Daniel Monzón, o haciendo el doblaje. Tampoco sabe de dónde lo conocía Pina ni por qué pensó en él cuando decidieron incorporar nuevos personajes a ese elenco que parecía tan blindado, pero arriesga una hipótesis bastante probable: dos años antes, Rodrigo había protagonizado Cien años de perdón, una producción hispano argentina por la que lo nominaron a los Premios Goya como actor revelación. En el film se llamaba el Uruguayo y, casualmente, encarnaba a un ladrón de bancos involucrado en una trama política. Lo cierto es que cuando fue a la reunión y escuchó la propuesta, no había visto La casa de papel ("solo un par de capítulos, viste lo que pasa con las series, que de pronto estás con mil cosas"), pero estaba al tanto del fenómeno, claro.
El primer episodio, estrenado en mayo de 2017 por el canal español Antena 3, lo vieron cuatro millones de espectadores. Craneada por Pina como una sola entrega (pero escrita junto a otros ocho guionistas, con quienes llegó a hacer 58 versiones), se volvió masiva cuando Netflix la adquirió. El pulpo del streaming la reacomodó en dos temporadas de capítulos más cortos y emitió la primera entrega el 25 de diciembre de 2017.
A partir de esa Navidad, la historia de un grupo de desclasados que, comandados por una mente brillante, daban el golpe perfecto (ahora todos decimos "atraco") en el corazón monetario de un país se volvió una conversación global. Las máscaras de Dalí eran la nueva imagen de Robin Hood. Úrsula Corberó dejaba de ser la novia del Chino Darín en las revistas del corazón para transformarse en la heroína Tokio. Y, en un informe para sus inversores, la empresa de Reed Hastings, que por política interna no da cifras, hacía gala de su buena puntería: "Este cuatrimestre, La casa de papel (Money Heist en los territorios de lengua inglesa), un thriller de atracos en español, se ha convertido en la serie de habla no inglesa más vista de la historia de Netflix".
Para esta tercera temporada –y la cuarta–, el presupuesto es mucho mayor (en el capítulo inicial, las escenas saltan de Panamá a Tailandia, y del sudeste asiático a una villa italiana: no parecería haber limitaciones para la imaginación de los guionistas); el set es muchísimo más grande (a 40 kilómetros de Madrid, recrea el edificio centenario del Banco de España) y la expectativa, altísima. Quizá por esto último, reconoce Pina, necesitó dos meses para pensar si había modo de reabrir la historia sin caer en la maldición de las segundas partes. "No teníamos intención de volver, pero ante esta situación, nos vemos obligados a reaccionar. Y esta vez lo vamos a hacer a lo grande", le hace decir al Profesor, interpretado por Álvaro Morte.
Lejos de los números de la industria, la decisión de Rodrigo parece haber sido menos especulación que deseo. Acaso intuición de que en este caso se iba a arrepentir si no lo hacía. Por eso, desde que se confirmó su participación, no se cansó de decir que con la misma corazonada con la que rechazó ofertas de Hollywood, esta vez aceptó.
–Me daban ganas, a esta altura de mi vida, de darme este gusto. En España tengo amigos, profesionalmente me siento muy cómodo. Cuando me convocaron para irme a Los Ángeles, no era el momento, no me nacía hacerlo. Pero en este caso, sí.
Los mil papeles
Aquella ventana a Hollywood se le abrió después de Diarios de motocicleta, donde interpretó a Alberto Granado, el amigo de juventud del Che. Otro fenómeno inesperado para sus propios protagonistas y realizadores, a tal punto que Woody Allen la incluyó en una escena de Match Point y la realidad imitó la ficción: los ingleses fueron en banda a verla. "Fue tremendo, en tiempos en los que el cine de celuloide era masivo y no había redes sociales. Me acuerdo de que cuando viajé para los Premios Bafta en el año 2004, mirá cuánto tiempo pasó, bajé del avión en Londres y la gente me reconocía".
Si ese fue uno de los hitos de su carrera, en 30 años de cine, teatro y televisión, el talento camaleónico del chico que empezó a estudiar teatro a los 12 lo llevó a hacer de paciente psiquiátrico, okupa, fuerza de choque de un puntero, Mozart, detenido desaparecido, guitarrista de tango, San Martín, Jorge Bergoglio, remisero ocasional, Juan Manuel de Rosas y lobista, entre otros papeles. Por casi todos recibió nominaciones y premios.
–Contame un poco más de tu personaje en La casa de papel...
–Sabés que no sé si puedo, porque tuve que firmar tantas cosas de confidencialidad que...
Madrid y Rodrigo vuelven a quedar lejísimos. Ya no son el delay ni el equívoco, sino las reglas corporativas: como antaño con las primicias, en la era de la retención de las audiencias, al spoil se le teme como a un virus.
–Hola, perdón, me meto, soy Marina, de la agencia de prensa de Netflix, ¿me escuchan?
–Hola, cómo te va.
–Bien. Podés comentar cómo compusiste el personaje, no hay problema.
–Bueno, sigo entonces. Como verás, aparecen las voces de Netflix que todo lo escuchan y todo lo ven. Te cuento: el personaje es un ingeniero, brillante en su profesión, pero con muchos conflictos personales y traumas que resolver en su vida; un tipo apasionado que tiene un dolor muy hondo en su corazón y que viene un poco a vengar ese dolor. No sé qué más puedo decir.
–¿En qué detalles se ve la argentinidad?
–La impronta rioplatense que tiene el personaje desde el guión es muy fuerte, especialmente en inflexiones del lenguaje.
–¿Pudiste meter sugerencias o venía muy encorsetado?
–En general, los guionistas son muy firmes en las razones del armado de los diálogos, pero a veces uno puede aportar algo. En este caso, con Jesús Colmenar, que es uno de los productores y el que más capítulos ha dirigido, tuve que ganarme un poco su confianza. No me conocía y supongo que al principio pensaba "quién es este tipo", porque, bueno, yo soy apasionado y alocado y este es un trabajo que exige mucha precisión técnica.
–Una partida de ajedrez, como dice el Profesor en un momento.
–Exacto, uno tiene que pararse en la marca, girar, decir el texto con las comas donde van, y yo soy un actor que genera lo artístico desde lo caótico. Al principio, me sentía un poco limitado a ese nivel, pero empecé a entender el código narrativo y visual de la serie y pude tirar algunas diagonales y expandir donde había que expandir y contener donde había que contener.
Con Jesús Colmenar, que es uno de los productores y el que más capítulos ha dirigido, tuve que ganarme un poco su confianza. No me conocía y supongo que al principio pensaba "quién es este tipo", porque, bueno, yo soy apasionado y alocado y este es un trabajo que exige mucha precisión técnica
Si bien el personaje de Rodrigo se introduce desde el primer capítulo, su entrada definitiva se da en el segundo. Allí están Palermo y el Profesor en un diálogo que escala en dramatismo y que alude a un pasado común que aún desconocemos, pero que sospechamos que tiene que ver con Berlín, el personaje que murió en la temporada anterior. Y ahí, en una atmósfera un poco nubosa, en un departamento lumpenizado, Palermo dejará su marca pasional con un impulso: toma un vaso y lo revienta contra una pared.
–A partir de esa escena, el personaje está definitivamente dentro de La casa de papel, había que dejarlo todo. Yo hubiera roto una sillita, una mesa, algo. Creo que con el vasito ese me quedé corto.
Se ríe Rodrigo. Se ríe Martín, alias Palermo.
Volver
Si su apodo de ficción estuviera inspirado en el barrio porteño, Rodrigo hubiese preferido llamarse Belgrano. Más precisamente, Bajo Belgrano. Ahí se crió, en la esquina de Migueletes y José Hernández, en uno de los pocos edificios que había cuando la zona aún era de calles empedradas y, cada tanto, se veía a los cuidadores del hipódromo pasear a los caballos. De ese universo barrial, arriesga, tal vez venga su amor por el tango y la música criolla que materializó en su grupo, El Yotivenco, con el que ya lleva 15 años. Si lo apuran, cantará a capela: "Bajo Belgrano... Cómo es de sana/ tu brisa pampa de juventud,/ que trae silbido, canción y risa/ desde los patios de los studs".
En aquella casa con libros y objetos de arte precolombino que su madre usaba para estudiar y dar clases, también estaba la televisión, pieza clave en su vocación y educación sentimental. Hoy recuerda los mediodías mirando Jerry Lewis y dibujitos animados o las tardes con el Superagente 86, creación de uno de sus ídolos de la comedia, Mel Brooks. En la televisión también se inició como actor profesional, de la mano de Jorge Guinzburg, cuando en 1996 el humorista lo vio en una obra de teatro que compartía con su hija, Malena, y le propuso participar de un programa piloto. Tenía 17 años. Desde entonces, nunca más dejó de trabajar.
"¿Es verdad que no te gusta dar entrevistas?", le preguntará el propio Guinzburg, unos 10 años después de conocerlo, en uno de sus late shows de entrevistas. "En realidad, antes no me gustaba escucharme, siento que decía muchas pavadas. Ahora ya me acostumbré", le responderá un Rodrigo aún veinteañero, pero con un poco más de kilometraje encima.
De aquella reticencia a los medios quedará, en principio, una regla: "No hablo de mi vida privada". Así que de su segunda hija, Olivia, que acaba de nacer en España, fruto de su pareja con la rosarina Ludmila Romero, solo dirá que lo hace muy feliz y que, cuando está en la casa, a pesar de las 12 horas de trabajo diarias, es un padre full time. "Un padre que hace todo".
Hay otros temas en los que, en contra de sus propias restricciones, no puede contenerse. Más de una vez se prometió no hacer más declaraciones sobre política. Como cuando en 2017 cruzó a Horacio Rodríguez Larreta en un almuerzo de Mirtha Legrand por la situación económica, y después tuvo que lidiar un buen tiempo con los trolls. Pero acaso por ese costado pasional –el apodo de capital siciliana parece traspasar los límites de la ficción– y porque se define como un militante cultural, vuelve al ruedo cuando la pregunta lo habilita.
Me genera tristeza lo que está pasando: deuda externa, pobreza, ajuste, falta de políticas públicas, falta de trabajo. Me dan ganas de estar allá con mis compañeros y mis compañeras
–¿Cómo ves la Argentina a la distancia?
Y, querés que empiece a hablar… sería muy largo, pero espero que el signo político cambie muy pronto. Me genera tristeza lo que está pasando: deuda externa, pobreza, ajuste, falta de políticas públicas, falta de trabajo. Es algo que ya vivimos, como un déjà vu terrorífico. Me dan más ganas de estar allá con mis compañeros y mis compañeras, desde el lugar que a uno le corresponde para acompañar la situación. Pero estoy lejos.
–¿Te sentís un privilegiado en este momento?
–Hoy ser actor y laburar de actor es un privilegio. Hoy por hoy tener trabajo en la Argentina es un privilegio, algo que debería ser natural. Es lamentable, pero hay que decir esto.
–¿Creés que el éxito de La casa de papel tiene que ver con estas situaciones críticas que están viviendo muchos países?
–Sí, y lo dijo también el propio Pina. Más allá de la notable inteligencia aritmética que tienen los guionistas y del despliegue de colores y de esta precisión técnica a la que hago referencia, me parece que tiene que ver con que apunta al corazón de un sistema, de un paradigma de acumulación que se está resquebrajando en el mundo, pero que no termina de derrumbarse. Quizá fue sin querer; tanto los actores como los productores se sorprendieron con el éxito viral que fue, pero no es casual que en los países en los que más pegó sea en aquellos que están en crisis económica y financiera como Argentina, Brasil, Turquía, Grecia.
–En esta temporada parecen recoger esa idea y se hacen llamar "La Resistencia".
–(Risas) Eso es un guiño comercial, pero supieron verlo.
–También incorporaron cuestiones coyunturales. En un momento se hace referencia a Buenos Aires y se muestran imágenes de las marchas por la legalización del aborto.
–Sí, eso está y es muy fuerte. Y detrás de esas imágenes nosotros también podemos leer que la gente en la calle pide que volvamos a tener un Ministerio de Salud, además de una ley del aborto. Pero los productores se encargan de decir que esto es un programa de televisión, que no es más que eso.
–¿Vas a volver pronto a la Argentina?
–Sí, antes de las elecciones estoy allá.
–¿Y qué es lo primero que vas a hacer al llegar?
–Un asado con mis compañeros de El Yotivenco. Con Juan Díaz Hermelo, con Blas Alberti, con Fabio Bramuglia… Somos hermanos y, a esta altura, sé lo que vale tener un grupo de amigos con los cuales uno se siente a gusto y puede sonar en armonía. Tengo muchas ganas de volver y de tocar con ellos.
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