La Cámara de Ámbar, la “octava maravilla del mundo” que robaron los nazis y sigue perdida
La ostentosa sala fue realizada por un artesano barroco y regalada al zar Pedro I el Grande; el intento por ocultarla con papel y un misterio que crece
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La Cámara de Ámbar era la sala más deslumbrante del palacio de Catalina, en la villa de los Zares, cerca de San Petersburgo, en Rusia. Realizada con paneles de este material laboriosamente trabajados por un artista del barroco, y matizada con panes de oro, piedras preciosas y fastuosos espejos, la habitación fue considerada como la octava maravilla del mundo por su lujosa belleza y majestuosidad.
Pero llegó la Segunda Guerra Mundial y el destino de esta obra de arte, que había obsequiado Federico Guillermo I de Prusia al zar Pedro I el Grande en el siglo XVIII, se convirtió en un misterio.
La teoría más fuerte sobre lo que pasó con la habitación señala que esta fue desmontada por los nazis que ocuparon la villa de los Zares, que la robaron y la transportaron a la ciudad de Königsberg. Luego, en su escape de esa ciudad, los alemanes pusieron los paneles en varias cajas en el crucero de guerra Karlsruhe, una nave que fue atacada por aviones soviéticos y finalizó hundida en el mar Báltico en abril de 1945, con su valioso cargamento a bordo.
En septiembre del año pasado, un equipo de buzos especializados halló los restos del Karlsruhe en las profundidades del mar Báltico, al norte del pueblo polaco de Utska. Allí se encontraron, entre otras cosas, un conjunto de cajas, que, especularon, podrían contener los paneles de la que fue llamada octava maravilla del mundo.
“Todo esto estimula la imaginación. Encontrar el barco alemán y las cajas con contenido aún desconocido descansando en el fondo del mar Báltico puede ser significativo para toda la historia”, aseguró entonces Tomasz Zwara, uno de los buzos del grupo Baltictech, que participaron de la operación.
La nave yacía a 88 metros de profundidad y, según lo que expresaron los miembros de la expedición submarina al medio británico The Guardian, se encontraba “prácticamente intacta”.
Para completar la información histórica sobre la nave, es interesante saber que en el momento de ser hundida formaba parte de la Operación Hannibal, una de las evacuaciones marítimas más grandes de la historia.
En esa operación más de un millón de soldados alemanes y civiles de Prusia Oriental -donde se encontraban entonces los paneles de la cámara- escaparon del avance soviético hacia el final de la Segunda Guerra. La documentación de la época sugiere que el buque partió de Konigsberg a toda prisa con una gran carga y que de las 1083 personas a bordo, solo 113 sobrevivieron.
La expedición submarina que halló la embarcación sepultada en el lecho del Báltico encontró dentro de ella, además de las enigmáticas cajas que podrían contener el tesoro de ámbar, vehículos militares y objetos de porcelana.
La historia de la Cámara de Ámbar
La Cámara de Ámbar fue realizada por el escultor barroco y arquitecto alemán Andreas Schülter en 1701, para ornamentar una sala del palacio de Berlín del monarca Federico I de Prusia. En la labor trabajaron también el maestro artesano Gottfried Wolfram y los especialistas en ámbar Ernst Schacht y Gottfried Turau. El trabajo, en total, les llevó unos 10 años.
Una vez terminada, la estancia contenía paneles delicadamente tallados y mosaicos hechos de ámbar color miel, complementados con panes de oro, ostentosos espejos e incrustaciones de piedras preciosas.
En total, las paredes del excelso habitáculo tenían una superficie de 55 metros cuadrados. Para su revestimiento se utilizaron unas seis toneladas de ámbar, una de las pocas gemas orgánicas que existen. Este producto es una resina fósil de ciertas coníferas, de color miel o amarillento, translúcido, que, según los expertos, puede tardar unos 17 millones de años en formarse.
El ámbar, un material que muchos cinéfilos no podrían dejar de relacionar con Jurassic Park -de allí se sacaba el ADN de un mosquito prehistórico que vuelve a dar vida a los dinosaurios-, era un producto muy codiciado por la aristocracia europea de los siglos XVII y XVII.
El hijo de Federico I, Federico Guillermo I de Prusia, le regaló la habitación al zar Pedro I el Grande en el año 1716. El fastuoso obsequio, que recorrió 1700 kilómetros hasta llegar a su nueva locación, era una muestra de buena voluntad entre los mandatarios de ambas naciones -Prusia (actual Alemania) y Rusia-, que habían sellado una alianza en contra de Suecia.
La sala fue destinada al Palacio de Catalina, la residencia de verano de los zares rusos, en Tsarskoye Selo (la villa de los zares), donde se instaló en 1755. Allí, se añadieron otros metros cuadrados más de ámbar, y la habitación se convirtió en el orgullo de la realeza de Rusia, el magnífico lugar donde Isabel o Catalina la Grande recibían sus visitas.
Expertos consideran que, a valores de hoy, la Cámara de Ámbar podría cotizarse en unos 320 millones de dólares.
Los nazis y la Cámara de Ámbar
La Cámara de Ámbar sobrevivió intacta a los avatares de la Revolución Rusa de 1917, pero no pudo escapar a los efectos de la Segunda Guerra Mundial. Los alemanes llegaron a tierras soviéticos en el contexto de la llamada Operación Barbarroja, abordaron el Palacio de Catalina y encontraron la maravillosa habitación poco tiempo después, a pesar de que los rusos la habían tratado de esconder con empapelados. Los alemanes tardaron apenas 36 horas en desmontar los paneles para llevárselos.
En el segundo semestre de 1941, los pedazos desmontados de la cámara llegaron en 27 cajas a la ciudad de Königsberg, que entonces era la capital de Prusia Oriental, donde incluso fueron instalados en un palacio local. Pero cuando en abril de 1945, por el avance soviético los nazis tuvieron que salir de esa ciudad -que hoy se llama Kaliningrado y pertenece a Rusia-, la habitación de ámbar desapareció junto con ellos. El palacio que había sido su última residencia, en tanto, había sido destruido por los bombardeos aliados.
Hoy, 76 años después de aquel hecho, existen esperanzas de que la octava maravilla del mundo haya sido recuperada en las entrañas de un crucero de guerra alemán, sepultado en lo profundo del mar Báltico. Pero todavía hay que esperar.
En 2003, en el 300 aniversario de San Petersburgo, se inauguró en el mismo palacio de Catalina una copia de la Cámara de Ámbar, que fue valorada en diez millones de dólares. Se utilizaron esta vez ocho toneladas de ámbar, en lugar de los seis originales, lo que convierte a la habitación en la más cara del planeta.
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