Adoptó un hijo al cumplir sus 5 años y su felicidad va en aumento desde entonces
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Desde que se convirtió en la mamá de Fede, cuando él acababa de cumplir 5 años y le anunciaron a ella y a su pareja que el juzgado los había elegido para ejercer la guarda del menor con fines de adopción, Andy no paró de disfrutar intensamente cada momento que le deparó su nuevo rol.
Hoy se maravilla ante cada uno de los pequeños milagros cotidianos que refuerzan la convicción de que el día en que se inscribieron en el Registro Único de Aspirantes a Guarda con fines Adoptivos a finales de 2019 tomaron una decisión acertada. “A veces no creo en nada del destino y luego pasan cosas increíbles, siento que todo se fue dando para que hoy estemos juntos”, se maravilla.
“Entendimos que no adoptamos por nosotros sino por él”
Andy y Lean no habían sentido el deseo de ser padres, disfrutaban de la vida en pareja, de sus respectivos trabajos y, además, sabían que cursar un embarazo iba a ser riesgoso para ella. Es que a los 19 años le habían diagnosticado una enfermedad degenerativa no compatible con los cambios que implican la gestación de un bebé. De modo que no se planteaban la posibilidad de una vida de a tres. Estaban cómodos, tranquilos; ella, trabajando de empleada administrativa en una empresa y estudiando la carrera de Recursos Humanos; él, licenciado en Turismo empleado en una compañía de organización de eventos. Pero un día llegaron los treinta y el tema se instaló en sus conversaciones. Habían escuchado relatos de adopciones largas, llenas de obstáculos y tortuosas pero igual decidieron probar, hacer el camino propio.
“Cuando me di cuenta de que quería ser madre y salió el tema de la adopción mi pareja no tuvo ningún inconveniente en acompañar la decisión. No habíamos pasado por el duelo de intentar un embarazo y perderlo, fuimos directo a la adopción. En 2019 nos anotamos en el RUAGA, asistimos a las charlas para aspirantes, que son obligatorias, presentamos la carpeta con la documentación que nos requerían y, en febrero de 2020, nos comunicaron que fuimos aceptados”, relata Andy.
Fue un proceso ágil y más rápido de lo que pensaban que iba a ser. “Creo que lo que ayudó fue que pusimos que aceptábamos adoptar chicos de hasta 8 años de edad y con enfermedades o con dificultades tratables, que pudiéramos acompañar. Entendimos que la adopción no consiste en satisfacer una necesidad propia sino en restituirle a un niño el derecho que le fue negado. También en las charlas aprendimos que hay que conocer las posibilidades de cada uno, tener un pie en la realidad y encarar decisiones que uno se siente preparado para afrontar”, evalúa.
“Teníamos sentimientos ambivalentes cuando no nos elegían”
Lograr el match con buen potencial para armar una familia entre padres e hijos que se adoptan es todo un arte. No hay apps todavía para eso, ni algoritmos que ofrezcan coincidencias basadas en las huellas de los consumidores. Por el momento, al menos, los procesos de adopción están en manos de los seres humanos. Jueces, asistentes sociales, empleados administrativos, leyes, normativas, informes, registros, niños de todas las edades, con historias de abandono, adultos, con otro tanto de historias de vida y recursos que tienen que confluir para ese encuentro único y particular.
Se ilusionaron y frustraron varias veces antes de la primera videollamada con Fede, esa que finalmente se concretó en septiembre de 2021, cuando se produjo la chispa. El momento de los tres, por fin, había llegado. “En varias ocasiones tuvimos llamados de posibles vinculaciones, nos presentábamos pero después no nos elegían; eso nos hacía ponernos tristes y, al mismo tiempo, contentos porque sabíamos que un niño ya había encontrado una familia que lo iba a querer”, cuenta Andy.
El primer encuentro con Fede fue el día en que él cumplía 5 años. “En medio de la pandemia fue una experiencia rarísima que los primeros contactos con el que iba a ser nuestro hijo se hicieran a través de pantallas. Se nos hacía difícil cortar, queríamos seguir charlando, vernos, jugar, abrazarnos”. Hubo que esperar unos meses hasta conocerse personalmente, en una plaza, acompañados por una trabajadora social y una psicóloga que los evaluaron y los acompañaron en sus dudas durante todo el proceso.
El techo, las estrellas, y el helado de frutilla
Desde la primera vez Fede eligió a la pareja como sus padres, no tuvo duda de que ellos serían la familia que él deseaba para sí. Al mes, egresaba del niño del hogar de tránsito para instalarse en su nuevo hogar. El primer día, cuando llegó la hora de acostarse, algo le llamó la atención y no fue, como en las películas románticas, el hecho de que hubiera un papá y una mamá leyéndole un cuentito de las buenas noches. En el hogar también había conocido operadores afectuosos que tanto a él como a los otros chicos a veces les leían antes de dormir. “¡Estaba asombrado porque podía ver el techo de la habitación!”, revela Andy. “Algo que uno da por sentado, para él, que siempre había dormido en la cucheta de abajo, era todo un descubrimiento. También conoció las estrellas en el cielo por primera vez, no las había visto nunca en sus cinco años”, agrega.
En las primeras salidas juntos todo era un planazo. Ir al parque y darle de comer a los patos, sentarse a comer platos que nunca habían probado, de pronto, sin haber pasado por los cambios de pañales, las primeras palabras, las primeras canciones infantiles, los dibujitos de la tele, la fascinación por las jugueterías, todo era una fiesta. “Pura ganancia”, revela Andy. Incluso, el día en que Fede se enteró que podía elegir el gusto de helado, no es que nunca lo había probado, sino que comía el que le servían, casi siempre, de chocolate. Pero de pronto se encontró sentado en la heladería, viendo que cada uno tenía en su mano un cucurucho de distintos colores y que tenía permiso para probarlos con su cuchara. Fue color por color, sabor por sabor, sacando una cucharadita de aquí, otra de allá y así descubrió el que hoy es su gusto preferido: el de frutilla.
Fede tiene un retraso madurativo leve, por eso una de las primeras tareas que asumieron como padres fue tramitar la obtención del CUD, el certificado único de discapacidad. La suspensión de las clases presenciales durante la pandemia en 2020, cuando debía cursar sala de 4, contribuyó a demorar el diagnóstico mientras residía en el hogar. El año pasado ya pudo acceder a todas las terapias y contar con los profesionales de apoyo a la educación para poder superar los desafíos en su desarrollo y este año, la familia se prepara para debutar en el ingreso a la primaria. Fede está con muchísimo entusiasmo por empezar las clases, en primer grado y, por supuesto, mamá y papá, emocionados, cumpliendo con todos los ítems de la lista de útiles escolares.
“La cara del nene de la foto me suena”
Y llegamos a la anécdota de la foto. Una de esas sorpresas inesperadas pero que cuando suceden nos dejan con la sensación de que esos hilos invisibles que nos conectan a los humanos están ahí.
Andy está armando el álbum del primer año de Fede en la familia. Cada día va anotando algún hecho nuevo para que cuando sea grande tenga un recuerdo de su infancia. Le faltan algunos datos: la primera palabra, el primer corte de pelo, la foto del primer diente, cuánto pesó al nacer, el día que caminó por primera vez.
También, desde que entró en el universo de los niños que habitan en hogares, empezó a sumarse a distintas iniciativas de ayuda. Un día vio que una cuenta de Instagram dedicada a organizar fiestas de cumpleaños para los chicos que viven en algunos hogares de capital, pedía colaboraciones para un grupo que saldría de vacaciones. “Compré algunas cosas que pedían en Mercado Libre y le escribí a la organizadora pidiéndole la dirección del hogar para hacerles el envío. Habitualmente no se dan las direcciones de los hogares por seguridad pero la chica me la dio y se ve que al instante se preocupó y me empezó a stalkear a ver quién era yo”, cuenta Andy. “En una foto en la que está Fede -tengo mi cuenta privada- me comenta: ‘Me suena la cara del nene de la foto. ¿Es tu hijo?’. Le digo que sí y que, como el mundo es un pañuelo, tal vez le sonaba conocido porque justo se dio la casualidad de que la mamá de mi mejor amiga y madrina simbólica de mi hijo es voluntaria en ese hogar. Pero ella me dice que no, que ella tiene una foto de un bebé que es muy parecido. Me manda unas fotos de un bebé hermoso que, en efecto, era Fede y así es como descubrimos que estuvo un tiempo en ese hogar”, prosigue. “Es mágico: ella y yo teníamos que cruzarnos para que hoy tuviera las primeras fotos de bebé de mi hijo. A veces no creo en nada y luego pasan estas cosas. Es increíble ver al chinito que amas siendo bebé”, completa.
Lo más curioso fue que Sara, la operadora del hogar, no sabía por qué había adquirido la costumbre de guardar las fotos de los chicos. Era un trabajo enorme y un montón de espacio que le ocupaba en la computadora, pero esta situación le dio la respuesta y finalmente supo por qué lo hacía. Gracias a ella el álbum para Fede iba a tener la pieza que faltaba, su derecho a la identidad, el acceso a su propia historia había sido resguardado. El amor, como la verdad, encuentra siempre el modo de manifestarse. Esta vez fue en la foto de un bebé que alguien guardó sin saber por qué para que una parte de la historia pueda cerrarse y otra esté por comenzar.
* La historia es real aunque los nombres de las personas mencionadas fueron cambiados para preservar su identidad.
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